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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (39 page)

BOOK: Marea viva
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Echó un vistazo a la fotografía adjunta.

Al hombre de los cuchillos: Abbas el Fassi.

¿El crupier del casino Cosmopol?

¿Qué hacía él en Costa Rica?

¿Y para qué demonios quería él la cinta original?

Olivia
había dormido mal.

Había pasado la noche de San Juan en la isla de Tynningö, con su madre y un par de sus amigos. En realidad podía haber ido a una fiesta en Möja, con Lenni y un grupo de amigos, pero eligió Tynningö. El dolor por la muerte de
Elvis
le sobrevenía cuando menos se lo esperaba y necesitaba estar sola. O estar con gente que no le exigiera estar de fiesta. El día anterior su madre y ella se habían quedado solas y habían pintado la mitad de la parte soleada de la casa. Para que Arne no tenga que avergonzarse, como había dicho Maria. Luego habían tomado demasiado vino. Por la noche lo había pagado. Se despertó a las tres y no pudo volver a conciliar el sueño hasta las siete. Media hora antes de que sonara el despertador.

Acababa de comerse un par de galletas de arroz y se disponía a meterse en la ducha cuando llamaron a la puerta.

Abrió. Era Stilton con un abrigo negro demasiado corto.

—Hola —dijo.

—¡Hola! ¿Te has cortado el pelo?

—Marianne se ha puesto en contacto conmigo. No hay ninguna coincidencia.

Olivia vio que un vecino que pasaba en ese momento lanzaba una mirada escrutadora a su visitante. Dio un paso a un lado y Stilton entró. Olivia cerró la puerta.

—¿Ninguna coincidencia?

—No.

Olivia se dirigió a la cocina. Stilton la siguió sin quitarse el abrigo.

—O sea, que el pelo no era de la víctima.

—No.

—Entonces puede proceder de uno de los asesinos.

—Es posible.

—Jackie Berglund —dijo Olivia.

—Déjalo.

—¿Por qué no? ¿Por qué no puede ser suyo? Tiene el pelo oscuro, estuvo en la isla cuando se cometió el crimen y ofreció una explicación de risa cuando se le preguntó por qué desapareció poco después. ¿O no es así?

—Préstame tu ducha —dijo Stilton.

Olivia no supo qué contestar, así que señaló la puerta del baño. Seguía estupefacta cuando Stilton se metió en él. Pedir prestada la ducha de alguien es un acto muy íntimo, para algunos; para otros no significa nada. A Olivia le costó aceptar que Stilton estuviera allí dentro enjuagándose lo que fuera que tuviera que enjuagarse.

Luego empezó a pensar en Jackie Berglund.

Pensamientos oscuros.

—Olvídate de Jackie Berglund —dijo Stilton.

—¿Por qué?

Se había dado una ducha larga y fría mientras pensaba en la obsesión que Olivia tenía con Jackie Berglund y decidió hacerla partícipe de ciertos asuntos. Olivia se había cambiado de ropa y lo invitó a café en la cocina.

—Las cosas fueron así —empezó él—. En 2005 fue asesinada una chica embarazada de nombre Jill Engberg y yo dirigí la investigación.

—Eso ya lo sé.

—Vale, pero es que empiezo por el comienzo. Jill era una
escort
. Pronto nos enteramos de que trabajaba para Jackie Berglund en Red Velvet. Ciertas circunstancias que rodearon su muerte nos llevaron a creer que el asesino de Jill podía ser un cliente de Jackie. Seguí esa línea de investigación con tesón, pero acabó en un callejón sin salida.

—¿Por qué?

—Sucedieron algunas cosas.

—¿Qué cosas?

Stilton se calló y Olivia aguardó.

—¿Qué pasó? —insistió al cabo.

—Fueron varias cosas a la vez. Entre ellas, que me estampé contra la pared y acabé con un brote psicótico. Estuve de baja un tiempo y cuando volví me habían apartado del caso.

—¿Por qué?

—Oficialmente, porque no me consideraban capacitado para llevar la investigación de un asesinato en aquel momento, lo que tal vez fuera cierto.

—¿Y extraoficialmente?

—Porque había gente que quería apartarme del caso de Jill, al menos eso creo.

—¿Por qué?

—Porque me había acercado demasiado al negocio de chicas
escort
de Jackie Berglund.

—¿Te refieres a sus clientes?

—Ajá.

—¿Quién se hizo cargo de la investigación?

—Rune Forss. Un policía que…

—Sé quién es —dijo Olivia—. Pero él no resolvió el asesinato de Jill. Lo leí en…

—No, no lo resolvió.

—Pero supongo que debiste pensar lo mismo que yo. Mientras investigabas el caso de Jill.

—¿Que había coincidencias con el caso de Nordkoster?

—Sí.

—Sí, la verdad es que sí. Jill también estaba embarazada, como la víctima de la playa, y Jackie aparecía en las dos investigaciones. Cabía que la víctima también fuera una
escort
. No sabíamos nada de ella. Así que se me ocurrió que a lo mejor existía algún vínculo, que quizás era el mismo autor con el mismo motivo.

—¿Y cuál sería?

—Asesinar a una prostituta embarazada de él y que lo chantajeaba por dinero. Por eso le sacamos el ADN al feto de Jill y lo comparamos con el del niño de la mujer de la playa. No encontramos ninguna coincidencia.

—Eso no excluye que Jackie pudiera estar involucrada.

—No, y yo sostuve una hipótesis que llevé hasta sus últimas consecuencias, acerca de ella, pues al fin y al cabo estuvo allí, junto con dos noruegos en un yate, y pensé que todos formaban parte de un cuarteto en el que la víctima era la cuarta integrante, pero que luego algo se torció entre ellos y entre los tres la mataron.

—¿Pero?

—No nos llevó a ninguna parte, fue imposible vincularlos a la playa, y tampoco con la víctima, que, como ya sabes, no teníamos la menor idea de quién podía ser.

—¿Ahora quizá podríamos relacionar a Jackie con la playa?

—¿A través del pasador de pelo?

—Sí.

Stilton la miró. Aquella joven nunca se rendía, y él estaba cada vez más impresionado por su obstinación, su curiosidad, su capacidad para…

—El pendiente.

Olivia interrumpió el razonamiento de Stilton.

—Dijiste que encontrasteis un pendiente en el bolsillo del abrigo de la víctima, en la playa, que probablemente no fuera suyo. ¿No es así? Os pareció un poco extraño.

—Sí.

—¿Encontrasteis huellas dactilares en el pendiente?

—Tan solo de la víctima. ¿Quieres verlo?

—¿Lo tienes tú?

—Sí, en la caravana.

Stilton sacó su caja de las mudanzas de debajo de una litera de la caravana. Olivia estaba sentada en la otra. Abrió la caja y extrajo una bolsa de plástico con un pequeño y precioso pendiente de plata en su interior.

—Este es su aspecto. —Le pasó el pendiente a Olivia.

—¿Por qué lo tienes aquí?

—Acabó entre todas las cosas que recogí deprisa en el despacho cuando me desvincularon del caso; estaba en una caja que vacié.

Olivia sostuvo el pendiente en la mano. Tenía una forma muy peculiar. Casi como un lazo que se convertía en un corazón, con una perlita colgando de la parte inferior y una piedra azul en medio. Muy bonito. Olivia arrugó el ceño. ¿No había visto uno parecido antes? ¿Hacía poco tiempo?

—¿Me lo puedo quedar hasta mañana?

—¿Para qué?

—Para… Es que he visto uno parecido hace muy poco. —¿En una tienda? ¿En una tienda de Sibyllegatan?

Mette Olsäter estaba reunida con parte de su equipo en la sala de investigaciones de Polhemsgatan. Un par de ellos habían celebrado San Juan. Acababan de escuchar el interrogatorio de Mette a Bertil Magnuson por tercera vez. Todos pensaban lo mismo: miente acerca de la llamada telefónica. Era, en parte, una apreciación empírica. Interrogadores experimentados capaces de apreciar cualquier matiz escurridizo en el tono de un interrogado. Pero también algo más concreto. ¿Por qué iba Nils Wendt a llamar a Bertil Magnuson cuatro veces y permanecer en silencio? Eso afirmaba Magnuson. Al fin y al cabo, era de suponer que Wendt sabría que a Magnuson nunca se le ocurriría que su mudo interlocutor pudiese ser el Nils Wendt desaparecido veintisiete años atrás. ¿Qué sentido tendría entonces la llamada?

—No se mantuvo en silencio.

—Claro que no.

—Entonces, ¿qué dijo?

—Algo que Magnuson no quiere revelar.

—¿Y qué podría ser?

—Algo del pasado —respondió Mette quien se coló en el razonamiento de sus subordinados. Daba por supuesto que Wendt había desaparecido unos veinticuatro años atrás y que de pronto había aparecido en Estocolmo y llamado a su antiguo socio. Y que lo único que los unía hoy en día era el pasado—. Así pues, si imaginamos, hipotéticamente que Magnuson está detrás del asesinato de Wendt, el motivo debe encontrarse en las cuatro llamadas —concluyó.

—¿Chantaje?

—Es posible.

—¿Y con qué podía Wendt chantajear a Magnuson? —preguntó Lisa—. Actualmente.

—Algo que sucedió entonces.

—¿Y quién podría saber algo al respecto, aparte de Magnuson?

—¿La hermana de Wendt en Ginebra?

—Poco probable.

—¿Su antigua pareja? —propuso Bosse.

—O Erik Grandén —dijo Mette.

—¿El político?

—Era miembro del consejo de administración de Magnuson Wendt Mining cuando Wendt desapareció.

—¿Me pongo en contacto con él? —preguntó Lisa.

—Adelante.

Olivia iba sentada en el metro. Le había dado vueltas a la información de Stilton durante todo el trayecto desde la caravana. No estaba segura de qué había querido decir, aparte de que no era una buena idea acercarse a Jackie Berglund. Cuando él lo hizo en su día habían acabado apartándolo del caso. Pero ella no era policía. Aún no. No intervenía en ninguna investigación oficial. A ella nadie podía apartarla. Amenazarla, sí, y también matar a su gato, pero nada más. Tenía las manos libres para moverse, pensó.

Y eso era lo que haría.

Acercarse a Jackie Berglund, la asesina de gatos. Intentar conseguir algo de Jackie de lo que pudieran sacar su ADN. Para averiguar si el pelo que Gardman había encontrado en la playa era de Jackie.

¿Y cómo lo haría?

No podía volver a entrar en la tienda de Jackie. Necesitaba ayuda. Fue entonces cuando tuvo una idea que la obligaría a hacer algo que le repugnaba.

Que le repugnaba tremendamente.

Se oyó una especie de silbido. Un reflejo espantado recorrió el suelo. Era un piso destartalado de dos habitaciones en Söderarmsvägen, en el barrio de Kärrtorp, una segunda planta. No había ningún nombre en la puerta, apenas ningún mueble en la estancia. El Visón estaba en calzoncillos frente a la ventana, plantando semillas de acero en su carne. Últimamente ocurría pocas veces, casi nunca. Pero de vez en cuando necesitaba desahogarse de verdad. Echó una mirada al barrio. Seguía cabreadísimo por aquella noche en la autocaravana. «Unas pinzas de tres metros de largo.» Aquella maldita piba lo había ninguneado, como si no fuera más que un jodido soplón. Un perdedor, uno de esos que se meten en los portales y follan carne picada en una maceta.

Era demasiado humillante.

Pero no hay chute que no sea capaz de reforzar un ego hundido. En menos de diez minutos, el Visón volvió a ser el de siempre. Su cerebro alucinado ya había tejido una serie de justificaciones que eliminarían la humillación. Aparte de que la piba no tenía ni idea de con quién se las tenía, con el Visón, con el Hombre, era una idiota bizca. ¡Un chochito que creía que podía alterar al Visón!

Ya se sentía mucho mejor.

Cuando llamaron a la puerta su ego se había restituido por completo. Sus piernas casi corrían solas. ¿Estaba flipado? ¿Y qué?, era un tío como Dios manda. Un macho con todo bajo control. Casi arrancó la puerta al abrirla.

¿El chochito?

El Visón miró a Olivia boquiabierto.

—Hola —dijo ella.

El Visón seguía mirándola embobado.

—Solo quería pedirte disculpas —prosiguió Olivia—. Me comporté como una cerda la otra noche, en la caravana, y créeme, no fue mi intención, estaba alterada por lo que le habían hecho a Stilton, no fue nada personal. Fui una idiota. De verdad. Disculpa.

—¿Qué demonios quieres?

A Olivia le parecía que se había expresado con bastante claridad, así que siguió adelante con su plan.

—¿Es este tu piso de propiedad colectiva? ¿El que vale sus buenos cinco millones?

—Como mínimo.

Había elaborado su estrategia meticulosamente. Tenía muy claro cómo había que manejar a ese bobalicón. Solo debía buscar una manera de entrarle.

—Estoy medio buscando un piso —dijo—. ¿Cuántas habitaciones tiene este?

El Visón se volvió y entró. Dejó la puerta abierta y Olivia se lo tomó como una invitación a pasar. Y lo hizo. Era un piso de dos habitaciones prácticamente vacío. Destartalado. Con el empapelado desconchado aquí y allá. ¿Cinco millones? ¿Como mínimo?

—Por cierto, Stilton te manda saludos.

El Visón había desaparecido. ¿Se habrá escapado por la ventana del dormitorio?, pensó. De pronto volvió a aparecer.

—¿Sigues aquí?

El Visón se había envuelto en una especie de albornoz y sostenía un cartón de leche del que iba dando sorbos.

—¿Qué coño quieres?

No iba a ser tan fácil. Así que Olivia fue al grano.

—Necesito tu ayuda. Necesito una muestra de ADN de una persona a la que no me atrevo a ir a ver y me he acordado de ti, de lo que me contaste.

—¿Qué cosa?

—Cómo habías ayudado a Stilton en muchos casos difíciles, que eras un poco como su mano derecha, ¿no?

—Pues sí, así es.

—Y entonces pensé que a lo mejor tendrías experiencia en estas cuestiones. Tengo la impresión de que sabes hacer un poco de todo, ¿me equivoco?

El Visón tomó otro trago de leche.

—Pero a lo mejor ya no trabajas en esta clase de asuntos —agregó Olivia.

—Trabajo en casi todo.

Bingo, pensó Olivia. Ahora he de asegurar el anzuelo.

—¿Te atreverías a hacer algo así?

—¿Cómo que si me atrevería? ¿Qué coño estás diciendo? ¿De qué demonios se trata?

Vaya si había picado.

Olivia acababa de salir de la estación de metro de Östermalmstorg con un señor muy excitado a su lado, el Visón, el Hombre, alguien que se atrevía a casi todo.

—Hace unos años estaba subiendo el K-dos, ya sabes, la cuarta cima del Himalaya. Éramos Göran Kropp, yo y un par de sherpas, vientos helados, treinta y dos grados bajo cero, muy duro todo.

—¿Coronasteis la cima?

—Ellos sí, yo me vi obligado a ocuparme de un inglés que se había roto el pie. Tuve que cargarlo sobre mis espaldas hasta el campamento base. Era un noble, por cierto, tengo una invitación para ir cuando quiera a su hacienda de New Hampshire.

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