Sonidos del corazon (28 page)

Read Sonidos del corazon Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Sonidos del corazon
4.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Anda ya.

—¿Vas a tocar con ella?

—Sí, aunque…

—¿Qué? —lo alentó al ver que vacilaba.

—Ahora mismo no sé qué hacer, no tengo ni idea, estoy confuso. El trío era bueno, sonábamos de narices, y podríamos encontrar un batería en un abrir y cerrar de ojos.

Además sigue estando Valeria. Lo que hicimos con ella fue brutal. Pero de pronto… —

Hizo un gesto ambiguo con la mano—. De pronto siento que no quiero correr, que necesito un poco de calma. Quiero estudiar, explorar, buscar opciones. He estado probando yo solo…

—¿Tú solo, en plan acústico?

—Sí.

—¿En serio?

—Ya te digo que no lo tengo claro, al menos a corto plazo, salvo que, haga lo que haga, contaré con Valeria.

—¿Ella está de acuerdo?

—Sí.

—¿Y conmigo?

Juanjo estudió su rostro.

Se tomó su tiempo.

—Vamos, tío —dijo Cristian con impaciencia no exenta de amargura—. Siempre hemos estado juntos. No me jodas.

—Tú también encontrarías un grupo en cuanto te lo propusieras, como Amalia.

—Quiero tocar contigo. Eres un rockero mojigato pero quiero tocar contigo

—Cállate, gilipollas —sonrió por primera vez.

De haber estado de pie y cara a cara, se hubieran abrazado, con fuerza, con ganas.

Palmeándose las respectivas espaldas. Pero estaban sentados.

Bastó la emoción de sus miradas. La forma en que tomaron sus vasos y los levantaron.

Un brindis único.

Una de las normas no escritas del rock era que la amistad solía ser más fuerte que la propia música que la trenzaba.

Quizá no fuera más que otra leyenda.

Tenían tiempo para averiguarlo.

Capítulo 52

Vio entrar a Valeria con su violín y se sintió aliviado. Temía que ella, pese a su llamada telefónica, no le hiciera caso. Ni siquiera le había preguntado por qué quería que lo llevase. No era necesario. Cuando bajaran al local de ensayo sería la primera vez que estuviesen solos desde el día en que tanto deseó abrazarla y besarla.

—Estás muy guapa hoy —comentó Lester inesperadamente.

Ella se puso roja.

—Gracias. —Resistió el impulso de mirar a Juanjo.

El rockero se sentó en su butaca. Juanjo había llegado diez minutos antes para explicarle lo sucedido en la grabación del disco de su padre. Prefería hacerlo así y no en presencia de Valeria. Lester no había dicho nada. Solo asintió con la cabeza.

Cada vez le caía mejor.

—Habíamos dejado el mundo recuperándose de la crisis, ¿recordáis? —Lester comenzó a hablar sin esperar a más—. Pero las crisis pasan factura, se quiera o no. En los años setenta las pequeñas compañías independientes fueron las que salvaron la marea grabando discos con muy bajo costo y buscando gente nueva que estuviera ávida por publicar su primer disco sin pedir millones de entrada. En 1978 ya se consumía el doble de singles que en 1973. Cuando a finales de 1976 emerja el punk, se cerrará el círculo. Imaginación y marcha, caña y mucho ruido. Fue un fenómeno muy inglés, pero que también vivió Nueva York.

—¿Cómo pudieron competir esas pequeñas compañías?

—Virgin era el ejemplo a seguir. Una tienda de discos que se hace con un hueco del mercado y su dueño que se decide a crear un sello discográfico. Encuentra a un desconocido llamado Mike Oldfield y le deja grabar un disco él solito. Millones en ventas y su consolidación. Luego llegaron Stiff, Chiswick, Beggar’s Banquet, Radar… En Estados Unidos la principal fue Sire, que descubrió a Madonna, Ramones o Talking Heads. Pensad en Stiff, que nació con solo cuatrocientas libras y el entusiasmo de dos mánager. Sus elepés tenían a veces una cara grabada en estudio y la otra en vivo, lanzaron mini-singles de cinco pulgadas, lo normal era que tuvieran siete, y singles de veinticinco centímetros a setenta y ocho revoluciones por minuto en lugar de las cuarenta y cinco habituales en los singles y EP o las treinta y tres de los elepés. Editaron discos verdes, amarillos, rojos… Cuando ya estaban asentados, cambiaban dos discos viejos por uno nuevo. Las portadas eran muy llamativas y, en un disco de Ian Dury, presentaron una novedad con cincuenta y dos portadas distintas para los coleccionistas.

Recuperaron las giras conjuntas, formando un «paquete artístico» en que presentaban a todas sus estrellas y el costo se reducía. En unos meses, Stiff había lanzado a artistas de la talla de Ian Dury, Elvis Costello, Madness y Devo. Sin embargo, cuando aparecía un artista vendedor, la multinacional de turno lo fichaba por una pasta gansa. Visto lo cual estamos a finales de 1976 y surge la música punk.

—Lo poco que he oído nunca me ha gustado —reveló Juanjo—. Es como si ninguno supiera tocar de verdad.

—Algo de eso hay, y ése fue su encanto. El punk fue un puñetazo en la mesa… y en los higadillos de muchos. En Inglaterra había tres millones de parados. Muchos jóvenes estaban faltos de toda ilusión y esperanza. Muchos cogieron guitarras, se aprendieron tres acordes, y con esto y mucho morro se lanzaron a por su particular revolución.

Funcionó, aunque solo fuese por un año y medio. El mismo lema fundacional del punk les impedía crecer: «No future», «No hay futuro». En unas semanas, King’s Road se llenó de chicos y chicas con camisetas rotas, peinados de colores, crestas puntiagudas, candados colgados del cuello, chinchetas por todas partes, ropa, labios u orejas, y cuchillas de afeitar o imperdibles como símbolo. Para los punkies, el rock se había convertido en algo muy grande y, sobre todo, sofisticado. Despreciaban el rock sinfónico y su parafernalia, pero también a los Stones y compañía.

—¿Qué significa
punk
? —preguntó Valeria.

—«Porquería», «basura», algo despreciable —dijo Lester—. En los sesenta se llamaba punk a lo que hacían los que no sabían tocar o a los que sonaban sucios. El primer grupo punk, diez años antes, fueron los Troggs, y en Estados Unidos los Stooges y Velvet Underground. El punk también defiende lo pequeño frente a lo grande, actuar en clubs pequeños y no en espacios mayores. Lo malo fue la violencia. No hubo concierto sin salivazos, peleas y mamporros bestias.

—Si era tan bestia, ¿con qué apoyos contó? —siguió Valeria.

—En un comienzo la industria le puso el veto, pero las pequeñas compañías se olieron el filón muy rápido. Canciones sencillas con letras vitriólicas. La primavera de 1977 marcó el apogeo y luego declinó muy rápido. Como la principal regla del punk era no tener reglas, la anarquía fue absoluta. Algunos incluso desenterraron los viejos símbolos nazis, una locura.

—Yo solo conozco a los Sex Pistols —dijo Juanjo.

—El primer grupo que hizo algo prepunk fue Eddie & The Hot Rocks, pero el primer disco fue el
New rose
de Damned en octubre de 1976. Un mes después debutaban los Sex Pistols con «Anarchy in the UK» y entraron en los
rankings
. Con The Clash y Strangles la cosa ya empezó a tener marchamo de movimiento sólido. Los clubs londinenses, el Marquee o el Roxy, abrieron sus puertas al fenómeno y la autopista se abrió: Boomtown Rats, Jam e incluso Elvis Costello. La historia de los Sex Pistols resume el punk.

Descubiertos por Lester McLaren, un empresario-productor-artista que tenía una tienda de ropa en King’s Road, les puso nombre e hizo que Johnny Rotten se convirtiera en su cantante. Lester hizo tanto ruido que la EMI los contrató pagando cuarenta mil libras, la cifra más alta por un grupo desconocido en Inglaterra. Y llegó el primer escándalo.

Fueron a un programa de televisión y en un minuto y medio, antes de que los cortaran, soltaron más tacos que en toda la historia de la BBC. EMI les dio cincuenta mil libras más para romper el contrato. Por lo visto en ese programa esperaban a Queen, no pudo ir, y un iluso pensó en cubrir su hueco con el nuevo lanzamiento de la compañía. Craso error. La siguiente discográfica que se atrevió, porque de la noche a la mañana ya eran famosísimos, fue A amp;M. En marzo de 1977 firmaron el contrato delante de Buckingham Palace ya que el primer single sería «God save the Queen». Todos los artistas de la compañía amenazaron con rescindir los suyos y poco después el grupo le dio una paliza a un disc-jockey por negarse a pinchar su disco. Otras setenta y cinco mil libras de indemnización y libres. Por fin apareció Virgin y supo canalizar toda aquella energía. «God save the Queen» vendió un cuarto de millón de copias. Entonces entró en el grupo Sid Vicious, Sid el Vicioso, personaje clave junto a Johnny Rotten, Juan el Podrido. Cuando editaron su elepé
Never mind the bollocks, here’s the Sex Pistols
, «Nos importa unos cojones, aquí están los Sex Pistols», literal, hubo otro gran lío. Muchas tiendas se negaron a venderlo, hubo que empaquetarlo en una funda para que no se leyera el título, y la policía se molestó en ir a las que no usaban la funda para tapar la palabra
bollocks
con tiras negras. Si no lo permitían, se los multaba por obscenos. Tras un sinfín de peleas, se separaron. Johnny creó entonces el grupo Public Image Ltd. y a Sid le acusaron de matar a su novia Nancy Spungen. Salió en libertad provisional y murió de una sobredosis el 2 de febrero de 1979.

—Pues menuda leyenda —suspiró Valeria.

—Luces y sombras del rock. —Lester se encogió de hombros—. Para los chicos de su tiempo fue un héroe roto; para otros, un estúpido que caminó por el filo de la navaja autodestructivamente. El punk se fue al garete y los más listos sobrevivieron, como The Clash. De Boomtown Rats emergió su líder, Bob Geldof, tanto cantante como actor.

Protagonizó la versión cinematográfica de
The wall
de Pink Floyd, y como promotor en 1985 organizó el famoso Live Aid, el mayor concierto benéfico montado hasta esa fecha.

Jam tenía otro líder fuerte, Paul Weller. Elvis Costello se convirtió en todo un personaje, cantante, autor, músico, productor… Unos que se aprovecharon del punk sin serlo fueron los Police. Se metieron allí, con Sting de estrella, y acabaron siendo una de las pocas grandes bandas de finales de los setenta y comienzos de los ochenta con su reggae blanco. Hasta hubo chicas. Unas se llamaron The Slits, Las Rajas.

Valeria soltó una carcajada que no pudo reprimir.

—¿Y en Estados Unidos? —Juanjo siguió el hilo de las explicaciones.

—Se le llamó punk pero… creo que estaba a años luz del británico. No fue tan colorido, ni tan efímero, ni tan cañero… Se canalizó a través de pequeños clubs neoyorquinos. Iggy Pop ya cantaba con el rostro pintado de blanco y escupía a la concurrencia en los años sesenta, la Velvet no podía sonar más sucia y su música resultaba inclasificable para la época. Lou Reed fue uno de los padrinos del punk inglés.

En Estados Unidos también hubo pequeñas compañías que buscaron lo que las
majors
no veían. New York Dolls habían sido un referente, pero económicamente desastroso.

Pero aparecieron los Ramones y la cosa dio un giro de ciento ochenta grados. Luego Blondie con Debbie Harry al frente, Television con Tom Verlaine. En Estados Unidos la cosa tardó en arrancar, pero se benefició de un submundo que incluía fanzines, música de garage, locales donde tocar cada noche… Hubo muchos cantantes y grupos en esa onda, pero sobre todo Blondie y Talking Heads. La reina punkie fue Patti Smith, poderosa poetisa y cantante, equiparada a Dylan en su momento, y personaje clave de la música norteamericana. Con los años, la rama punk estadounidense nos lleva directa al grunge de comienzos de los noventa.

—¿No dijiste que 1977 fue otro año crítico?

—Sí, hubo una segunda crisis del petróleo, y en 1979 la tercera, y de nuevo fuerte, por el tema energético. —Lester puso cara de fastidio—. Para redondear, ese año murieron dos personajes: Elvis Presley y Peter C. Goldmark.

—¿Quién era ése? —Juanjo se extrañó.

—Pues nada menos que el hombre que inventó el elepé, el
long play
, el soporte clave de los discos hasta la irrupción del CD. Peter era un húngaro emigrado a Estados Unidos que en 1936 había empezado a trabajar en la CBS. Cansado de que los discos de setenta y ocho revoluciones por minuto estropearan los programas, que entonces se hacían en vivo, con sus saltos o sus ruidos, creó un disco a menos velocidad: treinta y tres revoluciones por minuto. Con esto terminamos prácticamente…

—Espera. —Juanjo se puso en pie—. Voy al lavabo y vuelvo.

Lester y Valeria se quedaron solos.

Capítulo 53

Cómo vas con tus estudios de violín? —Lester aprovechó la circunstancia.

—Bien.

—¿Solo bien?

—Desde que conocí a Juanjo he descubierto muchas otras cosas, y creo que me están ayudando.

—Juanjo es un buen chico.

—Ya lo sé.

—Pero tú eres mejor, no lo olvides.

—¿Por qué?

—Los rockeros estamos un poco enfermos. Tenemos «eso» en la sangre.

—Es una fiebre hermosa. Yo me sentía insegura y limitada, pero desde que toqué con Juanjo, Cristian y Amalia…

—Ellos ya no están. Solo quedáis él y tú.

—Lo sé, pero supongo que formará otro grupo… Es muy bueno, Lester. Buenísimo.

En el conservatorio lo mismo. A mí me ha dado mucha seguridad verle, tocar con él. Me ha abierto la mente.

—Formáis una buena pareja.

Valeria se puso de nuevo roja.

No hizo ningún comentario más. Juanjo ya regresaba a toda prisa del cuarto de baño.

Ocupó su lugar y aguardó a que el rockero iniciara una vez más sus explicaciones históricas. Ni siquiera se dio cuenta de que por allí flotaba un ángel.

—Llegamos al cambio de década, finales de los setenta y comienzos de los ochenta.

Un tiempo de fragmentaciones. Si diez años antes la búsqueda y el crecimiento iban de la mano, en este momento hay un sinfín de bloques musicales unidos entre sí por diferentes caminos, desde lo comercial al buen gusto por el rock, desde la experimentación derivada de las convulsiones poscrisis a las nuevas fronteras tecnológicas, siempre a la vanguardia en lo musical. Vemos como combinan el disco sound, la new wave, el pub rock, el power pop, el tecno pop, la cool wave, el heavy metal, el ska o el synthetizer sound.

—Me interesa todo ese fenómeno de las discotecas —saltó Valeria, decidida.

—La Disco Sound Explosion —asintió Lester—. En los sesenta fue la música soul; en los setenta, los
llenapistas
, y a finales de la década, la cosa ya era un desborde completo.

Other books

Until the Dawn by Elizabeth Camden
Astro-Knights Island by Tracey West
Charlie’s Apprentice by Brian Freemantle
Polly's War by Freda Lightfoot
Sins of the Demon by Diana Rowland