Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (47 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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Entonces Richard pronunció las palabras mágicas que Amanda llevaba esperando toda la tarde:

—¿Te apetecería ir a algún sitio en especial?

—Hmm... a cualquier parte —dijo ella con aquella preciosa sonrisa que iluminaba su cara—. No conozco nada de nada. No puedo tener preferencias. Cierto.

—Bueno, pues entonces cenaremos y después te enseñaré un poco la ciudad. O por lo menos su parte básica; el resto cambia cada día un poco.

—Miraré la guía de restaurantes para...

—No será necesario. Vamos a mi casa y ya improvisaremos algo.

El coche, con la capota quitada, les llevó velozmente a casa de Richard. Era una pena no poder sentir el viento acariciar la cara, pero Richard se quitó rápidamente esa idea de la cabeza: la norma número uno para disfrutar de Intercom era vivir Intercom. Con sus limitaciones y sus sobradísimos atractivos.

—Menuda habitación —dijo Amanda al entrar en el apartamento de Richard—. Y menuda casa; te habrá costado mucho dinero comprar este terreno.

—No, Amanda. Tienes que dejar de pensar en los términos y valores habituales; aquí el terreno se crea. No existe, y por eso no cuesta nada. Tú misma puedes solicitar un terreno como éste sin que te cueste nada. Lo malo es que para hacerte una casa tendrás que pagar a un V-arquitecto. Pero para eso me tienes a mí, que te haré un precio especial de... cero créditos. Si te parece bien, claro.

—Un poco caro, ¿no? —dijo ella con falsa seriedad.

Richard invitó a su compañera a pasar al salón. Todo parecía deslumbrarla; estaba deseosa por conocer y experimentar más cosas en aquel mundo al que se había apuntado y en el que, antes de conocer a Richard, apenas había disfrutado. Ahora tenía un buen profesor:

—Mira, quítate de la cabeza que esto es como un juego. No puedes estar recordándote continuamente que las Estancias son... otra cosa. Aquí y ahora, es lo único que cuenta, la única realidad. Interioriza esto porque si no tendrás problemas de relación: la gente no quiere que le recuerden que no está en un mundo real. Todos sabemos dónde estamos.

Amanda comenzaba a darse cuenta que Intercom no se reducía a tener un nuevo cuerpo. Era sobre todo una actitud mental, con sus normas inviolables.

—Pero basta de lecciones. Pasemos al salón. He programado una ambientación perfecta —dijo Richard extendiendo su mano hacia una puerta.

—De todos modos, hay algo que quiero preguntarte —comentó Amanda mientras atravesaban un pasillo que progresivamente cambiaba el entorno dorado que dominaba la entrada del apartamento por tonalidades levemente azules y muy refrescantes a la vista—. ¿De qué se suele hablar si estamos tan lejos de la realidad? Es decir: aquí no voy a contarte cómo me ha ido el día, o si el trabajo es cada vez más pesado, o que mi jefe me trata como un trapo.

—¿Que de qué se habla? —Buena pregunta. Era la primera vez que Richard se planteaba algo similar. Y la conclusión a la que llegó no le gustaba demasiado. En realidad no se hablaba de nada—. Pues, no sé, de exposiciones..., de películas vistas, en cines virtuales, por supuesto..., de los famosos, de los amigos..., de moda..., del último coche que has podido comprarte, de servicios nuevos que se han abierto... Se habla de muchas cosas —mintió.

—¿Y a todo el mundo le interesa ese tipo de conversaciones? Porque si es así, entonces yo no podré abrir la boca en ningún sitio si no me lo preparo todo antes, como si fuera un discurso.

Richard se encogió de hombros y prefirió no entrar en detalles. Habían planeado cenar y pasarlo bien. Aquello era Intercom.

—Mi estómago empieza a quejarse —comentó Richard—. ¿Cenamos?

Amanda le miró con una pregunta en sus ojos: ¿Cómo? Cualquier acto físico real era imposible de compartir en Intercom. Allí ni las cenas ni los cuerpos se compartían.

—No obstante, podemos comer simultáneamente. Ve al lavabo y desconéctate. Preparas tu comida, yo haré lo mismo y dentro de media hora nos volvemos a conectar. No podré pasarte la sal, pero será encantador verte mover los labios —dijo Richard pícaramente.

—¿Crees que es buena idea?

—¿Por qué no hacerlo? Por cierto, ¿tienes vino en tu casa? Me encantaría brindar contigo.

—Compraré una botella en el súper —respondió impulsivamente Amanda, que al momento puso cara de contrariada. No debería haber hecho ese comentario. No pertenecía a Intercom.

Richard se desconectó y fue corriendo al lavabo. Hacía media hora que no podía aguantar aquella presión pero no quería interrumpir la conversación con Amanda. Corrió a su habitación y se puso un mono sobre el traje sensor; tenía muchas cosas que hacer y no podía perder tiempo cambiándose. Una de ellas, comprar vino.

Antes de salir puso en el microondas un plato que sacó del congelador. Justo al volver del drugstore sonó la alarma. Llevó todo lo necesario a la habitación donde tenía su terminal y lo dejó en el suelo. No había ninguna mesa, así que fue rápidamente a buscar una silla de la cocina y la colocó cerca de la que utilizaría para sentarse a cenar con Amanda. No recordaba haber comido en compañía desde hacía más de cuatro años y estaba muy excitado. «Ahora hay que crear el escenario perfecto para una cena. Digamos... algo romántico.»

Un cuarto de hora después, Amanda salió del lavabo y le sonrió.

—Quería cambiarme de ropa para comer, pero no sabía cómo traerme otro vestido a tu casa.

—¿Para qué vas a cambiarte si así estás deliciosa? —observó Richard, cada vez más seguro de sí mismo.

—Por cierto. No tenía ninguna mesa cerca de la máquina, y he tenido que coger una silla de la cocina.

—¿Tú también? —dijo él riendo—. Bueno, creo que nos servirán las sillas. Acompáñame a la azotea. Allí he improvisado un espacio donde comer. Nunca había pensado en ponerle un comedor a la casa; es algo inútil para una persona sola.

Subieron por una escalera de caracol mecánica y construida para la ocasión a base de corales. Salieron a un espacio inmenso en el cual había un jardín oscuro con gran cantidad de plantas exóticas mecidas aleatoriamente con el vuelo de pájaros multicolores que cantaban a lo lejos. No había techo: sobre ellos descansaban miles de constelaciones lejanas en un firmamento tranquilo y limpio rasgado por algún cometa invitando a pedir deseos.

—Por aquí —dijo Richard.

Caminaron por una senda de lava que conducía a una glorieta de formas extrañas y suaves. Dentro había una mesa de mármol y un suelo blanco que reflejaba las siluetas, difuminándolas en tonos pastel. Se sentaron uno frente a otro. Delante de ellos se encontraba gran cantidad de platos repletos de suculentos manjares, o al menos eso parecía por su aspecto, ya que el olor y el sabor serían los de sus platos precocinados.

—Bien, ahora coloca tu comida de forma que encaje con los platos que ves en la mesa y haz lo mismo con todo lo que vayas a necesitar. ¿Has traído el vino?

—Sí —respondió Amanda, que supo evitar cualquier comentario respecto a las serias dificultades que había tenido en el mercado para hacerse con la bebida.

—Estupendo. Brindemos. —Richard llenó su copa tallada en diamante y la alzó—. Ahora tú —Amanda hizo lo mismo.

—Por nosotros.

Acercaron sus copas y una agradable nota se produjo al juntarlas. Musicalmente se extendió por espacio de varios segundos para después desaparecer confundiéndose con el canto de unos pájaros azules que les miraban desde una rama antes de echar a volar.

—¿Te gusta el sitio?—preguntó Richard.

—Sí, me encanta. ¿Existía o lo acabas de hacer?

—Es nuevo, virgen para nosotros. No he podido hacer nada mejor en los escasos quince minutos que he tenido, pero estoy bastante satisfecho de mi trabajo.

—Te molestas demasiado por mí —dijo azorada Amanda.

—No es molestia. Además, la compañía compensa cualquier esfuerzo, me gusta estar contigo. Pero come —y los dos comenzaron a paladear aquellos platos exquisitos a la vista y que, en gusto, se traducían en una pasable comida recalentada. No importaba.

—Creo que debemos ser los primeros en hacer algo así —dijo Richard mientras se llevaba la servilleta a la boca—. Es el broche perfecto para unos días inmejorables y el anticipo de unos cambios que están a punto de producirse.

Amanda le miró levantando interrogativamente sus cejas.

—Me ha visitado un hombre bastante extraño —continuó él—. Me ha propuesto trabajar aquí en Intercom como diseñador de muebles. Cobrando.

—¡Eso es fantástico! —exclamó con encantadora sinceridad Amanda.

—Aún tengo que pensármelo detenidamente, pero hay que reconocer que las condiciones son muy buenas. Por otro lado, no me significa ningún esfuerzo crear cosas —dijo Richard cogiendo su botella y dispuesto a llenar la copa de Amanda.

Ella le miró divertida. Unas pocas gotas de alcohol se derramaron en la nada antes que él recordara que, físicamente, enfrente no tenía ninguna copa ni ningún comensal. Richard rió su despiste y recordó que aún había muchas cosas por ver de aquel sugerente decorado recién creado.

—¿Quieres ir a pasear un rato? He preparado algo más.

La pareja salió del comedor
y
tomó de nuevo el camino de lava que brillaba bajo sus pies mientras pequeñas burbujas estallaban y dejaban una espiral de vapor dorado. Las flores que había alrededor del camino respiraban ese humo delicioso abriendo y cerrando sus pétalos azules que se volvían luminosos ante la ingestión del dorado néctar. El camino giraba ahora hacia la derecha y se encontraron ante una escalera tallada en las rocas, desde las que se divisaba un lago rodeado de fina hierba que se mecía al compás de las ondas del agua al chocar con la orilla. Amanda se quedó mirando el paisaje mientras unas nubes blancas y esponjosas pasaban lentamente por encima del lago y se reflejaban en la superficie.

—¿Te gusta?

—Eres maravilloso, Richard —dijo Amanda llevándose la mano semiabierta a la boca y levantando la cabeza. El no pudo ver nada, pero supuso que estaba bebiendo un poco más de vino—. ¿Podemos bajar?

Bajaron despacio por las escaleras. Amanda se paraba en cada escalón, unas veces para contemplar el paisaje, otras para ver exactamente dónde estaba el siguiente escalón; empezaba a notar los efectos del vino. Llegaron a la orilla de aquel lago y Richard se sentó en el suelo con los pies dentro del agua.

—Ven, siéntate aquí —y Amanda se acercó a él, comenzó a sentarse, pero patinó e intentó agarrarse al hombro de Richard. Que evidentemente no estaba en la habitación de Amanda para evitar su caída sobre un suelo bastante alejado de la fresca y mullida hierba que podía ver.

—¿Te has hecho daño? —dijo preocupado Richard, que miraba impotente a Amanda tendida sobre él, pero sin poder ayudarla a levantarse.

—Tranquilo. No es nada —rió ella a la vez que se incorporaba y conseguía sentarse junto al lago—. Esto me recuerda mi última pregunta sobre Intercom: ¿cómo se hace?

—¿Cómo se hace el qué?

—Pues el amor. Cómo puede hacerse sin contacto físico. Tampoco puedo acariciarte, ni besarte aunque lo esté deseando —confesó Amanda, que levantó impotente su mano para intentar tocar • la cara de Richard.

Él se quedó mirando al lago, ansioso también por acariciarla, besarla, olería, poseerla...

—¿Cómo puedo sentirte? —continuó Amanda con un tono desesperado.

—Se puede —dijo Richard—, pero es muy caro. Intercom dispone de unos hoteles con trajes sensores en cada habitación para mantener relaciones físicas sin tener que ver a la persona con la que se está. Pero como ya te digo sólo muy pocos...

—Pero no puede tener ningún encanto —interrumpió Amanda—. Si vas con idea de hacerlo no tiene ninguna gracia.

Richard asintió con la cabeza.

—¿Has... has ido alguna vez? —La pregunta tímida de Amanda era inevitable.

—No —mintió Richard tumbándose para contemplar las figuras que aleatoriamente se distinguían en las nubes—. Además hay otra forma mejor: cambiarse a Virtual Cognition. Te hacen una operación en el cerebro y te colocan un montón de electrodos. Después tienes acceso a todo tipo de sensaciones. Tienes los cinco sentidos en la realidad virtual. Allí podría acariciarte y besarte.

—Algo de eso he leído, pero mi sueldo de recepcionista no alcanza para la intervención. Además, me da un poco de miedo que me operen la cabeza. ¿A ti no?

Estaban violando todas las reglas de comportamiento dentro del mundo virtual: jamás se hablaba de la vida real privada, el trabajo, la familia, y mucho menos del sueldo. Todos eran ricos en Intercom.

—No, no me da miedo —dijo crípticamente Richard. Pensaba en el dinero que podría ganar como diseñador: suficiente para que los dos viviesen en Virtual Cognition.

—Lo cierto —admitió Amanda— es que llevo muy poco tiempo aquí, pero cada vez me estoy convenciendo de que no es tanto como lo que me esperaba. Lo único que he visto es un escenario para vivir. ¿No te parece que ofrece poco más que una llamada de videoteléfono?

—No. Te proporciona cuerpos bonitos, ¿o acaso te has olvidado de eso? Además, a mí me puede proporcionar un trabajo mejor y un poco de autoestima. —Ricardo había conseguido muchas cosas buenas de Intercom. Una de ellas, ser Richard.

—Sí, eso puede ser cierto, pero ¿no te parece que estás viviendo a medias?

Richard no respondió. Ordenar durante horas papeles viejos y estar siempre solo sí que era vivir a medias.

—Quizá sea mejor dejar de hablar de esto —concluyó Amanda ante el silencio de su compañero—. ¿Quieres un poco de vino?

¡Huy!, perdona. Con mis torpezas estoy recordándote que no estamos aquí, ¿verdad? Intentaré no equivocarme más.

El no la escuchaba. De improviso habló con gravedad y preocupación:

—¿Vendrías conmigo si yo te lo pidiera? O sea, ¿te operarías por mí? —Aquella pregunta quizás era como preguntarle si le quería.

Amanda no tenía dudas al respecto, pero no quería precipitarse.

—Creo que sí, pero para eso aún queda tiempo. ¡Venga!, ¿qué vamos a hacer esta noche? Me gustaría visitar la ciudad e ir a bailar.

—Perfecto —exclamó animadamente Richard, que tampoco quería estropear la noche pensando en Virtual Cognition—. Conozco un local impresionante. Ya está pasado de moda pero a mí me gusta. Se llama Poseidón y es una discoteca bajo el mar. Pero primero daremos un paseo aéreo.

Pasearon por el jardín vivo donde había millares de plantas diferentes con movimientos y vida propios. Por las playas de esmeralda que tanto gustaban a Richard. Y por las fuentes de mercurio que se solidificaba durante unos instantes al caer y creaba imágenes al azar que se comían unas a otras. Todo aquello era para ellos, para aquel sábado que ya amanecía y que, gracias al final de la jornada laboral, les permitiría disfrutarlo juntos en su totalidad. Más adelante, cuando Richard tuviese el dinero suficiente, podrían remojarse en aquellas aguas, oler aquellas plantas y tocar las figuras fugaces de mercurio.

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