Read Los señores de la instrumentalidad Online
Authors: Cordwainer Smith
—Ya averiguarás qué es dios en otra parte, si lo haces. No entre nosotros. Y tú misma sabrás de qué depende. No tendrás que esperar a que yo te lo diga. Vete ahora. Todo terminará dentro de pocos minutos.
—¿Y P'Juana? —insistió Elena.
—Si no resulta —dijo Charley-cariño-mío—, siempre podemos criar a otra P'Juana y esperar a otra como tú. La dama Pane Ashash nos lo ha prometido. ¡Entra de una vez!
Le dio un empujón, y entonces Elena cruzó el umbral tambaleante.
Una luz brillante la deslumbre. El aire limpio sabía tan bien como el agua fresca el primer día en que había salido de la cápsula de su nave espacial.
La niña-perro había entrado junto con Elena.
La puerta de oro o bronce se cerró tras ellas.
Elena y P'Juana se quedaron quietas, mirando hacia delante y hacia arriba.
Se han hecho pinturas famosas sobre esta escena. La mayoría muestran a Elena en harapos con la cara transfigurada y sufriente de una bruja. Eso no tiene rigor histórico. Cuando entró en la otra punta de Clown Town, Elena llevaba su falda-pantalón de todos los días, una blusa y un par de bolsos gemelos colgados de los hombros. Era la vestimenta habitual en Fomalhaut III en aquella época. No había hecho nada que pudiera haberle estropeado la ropa, así que debía de tener un aspecto muy parecido a cuando salió. Y P'Juana... bien, todos saben qué aspecto tenía P'Juana.
El Cazador les salió al encuentro.
El Cazador les salió al encuentro, y comenzaron nuevos mundos.
Era un hombre bajo, de cabello rizado y negro, ojos oscuros y risueños, hombros anchos y piernas largas. Caminaba con aplomo y agilidad. Mantenía las manos a los costados, pero las manos no eran toscas y encallecidas como si se encargaran de eliminar vidas, incluso vidas de animales.
—Venid y sentaos —saludó—. Os estaba esperando.
Elena avanzó trastabillando.
—¿Esperando? —jadeó.
—No hay ningún misterio —explicó él—. Tenía encendida la pantalla. La que da al túnel. Tiene conexiones blindadas, así que la policía no puede interferirías.
Elena se detuvo en seco. La niña-perro, un paso por detrás de ella, también se paró. Elena intentó erguirse. Tenía la misma estatura que el Cazador, pero él estaba cuatro o cinco escalones más arriba. Logró mantener la voz tranquila cuando dijo:
—Entonces, ¿lo sabes?
—¿Qué?
—Todas esas cosas que ellos dijeron.
—Claro que las sé —sonrió él—. ¿Por qué no?
—¿Que tú y yo seremos amantes? —tartamudeó Elena—. ¿Eso también?
—Eso también —respondió él, aún sonriente—. Lo he oído durante la mitad de mi vida. Subid, sentaos y comed algo. Tenemos mucho que hacer esta noche, si la historia ha de cumplirse a través de nosotros. ¿Qué comes, niña? —le dijo amablemente a P'Juana—. ¿Carne cruda o comida de personas?
—Soy una niña hecha y derecha —dijo P'Juana—, así que prefiero pastel de chocolate con helado de vainilla.
—Eso tendrás —dijo el Cazador—. Venid las dos. Sentaos.
Subieron los escalones. Una lujosa mesa ya preparada les estaba esperando. Había tres divanes alrededor. Elena buscó a la tercera persona que comería con ellos. Sólo al sentarse comprendió que el Cazador estaba invitando a la niña-perro.
El advirtió su sorpresa, pero no hizo comentarios directos, sino que se dirigió a P'Juana.
—Me conoces, ¿verdad, niña?
La niña-perro sonrió y se relajó por primera vez desde que Elena la había visto. La niña-perro era muy hermosa cuando se tranquilizaba. La cautela, el silencio, la actitud alerta eran cualidades caninas. Ahora la niña-perro parecía totalmente humana y muy madura para su edad. Tenía los ojos castaños, que contrastaban con su palidez.
—Te he visto muchas veces, Cazador. Y me has dicho lo que ocurriría si yo resultaba ser
la
P'Juana. Que difundiría la buena nueva y afrontaría muchas pruebas. Que quizá muriera, pero que las personas y el subpueblo recordarían mi nombre durante miles de años. Me has dicho casi todo lo que sé, excepto las cosas sobre las que no puedo hablarte. Tú también las sabes, pero no las dirás, ¿verdad? —imploró la niña-perro.
—Sé que has estado en la Tierra —dijo el Cazador.
—¡No lo digas! ¡Por favor, no lo digas! —suplicó la niña-perro.
—¡La Tierra! ¿La Cuna del Hombre? —exclamó Elena—. ¡Por las estrellas! ¿Cómo llegaste allí?
—No insistas, Elena —intervino el Cazador—. Constituye un gran secreto, y ella no desea divulgarlo. Esta noche descubrirás más cosas de las que ninguna mujer mortal ha sabido con anterioridad.
—¿Qué significa «mortal»? —le preguntó Elena, a quien le disgustaban las palabras antiguas.
—Significa alguien cuya vida tiene un final.
—Qué tontería —bufó Elena—. Todo tiene un fin. Incluso aquellos pobres desquiciados que desobedecieron la ley para vivir más de cuatrocientos años. —Miró alrededor. Suntuosas cortinas negras y rojas colgaban desde el techo hasta el suelo. En un lado de la habitación había un mueble que nunca había visto. Parecía una mesa, pero tenía portezuelas chatas y anchas por delante; parecía ricamente ornamentado con maderas y metales que ella no concia. No obstante, ella quería hablar de cosas más importantes que el mobiliario.
Miró directamente al Cazador (ninguna enfermedad orgánica; herido en el brazo izquierdo en un período anterior; exceso de exposición a la luz solar; quizá necesitara corrección para ver de cerca) y preguntó:
—¿Soy tu presa?
—¿Mi presa?
—Eres un Cazador. Y cazas criaturas. Supongo que para matarlas. Ese subhombre, la cabra que se llama Charley-cariño-mío...
—¡Nunca hace eso! —exclamó la niña-perro P'Juana.
—¿Nunca hace qué? —preguntó Elena, irritada por la interrupción.
—Nunca se llama así. Otras personas lo llaman así. Mejor dicho, otras subpersonas. Su nombre es Balthasar, pero nadie lo usa.
—¿Qué más da, niña? —dijo Elena—, Yo estoy hablando de mi vida. Tu amigo dijo que me mataría si algo no sucedía.
Ni P'Juana ni el Cazador replicaron. Elena perdió la paciencia.
—¡Tú lo oíste! —Se volvió hacia el Cazador—. ¡Tú lo viste en la pantalla!
—Los tres tenemos cosas que hacer antes de que termine esta noche —dijo el Cazador con serenidad y aplomo—. No las podremos hacer si estás asustada o preocupada. Conozco al subpueblo, pero también conozco a los señores de la Instrumentalidad. Aquí hay cuatro. Los señores Limaono y Femtiosex, la dama Goroke, y la norstriliana. Ellos te protegerán. Charley-cariño-mío quizá quiera quitarte la vida porque teme que el túnel de Englok, donde acabas de estar, sea descubierto. Yo tengo maneras de protegerlo a él y también a ti. Confía en mí. No resulta tan difícil, ¿verdad?
—Pero —protestó Elena—, el hombre, o la cabra, o lo que fuera, Charley-cariño-mío, dijo que todo ocurriría enseguida, en cuanto me encontrara contigo.
—¿Cómo puede ocurrir algo —dijo la pequeña P'Juana— si no paras de hablar?
El Cazador sonrió y dijo:
—Está bien. Ya hemos hablado bastante. Ahora debemos ser amantes.
Elena se levantó de un brinco.
—No harás eso conmigo. Y menos con ella delante. Sobre todo porque aún no he encontrado nada que hacer. Soy una bruja. Se supone que debo hacer algo, pero nunca he conseguido averiguar qué.
—Bien, mira esto —dijo el Cazador con calma, caminando hacia la pared y señalando con el dedo un intrincado dibujo circular.
Elena y P'Juana le obedecieron.
El Cazador habló de nuevo con voz apremiante.
—¿Lo ves, P'Juana? ¿Lo ves? Los siglos transcurren esperando este momento, niña. ¿Lo ves? ¿Te ves a ti misma allí?
Elena miró a la niña-perro. P'Juana contenía la respiración. Contemplaba el curioso dibujo simétrico como si fuera una ventana abierta a mundos mágicos.
—¡P'Juana! ¡Juana! ¡Juanita! —gritó el Cazador.
La niña no respondió.
El Cazador se acercó a la niña, le palmeó la mejilla, gritó de nuevo. P'Juana siguió contemplando el intrincado dibujo.
—Ahora —dijo el Cazador—, tú y yo haremos el amor. La niña está ausente en un mundo de sueños felices. Ese diseño es un mándala, un recuerdo del increíble pasado. Concentra la conciencia humana en un punto. P'Juana no nos verá ni oirá. No podemos ayudarle a ir hacia su destino a menos que tú y yo hagamos primero el amor.
Elena, con la mano sobre la boca, trató de inventariar síntomas como un modo de mantener sus pensamientos en equilibrio. Pero no funcionó. Se sintió invadida por una calma, una felicidad y una paz que no experimentaba desde la infancia.
—¿Pensabas que yo cazaba con mi cuerpo y mataba con mis propias manos? —dijo el Cazador—. ¿Nadie te ha dicho que la presa viene a mí con alegría, que los animales mueren mientras aúllan de placer? Soy telépata, y trabajo con licencia. Y ahora tengo el permiso de la dama Pane Ashash muerta.
Elena supo que habían llegado al final de la conversación. Trémula, feliz, asustada, cayó en brazos del Cazador y se dejó conducir al diván que había en una esquina del cuarto negro y dorado.
Mil años después, Elena besaba la oreja del Cazador murmurándole palabras de amor, palabras que ni siquiera había sospechado conocer. Pensó que las cajas narradoras debían de haberle enseñado más de las que pensaba.
—Eres mi amor —murmuró—, el único, cariño. Nunca, nunca me abandones; nunca me alejes de ti. ¡Oh, Cazador, te amo tanto!
—Nos separaremos —dijo él— antes del anochecer de mañana, Pero nos reuniremos de nuevo. ¿Te das cuenta que todo ha durado poco más de una hora?
Elena se sonrojó.
—Y yo —tartamudeo— tengo... hambre.
—Es natural —dijo el Cazador—. Pronto podremos despertar a la niña y comer juntos. Y luego se cumplirá la historia, a menos que alguien entre para detenernos.
—Pero, querido, ¿no podemos seguir... al menos por un tiempo? ¿Un año? ¿Un mes? ¿Un día? Que la niña vuelva al túnel por un tiempo.
—No, pero te cantaré una canción acerca de ti y de mí. He compuesto fragmentos de ella durante mucho tiempo, pero ahora ha sucedido en la realidad. Escucha.
Le cogió las manos y la miró directa y sinceramente a los ojos.
No había en él indicios de poder telepático.
Le cantó la canción que nosotros conocemos como
Te amé y te perdí
:
Te conocí, y te amé,
y te conquisté, en Kalma.
Te amé,, y te conquisté
y te perdí, cariño.
Los oscuros cielos de Waterrock
se derrumbaron sobre nosotros.
¡Sólo iluminados por el rayo
de nuestro propio amor, amor mío!
Nuestro tiempo fue breve,
una intensa hora de gloria.
Saboreamos el placer
y sufrimos la negación.
La historia de nosotros dos
es dulce y amarga.
Breve como un disparo
pero larga como la muerte.
Nos conocimos y nos amamos
y conspiramos en vano
por salvar la belleza
en una guerra, humeante.
El tiempo no nos dio tiempo,
ni los minutos piedad.
Hemos amado y perdido
y el mundo continúa.
Hemos perdido y besado,
y nos hemos despedido.
Todo cuanto tenemos
debemos guardarlo en el corazón.
El recuerdo de la belleza
y la belleza del recuerdo...
Te amé y te conquisté
y te perdí, en Kalma.
Los dedos del Cazador, moviéndose en el aire, creaban una suave música de órgano en la habitación. Elena había visto antes haces musicales, pero nunca habían tocado para ella.
Cuando el Cazador terminó la canción, Elena estaba llorando. Todo era tan real, tan maravilloso, tan desgarrador.
Él le sostenía la mano derecha con la suya izquierda. La soltó de pronto. Se levantó.
—Primero vamos a trabajar. Ya comeremos luego. Alguien está cerca.
Fue hacia la niña-perro, que todavía permanecía sentada mirando el mándala con ojos abiertos y soñadores. Le cogió la cabeza dulce y firmemente con ambas manos y le hizo apartar la mirada del dibujo. Ella se resistió por un instante y luego despertó.
Sonrió.
—Eso fue bonito. He descansado. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco minutos?
—Algo más —respondió el Cazador con dulzura—. Quiero que cojas la mano de Elena.
Unas horas antes, Elena se habría resistido al grotesco acto de asir la mano de una subpersona. Esta vez se limitó a obedecer: miró con amor al Cazador.
—Vosotras dos no tenéis que saber mucho —dijo el Cazador—, Tú, P'Juana, recibirás todo lo que hay en nuestra mente y nuestra memoria. Te convertirás en nosotros, en los dos. Para siempre. Encontrarás tu glorioso destino.
La niña se estremeció.
—¿Es éste el día?
—En efecto —asintió el Cazador—. Las edades futuras recordarán esta noche. —Se volvió hacia Elena—, Tú, Elena, sólo tienes que amarme y quedarte muy quieta. ¿Comprendes? Verás cosas tremendas, algunas de ellas escalofriantes. Pero no serán reales. Sólo quédate quieta.
Elena asintió en silencio.
—En nombre del Primer Olvidado —empezó el Cazador—, en nombre del Segundo Olvidado, en nombre del Tercer Olvidado. Por el amor de las personas, que les darán vida. Por el amor que les ofrecerá una muerte limpia y auténtica... —Las palabras sonaban claras, pero Elena no las entendía.
El día de los días había llegado.
Lo sabía.
No sabía cómo lo sabía, pero así era.
La dama Pane Ashash subió atravesando el suelo sólido, usando su amistoso cuerpo de robot. Se acercó a Elena y murmuró:
—No tengas miedo.
¿Miedo?
, pensó Elena.
No es momento para el miedo. Es demasiado interesante.
Y como para responderle, una voz clara, fuerte y masculina habló desde ninguna parte:
Es el momento del valiente compartir.
Fue como si estas palabras hubieran hecho explotar una burbuja. Elena sintió que su personalidad se fundía con la de P’Juana. Con telepatía común habría resultado aterrador. Pero aquella experiencia no era comunicación. Era ser.
Se había convertido en P'Juana. Sintió el cuerpecito limpio en sus pulcras ropas. Volvió a tener conciencia de aquella forma infantil. Resultaba agradable y perturbador recordar que una vez ella había tenido la misma forma: el pecho liso, inocente y plano; la delicada ingle; los dedos que aún parecían sueltos y vivos cuando los extendía desde la palma de la mano. Pero la mente... ¡la mente de esa niña! Era como un enorme museo iluminado por suntuosas vidrieras, atiborrado de bellezas y tesoros, perfumado por un extraño incienso que flotaba despacio en el aire quieto. P'Juana tenía una mente que se remontaba al color y la gloria de la antigüedad del hombre. P'Juana había sido un señor de la Instrumentalidad, un hombre-mono que navegaba en las naves del espacio, un amigo de la entrañable dama Pane Ashash muerta, y la misma Pane Ashash.