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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (37 page)

BOOK: Recuerdos
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Una expresión abstraída se apoderó del rostro del doctor Chenko; empezó a teclear en su comuconsola, se detuvo, luego siguió tecleando con más fuerza. Las muestras de datos se abrieron y desplegaron. Miles lo contempló un rato, luego se levantó y se marchó de puntillas.

—Le llamaré mañana, milord —dijo el doctor Chenko rápidamente mientras la puerta se cerraba con un susurro.

Miles entró en el vestíbulo pavimentado de blanco y negro de la Residencia Vorkosigan y encontró a Illyan sentado en el banco tapizado situado al pie de las escaleras. Se había vestido, afeitado, peinado y llevaba un uniforme verde con todas sus insignias y condecoraciones. Miles pasó un instante de pánico pensando: uno, que Illyan se había confundido y creía que tenía una cita con el Emperador; dos, que Miles se había confundido e Illyan tenía en efecto una cita con el Emperador.

—¿Qué ocurre, Simon? —preguntó con fingida indiferencia.

—Ah, está usted aquí, Miles. ¿Adónde dijo que iba? Ah, a MilImp, eso era. Lo siento. Sí. Lady Alys me ha pedido que la acompañe a un concierto al que piensa asistir esta noche.

—¿Un concierto? No sabía que le interesaran los conciertos. ¿Dónde?

—En el Teatro de la Compañía de Vorbarr Sultana. No sé si me interesan los conciertos o no. En todas las ocasiones en que me encargué de la seguridad de ese edificio para Gregor, cuando él asistía, ni una vez tuve oportunidad de sentarme a contemplar el espectáculo. Tal vez ahora averigüe por qué toda esa gente guapa como su tía va allí.

—Para lucirse delante de los demás, supongo —dijo Miles—. Aunque probablemente ése no es el motivo por el que las entradas se venden con dos años de antelación. Se supone que la Compañía de Vorbarr Sultana es la mejor de Barrayar.

Un concierto, qué inesperado. La primera aparición en público de Illyan desde su colapso sin duda tendría un efecto interesante en los corrillos de la capital. Parecía tan avispado como siempre, cuando se preocupaba por interpretar a la perfección al oficial imperial; la cicatriz de la operación estaba casi curada, y con su escaso pelo peinado sobre el parche pelado, apenas se advertía a menos que supieras lo que estabas buscando. Ni siquiera se notaba que la nueva incertidumbre de sus ojos fuera distinta de la abstraída expresión reflexiva que solía tener cuando comprobaba su chip. Pero si había sido sabotaje, algún tipo de ataque… ¿querría alguien intentarlo de nuevo? Miles se imaginaba a un deprimido Illyan tentando a los asesinos, pero parecía injusto que fuera estando acompañado de la única tía que tenía.

—Esto… ¿qué medidas de seguridad va a tomar, Simon?

—Bueno, Miles… eso es problema de SegImp esta noche. Creo que se lo dejaré a ellos. —Una extraña sonrisa asomó a los labios de Illyan—. Ah. Aquí está.

El sonido del vehículo de tierra de Lady Alys llegaba desde el aparcamiento que daba a la puerta principal; el zumbido de la cápsula al levantarse, las pisadas del conductor, luego los rápidos pasos de Lady Alys. Miles abrió la puerta a su sonriente tía. Esta noche llevaba algo beige, con destellos apagados tintineando en los pliegues de la tela, muy Vor.

—Hola, Miles, querido. —Le dio una palmadita en el hombro al pasar; era mejor que el besito de rigor en la mejilla, supuso Miles. Al menos no le había dado la palmada en la cabeza—. Simon.

Illyan se levantó, e hizo una reverencia sobre su mano.

—Milady.

Bueno… lady Alys probablemente no le dejaría irse por ahí solo y perderse. Miles se retiró mientras ella se dirigía a su presa, que parecía bastante contenta de haber sido capturada. Illyan era un invitado, no un prisionero, por el amor de Dios.

—Um… tened cuidado —les dijo.

Illyan se despidió con un gesto, luego se volvió.

—Un momento. Había algo… lo he olvidado.

Alys esperó.

—¿Sí, Simon?

—Un mensaje para usted, Miles. Era importante. —Se frotó la sien con la mano derecha—. He puesto el disco en su comuconsola. ¿Qué era? Oh, sí. De su excelsa madre. Acaba de salir de Komarr, y estará aquí dentro de cinco días.

Miles consiguió que un «oh, mierda» no escapara de sus labios.

—¿Sí? Mi padre no viene con ella, ¿verdad?

—No lo creo.

—No, no viene —intervino Alys—. He recibido un mensaje de Cordelia esta misma tarde; los habrá enviado juntos. Me alegro de tener su ayuda para la ceremonia del compromiso… bueno, no ayuda exactamente, ya sabes lo indolente que llega a ser tu madre cuando se enfrenta a estos pequeños desafíos sociales. Pero su apoyo moral, al menos. Y tenemos muchas cosas que contarnos.

Illyan torció la boca.

—No parece muy contento, Miles.

—Oh, me alegraré de verla, supongo. Pero ya conoce la forma en que trata de calcular mi temperatura emocional, al estilo betano. La idea de toda la preocupación maternal que se me viene encima me da ganas de echar a correr.

—Mm —dijo Illyan, juicioso y compasivo.

—No seas niño, Miles —repuso firmemente su tía. Su conductor, con cara de póquer, alzó el techo del vehículo, e Illyan la ayudó a sentarse y a colocar el vestido dentro. Miles tuvo que admitir que con todos aquellos años observando atentamente a la clase Vor había aprendido bien los movimientos.

Y se marcharon dejando a Miles con la perspectiva de otra noche de deambular por la Residencia Vorkosigan hablando solo. ¿Por qué no llevaba a las damas a los conciertos? ¿Qué lo detenía? Bueno, el tema de sus ataques, claro. Y la crisis de Illyan, aún sin resolver. Pero ambas cosas parecían destinadas a terminar pronto, ¿y luego qué? No, santo Dios, más dobles citas con Ivan, no. Miles se estremeció al recordar algunos desastres históricos. Necesitaba algo nuevo. Aún estaba atascado en alguna especie de limbo, prisionero de sus antiguas costumbres. Era demasiado joven para jubilarse, maldición. Si al menos Quinn estuviera allí…

Esperaba que su tía Alys tuviera cuidado aquella noche. Illyan y él habían salido a dar un paseo una tarde, seguidos discretamente por el cabo Kosti, e Illyan se había perdido a dos manzanas de la Residencia Vorkosigan. Se habría sentido menos inquieto si Illyan y Lady Alys se hubieran quedado en casa a jugar de nuevo a las cartas: una forma de terapia cognitiva suave que el doctor Ruibal había aprobado.

Illyan y Lady Alys no regresaron hasta dos horas después de la medianoche, mucho después del final del concierto. Algo enfadado, Miles recibió a su invitado en la puerta.

Illyan pareció sorprenderse un poco.

—Hola, Miles. ¿Todavía despierto? —Tenía buen aspecto, aunque estaba un poco achispado, y olía notablemente a buen vino y perfume.

—¿Dónde han estado todo este tiempo? —exigió saber Miles.

—¿Cuándo?

—Desde que ha terminado el concierto.

—Oh, hemos dado un paseo. Cenamos tarde. Charlamos. Ya sabe.

—¿Charlaron?

—Bueno, Lady Alys charló. Yo escuchaba. Ha sido relajante.

—¿Jugaron a las cartas?

—Esta noche no. Váyase a la cama, Miles. Desde luego, yo voy a hacerlo.

Bostezando, Illyan se dirigió a su suite.

—¿Entonces le gustan los conciertos? —le preguntó Miles.

La voz de Illyan llegó flotando:

—¡Mucho!

Maldición, todos los demás nos estamos volviendo locos con esta historia del chip. ¿Por qué él no?
No. Era injusto echarle la culpa a Illyan por rendirse, bueno, por entrar en declive. Quizás el jefe de SegImp había llegado a la conclusión de que el fallo era natural, y lo estaba aceptando. O tal vez era más paciente y sutil que Miles a la hora de acechar a quien lo acechaba. Eso no sería extraño.

De todas formas, ¿por qué no iba Illyan a salir normalmente por la noche? Él no se caía y tenía convulsiones en público. Miles gruñó, y se fue a la cama, pero no a dormir; iba a ser una espera agotadora hasta que Chenko llamara desde MilImp.

El doctor Chenko se inclinó decidido hacia el receptor de su comuconsola, y habló.

—Esto es lo que hemos conseguido dilucidar hasta ahora, Lord Vorkosigan. Hemos descartado la posibilidad de una estrategia puramente médica, digamos la administración de drogas para refrenar su producción de neurotransmisores. Si sólo estuvieran implicados unos pocos productos químicos, sería posible, pero al parecer está usted produciendo docenas o incluso centenares… tal vez todos los que hay. No podemos suprimirlos todos y, en cualquier caso, aunque pudiéramos, sólo reduciríamos la frecuencia de los ataques, no los eliminaríamos. Y, de hecho, tras examinar con más detenimiento los datos, no creo que el problema sea tanto la producción como el mecanismo de liberación molecular de las reservas.

»Una segunda estrategia parece más prometedora. Pensamos microminiaturizar una versión de los estimuladores neurales que usamos en el laboratorio para provocar su ataque el otro día. Este aparato estaría instalado permanentemente bajo su cráneo, junto con sensores de realimentación que actuarían cuando sus reservas de neurotransmisores estuvieran peligrosamente sobrecargadas. Podría usted utilizar el estimulador para provocar voluntariamente un ataque en un tiempo y lugar determinados, y así, como si dijéramos, desactivarse mientras estuviera a salvo. Si lo hiciera de forma periódica, los ataques deberían ser más leves y también más cortos.

—¿Podría conducir? ¿Pilotar?

¿Mandar?

—Mm… si los niveles fueran adecuadamente controlados y mantenidos, no veo por qué no. Si funciona.

Tras una breve pugna interna
(¿contra quién?)
, Miles lo soltó.

—Me dieron licencia médica por esos ataques. ¿Podría… podría ser readmitido?

¿Podría volver al servicio?

—Sí, no llego a comprender… tendrían que haberle enviado a MilImp antes de licenciarlo. Mm. Bien. Si fuera usted un teniente aún en activo podría solicitar un puesto burocrático o usar sus influencias para conseguirlo. Ya que ha sido licenciado, usted… sin duda necesitará más influencias.

Chenko sonrió, renunciando prudentemente a subestimar el inventario de enchufes de Lord Vorkosigan.

—Trabajo burocrático. ¿Nada de servicio en naves, ni de mando de campo?

—¿Mando de campo? Creía que era usted un operario de asuntos galácticos de SegImp.

—Ah… digamos que no acabé en esa cámara criogénica como resultado de un accidente de entrenamiento.

Aunque sin duda fue una experiencia muy instructiva
.

—Mm. Bien, sin duda ése no es mi departamento. SegImp impone su propia ley. Su cuerpo médico tendría que decidir para qué es usted apto. En lo que respecta al resto del servicio, necesitaría unas circunstancias más que atenuantes para conseguir otra cosa que un trabajo burocrático.

Apuesto a que podría alegar algunas
. Pero el trabajo burocrático no constituía ninguna tentación, ninguna amenaza para la existencia de Lord Vorkosigan. Pasar el resto de su carrera a cargo de la lavandería, o peor, como oficial meteorólogo en alguna base recóndita, esperando eternamente un ascenso… no, sé sensato. Sin duda acabaría en un cómodo cubículo en las entrañas de SegImp, analizando datos aportados por otros agentes de asuntos galácticos, con subidas de sueldo regulares… pero sin las tensiones de ser ascendido a jefe de departamento, o a jefe de SegImp. Volvería cada noche a dormir en su propia cama de la Residencia Vorkosigan, igual que Ivan regresaba a su apartamento. ¿Dormiría solo? Ni siquiera eso, necesariamente.

Si al menos no hubiera falsificado el tres veces maldito informe.

Miles suspiró.

—Me temo que todo esto es completamente hipotético. En cuanto a la idea de los ataques programados… realmente no es una cura, ¿verdad?

—No. Pero mientras espera a que alguien más listo que yo se le ocurra una, controlará sus síntomas.

—Supongamos que no aparece alguien más listo que usted. ¿Tendré esos malditos ataques durante el resto de mi vida?

Chenko se encogió de hombros.

—Sinceramente, no tengo ni idea. Su estado es único en mi experiencia neurológica.

Miles permaneció un rato en silencio.

—Muy bien —dijo por fin—. Intentémoslo. Y veamos qué ocurre.

Sonrió ligeramente al pronunciar la muletilla habitual de Gregor: un chiste privado.

—Muy bien, milord. —Chenko comprobó presuroso sus notas—. Tendré que verle de nuevo, mm, dentro de una semana. —Hizo una pausa y levantó la cabeza—. Perdone mi curiosidad, milord… ¿pero por qué demonios querría un Auditor Imperial reincorporarse al Servicio como simple teniente de SegImp?

Capitán de SegImp. Quiero reincorporarme como capitán de SegImp
.

—Sólo soy Auditor en funciones, me temo. Mi nombramiento termina en cuanto se cierre mi caso.

—Um, y… ¿cuál es su caso?

—Alto secreto.

—Oh, claro. Lo siento.

Al apagar su comuconsola, Miles reflexionó sobre la pregunta de Chenko. Al parecer no tenía una respuesta demasiado buena.

20

A medida que los días iban pasando sin incidentes dignos de mención, Miles se sentía cada vez más tentado, a su pesar, de aceptar la idea de Haroche de que el fallo del chip se había producido por causas naturales. El nuevo jefe en funciones de SegImp actuaba con más calma. Sin embargo, ¿por qué iba Haroche a seguir nervioso, cuando no había habido ningún nuevo episodio, ningún otro ataque durante el periodo de confusión? El traspaso de poderes había salido como una seda. Si el plan había tenido como fin minar la organización de SegImp, en vez de la personalidad de Illyan, había constituido un fracaso notable.

Tres días antes de que la condesa Vorkosigan llegara a la capital, Miles perdió los nervios y decidió huir a Vorkosigan Surleau. No tenía ninguna esperanza ni, en realidad, ningún deseo de evitarla por completo durante su visita a casa, pero no estaba preparado para enfrentarse a ella todavía. Tal vez un par de días en la quietud del campo le ayudaran a hacer acopio de valor. Además… sería bueno para la seguridad de Illyan. En aquella zona escasamente poblada, donde los forasteros eran inmediatamente advertidos, sería más fácil detectar cualquier problema.

La única duda de Miles sobre la retirada a la casa de campo era si persuadir a su cocinera para que los acompañara. Sin embargo, Martin demostró ser una poderosa razón para sacar a Ma Kosti de la familiar ciudad y llevarla a las dudosas montañas. Miles empezó a pensar en aumentar el sueldo no sólo de su cocinera, sino también de su hijo, para mantenerlo contento y así conservarla a ella para siempre. Pero tal vez pronto no necesitaría un conductor.

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