Objetivo 4 (16 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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RODRIGO (Inteligencia)

Los dos muchachos que le ayudaban al Chocoano en el camión le dijeron que yo tenía deseos de quedarme en Urrao porque me iba mejor que en la ciudad y que, además, yo pensaba que él era muy buen patrón.

Ellos se lo comentaron y él respondió que necesitaba hablar primero conmigo. Fui hasta una cafetería donde se encontraba, me regaló un jugo y empezó a preguntarme quién era yo, de dónde venía, qué buscaba, para dónde pensaba ir en la vida... Le dije que era huérfano, trabajaba en Medellín pero ganaba muy mal y empecé a recitarle mi libreto de principio a fin. Casi lloro contándole aquella historia.

Me preguntó qué quería en ese momento y le expliqué que tener un trabajo estable directamente con alguien, en lugar de andar picando y picando en diferentes sitios sin poder ganar mejor y, por lo menos, poder comprar mis cositas básicas.

Dijo que bien, que empezara a trabajar con él, pero que me iba a dar una semana de prueba y según me desempeñara, podría quedarme. Esa semana salimos a diferentes sitios. El iba con los ayudantes en la cabina y a mí me echaban atrás, sobre la carga.

En esos días no ocurrió nada especial. El llevaba sus mercados a las veredas, a las tiendas campesinas y yo descargaba. Demasiado trabajo, pero claro, es que los hermanos me dejaban el gran esfuerzo a mí. Por ejemplo, llegaban a los pueblos y se ponían a beber cerveza y cuando todavía faltaba descargar la mitad me la dejaban a mí.

Cuando llegaba a la mesa me preguntaban si estaba muy cansado y les decía que no.

—Normal. Todo normal. Estoy bien.

El Chocoano me decía:

—Pero en este sitio vamos a pagar todos lo mismo.

—Tranquilo, patrón, no hay problema —le respondía.

Al día siguiente los hermanos estaban tratando de reparar el camión que tenía un daño muy sencillo porque yo mismo lo había provocado: un cable que iba a un convertidor de energía estaba conectado en donde no era y la máquina no arrancaba. —Yo sé algo de esto —les dije.

Empecé a hacer teatro y a mirar y a mover diferentes cosas y un poco después volví a hablar:

—Llamen a un mecánico. Pero cuando se iban a ir...

—Un momento. Un momento.

Agarré el cable, lo moví, lo volví a mover y a la tercera vez prendió la máquina:

Huy, qué buena Usted se las sabe todas —dijo el Chocoano.

Me iba a pagar y le dije:

—No. Usted me ha ayudado en estos días. Dejemos así.

La noche anterior habíamos estado bebiendo juntos y me había dicho:

—Venga mañana conmigo porque el camión puede dañarse nuevamente.

Bueno, pues al final de la semana me anunció que en adelante iba a trabajar con él de lleno, me mejoró el sueldo y los muchachos pidieron que buscara dónde vivir. Hasta ese momento yo dormía en su casa en un colchón sobre el piso.

Busqué una pieza pequeña en casa de una señora muy buena persona conocida de aquellos. Le pedí al Chocoano que me prestara para comprar un colchón, una sábana y una cobija, dijo que sí y me fui para donde la señora. Cuando llegó el camión de Medellín les pedí que al regreso me trajeran mi ropa y a los quince días llegó lo poco que tenía.

Sucede que cuando una cosa da en el clavo hay que repetida: una mañana mientras estaban arreglándole una llanta al camión aproveché para descuadrarle los frenos. Los de un camión se pueden desarreglar fácilmente, pero también se cuadran con simpleza. La historia es que arrancamos y el Chocoano sintió que los frenos estaban muy largos:

—¿Qué pasó?

Me metí debajo y le dije que me alcanzara un destornillador, di un par de golpes, le hice sonar una pieza y finalmente le cuadré el sistema. Le pedí que moviera el carro, le dije que bombeara el freno un par de veces y el camión respondió de forma inmediata. Nuevamente se emocionó. Nuevamente yo "me las sabía todas":

—Rodrigo, usted es el hombre.

Sucede que un muchacho le ayudaba al Chocoano con las cuentas, le manejaba algunos dineros, pagaba reparaciones del camión, cosas así, pero yo le caí mal... Él veía algo raro en mí o lo que fuera, pero no la iba bien conmigo.

Un día el joven se enfermó y el señor me pidió que le ayudara. Me enteró de algunas de sus cosas, pues ahora me tenía alguna confianza porque, además, ya habíamos bebido mucha cerveza: había noches que terminaba a las dos, tres de la mañana.

Yo llevaba a los hermanos a su casa, iba y dejaba al Chocoano en la suya... Trataba de ser muy servicial y estaba pendiente de lo que él necesitara.

—Ah, me toca ir hasta allá a pagar —decía de pronto el Chocoano

—No, yo voy, patrón.

—Tengo que consignar...

—No vaya. Yo le consigno, patrón.

De manera que poco a poco me fue dando más y más confianza.

Bueno, pues a los dos días se mejoró el muchacho y regresó a su trabajo. Nosotros nos fuimos a la plaza y cargamos el camión con menos de la mitad de lo que habitualmente llevábamos. Me pareció extraño. Esa vez no fueron los hermanos, y él me dijo:

—Rodrigo, camine me acompaña a dejar este mercado en tal vereda.

Llegamos al sitio, descargamos la mitad del cargamento en una tienda y dijo que el resto lo dejara en el camión. Bueno, cerré las compuertas del vehículo, nos devolvimos y a una hora de camino de allí se detuvo en una especie de brecha de ganado.

—Descargue esa comida —dijo.

Descargué un bulto de papas, un bulto de arroz, cajas de tomate, cebolla, una caja de manteca, cinco galones de aceite, todo de cocinar, pero no le pregunté nada porque cualquier palabra podría causar alguna suspicacia y terminaría por alejarme.

Sin embargo, ese día me pareció raro descargar una caja de whisky, un par de tarros de polvos talco, laticas de algo llamado Mentol Chino —después me explicaron que era un potenciador sexual—, pastillas de Viagra y otras cosas pequeñas. Todo quedó al lado del camino.

¿Esperamos a que recojan esto? —le pregunté.

No. No. Vámonos.

¿Y si se lo roban?

—No, no, no. Vámonos que no va a suceder nada.

Llegamos al pueblo, guardamos el camión, lo barrí y me dijo que fuéramos a tomar cerveza. Él pedía una botella de aguardiente y la bajaba con cerveza. Me decía "Tome así que uno no se emborracha tan rápido", y empecé a tomar igual. Después de media botella me pasó el brazo por la espalda y me dijo:

——No quiero que usted piense mal de mí por lo que sucedió esta tarde —y yo en mi teatro, le respondí:

—¿Qué? ¿Qué paso?

—No, pues la comida que dejamos por allá tirada...

Nooo. ¿Qué sucede con eso? Nada.

Me contó entonces que él tenía un vínculo con la guerrilla y que aquella comida era para ellos. No respondí. Seguí con los brazos cruzados, la cabeza abajo... Todo eso hacia parte de lo que había practicado: teatro porque yo podría estar bebiendo pero sin salirme de mi punto. Sin embargo, me frotaba la cara, bostezaba... más comedia.

—Ese mercado —dijo luego— era para la guerrilla porque ellos a mí me extorsionan, a mí me toca darles comida para que no me hagan nada. Es que por aquí hay que trabajar así...

Yo lo escuchaba en silencio y alguna vez le dije que eso no me importaba:

—Usted sabe que yo estoy con usted, patrón.

Terminamos la botella y nos fuimos para su casa, lo acosté en su habitación —a esa altura yo ya tenía las llaves—, siempre entraba, lo ponía sobre la cama y salía luego.... Lo de las llaves: muchas veces él me decía "Tome estas llaves. Vaya a la casa me trae tanto dinero.., Vaya a la casa y me trae tal cosa. Vaya a la casa y me trae tal celular'’.

Tenía tres teléfonos y cada día cambiaba. Quiero decir que a esa altura la confianza era total. Yo entraba a su Habitación una habitación cómoda, una cama grande, un televisor grande y hacía lo que él me ordenaba.

Bueno, pues aquella noche me fui pura mi pequeña pieza y al otro día, él en sano juicio, me dijo:

—¿Usted se acuerda de lo que yo le conté anoche?

—Yo estaba muy borracho, patrón.

—¿No se acuerda de lo que le dije a lo último?

—Bueno, sí. Algo como que la comida era para una gente que lo estaba extorsionando a usted... Algo así entendí.

—Yo le conté eso, pero cuídese. Eso no lo puede saber nadie mus. Usted abre la boca y me puede costar mi vida, y detrás de la mía va la suya.

—No. Tranquilo, yo soy una persona seria, yo con usted voy p’a las que sea. Vivo muy agradecido con usted por tanta ayuda.

A esa altura él me pagaba bien, me daba comida para que le llevara a la señora de la casa y yo se lo contaba a él después.

Desde luego los hermanos se dieron cuenta de la confianza que él me estaba dando:

—¿Usted qué hizo con el patrón? Usted está muy cerca de él. Es que ahora lo lleva a usted a todos los viajes...

—No, yo no hago nada. Yo trabajo. Aquí la cosa es metiendo el hombro para ganarse la comida.

En adelante, cuando el Chocoano iba a llevarle cargamentos a la guerrilla se iba solamente conmigo, y ya luego caí en la cuenta de que él nunca los había llevado a ellos. Hasta donde los guerrilleros iba solo.

La tercera vez que fuimos a dejar papas, plátanos, arroz, frutas frescas, whisky, talcos, Mentol Chino, Viagra y todas esas cosas, me acerqué por primera vez a la guerrilla. Estaba descargando las cajas más pesadas —que van debajo— y vi a unos sujetos con armamento, unos con chaquetas del Ejército, con camuflados, otros con uniformes de la Policía y otros con sudaderas negras. Estaban a unos quinientos metros. Cuando los vi, lo miré, y él dijo:

—Tranquilo, tranquilo, descargue eso.

Ellos venían haciendo señas con las manos como saludándolo. Él levantó las suyas:

—Tranquilo, descargue eso que ya nos vamos. No se preocupe.

Me debió ver la cara de susto porque, de todas maneras... Por más experiencia que uno tenga, por más veces que uno haya visto a la guerrilla, por más veces que haya hablado con guerrilleros, siente el mismo miedo que la primera vez. Siempre. Eso es algo que no he podido ni podré controlar y creo que a la mayoría le debe suceder lo mismo.

Bueno, pues cuando ellos llegaron a unos cien metros, el Chocoano dijo "Vámonos". Volví a mirar por el espejo retrovisor y los vi recogiendo la carga.

Todo lo que sucedía se lo informaba a los socios Antonio y Fernando a través de un buzón muerto en Urrao. Yo con ellos nunca tuve vínculos. Ellos me contrataban algunas veces para cargar bultos, pero no había cruce de palabras.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

Creo que lo interesante del caso ocurrió cuando Rodrigo, comenzó a ganarse la confianza del Chocoano, por ejemplo cuando le manejaba algunos dineros y nunca desaparecía con ellos, sino, por el contrario, los entregaba absolutamente completos, o cuando una noche en un café donde estaban bebiendo se formó una riña y le iban a pegar al Chocoano, pero Rodrigo lo defendió.

Aquella vez él intervino, no tanto para agrandar la disputa sino para detenerla, hasta el punto de ganarse varios golpes y durar algunos días con un ojo morado. El no respondió la agresión, porque la idea era no buscar rivalidades en el pueblo.

Todo eso ayudó a que el Chocoano fuera convenciéndose cada vez más de la lealtad del muchacho, hasta el punto de que, incluso, se llegó a rumorar que se trataba de un par de homosexuales.

RODRIGO (Inteligencia)

Andaba a toda hora con mi canguro en la cintura y dentro del canguro el GPS. Todas las posiciones donde dejábamos el mercado y el Mentol, el Viagra y los polvos talco, todas esas las marcaba y las enviaba a Bogotá. Los GPS eran cinco aparatos iguales: yo llegaba al buzón muerto y dejaba uno, reportaba también lo que había visto, lo que había descargado, hasta dónde había llegado, a qué horas había salido, cuánto me había demorado allí, todo respaldado por las coordenadas en el GPS. Cuando Antonio o Femando iban a recoger la información, me dejaban otro.

Una de las características del buzón es que cuando está cargado hay una señal que lo indica, y otra si se halla descargada ¿Cuál señal? Cualquiera: una piedra en una esquina, la rama de cierto arbusto tronchada...

El Chocoano no bebía los lunes. El día que vimos a la guerrilla era martes y nos fuimos a chupar cerveza, hablamos de muchas cosas, especialmente de su infancia en el Chocó, un pueblo llamado Domingodó. Ese día nos tomamos una botella y media de aguardiente y se repitió la misma situación de antes:

—Rodrigo, venga, siéntese a mi lado. Le voy a contar una cosa: ¿Se acuerda que yo le había dicho que la guerrilla me estaba extorsionando?

—Sí. Sí, patrón.

—Bueno, es que las cosas no son así.

—¿Cómo son?

—Lo que sucede es que yo trabajo con ellos. Eso lo hago porque quiero, porque me gano una buena plata con ellos, en esas cosas me tratan muy bien. Y además, de eso no tengo que pagar impuestos, no me toca pagarles a ellos ningún dinero. La gente no me roba. La gente me respeta. Nadie se mete conmigo. Todo eso me tiene contento con ellos. Se lo cuento porque ahora usted es mi mano derecha.

—Huy, patrón, si me cuenta eso es porque usted quiere que yo vaya con usted p’a las que sea, y listo. Vamos p’a las que sea.

—Esa era la respuesta que yo esperaba. Yo quería que usted estuviera conmigo porque sé que usted es un muchacho al que le ha tocado duro en la vida y va a valorar todo lo que le voy a dar.

Ese señor se veía muy rudo y muy sobrado, pero no tenía una persona que le ayudara, esa persona que "venga yo lo hago", "venga le consigno", ‘Venga le llevo"... No tenía un simple secretario y en eso me convertí. En adelante, me entregaba el camión y me decía:

—Váyase para tal vereda y lleve esta carga —y empezó a mandarme solo a llevar cosas a los alrededores.

En una ocasión me dijo:

—¿Se acuerda del sitio hasta donde llevamos el mercado el día que aparecieron los amigos míos?

—Sí. Sí. Me acuerdo.

—Después de ese sitio hay un poste con un número así y asá. Ahí descargue lo de hoy.

—¿Voy a ir solo?

—Hermano, vaya solo porque yo estoy aquí muy ocupado, tengo que ir a recoger unos dineros.

—Patrón, ¿pero qué tal que me hagan algo porque no me conocen?

—Tranquilo que eso ya lo hablé. Ellos saben que usted es un trabajador mío, no se preocupe.

Me fui hasta el punto, pero aquella vez el cargamento era más pequeño, aunque iban más o menos las mismas cosas: una caja de whisky, Viagra, Mentol Chino, comida...

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