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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

Secreto de hermanas (21 page)

BOOK: Secreto de hermanas
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—¡Hola, guapa! ¡Invítame a un cacahuete! —graznó la cacatúa inclinando la cabeza en mi dirección.

Me volví, pero no lo bastante rápido como para no cruzar la mirada con su dueño. Me la mantuvo, pero no sonrió.

—Es un pájaro precioso —comenté, con la vergüenza agudizándome la voz.

Él no contestó. Estaba convencida de que había pensado que yo lo estaba contemplando a causa de su pierna. Miré el reloj y simulé que me acababa de dar cuenta de que era muy tarde y de que tenía que ir a otro lugar. Aunque él prosiguió inspeccionando su cámara, sentí como clavaba la mirada en mí cuando cogí el bolso y la chaqueta. Me temblaban las manos mientras rebuscaba el dinero para pagarle al camarero.

—¡Ese pobre hombre! —me susurró otra clienta cuando me acerqué a la puerta—. No creo que te haya oído.

Asentí, pero estaba segura de que aquella mujer había interpretado mal la reacción del hombre. Claro que me había oído. En el momento en que cruzamos la mirada, se había estremecido. Y en su expresión torturada había visto reflejado lo mismo que yo sentía. Éramos almas gemelas: dos personas que trataban de esquivar la desesperación.

Fui a ver a Klára al día siguiente y me alegré de no encontrarla en la cama, sino esperándome en la sala de visitas. Llevaba puesto un vestido en lugar del camisón del hospital. Las enfermeras le habían cortado el pelo para arreglárselo con mayor facilidad, pero ella había suavizado la seriedad del corte peinándose hacia un lado y colocándose una horquilla plateada.

—Me alegro de verte —la saludé.

La cogí de la mano y admiré la labor de bordado en la que había estado trabajando mientras me esperaba.

Klára sonrió y me complació ver que el color había regresado a sus labios y mejillas.

—Esperaba encontrarlas aquí a las dos —dijo el doctor Page, entrando a grandes zancadas por la puerta. Llevaba bajo el brazo un paquete envuelto en papel marrón—. Hoy he encontrado este tesoro —anunció, sentándose a mi lado y colocando el paquete en la mesa frente a Klára—. Pero tengo que marcharme directamente desde aquí a una conferencia y necesito que alguien me lo cuide hasta mañana por la noche.

El doctor Page le indicó a Klára que lo abriera. Ella desató el cordel y abrió el papel para revelar una figurilla china. Esta era de un hombre barbudo con un pincel de caligrafía en la mano. Las manos y los pies tenían el color carne del barro con el que la figurilla había sido modelada. No era una escultura especialmente artística ni bien modelada, pero algo en sus cejas arqueadas hizo que me echara a reír. O quizá era el tono irónico que empleaba el doctor Page para referirse a ella, como si nos estuviera confiando una antigüedad de la dinastía Tang.

—¿Qué tipo de figurilla es esta? —le pregunté.

—Un hombre de barro —contestó el doctor Page—. Los chinos las utilizan en sus decorados con bonsáis.

—¿Las colecciona usted? —le preguntó Klára.

—¡Oh, sí! —contestó el doctor Page poniendo los ojos en blanco con tono de fingida seriedad—. Este es mi hombre de barro número doscientos. Cada uno de ellos es único.

El rostro de Klára se iluminó divertido.

—Lo protegeremos con nuestras vidas —prometió.

La enfermera del pabellón pasó con el carrito de las medicinas y le dedicó al doctor Page una mirada de admiración. Podía comprender su atracción. No era un hombre típicamente guapo, pero con su bata blanca reluciente, su piel suave y su pelo castaño rojizo, resultaba muy apuesto.

—Bueno, será mejor que me vaya —anunció, levantándose de su asiento.

Le deseé buena suerte para su conferencia. Cuando se hubo marchado, Klára me entregó la figurilla.

—Es mejor que te la lleves tú —me dijo—. Si la coloco en mi mesilla, la enfermera del turno de noche la romperá. Rompe como mínimo un vaso en cada turno y después corretea por todas partes con un cepillo y un recogedor montando un escándalo terrible.

Al día siguiente regresé con la figurilla. También me llevé mi cámara.

—¿Puedo tomarle unas fotos a mi hermana en el jardín? —le pregunté a la enfermera de admisiones.

Era ella la que nos había dicho que solamente podíamos visitar a Klára una vez por semana y adiviné, por el modo en el que frunció los labios, que no le complacía que el doctor Page hubiera sido indulgente conmigo.

—Espero que sepa que su solicitud de venir todos los días le ha valido al doctor Page una reprimenda por parte del superintendente —me dijo.

¿Así que la visita semanal era una política de la clínica? Podría haberle contestado que yo no había solicitado venir todos los días, era el propio doctor Page el que lo había sugerido. Pero pensé que era mejor adoptar un aire compungido. La enfermera colocó de un golpe el libro de firmas sobre su mesa. Lo tomé como muestra de que me había dado su permiso para salir con mi hermana.

—Que no sean más de diez minutos —me advirtió.

Tomé fotos de Klára en la rosaleda. El tiempo era soleado y las rosas estaban en plena floración.

—Hagamos alguna foto de la figurilla del doctor Page —propuso Klára, colocando el hombre de barro entre los helechos y las rocas.

Me alegraba ver que volvía a tomarse interés por la vida.

—Espero que la fotografía anime al doctor Page —comentó, aproximando la cara por detrás de la figurilla, para que a través de la lente de la cámara pareciera que el hombrecillo iba a ser devorado por un gigante.

—¿Por qué necesita animarse?

El rostro de Klára se ensombreció.

—Las enfermeras hablan sobre él —me dijo—. Dicen que está locamente enamorado de su prometida, pero que ella no hace más que retrasar la fecha de la boda.

—Klára, eso es un chismorreo —la reprendí—. No te dediques a chismorrear.

La enfermera de admisiones abrió la ventana y nos gritó que había pasado media hora en lugar de diez minutos y que la hora de visita ya había llegado a su fin.

—Traeré las fotografías pronto —le dije a Klára mientras nos apresurábamos a volver a la clínica.

De camino a casa me sorprendí pensando en el doctor Page. ¿Así que tenía prometida? Había regañado a Klára por chismorrear sobre su médico, pero lo cierto es que yo también sentía curiosidad por él. No tenía mucha experiencia con los hombres, aparte de un muchacho al que había admirado durante una reunión social en Praga, pero no podía imaginarme manteniendo al doctor Page en vilo. Pensé que su prometida debía de ser muy hermosa y estar muy segura de sí misma.

Cuando llegué unos días más tarde a visitar a Klára, la encontré sonriendo de oreja a oreja.

—Le he enseñado al doctor Page las fotografías de su hombre de barro y se ha reído tanto que he pensado que no podría parar —me contó—. Y me ha preguntado por ti.

Le coloqué en el regazo el ramo de margaritas que había recogido para ella.

—¿Y qué le has dicho? —inquirí.

—La verdad —me dijo sonriendo—. Que eres maravillosa y muy inteligente, pero muy tímida también.

Me intrigaba saber si el doctor Page habría estado preguntándole a Klára por mí como parte de su análisis.

—¿Y qué es lo que te contestó?

—Se rio aún más fuerte —respondió Klára—. No sé por qué.

Pensé en el modo en el que había irrumpido en el pabellón masculino unas semanas antes, exigiendo saber por qué el doctor Page, y no un médico titular, estaba tratando a mi hermana. No me extrañaba que hubiera pensado que era muy gracioso que Klára me describiera como una persona tímida.

Cuando podía, Ranjana cambiaba sus turnos para venir a ver a Klára conmigo mientras Esther cuidaba de Thomas. Tío Ota acudía en sus días libres. Era él quien estaba conmigo cuando volví a ver al doctor Page. Aquel era nuestro primer encuentro desde que le había dado a Klára el hombre de barro para que se lo cuidara. Se puso en pie para saludarnos y nos preguntó qué tal estábamos, pero no se estaba comportando como de costumbre. Tenía unos círculos oscuros bajo los ojos y el color rosáceo de sus mejillas se había desvaído. Cuando su mirada se encontró con la mía, la apartó rápidamente.

—Tendrán que disculparme —nos dijo—. Será mejor que empiece con las rondas de la tarde.

—Es un joven muy agradable —comentó tío Ota mientras contemplaba al doctor Page avanzando hacia los escalones de entrada de la clínica.

A Klára se le heló la sonrisa en los labios.

—Se encuentra mal —nos explicó—. Ayer, dos celadores y él llevaron a unos pacientes que pronto iban a recibir el alta a un paseo en barco para celebrar su recuperación. Estaba resultando una excursión muy agradable hasta el viaje de vuelta. Una joven saltó del barco y se ahogó.

Me estremecí. Si el doctor Page había perdido a una paciente, estaría muy disgustado.

—Debe de sentirse desolado —dije yo.

Me sentía muy satisfecha por los progresos de mi hermana gracias a los cuidados del doctor Page, pero todavía no había concertado la cita con él que le había prometido. No tenía el valor de contarle —ni a él ni a ninguna otra persona— lo que nos había pasado. Pero aquel trágico incidente con su paciente lo impulsó a buscarme él a mí. Nos sentamos de nuevo en su despacho.

—Señorita Rose, tengo la esperanza de darle el alta a su hermana muy pronto. Tengo entendido que cumple trece años el 29 de septiembre, ¿no es cierto? Me gustaría enviarla a casa el día de su cumpleaños.

Me dio un brinco el corazón al escuchar aquellas noticias. ¿Klára iba a volver a casa? Apenas podía creérmelo.

El doctor Page me dedicó una mirada seria.

—Sin embargo, antes de darle el alta, quiero asegurarme de que he tratado la verdadera naturaleza de su trauma. Pensaba que la paciente que perdí esta semana estaba curada. No dejaré que eso suceda con su hermana.

Aquella afirmación me hizo comprender la gravedad del asunto. Sentí un nudo en el estómago.

—La paciente que falleció fue ingresada porque supuestamente tenía fobia a las arañas —continuó—. Es un miedo bastante sencillo de tratar, y consulté con médicos aquí y con un especialista en Inglaterra. Tras unas semanas, la paciente mostró una mejoría notable. Incluso logré llevarla de paseo por el jardín y animarla a que se aproximara a las telarañas sin que mostrara ningún signo de miedo. De lo que no me di cuenta fue de que lo que ella temía no era a las arañas, sino al mundo exterior. Aquí vivía en un capullo, segura y tranquila. No podía ni imaginarse regresando a ese espantoso mundo de ahí fuera.

Me presioné el rostro con las manos. Siempre había pensado que al venir a Australia, lograría dejar mi vida de Praga a un lado. Había supuesto que Klára y yo viviríamos en otra dimensión hasta que ella cumpliera veintiún años. Echaba terriblemente de menos a tía Josephine y a Frip, pero no podía permitirme dar rienda suelta a aquellos sentimientos. Aunque nunca olvidaría a madre, me obligaba prácticamente a hacer caso omiso al hecho de que la hubieran asesinado. Era casi como si esperara que ella nos estuviera aguardando cuando Klára y yo regresáramos. Pero las cosas no habían sucedido tal y como yo había planeado. Klára se había puesto enferma y daba la sensación de que si yo no cooperaba con el doctor Page, no se recuperaría.

Tragué saliva.

—Doctor Page, nuestra madre fue asesinada por nuestro padrastro. Esa es la razón por la que Klára y yo vinimos a Australia.

Fuera lo que fuese lo que el doctor Page había esperado escuchar, no estaba preparado para algo tan dramático.

—Ya veo —comentó frunciendo el ceño—. Por favor, cuénteme qué es lo que sucedió.

Me llevó unos minutos reunir fuerzas, pero una vez que comencé a hablar, no pude detenerme. Le conté al doctor Page lo sucedido con Milos y el asesino a sueldo. Incluso le confié la historia de tía Emilie, y el mero pensamiento de que Klára pudiera autoinfligirse algún daño hizo que me atragantara por las lágrimas.

—Klára nunca me ha contado nada de esto —comentó el doctor Page—. Pensaba que sencillamente lo que le sucedía es que era una perfeccionista. Los artistas y la gente con mucha sensibilidad a menudo traspasan los límites tratando de alcanzar la perfección.

Sentí que las lágrimas se me acumulaban en los ojos.

—Doctor Page, ¿piensa usted que se pondrá mejor?

—No creo que su hermana esté loca —me respondió—. La situación que usted ha descrito pondría los nervios de punta a cualquiera. Durante la guerra traté a hombres fuertes que volvían del campo de batalla hechos pedazos. Pero según lo que me ha contado, lo que me sorprende es que usted no haya caído enferma también. Lo único que desearía es que su hermana me hubiera confiado todo esto por sí misma. Podría haberla ayudado mucho antes.

Nunca había oído a un médico hablar con tanta deferencia. No me imaginaba al doctor Soucek ni a ningún otro expresando su compasión por nosotras, incluso aunque la sintiera. Los médicos te decían lo que tenías que hacer y tú lo hacías. Comprendí que me había construido una cáscara a mi alrededor y que el doctor Page estaba fracturándola, suave pero concienzudamente.

Me apliqué un pañuelo a la cara, tratando de controlar las lágrimas que me corrían por las mejillas.

—No podíamos —le respondí—. Teníamos miedo. No podíamos confiar en nadie.

El doctor Page se echó hacia atrás en su asiento, perdido en sus pensamientos durante unos instantes.

—¿No existe ninguna posibilidad de que el asesino de su madre sea castigado por la justicia? —me preguntó.

Mi pañuelo estaba tan húmedo que ya no me servía. El doctor Page se metió la mano en el bolsillo y me dio el suyo. Le expliqué cuáles eran las dificultades del asunto y la falta de pruebas.

—Me alegro de que me haya contado todo esto —me aseguró—. Yo perdí a mi madre en un incendio cuando tenía diez años. Es una carga terrible para tener que soportarla uno solo. Siento mucho lo que les ha sucedido a Klára y a usted.

Me sentía demasiado conmovida como para hablar. Miré fijamente el pañuelo de lino irlandés que tenía entre las manos y me pregunté si se lo habría regalado su prometida. Si aquella mujer no valoraba al doctor Page, tenía que ser estúpida. Él era muy amable, y después de todo lo que Klára y yo habíamos padecido, esa era una de las cosas que más apreciábamos en la gente.

NUEVE

Aunque Broughton Hall no era una clínica cara o especialmente exclusiva, el tratamiento de Klára había agotado todos nuestros ahorros. Mi hermana estaba ilusionada por empezar en la Escuela Superior del Conservatorio con el comienzo del nuevo año. ¿Cómo podía decirle que ya no teníamos dinero para inscribirla?

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