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Authors: Álex Rovira,Francesc Miralles

Tags: #Intriga, #Histórico

La luz de Alejandría (23 page)

BOOK: La luz de Alejandría
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Encontrarme en aquella crónica siniestra a la telonera de un delirante mesías instigador de crímenes no era un buen augurio, pero no comuniqué a mi acompañante el hallazgo.

En lugar de eso, le comenté:

—Llegaremos sobre las ocho de la tarde a la ciudad. Me temo que esa productora o lo que sea estará cerrada. Además, es domingo.

—Bueno, pues cenaremos en Hong Kong y pasaremos la noche en un hotel. Juntos —especificó mientras me guiñaba el ojo y provocaba un martillazo en mi corazón—. Mañana averiguaremos qué diablos hizo allí Marcel, y para casa.

—¿Vendrás a Barcelona? —le pregunté esperanzado.

En lugar de responder, tomó mi mano y me acarició el dorso con el pulgar. No supe interpretar aquel gesto.

Soho HK

El aeropuerto de Hong Kong está conectado con la capital, en una de las doscientas islas que constituyen el archipiélago, con un modernísimo y económico tren de alta velocidad. En sólo veinticuatro minutos nos llevó a la capital financiera de Asia, que a la caída de la noche era un hervidero de gentes diversas.

Chinos e hindúes se mezclaban con afroamericanos y británicos en un asfixiante caos entre los altos y estrechos rascacielos de la ciudad. Que fuera domingo parecía lo de menos.

Tras cargar las maletas en un taxi rojo con el techo gris, nos planteamos qué hacer aquella última noche.

—El Soho es justamente el barrio de los restaurantes y bares —apuntó Sarah—, así que podríamos echar un vistazo al edificio de Kai Projects antes de ir a cenar. Luego buscamos un hotel sobre la marcha.

Nos acomodamos en el asiento de atrás y la besé, puesto que aquella velada podíamos comportarnos como una pareja. Sarah se dejó llevar y reavivó el fuego mientras el taxi se metía por calles cada vez más empinadas.

El bullicio de música electrónica y gritos de borrachos era la prueba de que la impronta que habían dejado los ingleses tardaría en borrarse.

—Está abierto —dijo Sarah cuando el taxista nos dejó en la dirección exacta—, pero creo que te vas a llevar una decepción.

Bajo el nombre de Kai Projects, lo que había imaginado como una agencia de publicidad o una productora de cine resultó ser un chiringuito de teléfonos móviles y revelado fotográfico. El local tendría menos de diez metros cuadrados.

Tras el mostrador, un indio joven sorbía un batido con los ojos clavados en un televisor tronado.

—Ése debe de ser Kai —murmuré—. Me pregunto por qué Bellaiche tomaría nota de un establecimiento tan cutre.

—Quizás ahora lo sabremos.

Entramos con nuestras maletas en aquella tienda minúscula donde el calor era más sofocante incluso que en la calle. El dueño dejó el batido sobre el rajado mostrador de cristal y nos dio su particular bienvenida:

—Tengo las tabletas más baratas de toda Asia. ¿Y habéis visto el precio de las BlackBerry? ¡Es de risa!

—No queremos comprar nada, gracias —intervine.

El indio frunció el ceño y devolvió la mirada a lo que parecía una
sitcom
con un joven sij como protagonista. Sarah le mostró entonces el papel arrancado del cuaderno.

—Un amigo nuestro anotó su dirección. ¿Le suena el nombre de Marcel Bellaiche?

—Por supuesto que sí. Me debe dinero.

Sarah y yo nos miramos atónitos. Aquello era lo último que esperábamos oír. El dueño de Kai Projects aclaró:

—Me trajo una cámara digital muy vieja, de las primeras de pequeño formato que filman y graban la voz.

—¿Y qué quería hacer con ella? —pregunté asombrado.

—Dijo que se había filmado a sí mismo dos minutos y medio, y no sabía cómo pasarlo a un formato que se pudiera mandar por correo electrónico. Yo le dije: «No hay problema, deja aquí la cámara y yo te lo convierto en un archivo comprimido cuando tenga un momento. Luego te lo meto en un USB y tú me lo pagas junto con lo que tarde en hacer eso». Tras aceptar, dijo que vendría al día siguiente y aún lo estoy esperando.

Sarah me sujetó el brazo emocionada. Sin duda, aquellos dos minutos y medio contenían lo que había causado su muerte, la de Liwei y casi la nuestra. Algo que los Hijos de la Luz querían silenciar a toda costa.

—¿Y qué has hecho con ello? —pregunté preocupado.

—Como han pasado varias semanas, al final vendí la cámara a un cliente que buscaba piezas de recambio de ese mismo modelo.

Una dolorosa decepción cayó sobre nosotros. Desesperanzado, pregunté:

—¿Y el USB? Supongo que, al no recogerlo el cliente, has borrado su contenido para grabar otra cosa.

—Aún no. Sigue aquí, en el cajón.

Sarah puso un billete de 500 dólares hongkoneses sobre el mostrador y dijo:

—Nos lo llevamos.

El túnel

Aunque no sabíamos aún el contenido de aquella autograbación, subimos eufóricos por la empinada calle Shelley, llena de restaurantes de llamativo diseño.

—No puedo esperar a reproducir este vídeo en mi ordenador —dije.

—Lo haremos esta noche en el hotel, ahora vamos a celebrar que hemos llegado hasta el final —propuso Sarah tomándome de la cintura—. ¿Qué te apetece cenar?

—De momento sólo quiero tomar algo fresco. Este clima subtropical me está matando.

—Mira quién baja ahora por la calle… —La francesa señaló un occidental de cabellos rizados y expresión aniñada—. Seguro que puede recomendarnos un buen restaurante en el Soho.

El dueño del Baladí nos saludó efusivamente, sorprendido de reencontrarnos en una ciudad con siete millones de habitantes.

—Todos los guiris acaban aquí —rió mientras nos abrazaba—. En esta calle hay los restaurantes más populares, lo cual no significa que sean los mejores.

—¿Cuál nos recomiendas entonces? —le pregunté.

—Por supuesto, el mío. Es el último que he abierto, pero funciona muy bien. Ofrecemos tapas de fusión. Aprovechando que he venido a introducir cambios en la carta, esta noche me meteré en cocina para vosotros. Invita la casa.

Encantados con aquel plan, seguimos al cocinero fuera de la calle principal. Caminamos junto a él montaña arriba un buen rato hasta dejar atrás el meollo de bares y restaurantes.

—Aunque estoy ganando mucho dinero en Shanghái —explicó—, no podéis imaginar lo desorbitados que son los alquileres en Hong Kong. Por eso he abierto un local un poco apartado de la ruta, aunque sigue siendo el Soho. Se entra por allí.

Luismi señaló un túnel que recordaba al que daba entrada a su restaurante en la Concesión Francesa, aunque el emplazamiento no podía ser más distinto. Parecíamos ser los únicos clientes que se aventuraban en aquella calle desolada.

—Te gusta esconder tus restaurantes —dije, algo inquieto, mientras nos metíamos con él en las tinieblas de aquel pasaje—. ¿De verdad está abierto? No se oye un suspiro.

—Van a abrir para vosotros, no os preocupéis. De hecho, ya hemos llegado.

Dicho esto, encendió un mechero. Además de proyectar nuestras sombras en el túnel, la llama del Zippo iluminó en su otra mano una pistola con silenciador.

El cocinero apuntaba directamente al corazón de Sarah.

—Creo que os vais a tener que desnudar por segunda vez, amigos. Pero ya no necesitaréis volver a vestiros. ¿No es una gran ventaja?

—Baja el arma y negociemos —dije intentando templar mis nervios—. Tal vez tengamos algo que puede interesar a tu gente.

—De eso no me cabe duda, pero va a ser mío de todos modos. No es necesario que me lo ofrezcas.

En un intento desesperado de ganar tiempo, le pregunté algo que había deducido demasiado tarde.

—Estás con Raymond, ¿verdad? Así como te ha mandado a Hong Kong, fuiste su hombre en Galicia y en Beirut. ¿No te da reparo dejar tus restaurantes desatendidos tanto tiempo?

—Funcionan solos —replicó tras liberar una risa histérica—. Todo el personal, desde la recepcionista a quien limpia los váteres, sabe lo que tiene que hacer. No como otros. ¿Por qué os habéis emperrado en venir hasta aquí? Ahora podríais estar ingresando en el Mile High Club. Ya sabes: echar un polvo en pleno vuelo, camino de casita.

Para reforzar aquella imagen que le excitaba, hundió el silenciador de la pistola en el pecho de Sarah, como si quisiera comprobar su consistencia.

—Eres un hijo de puta. —La voz de ella tembló—. Y un mediocre. De otro modo no habrías caído en las redes de esa estúpida iglesia.

—Le debo todo a Raymond —admitió mientras describía círculos con el arma alrededor de su pecho—. Cuando llegué a Shanghái no tenía nada, sólo un empleo malpagado en una empresa de importación de alimentos. Él puso el dinero para que pudiera abrir mi primer restaurante. Y es también mi socio en todos los demás. De bien nacido es ser agradecido, ¿no dice eso el refrán?

De repente se apagó la llama del mechero.

—Vaya, parece que se acabó la gasolina —habló desde la oscuridad—. Buenas noches, chicos.

Una detonación ahogada precedió al crujido de un cuerpo que se desplomaba en el suelo.

En el instante que necesité para comprender lo que había ocurrido, decidí que no quería seguir viviendo. No sin Sarah. Por eso, en lugar de atacarle en la oscuridad para intentar salvar mi pellejo, me quedé quieto, esperando mi tiro de gracia.

Pero nada sucedió.

Tras unos segundos de tensa espera de la muerte, alumbré aquel lugar miserable con la pantalla de mi móvil.

Lo que vi me dejó sin aliento.

Luismi yacía muerto en el suelo, mientras Sarah se abrazaba en silencio a su hermana. Sin entender cómo había aparecido allí, vi que Lorelei llevaba el pie enyesado.

Tras limpiar con un pañuelo la pistola del cocinero, la dejó caer sobre él. Luego se giró hacia mí y dijo:

—Un depravado menos en la nación china.

—¿Cómo has podido encontrarnos en este túnel? —pregunté en estado de shock.

—El teléfono de mi herma lleva incorporado un localizador GPS para casos de robo. Cuando me lesioné el primer día de trekking, me dije que para estar sola en Nepal prefería reunirme con vosotros. Parece que he llegado en el momento álgido de la fiesta.

Sarah empezó a llorar a la vez que besaba en la frente a su hermanastra descarriada, que parecía molesta con aquellos mimos.

—Hay que largarse de aquí cuanto antes —dijo impaciente—. ¿Habéis encontrado la pieza del puzzle que falta?

—Supongo que te refieres a esto —respondí alargándole el USB—. ¿Vas a colgarlo en la página de Marcel?

—Tengo instrucciones de subirlo a YouTube, en el canal de la facultad donde trabajaba Bellaiche. Luego lo linkaré a un listado de publicaciones que me ha dado Simón. Se va a liar parda.

EL SÉPTIMO FARO

JESÚS

SIETE INSPIRACIONES FINALES

I

Si alguien te obliga a acompañarle una milla, ve con él dos.

II

Amaos los unos a los otros.

III

Sed como niños. El Reino de los Cielos pertenece a ellos.

IV

Hace más feliz dar que recibir.

V

Hay tres cosas que permanecen: la fe, la esperanza y el amor, pero la más importante es el amor.

VI

La verdad os hará libres.

VII

El reino de Dios no vendrá con señales visibles;

tampoco dirán «¡está aquí!» o «¡allí!»,

porque el reino de Dios está en vosotros.

La gran traición

Transcripción de un avance de la charla del profesor Marcel Bellaiche, que tendrá lugar en el auditorio de humanidades de la Sorbonne, sobre el peligro de los falsos iluminados en las religiones de nuevo cuño.

Más de 140 000 reproducciones por YouTube el primer día de emisión.

A lo largo de la historia, han aparecido maestros con la capacidad para mostrar el camino en medio de las tinieblas. Hermes, el Emperador Amarillo y sus continuadores, Buda, Lao Tsé, Confucio, Sócrates, Jesús. Cada uno de ellos ha aportado luz allí donde sólo había confusión y crueldad.

Sin embargo, como ya advirtió el príncipe Siddhartha en un célebre discurso, la barca de la espiritualidad sirve para pasar a la otra orilla, pero no tiene sentido seguir cargando con ella una vez allí.

En este sentido, el mensaje fundamental de los iluminados que acabo de mencionar ha sido desatendido. Es más, la humanidad los ha traicionado cargando con pesadas naves que aún nos aplastan hoy día y no nos dejan explorar lo que hay en otra orilla.

Hermes nos enseñó que el universo es mental, pero sin duda repudiaría a todos los que explotan en beneficio propio la ley de la atracción.

Lao Tsé nos legó ochenta y un poemas para que cada cual reflexione y halle sus propias respuestas, pero no fundó el taoísmo.

Confucio daba sabios consejos, pero no hubiera querido estatuas en las calles ni que los niños chinos memoricen ciegamente mensajes lanzados hace dos mil quinientos años.

Sócrates no redactó una sola línea, porque corresponde a cada cual descubrir sus errores y escribir la propia historia. Seguro que le hubiera repugnado aparecer, sin su permiso, en los libros de filosofía.

Jesús inspiró a hombres y mujeres, les instruyó en la libertad y en la gramática del amor, pero no ordenó sacerdotes, enclaustró monjas ni erigió iglesia alguna.

Hemos traicionado el mensaje y la intención de todos estos faros espirituales, que nos mostraron un camino que debe recorrer cada uno, sin guías ni itinerarios prefijados.

Decía el pensador Jiddu Krishnamurti que mientras haya mediador no habrá mediación. Nadie puede erigirse en intérprete de una luz que anida dentro de cada uno de nosotros. Dios habla a todos los hombres o a ninguno.

Las sectas de nuevo cuño, como los Hijos de la Luz, olvidan que la espiritualidad no puede encerrarse entre los muros de una iglesia, templo o auditorio. No puede enseñarse en las escuelas y oratorios. No puede ser transmitida ni compartida, al igual que nadie puede vivir por nosotros.

Por lo tanto, pido a todos los sacerdotes e intérpretes de la palabra divina que devuelvan a la humanidad la libertad que le han robado.

Es blasfemo adoctrinar en nombre de Dios, porque Dios se basta a sí mismo para hablar al oído de cada uno de sus hijos a través del milagro de la vida. No necesita teorías ni intermediarios.

La verdad no puede ser enseñada, sólo puede ser descubierta.

Del mismo modo, la mejor manera de orar es que cada cual haga que su propia vida, sus actos, sus hechos, sean su oración. Así, con la manifestación singular de cada ser humano, de su capacidad de amor y de encarnar en esta tierra aquello que realmente es divino, es cómo podemos cambiar el destino de la humanidad. Porque, como dijo un novelista del siglo XX, si Dios no es amor, no vale la pena existir. ¿Para qué ser budistas si podemos ser Buda? ¿Para qué ser cristianos si podemos ser Cristo? Precisamente eso es lo que entiendo que los grandes avatares de la humanidad vinieron a revelar.

Terminaré con estas palabras de Buda que resumen el secreto último de Alejandría: «Sé una luz para ti mismo». Y que la unión de luz de todos los seres humanos ilumine el destino de la humanidad.

BOOK: La luz de Alejandría
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