—¿Y todo eso a qué viene? —preguntó por fin su hija.
—A nada —contestó Patty—. Sólo os explico cómo eran las cosas cuando yo estudiaba. No me había dado cuenta de que no os interesaba.
—A mí sí me interesa —tuvo la amabilidad de decir William.
—A mí lo que me parece interesante —comentó Jessica— es que nunca había oído nada de eso.
—¿Nunca te había hablado de Eliza?
—No. Debiste de contárselo a Joey.
—Seguro que la he mencionado alguna vez.
—No, mamá. Lo siento. Nunca.
—Bueno, da igual, la menciono ahora, aunque quizá ya haya hablado bastante.
—¡Quizá!
Patty sabía que estaba comportándose mal, pero no podía evitarlo.
Viendo la ternura entre Jessica y William, se acordó de ella misma a los diecinueve años, se acordó de su formación mediocre y de sus relaciones enfermizas con Carter y Eliza, y lamentó su vida, y se compadeció de sí misma. Empezaba a caer en una depresión que se precipitó vertiginosamente el día siguiente, cuando volvió a la universidad y sobrellevó un paseo por el suntuoso recinto, una comida en el jardín de la casa del rector y un coloquio vespertino («Desarrollar la identidad en un mundo polivalente») al que asistieron docenas de padres. A todos se los veía radiantes, mejor adaptados de lo que ella se sentía. Los estudiantes parecían alegres y aptos para cualquier cosa, incluyendo sin duda sentarse con toda tranquilidad en la silla de un bar, y los demás padres parecían muy orgullosos de ellos, encantados de ser sus amigos, y la propia universidad parecía orgullosísima de su riqueza y su misión altruista. Patty había sido realmente una buena madre; había conseguido preparar a su hija para una vida más feliz y más fácil que la suya; pero, por el lenguaje corporal de las otras familias, veía claro que no había sido una gran madre en el sentido que más contaba. En tanto que las otras madres e hijas caminaban hombro con hombro por los senderos pavimentados, riéndose o comparando teléfonos móviles, Jessica iba por la hierba uno o dos pasos por delante de Patty. El único rol que ofreció a Patty ese fin de semana fue el de mostrarse impresionada ante aquella fabulosa universidad. Patty hizo cuanto estuvo en su mano por desempeñar ese rol, pero al final, en un acceso depresivo, se sentó en una de las sillas Adirondack dispersas por el jardín principal y rogó a Jessica que fuera a la ciudad a cenar con ella sin William, quien, por suerte, esa tarde tenía un partido.
Jessica se mantuvo a cierta distancia y la observó con cautela.
—Esta noche William y yo tenemos que estudiar —dijo—. En circunstancias normales me habría pasado todo el día de ayer y de hoy estudiando.
—Siento que no hayas podido hacerlo por mi culpa —se disculpó Patty con depresiva sinceridad.
—No, no pasa nada. Tenía muchas ganas de que vinieras. Teníamos muchas ganas de que vieras el sitio donde voy a pasar cuatro años de mi vida. El problema es que el volumen de trabajo es muy grande.
—Ya, claro. Me parece estupendo. Me parece estupendo que puedas con él. Estoy orgullosa de ti. De verdad, Jessica. Tengo una gran opinión de ti.
—Vaya, gracias.
—Lo que pasa es que... ¿Y si vamos a la habitación de mi hotel? Es genial. Podemos encargar la cena al servicio de habitaciones y ver películas y beber algo del minibar. Mejor dicho, tú puedes beber algo del minibar; esta noche yo no beberé. Pero que sea una noche de chicas, tú y yo solas, por una noche. Tienes el resto del otoño para estudiar.
Mantuvo la mirada fija en el suelo, esperando la sentencia de Jessica. Era claramente consciente de que estaba proponiendo algo nuevo para ellas.
—Creo que tengo que quedarme a trabajar, de verdad —insistió Jessica—. Ya se lo he prometido a William.
—Pero, Jessie, te lo pido por favor. Por una noche no vas a morirte. Significaría mucho para mí.
Como Jessica no contestó, Patty se obligó a alzar la vista. Su hija contemplaba con sombrío dominio de sí misma el edificio principal de la universidad, en una de cuyas fachadas Patty había visto una losa que llevaba esculpidas las sabias palabras de la promoción de 1920: USA BIEN TU LIBERTAD.
—¿Por favor?
—No —respondió Jessica, sin mirarla—. ¡No! No me apetece.
—Siento haber bebido más de la cuenta y haber dicho tantas estupideces anoche. Ojalá me dejaras compensarte.
—No es mi intención castigarte —dijo Jessica—. Es sólo que... es evidente que no te gusta mi universidad, es evidente que no te gusta mi novio...
—No, si William está bien, es buen chico, si me cae bien. Es sólo que he venido aquí para verte a ti, no a él.
—Mamá, yo te facilito mucho la vida. ¿Te haces una idea de cuánto te la facilito? No me drogo, no hago ninguna de esas gilipolleces que hace Joey, no te abochorno, no monto números, nunca he hecho nada de eso...
—¡Lo sé! Y te estoy sinceramente agradecida.
—Vale, pero entonces no te quejes si tengo mi vida y mis amigos y no me apetece reorganizarlo todo de pronto por ti. Disfrutas del sinfín de ventajas que supone que yo cuide de mí misma, así que lo mínimo que puedes hacer es no culpabilizarme por eso.
—Pero, Jessie, estamos hablando de una sola noche. Es una tontería darle tanta importancia.
—Pues no se la des.
El dominio de sí misma y la impasibilidad de Jessica se le antojaron a Patty un castigo justo por lo rigorista y fría que ella había sido con su propia madre a los diecinueve años. De hecho, se sentía tan mal consigo misma que casi cualquier castigo le habría parecido apropiado. Guardándose las lágrimas para más tarde —pensando que no merecía la ventaja emocional, fuera cual fuese, que podía obtener llorando, o echando a correr enfurruñada camino de la estación—, ejerció su propio dominio de sí misma y cenó temprano en el comedor con Jessica y su compañera de habitación. Se comportó como una adulta pese a que tenía la sensación de que, de ellas dos, Jessica era la auténtica adulta.
De vuelta en Saint Paul, prosiguió su caída por el pozo minero de la salud mental, y no llegaron más mensajes de Richard. A la autobiógrafa le gustaría poder decir que tampoco ella le envió ningún mensaje, pero a estas alturas debería estar claro que su capacidad para el error, el martirio y la autohumillación es ilimitada. El único mensaje que considera correcto haberle mandado fue escrito después de comunicarle Walter la noticia de que Molly Tremain se había quitado la vida con somníferos en su apartamento del Lower East Side. Patty mostró lo mejor de sí misma en ese mensaje, y espera que sea así como Richard la recuerde.
El resto de la historia sobre las actividades de Richard durante ese invierno y esa primavera se ha contado ya en otros sitios, en especial en
People
y
Spin
y
Entertainment Weekly
después de la publicación de
Lago Sin Nombre
y el nacimiento de un «culto» a Richard Katz. Michael Stipe y Jeff Tweedy se encontraban entre las personalidades que se prestaron a respaldar a
Walnut Surprise
y admitir haber sido seguidores encubiertos de los
Traumatics
toda su vida. Puede que los fans de Richard, aquellos varones blancos, cultos y desaliñados de antes, ya no fueran tan jóvenes, pero unos cuantos eran ahora influyentes directores de secciones de cultura.
En cuanto a Walter, el resentimiento que siente uno cuando su grupo desconocido favorito empieza de pronto a aparecer en la lista de reproducción de todo el mundo se multiplicó por mil. Walter se enorgullecía, por supuesto, de que el nuevo disco llevara por título el nombre del lago de Dorothy, y de que muchas de las canciones se hubiesen compuesto en esa casa. Por fortuna, Richard había presentado hábilmente la letra de cada canción para que el «tú», que era Patty, pudiera confundirse con la difunta Molly; ésa fue la orientación hacia la que dirigió a los entrevistadores, sabiendo que Walter leía y guardaba todos los recortes de prensa relacionados con él. Pero en esencia Walter se sintió decepcionado y dolido por el momento de gloria de Richard. Aseguraba que entendía por qué Richard apenas lo llamaba ya, que entendía que ahora Richard tenía muchas cosas entre manos, pero en realidad no lo entendía. El verdadero estado de su amistad se convertía exactamente en lo que él siempre había temido. Richard, incluso cuando más hundido parecía, nunca estaba realmente hundido. Richard siempre había tenido su proyecto musical secreto, un proyecto que no incluía a Walter, y en último extremo siempre había actuado con sus fans en mente, sin apartar la vista del premio. Un par de periodistas musicales menores fueron tan diligentes que telefonearon a Walter para entrevistarlo, y su nombre apareció en unos cuantos espacios marginales, en su mayoría online, pero Richard, en las entrevistas que Walter leyó, aludió a él sencillamente como «un muy buen amigo de la universidad», y ninguna de las grandes revistas lo mencionó por su nombre. A Walter no le habría importado que se le atribuyese un poco más de mérito por haberle ofrecido a Richard tanto apoyo moral, intelectual e incluso económico, pero lo que de verdad le dolió fue lo poco que él en apariencia le importaba a Richard en comparación con lo mucho que Richard le importaba a él. Y, naturalmente, Patty no podía darle a conocer la mejor prueba de lo mucho que en realidad le importaba a Richard. Cuando éste encontraba un momento para ponerse en contacto con él por teléfono, el resentimiento de Walter emponzoñaba sus conversaciones, y Richard, a raíz de eso, sentía cada vez menos predisposición a llamarlo.
Y por tanto Walter pasó a tener una actitud competitiva. Se había dejado llevar por la idea de que él era el hermano mayor, y ahora Richard había puesto los puntos sobre las íes otra vez. Puede que en privado a Richard se le dieran fatal el ajedrez, las relaciones a largo plazo y el civismo, pero en público era querido y admirado y elogiado por su tenacidad, la pureza de sus propósitos, sus magníficas últimas canciones. Todo eso llevó a Walter a aborrecer la casa y el jardín y las pequeñas cosas por las que había apostado en Minnesota buena parte de su vida y su energía; Patty estaba sorprendida por la amargura con que quitaba valor a sus propios logros. Unas semanas después del lanzamiento de
Lago Sin Nombre
, viajó a Houston para su primera entrevista con el megamillonario Vin Haven, y al cabo de un mes empezó a pasar la semana laborable en Washington D.C. Para Patty era evidente, aunque acaso no para el propio Walter, que su firme decisión de ir a Washington y crear la Fundación Monte Cerúleo y convertirse en una figura más ambiciosa y de ámbito internacional fue alimentada por el deseo de competir. En diciembre, cuando
Walnut Surprise
tocó con
Wilco
en el Orpheum un viernes por la noche, Walter ni siquiera voló a Saint Paul a tiempo para verlos.
La propia Patty prefirió perderse esa actuación. No soportaba escuchar el nuevo disco —era incapaz de ir más allá del pretérito de la segunda canción:
Nadie hubo como tú
Para mí. Nadie
.Con nadie vivo. A nadie Amo
.Fuiste ese cuerpo
Como ningún otro cuerpo
Fuiste ese cuerpo
Ese cuerpo para mí
Nadie hubo como tú
y por tanto se esforzó por seguir el ejemplo de Richard y relegarlo al pasado. Había algo emocionante, algo casi del Ogro de Atenas, en la renovada energía de Walter, y ella logró concebir la esperanza de que los dos pudieran iniciar una nueva vida en Washington. Todavía adoraba la casa del lago Sin Nombre, pero no quería saber nada más de la casa de Barrier Street, que no había bastado para retener a Joey. Visitó Georgetown una tarde, un sábado otoñal hermoso y melancólico en que el viento de Minnesotta agitaba los árboles en pleno cambio de color, y dijo «Sí, vale, me veo capaz». (¿También le rondaba acaso por la cabeza la proximidad de la Universidad de Virginia, donde acababa de matricularse Joey? ¿Quizá su conocimiento de la geografía no era tan malo como siempre había pensado?) Por increíble que parezca, sólo cuando por fin se instaló en Washington —cuando cruzaba Rock Creek en taxi con dos maletas—, recordó lo mucho que había odiado siempre la política y a los políticos.
Entró en la casa de la calle Veintinueve y comprendió, en el acto, que había cometido un error más.
2004[*]
En el viaje en autobús de Chicago a Hibbing, Patty llegó a pensar que tal vez Richard la había rechazado porque a ella no le interesaba su música, y eso lo fastidiaba. Aunque ella no podría haber hecho gran cosa al respecto.
Cuando era ya inevitable que Richard Katz regresara al estudio con sus impacientes compañeros de grupo y comenzara a grabar un segundo álbum con
Walnut Surprise
—cuando hubo agotado todas las formas posibles de dilación y huida, primero tocando en todas las ciudades posibles de Estados Unidos y luego yéndose de gira a países cada vez más remotos, hasta que añadió Chipre en el viaje a Turquía y sus compañeros del grupo se sublevaron, y luego fracturándose el dedo índice de la mano izquierda al detener el ejemplar en rústica del influyente estudio de Samantha Power sobre el genocidio en el mundo que lanzó con excesiva violencia el batería del grupo, Tim, desde el extremo opuesto de la habitación del hotel de Ankara, y luego retirándose en solitario a una cabaña en los Adirondacks para componer la banda sonora de una película danesa de arte y ensayo y, aburrido a más no poder con el proyecto, buscando un camello de coca en Plattsburgh y esnifándose cinco mil euros de la subvención para las artes del Estado danés, y luego desapareciendo sin previo aviso durante un período de onerosa disipación en Nueva York y Florida que no acabó hasta que lo detuvieron en Miami por conducir bajo los efectos del alcohol y por posesión de estupefacientes, y luego ingresando por propia voluntad en la clínica Gubser de Tallahassee durante seis semanas de desintoxicación y desdeñosa resistencia al evangelio de la rehabilitación, y luego curándose del herpes que no había prevenido debidamente durante un brote de varicela en la Gubser, y luego realizando doscientas cincuenta horas de servicios a la comunidad agradablemente rutinarios en un parque del condado de Dade, y luego negándose sin más a contestar el teléfono o consultar su correo electrónico mientras leía libros en su apartamento so pretexto de reforzar sus defensas contra las tías y las drogas, de las que sus compañeros de grupo al parecer eran capaces de disfrutar sin graves excesos—, envió a Tim una postal y le dijo que anunciara a los demás que estaba sin un duro e iba a dedicarse otra vez a jornada completa a su oficio de techador; y los demás miembros de
Walnut Surprise
empezaron a sentirse idiotas por haberlo esperado.