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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (22 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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• Carlos,
el antiguo novio buscaba también un momento a solas con Cecilia, a quien aquella tarde la había visitado su suegra.

• Luis,
el cantaor, supo que la madre y la hermana de Cecilia se marchaban dejándola sola porque la hermana, Victoria, le llamó para pedirle la maleta de su propiedad.

Solución del enigma

Éste es el famoso crimen de la calle Cartagena, que sucedió en Madrid, en la citada calle, el 26 de febrero de 1962, a las diez y media de la noche. La víctima fue María Cecilia Alonso Barrero, una mujer casada y con una hija que vivía en el piso alquilado por su hermana Victoria. Cecilia era una señora guapa con un gran atractivo para los hombres. Su marido había tenido que marcharse a trabajar a Alemania para poder sacar adelante a la familia. Tanto la madre como la hermana de Cecilia eran dos personas muy sociables que cultivaban toda clase de amistades masculinas. Algunas de estas amistades no se recataban a la hora de insinuarse a la víctima, que vivía un estado de confusión sentimental. Tal fue el caso de su asesino,
Luis Vega Herrera,
supuesto cantaor de flamenco, quien aprovechando que estaba sola, la apuñaló con un cuchillo que llevaba oculto en su abrigo.

Pero ¿cómo se produjo?

El asesino fue informado por la hermana de la víctima de que Cecilia se quedaría sola.

Fue entonces cuando vio llegada su oportunidad de resarcirse de las continuas negativas y desaires que ésta le hacía ante sus pretensiones amorosas, por lo que sacando provecho de las relaciones de amistad se las arregló para llevar la maleta que se le pedía y volver cuando Cecilia estaba a solas en el piso, aprovechando la salida de la criada, para darle muerte. El criminal no pudo aguantar el peso de su conciencia y acabó entregándose a las autoridades. Fue juzgado y condenado por asesinato a 25 años de reclusión.

Muerte del prestamista

E
ra una jornada apacible. En el campo sesteaban los pastores. Los rebaños pastaban vigilados por los perros. Como la tarde en sus primeras horas estaba tan tranquila, los perros se alejaban un poco del ganado con permiso de sus amos y olisqueaban matorrales a su antojo. Uno de ellos, más atrevido, se perdió por las viejas instalaciones de un antiguo horno de cal. Atraído por algo extraño que había detectado, se acercó a un montón de piedras que se levantaba a un lado del horno. Inmediatamente el animal dio un salto atrás y se puso muy nervioso. Comenzó a ladrar enloquecido mostrando mucho miedo: lo que había visto no le gustaba nada. El intenso olor que desprendían las piedras que había derribado atrajo al otro perro del rebaño que se puso a ladrar desesperado. Los nervios de los canes y el ruido que armaban llamaron la atención de uno de los pastores, Ismael Cid, de 16 años, que era el que estaba más cerca. El muchacho siguió el camino de los perros hasta encontrarlos excitados y temblorosos sobre el montón de piedras. En seguida llegó a él un intenso olor a quemado y a putrefacción. Ismael Cid pensó que olía a animal muerto.

Fue un pensamiento que sólo le duró un segundo porque rápidamente vio que entre las piedras que habían derribado los perros aparecía el brazo chamuscado, pero inconfundible, de un ser humano. Sufrió un escalofrío y las ganas irreprimibles de salir corriendo en busca de su compañero. Poco después los pastores decidían avisar a la Guardia Civil que, personada en el lugar, estableció que lo hallado allí eran restos que pertenecían a un hombre. Como la noche se había echado encima, a la luz de las linternas, agentes y pastores sacaron los restos mutilados y quemados.

Los investigadores de la Guardia Civil, ayudados porque el fuego que había consumido parte del cuerpo había respetado el rostro y el tronco del cadáver, decretaron muy pronto que la víctima, de lo que no podía ser otra cosa que un asesinato, había sido en vida Celestino Martí Solsona, de 68 años, prestamista que no gozaba de simpatías en la cercana villa, de la que era natural y en la que residía, aunque su negocio de préstamos le obligaba a viajar con frecuencia.

Una de las particularidades que apreciaron los investigadores en la escena del crimen fue que las extremidades inferiores del cadáver habían sido serradas. Ante los agentes se presentaba un misterioso caso de asesinato y para resolverlo no contaban con demasiados indicios ni pruebas. No obstante, se trataba de responder a las siguientes preguntas:

¿Quién lo había asesinado? ¿Cómo había llegado el cadáver hasta allí?

Sospechosos

• Marga
y
Enrique,
un matrimonio en el que el muerto confiaba pero que le odiaban en secreto. El marido era tratante de ganado, y el fallecido mostraba debilidad por la mujer.

• Joaquín,
un hombre dedicado a las labores del campo, trabajador y honrado que debía a la víctima 40.000 pesetas.

• Carmen,
una viuda joven a la que Celestino le había dejado pagarés y dinero para que se los guardara.

Pistas


Los forenses determinaron que el prestamista había sido asesinado de un fuerte golpe en la cabeza. Probablemente mientras dormía.


El cuerpo fue trasladado hasta el horno de cal en un carro tirado por un caballo.

Relaciones con los sospechosos

• Marga
y
Enrique
habían mantenido en secreto que la mujer confió al marido la presión que Celestino ejercía sobre ella. El prestamista pensaba que ella le dejaba hacer pero no sabía que el matrimonio estaba de acuerdo en hacerle creer que gozaba de los favores de la mujer para obtener un retraso del pago de la deuda que tenían. Incluso se habían hecho la ilusión, lo cual era no conocer a Celestino, de que éste podía perdonarles lo que le debían a cambio de que
Marga
fuera comprensiva con él.

• Joaquín,
por su parte, que se llevaba muy bien con Celestino, había logrado varios retrasos en el pago del préstamo.

• Carmen,
la mujer que últimamente actuaba como cajera y amiga de la víctima, confiaba en que la separación de Celestino de su mujer y sus hijos fuera definitiva. Con ello tenía muchas posibilidades de ser su única heredera.

Más pistas


En los alrededores del horno de cal se encontraron las cuatro botellas y los tapones que habían sido utilizados para transportar la gasolina con la que se quería desfigurar el cadáver hasta hacerlo irreconocible.


La víctima era una persona agresiva que empleaba un lenguaje hiriente para dirigirse a quienes le debían dinero, que eran muchos. Tal vez por ello sufría la general animadversión.


Se estableció que las piernas del cadáver fueron serradas porque no cabían en el carro en el que fue transportado hasta donde apareció.

El día del crimen

• Marga
y
Enrique
habían tenido que hacer una vez más de tripas corazón porque Celestino había pasado por la casa aprovechando la ausencia del marido con el fin de entablar relaciones con la mujer.

• Joaquín,
de 50 años, que vivía solo desde que murió su madre, era un buen trabajador y una persona que gustaba de cumplir sus compromisos. El día del crimen estaba pensando en cómo pagar su deuda sin perder sus propiedades.

• Carmen
había descubierto que el prestamista guardaba una gran cantidad de dinero en una caja. Pese a lo desconfiado que era, suponía que en aquella casa estaba a salvo y había dejado la caja en un vestidor, oculta bajo un montón de ropa.

Lo que opinaban en el pueblo

• Marga
y
Enrique
eran considerados buenos trabajadores, pero interesados y ambiciosos.

• Joaquín
gozaba de consideración y estima. Mientras vivió su madre, la trató y cuidó con esmero, por lo que se había ganado fama de excelente persona.

• Carmen,
de la que se había tenido muy buena opinión mientras vivía su marido, había perdido la estima de sus convecinos desde que mantenía una estrecha relación con Celestino.

Más pistas


El asesino o asesinos se enteraron de que el cadáver había sido hallado cuando se preparaba una segunda visita al lugar, con más botellas de gasolina, a fin de hacer que desapareciera el cuerpo convertido en ceniza.


Costó un gran trabajo desplazar el cuerpo muerto porque la víctima era corpulenta y pesada.


La Guardia Civil permaneció vigilando toda la noche el hallazgo porque se creía que el asesino o asesinos podían estar al acecho dispuestos a atacar a quien los acosara.


Junto a las huellas del carro aparecieron otras de herradura que fueron medidas cuidadosamente.


Una de las líneas maestras de la investigación se centró en saber quién pudo tener acceso a un carro de las características del utilizado para transportar el cadáver.

Librarse del cuerpo

• Marga
y
Enrique
tenían un carro de las características necesarias, que empleaban para llevar frutas y verduras.

• Joaquín,
como muchos otros del pueblo, tenía acceso al carro de un vecino que se lo prestaba. Lo utilizaba a menudo en sus desplazamientos y transportes aunque no tenía caballo que tirara de él, por lo que también pedía prestado el animal. El día que debió efectuarse el transporte del cadáver,
Joaquín
usó el carro en el que llevó estiércol, con el caballo que utilizaba siempre, propiedad de una vecina, y que devolvió por la tarde.

• Carmen
no disponía de medio de transporte. Cuando necesitaba hacer algún porte o traslado, le pedía ayuda a
Joaquín.

Informe forense


El transporte del cadáver debió de hacerse de noche.


Las armas del crimen fueron un hacha, una azada y un serrucho.


Los forenses apreciaron en la cabeza de la víctima varios golpes fuertes.

Revelación importante


El día del crimen, Celestino, la víctima, y
Joaquín
habían estado comiendo juntos.

Solución del enigma

Este crimen rodeado de intriga tuvo lugar en la hermosa villa de La Cenia, a 200 kilómetros de Tarragona, en el límite con la provincia de Castellón. Sucedió el 28 de enero de 1964, a las cuatro de la tarde. En aquel año, esta bella población tenía unos 3.000 habitantes. Uno de ellos,
Joaquín Forcadell Perollada,
de 50 años, fue el autor de este hecho. El criminal afirmó que había matado en defensa propia porque la víctima, Celestino Martí, le había insultado y amenazado, exigiéndole el pago de las 40.000 pesetas que le debía. Pero los investigadores encontraron salpicaduras de sangre en la pared de uno de los dormitorios de la casa. Esto les ayudó a deducir que el crimen debió de tener lugar a la hora de la siesta, cuando la víctima se acostó a reposar el vino tomado en la comida.

Aprovechando el sueño de Celestino,
Joaquín
salió en teoría a buscar el dinero para pagarle, pero en realidad fue a coger el arma con la que le mató. La tarde que se hizo el traslado,
Joaquín,
como se recordará, había transportado estiércol y devuelto el caballo, pero se quedó con el carro porque dijo necesitarlo para su trabajo al día siguiente. Aunque había devuelto el caballo, eso no fue obstáculo para sus propósitos. Aprovechando las sombras de la noche, se dirigió a la cuadra donde había dejado al animal, se lo llevó, y lo devolvió al amanecer, cansado y sudoroso.

Después de haber dado muerte al hombre que había estado comiendo con él en su casa,
Joaquín
salió para comprar cuatro botellas de gasolina. Al caer la tarde preparó el carro para llevar el cadáver poniendo en el fondo dos tablones y cubriéndolo con un colchón.

Entonces se dio cuenta de que el cuerpo no entraba en la caja del carro y decidió serrarle las piernas.

Aprovechando la noche, llegó hasta el horno de cal abandonado. Allí, en un hoyo, arrojó el cuerpo y lo roció con gasolina pegándole fuego. Pero las llamas, contrariamente a lo que pensaba, no consumieron el cuerpo y el criminal no pudo salirse con la suya de hacer desaparecer todo vestigio de su crimen.

Al día siguiente del crimen

Todo se desarrolló más deprisa de lo que convenía al criminal. Sólo veinticuatro horas más tarde de haber cometido el asesinato, sin darle tiempo a nada, los perros de los pastores descubrieron el crimen. El asesino estaba entonces preparando una segunda visita al horno de cal con varias botellas de gasolina, dispuesto a rematar la tarea.

La locura de un hombre bueno

Al parecer,
Joaquín
era un hombre bueno, con fama de trabajador y honrado, a quien la presión de un prestamista volvió loco. Celestino cobraba un veinticinco por ciento de interés en sus préstamos, según decían en La Cenia. Y muchos creían que tenían razón.

Joaquín
había sido siempre una persona incapaz de hacer daño a nadie. Debió de asesinar en estado de desesperación, lo que no le justifica pero explica los hechos.

La sentencia

Joaquín Forcadell
fue condenado por la muerte de Celestino Marti sin que le sirvieran de descargo ni los malos modos del prestamista, ni los intereses abusivos que cobraba por sus préstamos. Con 50 años que tenía, la condena hundió el resto de su vida. Los hijos de la víctima agradecieron a la Guardia Civil el rápido esclarecimiento del crimen y los pastores que descubrieron el cadáver hubieron de reponerse de la enfermedad que les produjo haber realizado tan macabro hallazgo.

El autor

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