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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y el marciano (8 page)

BOOK: Papelucho y el marciano
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Me pasa una de esas cosas fatales.

La Domi me pidió permiso en la tarde para ir hacer una diligencia y no volvió nunca jamás.

Cuando llegó la mamá a comer con el papá no había comida y me culparon a mí de darle permiso de salir. Se veía que el papá y la mamá tenían hambre por lo rabiosos que estaban y lo que garabateaban a la Domi. Así que me dio mucha pena de ella y resolví que Det arreglara el enredo.

Como era noche lo mágico de Det tenía que funcionar…

—Haz que aparezca la Domi y que haya comida… —le mandé.

Y apenitas di mi orden sonó el teléfono.

Era una voz gangosa y desconocida que avisaba de parte de la Domi que se había cortado la corriente del trolebús y no alcanzaría a llegar, pero que había dejado la comida hecha y estaba en el horno.

Nadie sospechó que Det había arreglado todo.

Pero aunque se les pasó el hambre y rasparon el plato, a la mamá y al papá no se les pasó la pica conmigo.

—Tú no tienes por qué dar permiso de salida a nadie —dijo el papá.

—Es que no estaba la mamá y como soy de la familia… —alegué.

—Bien pudo pedir permiso mientras la mamá estaba —dijo—. Es la tercera vez que lo hace… y será la última.

—Oye, papá, ¿tú siempre pides permiso para salir de la oficina? —pregunté.

—Ahora no. Antes cuando tenía un jefe lo hacía.

—¿Y ahora eres tú jefe?

—Sí. Llevo dos años trabajando.

—La Domi está tres años en esta casa —dije y como si hubiera insultado al papá, se sulfuró.

—Es muy distinto —clamó—. Y tú sube a acostarte.

Me dio cototo la injusticia del reto y para descototearme me metí al entretecho a ver los ratones. Y entonces sucedió lo fatal.

Resulta que estaban todos en órbita cuando asomé mi cabeza, se asustaron, y con el susto se equivocaron de camino y se dejaron caer de golpe por la cueva. Estaban semiaturdidos y como locos corrieron escala abajo y se desparramaron por la cocina y el comedor.

La mamá como siempre se desmayó y a la Ji le dio su ataque de risa, pero el papá se convirtió en un ogro y armado de la escoba comenzó a perseguir a los ratones como un verdadero nazi. Se había arremangado los pantalones y se le paraban los pelos de las piernas y le saltaba la pera de Adán en el cogote. Yo quería ayudar a salvar a los ratones con disimulo, pero me tocaron unos tremendos palos en las piernas y en una me dio calambre y me quedé paralelo en el suelo.

Veía galopar ratones y escobazos y el Choclo ladra que ladra, pero sin meterse en la pelea. Parecía un comentarista de fútbol.

Y entonces me acordé otra vez de Det y le ordené ayudar.

Ipso flatus el papá se enredó en el fleco de la alfombra y se cayó quebrando el palo de la escoba. Más que la cola le dolió quedarse sin su bayoneta cruel y también tratando de dar patadas se pegó requetefuerte en el sofá y tal vez se le zafó un tobillo.

A todo esto los ratones ya habían subido a su cueva y quedaba puramente el Salomón que es completamente idiota. Así que apenas el papá se desinteresó de él con su tobillo, lo metí en el refrigerador, o sea le abrí la puerta. Después lo desenchufé para que no se helara, pero como él era así, se heló de todos modos y cuando lo fui a ver estaba defunción.

Cuando la mamá se desmayó y al papá le puso compresa y todo quedó en calma, yo reté a Det.

—Eres un canalla —le dije—. No tenías por qué hacerle eso al papá. Podías desaparecer a los ratones suavemente…

Pero Det cuando uno lo reta se emociona llorón v a uno se le granujea la piel, le da hipo y no sabe uno si tiene hambre o ganas de llorar. En todo caso recogí a Salomón y lo sepulté en el tarro de basura, mientras tanto.

Lo raro es que al día siguiente cuando lo fui a sacar para enterrarlo en el jardín, no estaba.

Y dice la mamá que ella sintió un ratón toda la noche en su cuarto y aunque el papá le dijo que lo soñaba, ella le mostró que le había comido la punta de una zapatilla.

Eso me da la esperanza que Salomón no murió y anda libre por el mundo haciendo su vida.

Esta mañana cuando desperté me encontré con la Domi llorando en la escalera.

—¿Por qué lloras? —le dije—. Cuando a uno lo retan no hay que llorar.

—No me han retado —se sonó con el delantal—. Tengo pena en el alma… —y largó el barraco.

—Si crees que se te murió alguien, acuérdate que no tienes familia —le dije para consolarla. Pero resultó peor. Más lloró.

—Si lloras de algún arrepentimiento, yo creo que Dios te perdonó.

—Lloro de pena… —y saltaban sus lágrimas al delantal empapado.

No sé si me sopló Det, pero le dije:

—¿Es por el maestro gordo?

Dijo sí con la cabeza y se le sollozó el cuerpo entero.

—¿Se murió? —pregunté.

Y se remeció en un no que la hizo chillar de pena.

—Dicen que todo tiene remedio menos la muerte —le dije— y como él está vivo, total…

Claro que debe haber sido Det el que habló por mí porque resultó mágico el freno de su pena. Comenzó a reír esférica y feliz y barrió la escalera con la escoba quebrada en un minuto.

—Venga que le tengo una cosita pa' llevar al colegio —me dijo y me entregó un sandwich de jamón con queso.

—Oye —le dije—, si encuentras un ratón por ahí perdido cuídalo y ayúdalo a esconderse hasta que yo vuelva.

Pero a la salida de la casa me topé con la señora Juanita que andaba desesperada porque se le habían perdido cincuenta lucas.

Yo la compadecí y seguí mi camino, pero después me dio remordimientos no ayudarla cuando Det seguramente le encontraría su billete.

Así que volví a casa, entré a mi cuarto, encendí la ampolleta del velador y le ordené a Det:

—Ayúdala a encontrarlos…

Y me vino con violencia la idea de que la señora Juanita los tenía escondidos en su zapato.

Bajé corriendo y la alcancé en la calle y le dije:

—Saqúese los zapatos y verá.

Me miró de hipo en hipo y me exclamó:

—¿Qué te has imaginado? ¿Qué tienen mis zapatos?

—Una sorpresa…

—Eres un atrevido —y bla-bla-bla hasta que yo me perdí de vista camino al colegio. Y en la esquina tropecé con el maestro gordo del yeso que llevaba su bolsoncito de herramientas.

—Oiga —le dije— la Domi está llorando de pena. ¿Por qué no la consuela? —y seguí mi camino.

En fin que llegué atrasado al colegio y me arrestaron y tuve que escribir cien veces que no me atrasaría nunca más.

Cuando llegué a la casa estaba de visita doña Juanita muy cariñosa con la mamá y me tenía un cartucho de caramelos. Nadie supo por qué, pero yo sí. También la Domi estaba contenta y me imagino que el gordo pasó a consolarla.

Lo único malo fue que ella al hacer aseo movió mi catre, descubrió la cueva y se la mostró a la mamá. Entonces la mamá le encargó que fuera en busca del maestro yesero para que la tapara.

Mis ratones ya no tendrán salida por mi cuarto, pero me consuelo pensando que así se librarán de los palos del papá.

La novia del Choclo tuvo crías y sus ocho perritos parecen foquitas ciegas que se revuelven en un cajón con cojines de saco. Ahora son perros pobres porque su mamá rica se casó con un verdejo. Y su dueña pituca ni sospecha todo lo que le ha pasado a su perra elegante.

Con esto de la magia de Det ya no me preocupa hacer inventos para devolverlo a Marte. Si otra vez me aburro de él, enciendo la ampolleta y le pregunto el sistema. Por lo demás creo que hay que aprovecharlo más tiempo para adivinar muchas cosas misteriosas. Yo creo que serviría para solucionar crímenes y robos y desapariciones. Y también para encontrar entierros y tesoros.

Cuando me iba a dormir, sentí un rasguño dentro del velador. Abrí el cajón y me encontré a Salomón en persona. Tenía un pedazo de queso marcado por sus dientes y me miraba de ese modo que lo miran a uno los ratones conocidos. La Domi había cumplido mi encargo…

Yo no había pensado llevar al Salomón al colegio, pero cuando vi llegar a la mamá a mi cuarto con el maestro yesero, mover mi catre y mostrarle la cueva con cara de horror, me di cuenta del tremendo peligro que corría el pobrecito. Por eso me lo eché en el bolsón, con queso y todo.

Alcancé apenas a saludar a los hijos del Choclo y la Coronta (su señora) y partí a todo escape para no llegar tarde otra vez.

Llegué a tiempo, pero lo que pasó es que se me cayó el bolsón cuando tropecé con el portero, se desparramó todo y Salomón se asustó. Y como es aturdido partió corriendo sin saber dónde iba.

Yo entré a clase pensando que más tarde la encontraría con la ayuda de Det. Pero no encontré ampolleta, ni siquiera una vela para encender y ordenarle al marciano que me lo hallara.

A la hora de salida me iba quedando atrás y quedando atrás y haciéndome el lesito para que se hiciera noche y encendieran alguna luz. Pero nada. El día se había vuelto eterno. Llegó el portero haciendo sonar sus llaves y me obligó a salir.

Y tuve que irme a casa pensando en que al día siguiente traería de todos modos la linterna y así lo encontraría. Pero me preocupaba. Si Salomón fuera un ratón habiloso, no había ningún problema, pero como el pobre es idiota, uno pierde la confianza.

Resulta que el maestro yesero y la Domi descubrieron dieciocho cuevas más en la casa, de modo que el maestro tiene trabajo para una semana entera tapando hoyos. Ahora sí que van a quedar secuestrados todos los ratones… ¿Por dónde van a salir a alimentarse?

Esto me desveló completamente y entonces me acordé de que bien podría aprovechar la ampolleta para decirle a Det que me dijera dónde encontraría al Salomón mañana. Y él me dio la idea que sería en la capilla del colegio. Entonces me dormí.

Soñé con una revoltura de perritos, ratones, marcianos, tesoros y custiones. Soñé también que yo estaba en medio de muchos detectives y les encontraba a sus criminales y ladrones y ellos me hacían reverencias y me llenaban de medallas y de queso.

Me levanté tan temprano que la calle parecía una pista de patinar sin patinadores y el camino al colegio era como un desierto. Llegué allá cuando recién barrían las clases y estaban los puros curas oyendo misa en la capilla. Yo me la oí entera con la cabeza agachada por si pasaba el tontón de Salomón y no estuve devoto por la preocupación, pero parecía. El Chuleta estaba sorprendido de mí y me preguntó si no me estaría bajando vocación.

—No —le dije—, vine temprano por un asunto particular…

—No me querrás contar de qué se trata. —Nooo. Es particular.

—En todo caso puedes tomar desayuno con nosotros —me invitó.

—Gracias —le contesté—, quiero quedarme otro rato en la capilla.

Puso cara extraña y se fue. Yo volví a entrar. Tenía unas ganas tremendas de que terminaran de rezar los que estaban todavía ahí, hasta que por fin se fueron. Entonces le dije a Dios:

—Señor, yo te pido perdón por hurguetear en la capilla, pero Tú sabes esa cuestión de la oveja perdida y que su dueño la busca. Este no es más que un ratón, pero es mío, y tengo que encontrarlo… —y me largué.

Por todos los rincones, debajo de los bancos, hasta del altar y la sacristía, pero ni pío. Salomón no estaba en parte alguna. Seguramente estuvo en el momento en que le pregunté a Det; y se había ido ya…

Sonó la campana y corrí a la fila. Tenía angustia de no hallar a Salomón y miedo de que los mozos lo descubrieran y maltrataran.

La mirada se me iba orillando murallas por el suelo a las esquinas, a las patas de los escritorios…

Urquieta se puso sospechoso y comenzó a buscar conmigo sin tener ni idea de lo que yo buscaba. Y de repente me dijo:

—Oye, hay un ratón ahí debajo —y mostró la mesa del profe.

A mí no me resulta hablar con la boca cerrada así que le escribí un papel cotí disimulo.

"Cuidado con que lo descubran… Es mío".

Urquieta ahora es mi amigo pero el pobre es despistado. Trataba de no mirar al Salomón y se le iban los ojos todo el tiempo. La clase era geografía y había que ir a apuntar al mapa. Llamaron a Urquieta y comenzó a indicar con lavarilla, pero los ojos se le iban al rincón. Yo lo miraba fijo tratando de magnetizarlo para que no mirara al pobre ratón.

Pero de pronto vi que su cabeza se empezaba a dar vueltas y la varilla se le cayó de las manos. El Salomón se asustó y se trepó a la mesa del profe, paso corriendo como un chifle, dio vuelta el tintero y se tiró de cabeza al suelo.

Toda la clase hizo "¡uuyy!" como un viento entre pinos, pero el profe estaba preocupado de Urquieta que revolvía los ojos y no vio al Salomón cuando atravesó la sala y salió disparado por la puerta.

—Urquieta, vuelve a tu asiento —dijo el profe—y si te sientes enfermo puedes salir afuera…

Urquieta obedeció pero parecía un borracho. Yo lo envidiaba porque se iba a encontrar con mi ratón en el patio. Pero sucedió lo increíble: Urquieta hipnotizado se cayó de largo al suelo a los pies del profe, y no se movió más.

Se armó una especie de confusión, todos nos acercamos a él y el profe ordenó que lo lleváramos a la enfermería entre todos. A mí me tocó llevarle un pie, pero así y todo, cuando le miré la cara me cerró un ojo y vi que no estaba grave. Al pasar por el patio divisé al Salomón corriendo con un pan y al llegar a la enfermería volví a verlo desde la ventana corriendo como un balazo hacia la calle.

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