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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sonidos del corazon (34 page)

BOOK: Sonidos del corazon
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—Me gustaría oírla. Hoy no tengo ganas de ensayar solo.

—De acuerdo —asintió Lester—. Acabamos el tema de la música electrónica y nos quedamos a las puertas de los últimos estilos de los noventa y comienzos de este siglo,

¿de acuerdo?

—Sí.

—Pues vamos a hablar del ambient, el house, el techno, el dance, el trance, el trip-hop, el drum ‘n’ bass, el jungle, el brit-pop, el grunge… y paro porque esto es una selva.

—Ya te comenté el otro día que, aunque es lo más reciente, es de lo que menos sé.

—Eres un rockero, hijo de rockeros. Es lógico que haya cosas que te hayan llegado.

Tampoco se puede abarcar todo.

—Tú sí.

—Yo soy un estudioso, o lo era. Decidí pasar y jubilarme con el cambio de siglo. Me dije: «Lester, hasta aquí». Y me dediqué a lo mío.

—¿Y qué es lo tuyo?

—La vida contemplativa, chaval. Y escuchar buena música. Solo buena música, que para lo que me queda… Venga, no te enrolles. —Detuvo su conato de respuesta—. Entre la electrónica, el hip-hop, el rock… llegamos a un territorio comanche en el que todo empezó a caber, se llamase como se llamase. Cada sonido era primo del otro, unos con cierto eco y otros minoritarios e insignificantes. Todo empezó a ir muy rápido. El rock creó nombres, y la electrónica, sonidos. El ambient de Eno, con su raíz basada en la superposición de sonidos sintéticos. Por ahí se colaron KLF, también Orb, y unos que ya lo hacían de antes, Throbbing Gristle, que investigaron la conversión del sonido en ruido. El ambient era para relajarse, y el dance, para bailar. Pero la principal aportación de la cultura bailable la lleva a cabo el house. Se trata de una mezcla de funk, electrónica europea y disco sound, con Kraftwerk de bandera y referencia. Lo de house también viene porque, como os conté, cualquiera podía hacer ya música en su propia casa. Creo que es de los estilos con más ramificaciones que existen, están el tribal-house, la vuelta a las raíces del soul con el deep-house, hard-house, disco-house, filter-house, house-latino, hip-house, acid-house, jazz-house, progressive-house, un-house, gabba e incluso italo-house en Italia o flamenco-house en España. Con el avant-house se enlazó ya directamente con el techno. Por parte del acid-house y el dance, los motores esenciales fueron 808 State. Más experimentales y también decisivos, entre la electrónica y el pospunk fueron Cabaret Voltaire. El acid, con sus sonidos repetitivos, tuvo como símbolo el famoso de Smiley, un círculo amarillo con dos ojos negros y una sonrisa. En la misma línea que el house se situó el techno, con ch.

—¿Por qué de tecno a techno?

—El tecno fue un estilo comercial y fresco de comienzos de los ochenta, y el techno quiso serlo de los noventa. Pero no se parecían en nada. En Estados Unidos era la herencia electrónica de George Clinton y Kraftwerk. En Inglaterra derivó del acid-house y al expandirse por Europa las techno-factoría se multiplicaron. El disco
Techno! The New
Dance Sound of Detroit
fue el que lo llevó a Inglaterra. En Alemania surgió el trance, repetitivo pero melódico, que se asociaba con drogas psicotrópicas. El trance, asociado con el hardcore, pasó a ser hypnotrance. De hecho, el trance era psicodélico y su intención era comunicar buen rollo, expandir sentimientos positivos. El acid era instrumental y bailable y se unía a drogas lisérgicas. Luego tenemos el bleep, sonido de baja frecuencia surgido de la zona de Sheffield en Inglaterra; el minimal, que venía del norte y centro de Europa y que tuvo una evolución notable a través del click ‘n’ cuts y el laptop. Y como derivado del techno, el gabber, el equivalente al trash-metal electrónico, muy rápido y martilleante, sin descanso posible. Por supuesto, en cada país pudo también ser bautizado con otro nombre, como en España, donde al techno-hardore más elemental se le llamó mákina o bakalao.

—¿Y el chill out?

—Ah, el chill out —suspiró Lester—. El trance tuvo una versión «hogareña», para escuchar en casa, y se la conoció como IDM, Intelligent Dance Music. Lo de llamarla

«inteligente» aún me sorprende, no sé qué tiene que ver con que fuera casera para merecer tanto, como si se despreciara la otra. En las discotecas también se aisló una zona para los que quisieran relajarse un poco y seguir escuchando música pero… más tranquila. A esas zonas se las llamó chill out y, claro, pronto se hicieron discos exclusivamente para ellas, lo cual generó un
boom
de música chill out. Luego la música se aceleró. Para un tipo como yo las discotecas se convirtieron en lugares infernales.

—¿Por qué?

—La música de baile se hizo más potente, más-de-todo. Los b.p.m… Ya sabes,
beats per
minute
, golpes por minuto —se lo aclaró por si acaso—, aumentaron diabólicamente.

Cada b.p.m. era una andanada en la conciencia, una potencia de bajos tremenda. Siendo el número de b.p.m. lo que marca el tempo de una canción, cuantos más entran en un minuto, más ritmo. En un momento dado, en los albores de la electrónica, se estableció como tope máximo para la estabilidad emocional del oyente, a corto o largo plazo, que la cifra de golpes por minuto se mantuviera por debajo de los ciento treinta y cinco, que de todas formas era más de dos por segundo. La música de baile llevó el tope a los ciento cincuenta, dos b.p.m. y medio por segundo. Las grandes raves fueron locuras rítmicas encadenadas hora tras hora y día tras día. Los sonidos eran brutales y más duros. Si se ampliaba todo con el efecto de las pastillas, el éxtasis, los cerebros podían convertirse en volcanes. Pero esto no fue nada cuando el gabba y el happy hardcore llevaron la cota hasta doscientos cincuenta b.p.m. Un suicidio auditivo. En el instante en que se llegó hasta el tope de b.p.m., surgió el hardcore más salvaje y de él se pasó al jungle y al drum ‘n’ bass que, como su nombre nos dice, es un sonido hecho por el bajo y la batería, pero con esta última acelerada hasta más allá de los ciento cincuenta b.p.m.

y el bajo muy muy profundo. Puro minimalismo. El jungle apareció en Inglaterra partiendo del breakbeat y luego se mezcló con el ambient, el soul y el raggamuffin.

Batería y bajo se adueñaron del sonido en este tiempo, con muchas ramificaciones, el ragga caribeño-africano, el darkside hardcoriano, el hardstep mezcla de hardcore y ragga, el techstep mezcla de techno y jungle, el artcore que era la tendencia experimental del jungle, el neurofunk, liquid funk… Toda la música de discotecas centrada en la potenciación de los bajos llegó al límite con el infra-bass, sonido pesado y tan retumbante que amenazó los sistemas auditivos de los menos resistentes. El infra-bass tenía entre veinte y cincuenta hercios y era una bomba de relojería asociada a las LFO,
low frecuency oscillations
, oscilaciones de baja frecuencia. Los ritmos fríos y monótonos también encontraron su etiqueta: ebm, electronic body music. No es de extrañar que el chill out hiciera furor. Una isla en medio de la tormenta decibélica.

Juanjo parpadeó ante aquella tormenta de nombres.

—¿A ti te gustó algo de todo esto?

—El trip-hop —manifestó Lester sin pestañear—. Apareció en 1993 en el entorno de Bristol con Massive Attack a la cabeza. Su disco
Blue Lines
es una de las grandes obras de los noventa. Ni que decir tiene que toda esta industria no habría subsistido mínimamente de no ser por la aparición de un sinfín de pequeños sellos discográficos dispuestos a hacer su pequeña apuesta en busca del millón de ventas.

—No me extraña que los electrónicos renieguen del rock y se declaren «aparte» —

consideró Juanjo.

—Todo el mundo busca ser único, y para cualquier chaval joven el pasado antes de su nacimiento es la Prehistoria, ni lo entienden, ni les gusta, ni lo valoran. Yo era igual, y tú lo eres aunque te interese saber de dónde viene la música que haces o vas a hacer. Luego los años te ponen en tu lugar. En los noventa todo lo que acabo de contarte era una mezcla tremenda, una subcultura paralela que dio consistencia a la música electrónica y, socialmente, sobre todo por el fenómeno discoteca, dio mucho de que hablar. Supongo que hoy hay más sordos que antes y más cabezas machacadas por las drogas químicas, pero…

—No has hablado del grunge.

—Grunge y brit pop son los dos últimos géneros importantes del rock, ambos surgidos a comienzos de los años noventa del siglo pasado —asintió Lester—. El grunge procede de Seattle. Todo comenzó con un sello discográfico capaz de explotar las nuevas bandas que pululaban por allí, Sub Pop Records, y de pronto… una de ellas era Nirvana, con Kurt Cobain a la cabeza. Basta un disco,
Nevermind
, para barrer con todo y poner de moda el grunge, musical y socialmente, porque la estética de la dejadez y los pantalones rotos siguió el camino popular del punk muchos años antes. Ese disco aportó además un himno para la década, la canción «Smells Like Teen Spirit». El escritor Douglas Coupland los llamó la Generación X. Era la generación de la insatisfacción, impulsada también por otra guerra, aunque ésta más breve que la de Vietnam: la primera guerra del golfo. Al éxito de Nirvana siguió el de la película
Singles
y el documental
Hype
, así como el de toda una pléyade de bandas rockeras muy buenas, como Pearl Jam. Por desgracia cantar las insatisfacciones de los demás generó en Cobain un sentimiento de frustración y culpa y se pegó un tiro en abril de 1994. En su carta a su viuda e hija les decía que odiaba la vida. También les pedía perdón.

—¿Y eso de que le mataron?

—Y Elvis vive, y Jim Morrison fingió su muerte para no ir a la cárcel, y Michael Jackson vete tú a saber si está congelado como Walt Disney… No me jorobes, anda. —

Hizo un gesto pasota—. Tras la desaparición de Nirvana, Pearl Jam heredó la llama grunge. En 1994, el brit pop ya era una realidad pujante y dominaría durante casi diez años la escena inglesa y parte de la internacional. Fue una combinación de factores: por un lado el primer disco de Oasis junto con el tercero pero triunfal de Blur, y luego la aparición de Suede y el reciclado de Pulp. ¿Qué hicieron? Reinventar el pop de los sesenta. Sonaban a Kinks, Troggs, Who, Small Faces e incluso a los Beatles y los Stones.

Nada que un veterano no conociera, pero ellos lo hicieron fresco y versátil, nuevo partiendo de lo viejo. Y dieron en el clavo.

—Volvían los tiempos de las guerras, Oasis, Blur…

—¿Quieres saber una cosa? Los Stones se meaban en una gasolinera y los multaban, vale. Oasis y Blur fueron bandas de niños caprichosos, megaestrellas de nuevo cuño, siempre insultándose unos a otros y hasta ciscándose en sus fans. Musicalmente, muy bien. Personal y humanamente, poco, muy poco, sobre todo los hermanos Gallagher, Liam y Noel, líderes de Oasis. La guerra con los Blur de Damon Albarn fue más bien patética, pero, encima, la de ellos dos entre sí fue estúpida.

—¿Tenías un favorito?

—Bueno, hacían un pop suave con canciones cortas y digeribles. —Otro suspiro—.

Los últimos grandes han sido Coldplay. Pero claro, esto mañana puede cambiar, y pasado…

—Ya no debe de quedar nada —dijo Juanjo.

—La World Music y el cáncer del siglo XXI: la piratería.

Capítulo 65

Soy irlandés —recordó Lester—, pero reconozco que el dominio anglosajón en el rock ha sido apabullante y, a veces, ofensivo para el resto del mundo. Cuando se acuñó el término
world music
sentí vergüenza, pero así es como definen y se define a la música

«con raíces» de cada país, desde el flamenco en España hasta el sonido del bandoneón en Argentina. Había un sinfín de géneros extraordinarios, el calipso, la bossa nova y su gran número de creadores en Brasil, los sonidos africanos basados en la percusión, la música generada en algunas islas de Oceanía, Oriente, los países del norte de África con el rai, nacido en Orán pero con epicentro en Argelia… Camarón de la Isla es una leyenda que revitalizó el flamenco, pero ¿lo llamaríamos
world music
? ¡Anda ya! Compay Segundo o la Buenavista Social Club en Cuba, la samba brasileña, el rock colombiano de Aterciopelados, Estados Alterados, Kraken o Ekhymosis, la bachata de Juan Luis Guerra, los portugueses Madredeus, la música celta de Nightnoise, Chieftains o Clannad, gaiteros como Carlos Núñez, los haitianos Boukman Eksperyans o los polinesios Te Waka… ¿Son
world music
? Para cada país es su música, su alma, pero a nivel internacional le han colgado ese cartel. No me gusta, pero es lo que hay. Siempre ha habido y habrá modas.

—¿Cuáles crees tú que han sido las últimas?

—Los
unplugged
, los discos llamados «desenchufados», o sea en plan acústico.

Durante un tiempo todo Dios hizo uno, hasta Clapton o Nirvana. Con la implantación del CD también hubo que recuperar las discografías de los grandes, y la industria se inventó las «cajas» con varios CD que incluían rarezas, maquetas, nuevas mezclas de los éxitos, versiones alternativas, las
out takes
y mucho material de desecho pero que a los fans les alegraron el día. No se vaciaron archivos ni nada para explotar la tendencia.

Además, sabes que las cajas van con libritos, estuches de lujo, una parafernalia de coleccionista. Luego han ido acompañadas de DVD con conciertos… Ah, y lo de grabar con los muertos. Se coge una grabación de quien sea, se le pone una segunda voz o una guitarra y ¡hala! El
remix
se hizo tan loco que algunos artistas la emprendieron con sus discográficas, Prince, George Michael… No todos se prestaban a que les cambiaran las canciones a cambio de unas ventas de más. En 2002 se reeditó la discografía de Elvis remezclada y aquello parecía de todo menos rock and roll. Bazofia discotequera.

Cuando venzan los copyrights de los Beatles o de Dylan no te extrañe ver un
Sgt
.

Pepper’s Revisited
o un
Like a Rolling Stone Altered
. Muchos artistas luchan hoy por ser los dueños de sus canciones, no la editorial. Encima, con Internet y la piratería…

—¿Qué opinas de Internet?

—La caja de Pandora. La cultura al alcance de todos, pero también toda la mierda imaginable. Cualquiera puede soltar un bulo o dar su opinión. Paradigma de la libertad pero fantasía contaminante. Hay de todo. —Hizo un gesto vago—. Tecleas el nombre de tu grupo favorito y hay miles de páginas con todo tipo de información. El progreso se devora a sí mismo, chaval. La globalización es un genocidio cultural: sobrevive el más fuerte. Internet y los archivos MP3 alegraron la vida de los consumidores, pero para los creadores fue todo un golpe de gracia, y no digamos para la industria. Cuando en Estados Unidos apareció Napster, el primer portal gratuito de intercambio de archivos, se dispararon las alarmas. Napster destapó la fragilidad del sistema, pero en verdad lo único que hizo fue poner en contacto a dos usuarios, uno que tenía algo que el otro quería. Y gratis. Fue la primera hecatombe. No era ilegal, pero tampoco legal. Napster cerró en 2001, pero desde entonces… ¿Qué voy a contarte? Lo lees cada día en los periódicos. La industria lleva años tratando de unirse al enemigo ya que no puede derrotarlo, pero el enemigo va siempre por delante de ella porque todo corre, corre y corre a una velocidad de vértigo. ¿Ves la magnitud de la tragedia? El futuro siempre es incierto, pero el de las canciones grabadas…

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