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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (14 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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—Claro que se desmayarán por ti, amorcito. Si consiguen dejar de mirar a Riggins el tiempo suficiente para verte, empezarán a desmayarse todas como locas.

—Iba a decirte adónde vamos, pero ahora ya no te lo digo —replicó Julian.

Conducía con el ceño fruncido, concentrado en evitar los baches que más o menos cada tres metros se abrían en la carretera, la mayoría llenos de agua por los chubascos de la noche anterior. Sencillamente, no estaba acostumbrado a conducir. Brooke pensó por un momento que quizá iban a hacer una excursión por el campo, algún tipo de paseo en balsa o a pasar un día de pesca; pero en seguida recordó que su marido era un neoyorquino de pura cepa y que su idea de disfrutar de la naturaleza era regar una vez por semana el bonsái que tenía en la mesilla de noche. Su conocimiento de la fauna era muy limitado. Era capaz de diferenciar una rata grande de un ratoncito en las vías del metro, y parecía poseer un sexto sentido para distinguir, en las bodegas, a los gatos amables de los que bufaban y sacaban las uñas a la menor aproximación; pero aparte de eso, prefería conservar los zapatos limpios y dormir bajo techo, y no se arriesgaba a salir al aire libre (para asistir por ejemplo a un concierto en el Central Park o a la fiesta de algún amigo en el Boat Basin), a menos que fuera armado con un puñado de antialérgicos y llevara el teléfono móvil con la batería bien cargada. No le gustaba que Brooke lo llamara «animal urbano», pero nunca había podido desmentir la acusación con un mínimo de éxito.

Las vastas y feas construcciones que aparecieron de pronto a lo lejos parecían haber brotado directamente de un descampado lleno de arbustos. El rótulo de neón anunciaba: «Prendas vaqueras Estrella Solitaria». Había dos edificios, que no llegaban a ser adyacentes, pero compartían un mismo aparcamiento sin asfaltar, donde aguardaban dos o tres coches con el motor en marcha.

—Ya llegamos —dijo Julian, mientras abandonaba un camino de tierra para meterse en otro.

—¿Estás de broma? Dime que estás de broma.

—¿Qué? ¿No te había dicho ya que íbamos de compras?

Brooke miró los edificios achaparrados y las camionetas estacionadas delante. Julian se bajó del coche, lo rodeó hasta ponerse ante la puerta del acompañante y le tendió la mano a Brooke, para ayudarla a saltar los charcos de barro con sus sandalias de tiras.

—Cuando dijiste «de compras», pensé en algo más parecido a Neiman Marcus.

Lo primero que le llamó la atención a Brooke, después de la bienvenida ráfaga del aire acondicionado, fue una chica bastante guapa con vaqueros ceñidos, camisa de cuadros de manga corta y botas vaqueras, que salió de inmediato a su encuentro y les dijo con acento tejano:

—¡Buenos días! ¡Ya me dirán algo, si necesitan alguna ayuda!

Brooke sonrió e hizo un gesto afirmativo. Julian puso cara de fingido horror y ella le dio un discreto puñetazo en el brazo. Los altavoces del techo difundían una melodía de guitarra con inconfundibles aires tejanos.

—A decir verdad, necesitamos mucha ayuda —le dijo Julian a la rubia dependienta.

La chica dio una palmada y después puso una mano en el hombro de Julian y la otra en el de Brooke.

—Muy bien, entonces. ¿Qué estamos buscando? —preguntó.

—Eso digo yo —intervino Brooke—. ¿Qué estamos buscando?

—Estamos buscando un traje típico del Oeste para mi mujer, para una fiesta —respondió Julian, eludiendo todo contacto visual con Brooke.

La dependienta sonrió y dijo:

—¡Perfecto! ¡Tengo justo lo que necesitan!

—Julian, ya tengo pensado lo que me voy a poner esta noche: el vestido negro que me probé delante de ti y aquel bolsito tan mono que Randy y Michelle me regalaron para mi cumpleaños, ¿recuerdas?

Él se retorció las manos.

—Ya lo sé… Es sólo que esta mañana me he levantado temprano, me he puesto a revisar el correo atrasado y al final he abierto el archivo adjunto que venía con la invitación a la fiesta de esta noche y he visto que el estilo de vestimenta recomendado era algo llamado «cowboy couture».

—¡Dios!

—No te asustes. ¿Ves? Ya sabía yo que te asustarías; por eso…

—¡Pero si he traído un vestido negro con escote palabra de honor y sandalias doradas! —exclamó Brooke, lo suficientemente alto para que un par de clientes de la tienda se volvieran para mirar.

—Ya lo sé, Rook. Por eso le he mandado en seguida un mensaje a Samara, para que me lo explicara. Y me lo ha explicado. Con todo detalle.

—¿De verdad?

Brooke inclinó la cabeza, sorprendida pero un poco más calmada.

—Sí.

Julian sacó el iPhone y estuvo buscando unos segundos, antes de tocar la pantalla y empezar a leer.

—«Hola, cariño». Es la manera que tiene de llamar a todo el mundo. «Hola, cariño. La gente de "Friday Night Lights" ha preparado una fiesta en traje del Oeste como homenaje a sus raíces tejanas. Si exageras en la caracterización, no te equivocarás. Esta noche verás sombreros de cowboy, botas vaqueras, zahones y pantalones ceñidos de lo más sexy. Dile a Brooke que se ponga unos shorts vaqueros muy ajustados. Taylor, el entrenador, va a elegir a la ganadora, así que hay que emplearse a fondo. No veo la hora de…» —La voz de Julian se perdió en un murmullo, al dejar de leer en voz alta—. El resto son minucias aburridas sobre horarios y programaciones. Ésa era la parte interesante. Así que… por eso estamos aquí. ¿Estás contenta?

—Bueno, me alegro de que lo hayas descubierto antes de llegar a la fiesta esta noche… —Se dio cuenta de que Julian parecía ansioso por ver en ella una señal de aprobación—. Te agradezco muchísimo que me hayas ahorrado el mal trago, y que te hayas tomado toda esta molestia.

—No ha sido ninguna molestia —respondió Julian, visiblemente aliviado.

—¿No tenías que ensayar?

—Todavía hay tiempo; por eso hemos venido pronto. Me alegro mucho de que estés aquí conmigo.

Le dio un rápido beso en la mejilla y le hizo un gesto a la dependienta, que se acercó a ellos entre sonrisas.

—¿Estamos listos?

—¡Estamos listos! —respondieron Brooke y Julian al unísono.

Cuando por fin salieron de la tienda una hora más tarde, Brooke tenía las mejillas arreboladas por el entusiasmo. Las compras habían salido mil veces mejor de lo que había imaginado: una estimulante combinación entre el alborozo que le producía la aprobación de Julian al verla probarse shorts diminutos, camisetas ceñidas y botas de aspecto sexy, y la simple diversión infantil de disfrazarse. Mandy, la dependienta, la había guiado con mano experta hacia el atuendo perfecto para la fiesta: minifalda vaquera, con la que Brooke se sentía mucho más a gusto que con los shorts; camisa de cuadros idéntica a la que la chica llevaba sensualmente anudada por encima del ombligo (aunque combinada con camiseta blanca, en el caso de Brooke, para no tener que ir enseñando los michelines); cinturón con una hebilla enorme de latón en forma de estrella de sheriff; sombrero de cowboy con las alas levantadas a los lados y una divertida borla bajo la barbilla, y un par de botas vaqueras, perfectas para un disfraz de reina del Oeste. Mandy le aconsejó que se recogiera el pelo en un par de trenzas y le dio un pañuelo rojo para que se lo atara al cuello.

—Y no olvide ponerse muchísimo rímel —dijo Mandy, haciendo con los dedos el gesto de aplicarse el maquillaje—. A las tejanas nos encanta tener la mirada misteriosa.

Aunque Julian no iba a vestirse de vaquero para su actuación, Mandy le enseñó a guardar el paquete de cigarrillos en la manga enrollada de la camisa y lo equipó con la versión masculina del sombrero de Brooke.

Hicieron todo el camino de vuelta al hotel entre risas. Cuando Julian se despidió con un beso y le dijo que volvería a las seis para ducharse, Brooke habría querido suplicarle que se quedara, pero en lugar de eso recogió las bolsas de la tienda y le dio otro beso de despedida.

—¡Suerte! —le dijo—. Ha sido un día genial.

Y no pudo reprimir la sonrisa cuando Julian le respondió que él también lo había pasado como nunca.

Julian regresó tarde a la habitación y tuvo que ducharse y vestirse a toda prisa. Brooke notó su nerviosismo cuando se montaron en el coche de lujo que los estaba esperando.

—¿Nervioso? —le preguntó.

—Creo que sí, un poco.

—Recuerda que de todas las canciones del universo, han elegido la tuya. Cada vez que una persona encienda la tele para ver un episodio de esa serie, lo que escuchará será tu canción. ¡Es increíble, amor! ¡De verdad que es increíble!

Julian le apoyó una mano sobre una de las suyas.

—Creo que vamos a pasarlo muy bien. Y tú pareces una modelo. ¡Volverás locas a las cámaras!

Brooke no había terminado de formular la pregunta («¿qué cámaras?»), cuando el coche paró delante de la puerta del Hula Hut, un local famoso por servir el mejor chile con queso al norte de la frontera, y una docena de paparazzi salieron a su encuentro.

—¡Cielo santo! ¿Van a
hacernos fotos
? —preguntó Brooke, aterrorizada de pronto por una posibilidad que no se había parado a considerar. Levantó la vista y vio una larga alfombra con dibujo de piel de vaca, que debía de ser la versión tejana de la alfombra roja de otras celebraciones. Unos metros más allá, entre la calle y la puerta del restaurante, vio a un par de actores de la serie, posando para las cámaras.

—Espera aquí y te abriré la puerta —dijo Julian, antes de salir por su puerta y dirigirse a la de ella. La abrió y se inclinó, ofreciéndole a Brooke la mano—. No te preocupes. Ya verás que a nosotros no nos hacen mucho caso.

Para Brooke fue un alivio descubrir que lo que decía su marido era cierto. Los fotógrafos los rodearon al principio, ansiosos por ver si eran famosos, pero no tardaron en retirarse y confundirse con el decorado. Sólo uno de ellos les pidió que posaran delante de un gran fondo negro con los logos del «Friday Night Lights» y la NBC, cerca de la entrada. Después de tomarles con desgana tres o cuatro fotos, el fotógrafo les rogó que deletrearan sus nombres delante de una grabadora y se marchó. Entonces se dirigieron a la puerta, cogidos de la mano, y fue en ese momento cuando Brooke divisó a Samara al otro lado de la sala. Nada más ver su vestido de seda, tan sencillo como elegante, sus sandalias de gladiador y sus largos pendientes tintineantes, Brooke se sintió ridícula. ¿Por qué iba ella vestida como para ir a un rodeo, mientras que Samara parecía recién bajada de una pasarela de moda? ¿Y si todo había sido una confusión espantosa? ¿Y si Brooke era la única vestida de vaquera? Sintió que se le ralentizaba la respiración y que una oleada de pánico le subía desde el estómago.

Sólo al cabo de unos segundos se atrevió a echar un vistazo al resto del salón: minishorts vaqueros y sombreros de cowboy hasta donde alcanzaba la vista.

Cogió un cóctel de aspecto afrutado de una bandeja que pasó por su lado y navegó felizmente, bebiendo y riendo, a través de la siguiente hora de presentaciones y relaciones sociales. Era una de esas raras fiestas donde todos parecían estar sinceramente contentos de haber asistido, y no sólo los actores y el equipo de la serie, que obviamente se conocían bien y formaban un grupo bien avenido, sino sus parejas y amigos, y los diversos famosos y famosas con los que estaban saliendo algunos protagonistas de la serie y que los responsables de relaciones públicas habían invitado con especial insistencia para dar mayor difusión al acontecimiento. Brooke vio a Derek Jeter planeando sobre una bandeja rebosante de nachos e intentó recordar cuál de las chicas de «Friday Night Lights» era su prometida, y Julian anunció que había visto a Taylor Swift en la terraza, medio desnuda y rodeada de admiradores. Pero en general, la mayor parte de los asistentes a la fiesta eran gente alegre y bastante ruidosa, con zahones, camisas de cuadros y vaqueros recortados, que bebía cerveza, comía chile con queso y se balanceaba al ritmo de la música de los ochenta que salía de los altavoces. Brooke nunca se había sentido tan cómoda y distendida en ninguna de las actuaciones de Julian, y estaba encantada, disfrutando de la poco frecuente sensación de estar un poco achispada y saberse guapa y triunfadora. Cuando Julian y su banda ocuparon el improvisado escenario, Brooke ya se había integrado en el grupo y hasta había aceptado la prueba de degustación de cócteles margarita propuesta por un grupo de guionistas de la serie. Sólo entonces se dio cuenta de que aún no había visto actuar a Julian con su nuevo grupo acompañante, salvo en la grabación del programa de Jay Leno.

Brooke estudió a los músicos mientras subían al escenario para montar y probar los instrumentos, y le sorprendió observar que no parecían una banda de rock, sino más bien un grupo de veinteañeros que se hubieran conocido en algún internado selecto de Nueva Inglaterra. El batería, Wes, tenía el pelo pulcramente largo, pero no le colgaba en mechones grasientos delante de la cara. Tenía una melena color caoba, densa, ondulada y brillante, que sólo una chica se habría merecido de veras. Llevaba un polo verde de aspecto deportivo, vaqueros limpios y planchados, y unas clásicas zapatillas grises de la marca New Balance. Su aspecto era el de un chico que ha trabajado en verano durante el bachillerato, pero no por necesidad, sino para «templar el carácter», y que ya no ha vuelto a tener ningún empleo hasta entrar en el bufete de abogados de su padre. El primer guitarrista era el mayor en edad (tendría quizá poco más de treinta años), y aunque no parecía tan estirado como Wes, sus pantalones gastados de algodón, sus zapatillas Converse negras y su just do it! no eran precisamente la indumentaria de un rebelde. A diferencia de su colega en la batería, Nate no encajaba en ninguno de los estereotipos del primer guitarrista. Era más bien chaparro y tenía la sonrisa tímida y la mirada huidiza. Brooke recordó lo mucho que se había sorprendido Julian al escuchar a Nate durante las audiciones, después de echarle un primer vistazo cuando subió al escenario.

—Cuando sube al escenario —le había comentado—, te das cuenta de que el tipo ha recibido palos por todas partes durante toda su vida. Parece asustado de su propia sombra; pero en cuanto se pone a tocar, ¡destroza la guitarra! Lo suyo no es de este mundo.

Completaba el trío Zack, el bajista, que tenía más aspecto de músico que sus colegas, aunque con la cresta, la cadena colgando del pantalón y el toque sutil de delineador alrededor de los ojos parecía un poco más preocupado por cumplir con la imagen. Era el único miembro de la banda que a Julian no le entusiasmaba, pero los de Sony habían dictaminado que su primera elección como bajista (una chica) le habría hecho sombra en el escenario, y Julian había preferido no discutir. Era un grupo extraño, una banda de gente que no parecía acabar de encajar del todo, pero nadie podía decir que el conjunto no fuera interesante. Brooke miró a su alrededor y observó que el bullicio se había calmado.

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