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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (76 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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Bueno, si ingresan voluntariamente en el Imperio, yo lo apoyaría —dijo Horvath.

—También yo —añadió Sally.

Ben Fowler fijó sus gruesos rasgos en una máscara de contemplación.

—Yo no creo que funcionase —musitó—. Generalmente gobernamos através de los habitantes del lugar. ¿Qué premio podemos prometer por cooperar con nosotros contra una conspiración de toda su raza? Pero lo plantearemos.

Fowler se estiró en la silla. Su sonrisa cavilosa e irónica desapareció.

—Tercera posibilidad: El remedio de la glosopeda. Hubo exclamaciones de sorpresa. Horvath frunció los labios y respiró profundamente.

—¿Significa eso lo que pienso, senador?

—Sí. Si no hay glosopeda, no habrá necesidad de remedio. Si no hay pajeños, no habrá problema pajeño.

David Hardy habló en voz baja pero muy firme:

—La Iglesia se opone rotundamente a eso, senador. Y lo hará utilizando todos los medios de que dispone.

—Comprendo, padre. Me doy cuenta también de lo que pensará la Liga de la Humanidad. En realidad, la exterminación no provocada no es una verdadera alternativa. Aunque pudiéramos hacerlo materialmente, no podríamos, desde el punto de vista político. A menos que los pajeños fuesen una amenaza inmediata y directa para el Imperio.

—Y no lo son —dijo rotundamente Horvath—. Son una oportunidad. Me gustaría ser capaz de convencerle y de que lo viese así también.

—Doctor, puedo ver las cosas lo mismo que usted. ¿No se le ha ocurrido? En fin, las posibilidades son ésas. ¿Estamos preparados para recibir a los pajeños, o alguien tiene algo que decir?

Rod miró a Sally. Esto no va a gustarle...

—Senador, hemos olvidado las excavaciones de Sally... Recuerde que Sally encontró una civilización primitiva de una antigüedad no superior a los mil años. ¿Cómo eran primitivos los pajeños en fecha tan reciente?

Más silencio.

—Tuvieron que ser las guerras, ¿no es cierto? —preguntó Rod.

—No —dijo Sally—. He pensado en eso... los pajeños tienen zoos, ¿no? ¿No podría ser aquello... bueno, una reserva para primitivos? Las tenemos en todo el Imperio, reservas culturales para gente que no quiere integrarse en la civilización tecnológica...

—¿Después de un millón de años de civilización? —pregunto Renner—. Lady Sally, ¿cree de veras eso?

—Son alienígenas —dijo Sally, encogiéndose de hombros.

—No lo había olvidado —dijo Ben Fowler—. Está bien, discutámoslo. Sally, tu idea es absurda. Sabes lo que sucedió, movieron los asteroides mientras los pozos estuvieron fríos. Luego, hacia la época del Condominio, sus luchas les volvieron de nuevo a la Edad de Piedra. Supongo que nadie seguirá diciendo que no aprendieron a luchar, ¿verdad?

—Nosotros hicimos lo mismo entonces —dijo Sally—. O lo habríamos hecho, si hubiésemos estado encerrados en un solo sistema.

—Sí —contestó Fowler—. Y si yo fuese un comisionado del imperio pajeño, no dejaría a los humanos vagar por el espacio sin vigilancia. ¿Algo más?

—Sí, señor —dijo Rod—. Sally, no me gusta esto, pero...

—Adelante —gruñó Fowler.

—De acuerdo. —¿La perderé por causa de los pajeños? Pero no puedo olvidarlo sin más—. Doctor Horvath, parecía usted muy inquieto después de que llegamos a la conclusión de que los pajeños tenían una civilización milenaria. ¿Por qué?

—Bueno... en realidad por nada... salvo que... bueno, he de hacer más comprobaciones, eso es todo.

—Como Ministro de Ciencias, es usted responsable de las previsiones tecnológicas, ¿verdad? —preguntó Rod.

—Sí —admitió Horvath.

—¿En qué punto nos encontramos respecto al Primer Imperio?

—Aún no hemos llegado a ese nivel. Tardaremos aún otro siglo.

—¿Y dónde estaríamos de no haber sido por las Guerras Separatistas? ¿Si el Viejo Imperio hubiese seguido sin interrupción...?

Horvath se encogió de hombros.

—Probablemente tenga razón. Sí. También a mí me preocupa. Senador, lo que quiere decir el comisionado Blaine es que los pajeños no están lo suficientemente avanzados para haber tenido civilización un millón de años. E incluso diez mil. Posiblemente ni mil.

—Sin embargo,
sabemos
que trasladaron esos asteroides hace por lo menos diez mil años —exclamó Renner; había en su voz asombro y nerviosismo—. ¡Debieron de recolonizar la Paja aproximadamente cuando se inventó el Impulsor Alderson en la Tierra! ¡En realidad los pajeños no son mucho más viejos que nosotros!

—Hay otra explicación —indicó el padre Hardy—. Recolonizaron mucho antes... y tuvieron una nueva serie de guerras cada milenio.

—O incluso con más frecuencia —añadió suavemente el senador Fowler—. Y si así fuese, sabemos cómo controlan su población, ¿no les parece? ¿Qué nos dice a eso, doctor Horvath? ¿Qué nos aconseja?

—Yo... yo qué sé —tartamudeó el Ministro de Ciencias; se mordió las uñas, comprendió lo que hacía, y dejó las manos sobre la mesa, donde vagabundearon como animalitos heridos—. Creo que debemos asegurarnos.

—Eso creo yo —le dijo el senador—. Pero no perjudicaría el que... Rod, mañana trabajarás con el almirante.

—Le recuerdo, senador, que la Iglesia prohibirá a sus miembros participar en el exterminio de los pajeños —dijo Hardy.

—Eso se acerca mucho a traición, padre.

—Quizás. Pero es cierto.


En fin, no era eso lo que yo había pensado. Quizás tengamos que incluir a los pajeños en el Imperio. Les guste o no. Puede que se sometan sin luchar si vamos allí con una gran flota.

—¿Y si no se someten?—preguntó Hardy.

El senador Fowler no contestó.

Rod miró a Sally, luego miró a su alrededor, y por último a las paredes.

Es una habitación tan corriente, pensó. No hay nada especial tampoco en la gente que hay aquí. Y aquí exactamente, en esta sala de conferencias ridiculamente pequeña en un planeta apenas habitable, hemos decidido la suerte de una raza que puede ser un millón de años más vieja que nosotros.

Los pajeños no van a rendirse. Si son lo que creemos que son, no podremos derrotarlos tampoco. Pero sólo tienen un planeta y unos cuantos asteroides. Si vinieran...

—Kelley, puede usted traer ya a los pajeños —dijo el senador Fowler. Penetraban en la estancia los últimos rayos mortecinos de Nueva Caledonia. Fuera, los terrenos de Palacio se hacían de un púrpura sombrío.

53 • El Djinn

Iban siguiendo a los que les conducían por los pasillos de Palacio. Mientras caminaban, Jock hablaba con el Embajador.

—Algo ha cambiado. Este soldado nos mira de una forma distinta. Como un Guerrero a otro Guerrero.

Entraron en la sala de conferencias. Un mar de rostros humanos...


Sí —dijo Jock—. Todo ha cambiado. Debemos estar en guardia.


¿Qué pueden saber ellos?—preguntó Ivan. Jock indicó falta de conocimiento.


Algunos nos temen. Otros nos compadecen. Todos intentan ocultar su distinto estado emocional.

El soldado les condujo hasta unos sillones mal diseñados que había al fondo de una alargada mesa de conferencias.


A los humanos les gustan mucho estas mesas —gorjeó Charlie—. A veces la forma que tienen es muy importante, por razones que no he podido averiguar.

Se intercambiaron los saludos sin sentido que los humanos llamaban «protocolo»: preguntas formularias sobre el estado de salud, vagas bendiciones y esperanzas de pasado bienestar; todo ello compensaciones de la falta de Mediadores humanos. Charlie se ocupó de ellas mientras Jock continuaba hablando con el Amo.

—El humano que está al otro lado de la mesa es un funcionario importante. En nuestro lado de dos manos, en el centro, está el poder. El Mediador imperial ha llegado a alguna conclusión. Lord Blaine la comparte a disgusto. Sally discrepa, profundamente, pero es incapaz de argumentar. No encuentra razones. Quizás necesitemos encontrarlas por ella. Frente al Mediador del Emperador están los científicos, que comparten las emociones de Sally. No se sienten tan implicados en la decisión como ella. Los otros no tienen importancia, salvo el sacerdote. No he sido capaz aún de determinar su importancia, pero ha aumentado desde la última vez que le vi. Quizás sea para nosotros el más peligroso de todos...

—¿Entiende nuestro lenguaje? —preguntó Ivan.

—No si hablamos deprisa y ayustándonos por completo a la gramática. Detecta el contenido emotivo básico, y se da cuenta de que intercambiamos mucha información en muy poco tiempo.

—Descubre lo que preocupa a los humanos.

Ivan se enroscó en su sillón y contempló despectivo la sala. Los encargados hablaban a veces directamente con Mediadores de varios Amos, pero nunca era una experiencia agradable. La negociación con los humanos era penosamente lenta. Sus pensamientos reptaban como helio líquido, y a menudo no tenían ni idea de sus propios intereses.

Pero no podía limitarse a instruir a los Mediadores. Éstos se mostraban inquietos, cada vez más. Tenía que controlarlos directamente. Para preservar la raza...


Esta reunión puede ser más agradable que las otras —dijo Charlie. El senador Fowler pareció sorprenderse.

—¿Por qué dice eso?

—Por las expresiones que veo, han decidido llegar a conclusiones en esta reunión —contestó Charlie—. Nos han dicho que la reunión será larga, que durará hasta después de la cena. Sus trivisiones nos explican que se hallan ustedes sometidos a una gran presión para llegar a un acuerdo con nosotros. Nosotros aprendemos con lentitud sus métodos, que acaban agradándonos; pero nuestra formación, toda la base de nuestra existencia, es llegar a concluir acuerdos. Hasta ahora los han evitado ustedes cuidadosamente.

—Bastante duro —murmuró Fowler; e intenta que nos sintamos un poco incómodos, ¿no es así, amigo? Eres listo—. Primero necesitamos información. Sobre su historia.

—Ah. —Charlie vaciló sólo un segundo, pero vio la señal que le hacía Jock, y los movimientos de los dedos del Amo—. ¿Les preocupan nuestras guerras?

—Eso mismo —dijo el senador Fowler—. Nos han ocultado prácticamente toda su historia. Mintieron en lo que nos contaron.

Hubo murmullos de desaprobación. El doctor Horvath lanzó una áspera mirada a Fowler. ¿Es que aquel hombre no sabía lo que eran unas negociaciones? Pero por supuesto que lo sabía, lo que hacía aún más desconcertante tanta aspereza.

Charlie se encogió de hombros a la manera humana.

—Como ustedes nos hicieron a nosotros, senador. Nuestra historia: muy bien. Como ustedes los humanos, hemos tenido períodos de guerra. A menudo por cuestiones religiosas. Nuestras últimas grandes guerras fueron hace varios de sus siglos... Desde aquella época hemos logrado controlarlas. Pero tenemos rebeliones de vez en cuando. Amos parecidos a sus exteriores, que sitúan la independencia por delante del bien de la especie. Entonces es necesario combatirlos...

—¿Por qué no admitieron esto en un principio? —preguntó Rod. El pajeño se encogió de hombros nuevamente.

—¿Qué sabíamos de ustedes? Hasta que nos dieron el trivisor y nos dejaron verles tal como son, ¿qué
podíamos
saber? Y además estamos tan avergonzados de nuestros conflictos como ustedes de los suyos. Deben comprender, casi todos los Mediadores sirven a Amos que no tienen relación con la guerra. Nos dijeron que les convenciéramos de nuestras intenciones pacíficas hacia su raza. Nuestros conflictos internos son sólo asunto nuestro.

—¿Así que nos ocultaron sus armas? —dijo Rod. Charlie miró a Jock. El otro Mediador contestó:

—Las que tenemos. Habitamos un solo sistema estelar, señor. No tenemos enemigos raciales ni muchos recursos para dedicarlos a naves de guerra... nuestras fuerzas militares de hoy son más parecidas a su policía que a su Marina y a sus soldados.

La suave sonrisa del pajeño no decía nada más, pero de algún modo transmitía otra idea: sería una locura dejar que los humanos supieran el armamento de que disponían.

Sally sonrió feliz.

—Ya te lo decía, tío Ben... El senador Fowler asintió.

—Otra pequeña duda, Charlie. ¿Cuál es el índice de natalidad de sus castas reproductoras?

Fue Jock quien contestó. Al ver que Charlie vacilaba, David Hardy observó con interés... ¿Había comunicación por gestos?

—Cuando se les permite procrean —dijo lisamente el alienígena—. ¿No hacen igual ustedes?

—¿Cómo?

—Ustedes controlan su población con incentivos económicos y emigración forzosa. Nosotros no disponemos de esas alternativas, y sin embargo nuestros impulsos reproductores son tan fuertes como los suyos. Nuestros Amos procrean cuando pueden.

—¿Quiere decir que tienen mecanismos legales para limitar la población? —preguntó Horvath.

—En líneas generales, sí.

—¿Y por qué no nos lo dijeron antes? —preguntó el senador Fowler.

—No nos lo preguntaron.

El doctor Horvath rió entre dientes. Sally hizo igual. Hubo una sensación de alivio en toda la sala. Salvo...

—Ustedes confundieron deliberadamente a Lady Sally —dijo el capellán Hardy—. Explíquenos por qué, por favor.

—El Mediador servía al Amo de Jock —contestó Charlie—. Jock podrá explicar eso. Y, por favor, perdónennos, he de comunicar al Embajador lo que se ha dicho. —Charlie empezó a gorjear.


Jock, debes tener mucho cuidado. Nos hemos ganado su simpatía. Quieren razones para creer. Estos humanos tienen casi tanta empatia como los Mediadores cuando están del humor adecuado, pero pueden cambiar Instantáneamente.

—Entendido —dijo Ivan—. Haz lo que puedas para tranquilizarles. Si escapamos de una vez a su control les seremos útiles a todos, y seremos una necesidad económica para poderosos grupos de humanos.


El Mediador pensó que la verdad podría inquietarle —contestó Jock—. No sé exactamente lo que dijo. Yo no estaba allí. Nosotros no solemos tratar el tema del sexo y de la reproducción dentro de nuestros grupos familiares, y fuera de ellos no lo hacemos casi nunca. El tema es... no tienen ustedes una emoción idéntica. Es similar a la turbación, pero no idéntico. Y deben comprender hasta qué punto un Mediador se identifica con su Fyunch(click). Lady Sally no habla fácilmente de temas sexuales, ni le agrada hacerlo; su Mediador debía de sentir las mismas emociones, y sabría que la esterilidad de los Mediadores inquietaría a Sally si supiese de ello... como así fue, al enterarse. Digo todo esto, pero no lo sé con certeza: nunca consideramos importante el tema.

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