Saga Vanir - El libro de Jade (41 page)

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¿eh?

Vaa

Aileen la miró de reojo y levantó una ceja inquisitiva.

Len

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—Agárrate, princesa —murmuró Caleb con una sonrisa traviesa.

En un abrir y cerrar de ojos se colocaron en posición horizontal. Aileen gritó y le clavó las uñas en el pecho.

A Caleb casi se le saltan las lágrimas. Tenía todavía las heridas del pecho abiertas desde la lucha entre los berserker y vanirios. Tenía que beber de ella para que cicatrizara todo su cuerpo o pronto moriría. Le estaba costando mantenerse en el aire.

—¿Estás asustada, niña?

—No.

—Estás tensa.

—¿Qué esperabas? Estoy volando, y además no me gusta esta posición. Por supuesto que estoy
tensa. ¿Nunca se os ha cagado una paloma encima?

Caleb se echó a reír abiertamente. Le gustaba su sentido del humor. La apretó más contra él y la cambió de posición. Él abajo y ella arriba.

—No seas presumido, Caleb —dijo Daanna irritada.

Aileen asombrada, le sonrió con la misma irritación. Pero le había encantado su risa.

—Creído —musitó ella.

Caleb respondió con otra sonrisa deslumbrante y con el ego hinchado. Armándose de valor recogió el pelo de Aileen y se lo enrolló entero en una mano. Lo mantuvo agarrado, como si su mano fuese una goma de sujetar coletas.

—Así, tu precioso pelo no se enredará —le explicó. —Y tú podrás agarrarte mejor a mí. Ella tembló y se agarró a las solapas de su chaqueta, apoyando la cara en su pecho de granito. No iba a llevarle la contraria en esas condiciones. —Lo que tú digas, pero no me sueltes. —Vamos allá, preciosa.

Adquiriendo la velocidad del viento, surcaron los cielos ingleses. Cielos fríos, con restos de olores de la urbe, pero abiertos y a la vez infinitos para ellos tres. En diez minutos se plantaron de nuevo en Londres, en una de las calles más caras de esa ciudad. Kensington Palace Gardens. Un gran ejército de árboles decoraba la calle, que por cierto no era totalmente llana, sino que estaba ligeramente inclinada. Cuando aterrizaron, Aileen tardó unos segundos en soltarse de las solapas de Caleb.

—Ha sido... increíble —reconoció tirando de su pelo para que Caleb soltase su melena.

—Sí —le dijo él con los ojos brillantes. Le peinó el pelo con los dedos en un gesto íntimo y territorial y lo dejó libre.

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Aileen se aclaró la garganta, apartándose de él, intentando disimular sin éxito las mejillas
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sonrosadas. Se recogió la melena en un moño mal hecho.

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—¿Qué hacemos aquí? —miró las extraordinarias mansiones que poblaban la avenida. —

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¿Quién vive aquí? ¿El presidente?

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Caleb y Daanna, se miraron y sonrieron.

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—El rey de Arabia Saudita, Abdallah. El rey mundial del acero, el propietario de la más poderosa
in

inmobiliaria de Inglaterra, el sultán de Brunei, etc... —Enumeró Caleb como quien se cuenta los
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pelos de la nariz—.

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—Muertos de hambre, por lo visto —comentó Aileen con cinismo.

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—Todos muy, muy, muy millonarios.

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—Bueno... ¿Y qué hacemos aquí? —volvió a preguntar Aileen frunciendo el ceño. —Creí que
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íbamos a hacer guardias.

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—Tu padre, dejó una casa aquí —respondió Daanna.

—¿Cómo dices? —se echó la melena hacia atrás y la miró con las cejas levantadas y los ojos lilas abiertos.

—Tu padre era muy rico.

—Todos los vanirios somos bastante ricos —explicó Caleb con una amplia sonrisa. —Thor tenía empresas de construcción. Vendió sus acciones y se enriqueció. Además, tiene una gran cantidad de terrenos a su nombre y un montón de propiedades valoradas en millones de euros, aparte de importantes sumas de dinero invertidas en borsa y demás... En fin, ésta es una de sus casas. Señaló una impresionante mansión de estilo Victoriano, cercana al siglo dieciséis. Era un palacio portentoso, uno de esos que deja a todo el mundo que lo ve asombrado y con ganas de casarse con el heredero.

Aileen estaba pasmada. Ni siquiera la casa de su abuelo era así y eso que él tenía mucho dinero. Por fuera, se vislumbraban varias alas en la misma casa. Maderas de calidad, algunas decorativas y otras que realmente formaban parte de la estructura, daban a entender que era una mansión de estilo Tudor moderna. Toda la fachada estaba recubierta de mimosas que ascendían por la pared blanca y perfectamente mantenida, aunque éstas no llegaban arriba del todo, con lo que muchas de las ventanas de madera oscura de la segunda y de la tercera planta podían mostrar su cuerpo perfecto.

Caminaron hacia ella.

Caleb sacó las llaves y abrió la puerta.

—El palacio tiene quinientos metros construidos —señaló abriéndole la puerta. —Todas las salas y habitaciones tienen chimenea propia y baño con hidromasaje. El suelo está recubierto todo de parquet de cerezo oscuro. Consta de tres plantas.

Aileen abrió la boca en señal de pasmo. En la entrada, alumbrado por varios focos había un Monet.

—A tu padre le gustaba el arte —Caleb cerró la puerta.

—¿Cómo puede ser mío esto? —preguntó más para sí misma.

—Lo es. Hoy al mediodía he hablado con el notario. No ha tenido ningún problema en poner todos los bienes y propiedades de Thor a tu nombre.

—¿El notario?

—Inis. Del consejo de...

—Ya recuerdo quién es. La pareja de Ione, ¿verdad? —Aha.

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—¿Así que no ha tenido ningún problema, eh? —repitió ella.

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Ja

—No te preocupes por nada, Aileen —le dijo él. —Todo te pertenece, todo es tuyo por derecho
de

ilegítimo. Disfrútalo.

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—¿De qué patrimonio estamos hablando? —pasó la mano por la pared que tenía a mano
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derecha de la que caía agua en forma de cascada y se colaba por una ranura situada en el suelo.

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Frotó los dedos mojados.

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—Tienes dos áticos de lujo en Mayfair, dos castillos en Escocia, una isla de siete mil metros en
Va

Ibiza con una mansión de unos dos mil metros construidos, cinco coches de colección Aston
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Martin, un yate, dos jets privados, un helicóptero, un hotel de cuatro estrellas en... Ah, y lo que
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sea que haya tenido en los Balcanes, ya lo investigaremos.

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—Espera, espera... —Aileen seguía a Caleb mientras este le enseñaba con gustosa diversión
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como era su nueva casa. —Vale, ya entiendo. Mi padre era asquerosamente rico. Pero... —se
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detuvo a media frase. Su olfato le decía que allí olía a algo distinto de lo que le había rodeado en los últimos días. Humanos.

—Buenas noches señorita Aileen —dijo una voz de mujer a mano derecha. La mujer tenía un deje suramericano inconfundible, la piel ligeramente aceitunada, el pelo negro recogido con unos pasadores y los dientes muy blancos. No tendría más de 45 años.

—¿Quién es usted?

—Soy María, era el ama de llaves del señor Thor.

Tu padre tenía servicio en todos sitios. El pasaba mucho tiempo afuera, así que alguien tenía
que mantenerles las casas. Dio trabajo a gente humilde y muy necesitada, y un techo en el que vivir
y se sintieran como en su propio hogar. El me decía, que a veces era él quién se sentía un inquilino
cuando pasaba temporadas en sus propiedades.

Aileen movía la cabeza asintiendo seriamente concentrada en la voz de Caleb.

—Hola María —dijo ella ofreciéndole la mano con una amplia sonrisa de afecto.

—Ay señorita, es usted preciosa. Su padre era un hombre muy guapo y usted ha sacado muchos rasgos de él.

¿Saben ella lo que somos?

No exactamente.

¿No exactamente?

—¿Tiene usted la misma afección que tenía su papá? —le preguntó pasándole la mano por el hombro en un gesto maternal.

—¿Afección?

Rechazo al sol.

—Ay señorita, su papá tenía una gran alergia a la luz solar. Fotodermatitis, le llaman. Y fíjese que aquí en Inglaterra no hace mucho sol, pero recuerdo que una vez, por error —aclaró

levantando las cejas, —dejamos el ala norte con las ventanas abiertas y subidas hasta arriba para que se ventilara la casa y su papá se quemó y le salieron ampollas por todos sitios... Dios mío, esa mujer era una taladradora. Pero cariñosa y muy amable, así que Aileen sonrió y se dejó guiar por María.

La llevó a un salón exquisitamente decorado con estilo Art Deco, minimalista y muy cálido. Con colores vivos y con carácter.

Una mesa de cristal, con columnas negras de mármol como soporte, se erigía en un extremo
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del salón. Chimenea, amplios sofás de piel y cuadros de firma amueblaban el lugar. Al lado de la
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mesa, unas extensas cristaleras daban a su propio jardín de propiedad. En el jardín había una
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fuente con un Buda enorme de piedra en el centro y varias flores de loto flotantes. A lo lejos se
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veía una pequeña capilla blanca y roja, con cojines tirados en el suelo en su interior.
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—Siéntese señorita. Está hecha un palo, tiene que comer para que el hombre tenga donde

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coger ¿eh? —se giró y miró a Caleb guiñándole un ojo pícaramente.
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¿Había hecho realmente eso María? Aileen hizo como si no hubiera escuchado nada.
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—Descuida María —contestó Caleb con una sonrisa lobuna que ya conocía Aileen, —Aileen está

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perfecta como está. Prieta, esbelta y todo en su sitio —dijo con voz ronca.
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—Ya basta —Aileen frunció los labios, irritada y miró a Daanna que seguía los comentarios muy
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entretenida.

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—A mí no me mires —dijo ella levantando las manos. —Si él lo dice, será verdad.
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Por favor... ¿dónde demonios se había metido? ¿Quién era el más loco de todos?

—Eileen...

Aileen se paralizó. Creía haber oído la voz de Ruth, pero no podía ser. Empezaba a desequilibrarse. Seguro.

—Oye, Eileen...

Ésta vez estaba segura de que la había oído de verdad. Miró hacia las escaleras que tenía enfrente y entonces la vio.

Ruth estaba allí. Con su pelo caoba y rizado ondeando tras sus pasos. Sus ojos almendrados y del color del ámbar y llenos de pestañas gruesas y largas mirándola con adoración. Una sonrisa de oreja a oreja que levantaba sus pómulos y le hacía aparecer un hoyuelo en la mejilla. Vestía un albornoz de hombre que le iba muy holgado de color blanco y unas zapatillas de toalla del mismo color.

Tras ella, Gabriel también vestía otro albornoz azul que hacía resaltar su cabellera rubia y lisa. Sus ojos negros la miraban a ella y a Caleb alternativamente, pero cuando la miraban a ella se le iluminaban de cariño.

—¿Qué es esto? —susurró Aileen con los ojos llenos de lágrimas.
Aileen, ayer por la noche los mandé a buscar. Encontré en tu mente que iban a pasar el verano
contigo en Londres. Contacté con ellos, me hice pasar por uno de los trabajadores de Mikhail. Les
dije exactamente lo que inculcamos en la memoria del servicio de la casa de Barcelona, que habías
tenido que volar urgentemente por negocios. Te sabes sus teléfonos de memoria, no me fue difícil
contactarme con ellos. Les dije que tú les preparabas los vuelos y que los pasabas a buscar para
traerlos aquí. Pensé que te haría ilusión tenerlos contigo.
Aileen no sabía qué decirle. Lo miraba fijamente, sin parpadear. Los ojos inundados de lágrimas de emoción, de agradecimiento, de alegría, de ilusión... y también de preocupación. No tuvo tiempo para pensar en nada más. Ruth se le echó encima, rodeándola con sus brazos, abrazándola con fuerza y llenándole la cara de besos.

Aileen se sentía ridícula riendo y llorando a la vez, abrazándola con el mismo ímpetu y acariciándole la cara.

Gabriel las abrazó a las dos y llenó de besos a Aileen.

Caleb frunció el ceño, mientras se apoyaba en la pared y cruzaba los brazos. Ese Gabriel se tomaba muchas libertades con Aileen.

—Te... tenía unas ganas locas de veros... —dijo entre lágrimas.
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—¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho algo el cerdo de tu padre? —preguntó Ruth preocupada
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secándole las lágrimas con la mano.

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—Dímelo y me lo cargo, Eileen —aseguró Gabriel acariciándole el pelo. —¿Te ha obligado a
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trabajar con él, verdad? ¿No te permite que hagas lo del proyecto de pedagogía?

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Caleb los observaba a los tres. Eran como hermanos. Se querían, se preocupaban con sinceridad

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el uno por el otro. El cariño que se procesaban era auténtico. Al menos, Aileen tenía amigos de
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verdad.

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—Sí... bueno, no...

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—Espera —la cortó Ruth. —Estás rara... ¿Qué te has hecho?

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Aileen frunció los labios esperando a que los colmillos, que la verdad es que eran bastante
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discretos en comparación con otros que había visto, no se le notaran.
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—Tus ojos... —la inspeccionó como un oftalmólogo. —Caramba... son lilas... ¿Y los azules?

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¿Dónde están, pequeña golfa?

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—Vaya, sí. Son lilas —afirmó Gabriel acercándose mucho a ella, pensó Caleb.
Aileen, di que es una alteración de las células de los ojos y que te ha cambiado la pigmentación.

—Fuimos al oftalmólogo —se apresuró a decir Aileen. —No tiene importancia. Es una alteración de la pigmentación del ojo, debido al estrés y...

—Tienes que alejarte del sádico de tu padre o caerás enferma, cariño — comentó Ruth haciendo negaciones con la cabeza. —A mí también me pone histérica ese hombre. ¿Cómo puede ser que seáis parientes?

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