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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (34 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—Asombroso —murmuró Beldin—. Eso parece lógica pura. ¿Te encuentras bien, Belgarath?

—¿Quieres dejarme en paz? —gruñó el anciano—. ¿Y bien, Cyradis?

Ella permaneció callada unos instantes, con expresión distante, y Garion creyó percibir otra vez el lejano murmullo colectivo.

—Vuestro razonamiento es correcto, venerable anciano. Zandramas descubrió esto hace algún tiempo, de modo que no estoy revelando nada que ella no sepa. Zandramas, sin embargo, negó sus propias conclusiones y pretendió cambiar el curso de los hechos.

—Bien —dijo Zakath—, si vamos a llegar al mismo tiempo, y todos lo sabemos, no tiene sentido disimular. Propongo que desembarquemos y caminemos directamente hacia la cueva.

—Sólo nos detendremos un momento para ponernos las armaduras —añadió Garion—. No creo que sea conveniente hacerlo en el barco, pues el capitán Kresca podría ponerse nervioso.

—Tu plan me parece apropiado, Zakath —dijo Durnik.

—A mí no tanto —dijo Seda con desconfianza—. El disimulo tiene ciertas ventajas.

—¡Drasnianos! —suspiró Ce'Nedra.

—Debes escuchar sus motivos antes de descartar su idea, Ce'Nedra —propuso Velvet.

—El asunto es así —continuó Seda—: En el fondo, Zandramas sabe que no podrá llegar antes que nosotros a la cueva. Sin embargo, lo ha estado intentando durante meses, con la esperanza de encontrar un modo de burlar las reglas. Ahora intentemos pensar a su manera.

—Yo preferiría envenenarme —dijo Ce'Nedra estremeciéndose.

—Sólo es una forma de comprender al adversario, Ce'Nedra. Ahora bien, Zandramas alberga la absurda esperanza de llegar antes que nosotros para evitar tener que enfrentarse a Garion. Después de todo, él mató a Torak y nadie en su sano juicio querría enfrentarse con el justiciero de los dioses.

—Cuando vuelva a Riva, prohibiré que me llamen de ese modo —dijo Garion con amargura.

—Ya tendrás tiempo de hacerlo —dijo Seda—. ¿Qué pensaría Zandramas si llegara a la entrada de la cueva, espiara en el interior y no nos encontrara?

—Creo que adivino tus intenciones, Kheldar —dijo Sadi con admiración.

—Muy propio de ti —observó Zakath con sequedad.

—Es una idea brillante, Kal Zakath —afirmó el eunuco—. Zandramas se pondrá muy contenta. Creerá que ha logrado burlar las profecías y que triunfará a pesar de ellas.

—¿Y qué ocurrirá cuando todos salgamos de detrás de una roca y descubra que todavía tiene que enfrentarse con Garion y someterse a la elección de Cyradis? —preguntó Seda.

—Sin duda se llevará una gran decepción —dijo Velvet.

—Creo que «decepción» es un término demasiado suave —replicó Seda—. Sería más apropiado decir que se pondrá furiosa. Súmale a esa exasperación una saludable dosis de miedo, y nos encontraremos ante alguien incapaz de pensar con claridad. Es casi seguro que habrá una pelea cuando lleguemos allí, y tú siempre has sabido sacar ventaja de una pelea donde el adversario está confuso.

—Parece una buena táctica, Garion —admitió Zakath.

—Yo la apruebo —dijo Belgarath—. Al menos me dará la oportunidad de retribuir a Zandramas los malos momentos que me ha hecho pasar. Aún debo recompensarla por mutilar Los Oráculos de Ashaba. Mañana a primera hora hablaré con el capitán Kresca para saber si hay una playa al este del pico. Con una marea de cuadratura, tendremos bastantes posibilidades de éxito. Luego nos acercaremos por un costado, sin ser vistos. Nos ocultaremos cerca de la entrada de la cueva y esperaremos a que aparezca. Entonces la sorprenderemos.

—Yo puedo ofreceros otra ventaja —dijo Beldin—. Exploraré el terreno por delante y os diré dónde desembarca. De ese modo, estaréis preparados.

—Pero no lo hagas transformado en halcón, tío —sugirió Polgara.

—¿Por qué no?

—Zandramas no es tonta. Un halcón no pintaría nada en un arrecife. Allí no tendría qué comer.

—Puede pensar que la tormenta me obligó a alejarme del mar.

—¿Quieres arriesgar las plumas de tu cola por una posibilidad remota? Será mejor que te conviertas en gaviota, tío.

—¿Una gaviota? —protestó él—, pero son tan estúpidas... y tan sucias.

—¿Desde cuándo te preocupa la suciedad? —le preguntó Seda, que parecía muy ocupado contando algo con los dedos.

—No te pases, Kheldar —gruñó Beldin con furia contenida.

—¿En qué día del mes nació Geran, Ce'Nedra? —preguntó Seda.

—El siete, ¿por qué?

—Creo que el día de mañana será muy especial por otro motivo adicional. Si no me equivoco, será el segundo cumpleaños de tu hijo.

—¡Eso es imposible! —exclamó ella—. Mi hijo nació en invierno.

—Ce'Nedra —dijo Garion con ternura—, Riva está en el extremo norte del mundo y este arrecife está situado muy cerca del extremo sur. En Riva ahora es invierno. Cuenta los meses desde el nacimiento de Geran..., el tiempo que pasó con nosotros antes de que Zandramas lo raptara, el de la marcha hacia Rheon, los viajes a Prolgu, a Tol Honeth, a Nyissa y a todos los sitios donde hemos ido. Si calculas con atención, descubrirás que ya han pasado casi dos años.

Ce'Nedra comenzó a contar con una mueca de concentración.

—¡Creo que Seda tiene razón! —exclamó con asombro—. Geran cumplirá dos años mañana.

Durnik apoyó una mano en el brazo de la menuda reina.

—Veré si puedo fabricarte algún regalo, Ce'Nedra —dijo con afecto—. Un niño que ha estado tanto tiempo separado de su familia debe tener un regalo de cumpleaños.

—¡Oh, Durnik! —dijo Ce'Nedra con los ojos llenos de lágrimas y abrazó al herrero—. ¡Piensas en todo!

Garion miró a tía Pol y movió los dedos de forma casi imperceptible.

—¿Por qué las damas no vais a vuestro camarote y acompañáis a Ce'Nedra a la cama? —sugirió—. Aquí ya hemos acabado y si sigue pensando en esto se deprimirá. Mañana será un día muy duro para ella...

—Es probable que tengas razón...

Cuando las señoras se marcharon, Garion y los demás se sentaron en torno a la mesa a charlar del pasado. Evocaron las aventuras que habían compartido desde aquella ventosa y lejana noche en que Garion, Belgarath, tía Pol y Durnik se habían escabullido de la hacienda de Faldor para salir a un mundo donde lo posible y lo imposible se fundían de forma inexorable. Era como si al recapitular sobre todo lo ocurrido en su largo viaje hasta aquel arrecife, que los aguardaba en la oscuridad, intentaran fortalecer su resolución y su sentido del deber. Por alguna razón, hablar de aquellas cosas, parecía ayudarlos.

—Creo que ya es suficiente —dijo Belgarath por fin, poniéndose de pie—. Es hora de arrumbar los recuerdos y mirar hacia delante. Ahora intentemos dormir un poco.

Cuando Garion se metió en la cama, Ce'Nedra se movió, inquieta.

—Creí que te ibas a pasar la noche en vela —dijo con voz somnolienta.

—Estábamos charlando.

—Lo sé. Podía oír el murmullo de vuestras voces desde aquí. ¡Luego decís que las mujeres hablamos demasiado!

—¿Y no es así?

—Tal vez, pero las mujeres podemos hablar mientras hacemos otras cosas y los hombres no.

—Es probable que tengas razón.

—Garion —dijo ella después de una pausa.

—¿Sí, Ce'Nedra?

—¿Podrías dejarme tu cuchillo? Me refiero a la pequeña daga que Durnik te regaló cuando eras pequeño.

—Si quieres cortar algo, dímelo. Yo lo cortaré por ti.

—No se trata de eso, Garion. Sólo quiero tener un cuchillo mañana.

—¿Para qué?

—En cuanto vea a Zandramas, voy a matarla.

—¡Ce'Nedra!

—Estoy en todo mi derecho, Garion. Le dijiste a Cyradis que no sabías si serías capaz de hacerlo porque es una mujer. Yo no tengo tus escrúpulos. Pienso sacarle el corazón muy despacio..., si es que tiene uno. —Pronunció aquella frase con una ferocidad impropia de ella—. ¡Quiero sangre, Garion! ¡Mucha sangre! Y quiero oírla gritar mientras hundo mi cuchillo en sus entrañas. Me darás esa daga ¿verdad?

—¡Por supuesto que no!

—Da igual, Garion —respondió con frialdad—. Estoy segura de que Liselle me dejará alguna de las suyas. Liselle es una mujer y sabe lo que siento.

Luego le volvió la espalda.

—Ce'Nedra —dijo él con tono conciliador.

—¿Sí? —respondió ella de mal humor.

—Intenta ser razonable, cariño.

—No quiero ser razonable. Quiero matar a Zandramas.

—No permitiré que te expongas a ese tipo de peligro. Mañana tendremos cosas mucho más importantes que hacer.

—Supongo que tienes razón —respondió ella con un suspiro—. Es sólo que...

—¿Qué?

Ella se volvió y le rodeó el cuello con los brazos.

—No tiene importancia, Garion —dijo—. Ahora duerme.

Se acurrucó junto a él y después de unos instantes el joven supo, por su respiración regular, que ya estaba dormida.

«Debiste darle el cuchillo», dijo la voz de la mente de Garion. «Seda podría habérselo quitado disimuladamente mañana.»

«Pero...»

«Tenemos que hablar de otra cosa, Garion. ¿Has pensado en un sucesor?»

«Bueno, un poco. Ninguno parece adecuado, ¿sabes?»

«¿Has considerado cada caso con cuidado?»

«Supongo que sí, pero todavía no he tomado ninguna decisión. »

«Es que aún no debes tomarla. Sólo debías reflexionar sobre las posibilidades de cada uno de ellos y mantener la idea en mente.»

«¿Cuándo tendré que hacer la elección?»

«En el último momento, Garion. Zandramas podría leer tus pensamientos, pero no puede adivinar lo que aún no has decidido.»

«¿Que pasará si cometo un error?»

«No creo que puedas, Garion. No lo creo.»

Aquélla fue una noche intranquila para Garion. Sus sueños eran caóticos, inconexos, y se despertó en varias ocasiones sólo para volver a sumirse en un inquieto sopor. Al principio, pareció hacer una desordenada recapitulación de los extraños sueños que lo habían atormentado una lejana noche en la Isla de los Vientos, poco antes de que su vida cambiara para siempre. La pregunta «¿estás preparado?» se repetía una y otra vez en las profundidades de su mente. Volvió a enfrentarse a Rundorig, cumpliendo las frías órdenes de su tía de que matara a su amigo de la infancia. Y luego el jabalí que había encontrado en el bosque de las afueras de Val Alorn estaba allí, pisoteando la nieve, con los ojos encendidos de furia y odio. «¿Estás preparado?», le preguntaba Barak antes de soltar a la bestia. Luego aparecía en una descolorida llanura, rodeado por las piezas de un juego incomprensible, e intentaba decidir qué pieza mover mientras la voz de su mente lo apremiaba.

El sueño cambió de forma súbita y cobró un cariz diferente. Los sueños, por absurdos que sean, siempre guardan ciertos rasgos familiares, pues son creados y concebidos por nuestras propias mentes. Sin embargo, los sueños de Garion parecían forjados por una conciencia extraña y hostil. También Torak había interferido en sus sueños y pensamientos poco antes del enfrentamiento de Cthol Mishrak.

Una vez más, se enfrentó al murgo Asharak en el bosque de las Dríadas, y una vez más liberó su poder con una simple bofetada y la palabra fatal: «Quémate». Ésta era una pesadilla familiar, que había atormentado a Garion durante años. Notó cómo la mejilla de Asharak comenzaba a chamuscarse y a humear, oyó el grito del grolim y lo vio agarrarse la cara incendiada. Escuchó su patética súplica: «¡Amo, ten piedad!», pero la desoyó e intensificó la fuerza de las llamas. Sin embargo, esta vez el sueño no iba acompañado de remordimientos, sino de un cruel regocijo, una perversa alegría que lo embargaba mientras veía a su enemigo retorcerse y quemarse ante él. Pero en el fondo de su corazón, algo intentaba repudiar ese vil sentimiento de dicha.

Luego apareció otra vez en Cthol Mishrak y su llameante espada se hundió una y otra vez en el cuerpo del dios tuerto. En esta ocasión, el grito desesperado de Torak invocando a su madre no le inspiró compasión sino una enorme satisfacción. Se vio a sí mismo riendo con salvajes y despiadadas carcajadas que lo despojaban de cualquier vestigio de humanidad.

Con muchos gritos de horror, Garion intentó huir, no de las horribles imágenes de aquellos a quienes había destruido, sino de su propio regocijo ante la angustia de éstos.

Capítulo 21

Al día siguiente se reunieron en la bodega poco antes del amanecer con expresiones sombrías. Garion tuvo el súbito y sorprendente presentimiento de que no había sido la única víctima de las pesadillas. Pero Garion no solía dejarse llevar por su intuición. Su racional educación sendaria lo inducía a considerar los presentimientos como algo absurdo, incluso inmoral.

«¿Has sido tú?», le preguntó a la voz.

«No, por extraño que parezca, has tenido esa intuición por ti mismo. Pareces estar haciendo progresos. Lentos, por supuesto, pero progresos al fin.»

«Gracias.»

«De nada.»

Seda entró a la bodega con un aspecto especialmente alterado. El hombrecillo tenía los ojos desorbitados y las manos temblorosas. Se sentó en un banco y escondió la cara entre las manos.

—¿Te queda un poco de cerveza? —le preguntó a Beldin con voz ronca.

—¿Te encuentras un poco tenso esta mañana, Kheldar? —le preguntó el enano.

—No —dijo Garion—. No es eso lo que le preocupa. Ha tenido pesadillas.

Seda alzó la cara de repente.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Yo también he tenido algunas. Reviví lo que le hice al murgo Asharak y volví a matar a Torak... varias veces. A partir de ahí, las cosas no hicieron más que empeorar.

—Yo estaba atrapado en una cueva —contó Seda, estremeciéndose—. No había luz, pero podía percibir la presencia de los muros que se cerraban a mi alrededor. La próxima vez que vea a Relg, le daré un puñetazo en la boca..., aunque con suavidad, claro. Relg es un amigo.

—Me alegro de no haber sido el único —dijo Sadi. El eunuco había colocado un cuenco con leche sobre la mesa y Zith y su prole se apiñaban alrededor, bebiendo y ronroneando. Garion notó con cierta sorpresa que ya nadie prestaba atención a la serpiente y a sus crías. Era evidente que la gente podía acostumbrarse a cualquier cosa. Sadi se acarició la cabeza afeitada con una mano de largos dedos—. Yo deambulaba por las calles de Sthiss Tor e intentaba sobrevivir pidiendo limosna. Era horrible.

—Yo vi cómo Zandramas sacrificaba a mi pequeño —dijo Ce'Nedra con voz angustiada—. Había llantos y mucha sangre..., demasiada sangre.

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