—¡Mis sueños —bufó Condwiramurs mientras echaba sal al huevo— no son un calendario agrícola! ¡No tienen plaquitas con la fecha! Aunque para ser sincera, soñé con la batalla de Brenna, seguramente por haber contemplado el lienzo de Nicolás Certos en tu galería. Es la misma fecha que el cometa. ¿Me equivoco?
—No te equivocas. ¿Había algo especial en el sueño de la batalla?
—No. Un caos de caballos, personas y armas. Las personas entrechocaban y gritaban. Alguien, con toda seguridad un anormal, aullaba: «¡Las águilas! ¡Las águilas!».
—¿Qué más? Has dicho que los sueños fueron un verdadero desfile.
—No me acuerdo. —Condwiramurs se detuvo. Nimue sonrió—. Bueno, vale. —La adepta respingó con fuerza, impidiendo a la Dama del Lago cualquier comentario burlón—. Cierto, a veces me olvido. Nadie es perfecto. Te repito que mis sueños son visiones, no un catálogo de biblioteca...
—Lo sé —la interrumpió Nimue—. No estamos haciendo un examen de tus capacidades como soñadora, estamos analizando la leyenda. Sus enigmas y flecos. Y al fin y al cabo no nos va mal, ya en los primeros sueños has descubierto quién era la muchacha del retrato, el doble de Ciri con el que Vilgefortz intentó engañar al emperador Emhyr...
Se interrumpieron porque el Rey Pescador entró en la cocina. Haciendo una reverencia y gruñendo, tomó pan de un aparador, una vasija doble y un rollo de lienzo. Salió, sin olvidar inclinarse y gruñir.
—Cojea mucho —dijo Nimue en apariencia desganada—. Lo hirieron gravemente. Un jabalí le machacó la pierna en una cacería. Por eso pasa tanto tiempo en la barca. Entre remos y pescados la herida no le molesta y en la barca olvida su cojera. Es un hombre bueno y muy honrado. Y yo...
Condwiramurs guardó silencio con cortesía.
—Necesito un hombre —aclaró con imparcialidad la pequeña hechicera.
Yo también, pensó la adepta. Rayos, en cuanto vuelva a la academia me dejaré engatusar por alguien. El celibato está bien, pero no más de un semestre.
Nimue carraspeó.
—Si has terminado de desayunar y de soñar, vamos a la biblioteca.
*****
—Volvamos a tu sueño.
Nimue abrió la carpeta, repasó unas acuarelas hechas a la sepia, extrajo una. Condwiramurs la reconoció al instante.
—¿La audiencia de Loe Grim?
—Por supuesto. El doble es presentado en el palacio imperial. Emhyr finge que se deja engañar, pone buena cara al mal tiempo. Éstos son, mira, los embajadores de los reinos del norte, para los que se interpreta este espectáculo. Aquí contemplamos a los duques nilfgaardianos para los que era una afrenta el que el emperador rechazara a sus hijas, despreciara las ofertas de alianzas. Ansiosos de venganza, susurran, apiñados los unos hacia los otros, rumian ya traiciones y muerte. La muchacha está de pie, con la cabeza inclinada, el artista, para acentuar el misterio, la embutió en un pañizuelo que le cubría los rasgos de la cara.
»Y nada más sabemos sobre la falsa Ciri —continuó al cabo la hechicera—. Ninguna de las versiones de la leyenda describe lo que le sucedió después al doble.
—Habría que imaginarse, sin embargo —dijo Condwiramurs con acento triste—, que la suerte de la muchacha no fue para dar envidia. Cuando Emhyr consiguió el original, y sabemos que lo consiguió, se libró de la falsificación. Cuando soñé, no percibí tragedia y, de hecho, debiera haber sentido algo si... Por otro lado, lo que veo en sueños no tiene por qué ser verdad. Como todo ser humano, sueño ilusiones. Deseos. Nostalgias... Y miedos.
—Lo sé.
Discutieron hasta la hora de la comida, examinando carpetas y fascículos de grabados. La pesca se le debía de haber dado bien al Rey Pescador, porque para almorzar había salmón a la parrilla. Para cenar también.
Condwiramurs durmió mal por la noche. Había comido demasiado. No había soñado nada. Estaba un tanto enfurecida y avergonzada por ello, pero Nimue no mostró preocupación alguna. Tenemos tiempo, dijo. Tenemos todavía muchas noches. La torre de Inis Vitre tenía varios cuartos de baño, bastante lujosos, de claros mármoles y brillante hojalata, calentados por un hipocausto que se encontraba en algún lugar del sótano. Condwiramurs no sentía embarazo de ocupar los baños durante horas, pero también se encontraba a veces con Nimue en la sauna, una pequeña cabaña de madera con un desembarcadero que salía hacia el lago. Mojadas, respirando el vapor que exhalaban las piedras regadas con agua, se sentaban ambas en unos banquitos, golpeándose de buena gana con unas escobillas de abedul mientras un sudor salado les corría hasta los ojos.
—Si no he entendido mal —Condwiramurs se limpió el rostro—, mi práctica en Inis Vitre consistirá en soñar todos los huecos de las leyendas sobre el brujo y la bruja, ¿no?
—Has entendido bien.
—¿De día, a base de contemplar grabados y discutir, tengo que cargarme para soñar, para que en la noche pueda soñar una versión verdadera, desconocida para todo el mundo, de estos acontecimientos?
Esta vez Nimue no consideró necesario confirmarlo. Tan sólo se atizó unas cuantas veces con la escobilla, se levantó y vertió agua sobre las piedras ardientes. El vapor borboteó, su calor les privó de aliento por un segundo.
Nimue se echó por encima el resto del agua del balde. Condwiramurs admiró su figura. Aunque era pequeña, la hechicera era de proporcionada constitución. Las formas y tactos de su piel podían muy bien ser la envidia de una veinteañera. Condwiramurs, por no ir más lejos, tenía veinticuatro años. Y la envidiaba.
—Pero incluso si sueño algo —continuó, limpiándose de nuevo el rostro sudoroso—, ¿cómo vamos a estar seguras de que he soñado la versión verdadera? Ciertamente, no sé...
—De esto hablaremos luego —le cortó Nimue—. Fuera. Estoy ya harta de estar sentada en esta olla. Vamos a refrescarnos. Y luego hablaremos.
Aquello también era parte del ritual. Salieron corriendo de la sauna, con sus pies desnudos repiqueteando sobre las tablas del desembarcadero, luego saltaron al lago, lanzando fieros chillidos. Una vez que se hubieron remojado, se subieron al desembarcadero, se escurrieron los cabellos.
El Rey Pescador, alarmado por los chapoteos y los chillidos, miró desde su bote, las vio, haciéndose sombra en los ojos con la mano, pero al momento se dio la vuelta y se afanó de nuevo en sus aparejos de pesca. Condwiramurs consideró aquel comportamiento como insultante y reprensible. Su opinión acerca del Rey Pescador había cambiado bastante cuando advirtió que el tiempo que no pasaba pescando lo dedicaba a la lectura. Iba con el libro hasta al retrete y se trataba nada más y nada menos que del Speculum aureum, obra seria y difícil. Así que si bien era cierto que en los primeros días en Inis Vitre Condwiramurs se había asombrado un tanto de las inclinaciones de Nimue, ya hacía mucho que había dejado de hacerlo. Estaba claro que el Rey Pescador sólo era zafio y patán en apariencia. Era una comedia para preservar su seguridad.
Por eso mismo, pensó Condwiramurs, es un insulto y una afrenta imperdonable el volverse hacia las cañas y los cebos cuando por el desembarcadero desfilan dos mujeres desnudas, con unos cuerpos dignos de ninfas de los que los ojos no debieran poder apartarse.
—Si sueño algo —volvió al tema mientras se secaba los pechos con una toalla—, ¿qué garantía tendremos de que se trata de la versión verdadera? Conozco todas las versiones literarias de la leyenda, desde
Medio siglo de poesía
, de Jaskier, hasta
La dama del lago
, de Andrés Ravix. Conozco al reverendo Jarre, conozco todos los trabajos científicos sobre el tema, por no hablar de las versiones populares. Todas estas lecturas han dejado su huella, no soy capaz de eliminar esto de mis sueños. ¿Hay alguna posibilidad de traspasar la ficción y soñar la verdad?
—La hay.
—¿Cuánta?
—La misma que tiene el Rey Pescador. —Nimue, con un movimiento de cabeza, señaló a la barca en el lago—. Tú misma ves que echa sus anzuelos sin descanso. Saca yerbas, raíces, tocones sumergidos, troncos, botas viejas, ahogados y el diablo sabe qué más. Pero de vez en cuando pesca algo.
—Feliz pesca, entonces —suspiró Condwiramurs mientras se vestía—. Echemos el anzuelo y a pescar. Busquemos las verdaderas versiones de la leyenda, rajemos la tapicería y el forro, golpeteemos el cofre en busca de un falso fondo. Pero, ¿y si no hay falso fondo? Con todos mis respetos, Nimue, no somos los primeros en esta pesquera. ¿Qué posibilidad tenemos de que algún pormenor o detalle haya escapado a los batallones de expertos que han pescado aquí antes de nosotros? ¿De qué nos hayan dejado siquiera un pececillo?
—Lo han dejado —afirmó Nimue con convicción, al tiempo que se retorcía los cabellos mojados—. Lo que ellos mismos no sabían lo emparedaron entre fábulas y palabras bonitas. O lo cubrieron de silencio.
—¿Por ejemplo?
—La estancia invernal del brujo en Toussaint, por no ir más lejos. Todas las versiones de la leyenda tratan este episodio con una corta frase: «Los héroes pasaron el invierno en Toussaint». Incluso Jaskier, que dedicó dos capítulos a sus andanzas en este condado, resulta sorprendentemente enigmático en lo que respecta al brujo. ¿No merece la pena enterarse de lo que sucedió aquel invierno? ¿Después de la huida de Belhaven y del encuentro con el elfo Avallac'h en el complejo subterráneo de Tir ná Béa Arainne? ¿Después de la escaramuza de Caed Myrkvid y de la aventura de los druidas? ¿Qué hizo el brujo en Toussaint desde octubre hasta enero?
—¿Qué hizo? ¡Invernar! —bufó la adepta—. Antes del deshielo no podía cruzar el paso, por eso invernó y se aburrió. No es de extrañar que los autores posteriores apañaran ese fragmento tan aburrido con un lacónico: «Pasó el invierno». Mas, si se necesita, pues intentaré soñar algo. ¿Tenemos algún cuadro o algún dibujo?
Nimue sonrió.
—Tenemos incluso un dibujo dentro de un dibujo.
*****
El fresco rupestre presentaba una escena de caza. Unos hombrecillos que portaban arcos y lanzas pintados con un negligente trazo de pincel daban feroces saltos persiguiendo a un bisonte grande de color violeta. El bisonte tenía en los costados rayas como de tigre y sobre sus retorcidos cuernos se alzaba algo que recordaba a una libélula.
—Así que ésta es la pintura. —Regis sacudió la cabeza—. Pintada por el elfo Avallac'h. Un elfo que sabía mucho.
—Sí —dijo Geralt con sequedad—. Ésta es la pintura.
—El problema radica en que en estas cuevas que hemos explorado concienzudamente no hay ni rastro ni de elfos ni de las otras criaturas que mencionaste.
—Estaban aquí. Ahora se han escondido. O se han ido.
—Eso es un hecho indudable. No te olvides, te concedieron audiencia sólo gracias a la disposición de la flamínica. Seguramente pensaron que con una audiencia bastaba. Después de que la flamínica rechazara colaborar categóricamente, de verdad que no sé qué más puedes hacer. Llevamos todo el día vagando por estas cuevas. No puedo librarme de la sensación de que lo hemos hecho para nada.
—Yo tampoco puedo librarme de esa sensación —dijo el brujo con amargura—. No entiendo a los elfos. Pero por lo menos ya sé por qué la mayoría de los humanos no tienen mucha simpatía por los elfos. Porque resulta difícil librarse de la sensación de que se burlan de nosotros. En todo lo que hacen, lo que dicen, lo que piensan, los elfos se burlan de nosotros, se mofan. Nos escarnecen.
—El antropomorfismo habla por tu boca.
—Puede que un poco. Pero queda la sensación.
—¿Qué hacemos?
—Volvamos a Caed Myrkvid, a ver a Cahir, al que sin duda los druidas ya habrán curado su cabeza escalpada. Luego nos subiremos al caballo y usaremos de la invitación de la condesa Anna Henrietta. No pongas esa cara, vampiro. Milva tiene una costilla quebrada, Cahir la testa rota, un poco de descanso en Toussaint les vendrá bien a ambos. También habrá que sacar a Jaskier del lío en que se ha metido, porque me temo que se ha metido en uno bueno.
—En fin —suspiró Regis—, que así sea. Tendré que mantenerme lejos de los espejos y los perros, tener cuidado con los hechiceros y los telépatas... Y si pese a todo me desenmascararan, cuento contigo.
—Puedes contar conmigo —respondió Geralt, serio—. No te abandonaré en la necesidad. Amigo.
El vampiro sonrió y, como estaban solos, con toda su ristra de colmillos.
—¿Amigo?
—El antropomorfismo habla por mi boca. Venga, salgamos de esta gruta, amigo. Porque lo único que vamos a encontrar aquí va a ser un reuma.
—Lo único. A no ser que... ¿Geralt? Tir ná Béa Arainne, la necrópolis élfica, de acuerdo con lo que viste, está al otro lado de la pintura rupestre, al otro lado de esta pared... Se podría llegar allí si... Bueno, sabes. Si se destrozara esto. ¿No has pensado en ello?
—No. No he pensado.
*****
El Rey Pescador había vuelto a tener suerte, porque para la cena tenían salvelino ahumado. El pescado estaba tan rico que la lección se fue al garete. Otra vez Condwiramurs comió demasiado.
A Condwiramurs se le repetía el salvelino ahumado. Es hora de ir a dormir, pensó, cuando se sorprendió a sí misma pasando por segunda vez las páginas del libro maquinalmente, sin percibir su contenido. Es hora de ir a dormir.
Bostezó, puso el libro a un lado. Arregló el almohadón, pasando de la posición de lectura a la de descanso. Apagó la lámpara con un hechizo. Al instante la habitación se sumió en unas tinieblas impenetrables y densas como melaza. Las pesadas cortinas de terciopelo estaban apretadas a conciencia, la adepta ya sabía que soñaba mucho mejor en las tinieblas. ¿Qué elegir?, pensó, estirándose y retorciéndose entre las sábanas. ¿Ir a una fuente oniródica o probar a anclar?
Pese a sus orgullosas declaraciones, las soñadoras no recordaban ni la mitad de sus sueños proféticos, una parte significativa de ellos se quedaba en la mente de las onirománticas como un galimatías de imágenes, colores cambiantes y formas como de caleidoscopio, infantil juguete de espejos y cristalillos. No era tan grave; si las imágenes carecían de todo orden y hasta de la apariencia de tener sentido, se podía entonces tranquilamente pasarlas por alto y seguir con el orden del día. Algo así como: si no me acuerdo, quiere decir que no merece la pena recordar. En el argot de las soñadoras a estos sueños se los llamaba «chuminadas».
Pero algo peor y más vergonzante era el «fantasma», los sueños de los que las soñadoras recordaban tan sólo fragmentos, únicamente retazos de sentido, sueños tras los que por la mañana sólo quedaban sentimientos confusos de señales recibidas. Si además el «fantasma» se repetía, podía estarse seguro de que se tenía que ver con un sueño de significativo valor oniródico. Entonces la soñadora, mediante la concentración y la autosugestión, intentaba obligarse a soñar de nuevo, esta vez de forma más completa, un «fantasma» concreto. Los mejores resultados los daba el método de obligarse a dormir otra vez nada más despertarse: se llamaba a esto «enganchar». Si el sueño no se dejaba «enganchar», quedaba intentar producir de nuevo una visión dada durante una de las siguientes sesiones mediante concentración y meditación. Una programación así llevaba por nombre «anclarse». Después de doce noches en la isla, Condwiramurs tenía ya tres listas, tres grupos de sueños. Había una lista de éxitos dignos de orgullo, una lista de «fantasmas» que la soñadora había «enganchado» o «anclado» con éxito. Entre ellos estaba el sueño sobre la rebelión de la isla de Thanedd, así como el viaje del brujo y su grupo bajo una tormenta de nieve por el paso de Malheur, y bajo lluvias primaverales por húmedos caminos en el valle de Sudduth. Había —y la adepta no se lo había reconocido a Nimue— una lista de fracasos, de sueños que pese a todos los esfuerzos seguían siendo un enigma. Y había una lista de trabajo, una lista de sueños que esperaban su turno. Y había un sueño, extraño, pero muy agradable, que volvía en retazos y fragmentos, en sonidos inexpresables y toques de terciopelo.