La bestia debe morir (16 page)

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Authors: Nicholas Blake

Tags: #Policiaco

BOOK: La bestia debe morir
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—Ah —suspiró la muchacha. Un suspiro de alivio, casi, como si la ansiedad de estar esperando aquella palabra terrible hubiera terminado, y supiera que no había ya nada peor que afrontar.

—¿No se sorprende? —preguntó Blount, abruptamente, un poco irritado por la calma de la chica.

—¿Qué quiere que haga? ¿Ponerme a llorar sobre su hombro? ¿Morder las patas de la mesa?

Nigel encontró la desconcertada mirada de Blount y le miró pícaramente. Le complacía la derrota de Blount.

—Sólo una cosa más —dijo Nigel—. Parece una pregunta un poco alarmante, pero supongo que Felix ya le habrá dicho que he venido para defenderle. No quiero sorprender su buena fe. Pero ¿sospechó usted alguna vez que Felix tuviera desde el principio la intención de matar a George Rattery?

—¡No! ¡No! ¡Es una mentira! ¡No es cierto! —las manos de Lena cubrieron su rostro, como si pugnara por rechazar la pregunta de Nigel. Luego el terror de su expresión fue sustituido por una especie de perplejidad.

—¿Desde el principio? —dijo con lentitud—. ¿Qué quiere decir «desde el principio»?

—Bueno, desde que ustedes se conocieron, antes de venir aquí —dijo Nigel, igualmente perplejo.

—No, por supuesto que no tuvo esa intención —replicó la muchacha, con evidente sinceridad. Luego se mordió el labio—. ¡Pero no fue él —gritó— quien mató a George! Estoy segura.

—Usted estaba en el coche de George Rattery cuando atropello y mató a un niño, Martie Cairnes, en enero pasado —dijo el inspector, no sin alguna lástima.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró Lena—. Así que por fin lo han descubierto —Les miró con expresión sincera—. No fue culpa mía. Quise hacerle parar, pero él no quiso. Durante meses soñé con eso. Era horrible. Pero no comprendo. ¿Por qué?

—Creo que podríamos dejar tranquila a Lena Lawson por ahora, ¿no, Blount? —interrumpió Nigel rápidamente. El inspector se frotó el mentón.

—Sí... Tal vez tenga usted razón. Una pregunta más: ¿Cree usted que el señor Rattery tenía muchos enemigos?

—Quizá. Era el tipo de persona que se hace enemigos, supongo. Pero no conozco a ninguno.

Una vez que la muchacha hubo salido, dijo el inspector Blount:

—Me ha parecido muy sugerente. Juraría que sabe algo de la botella desaparecida. Y teme que Cairnes haya cometido el crimen; pero no ha relacionado aún a Felix Lane con el padre del chico que George Rattery mató. Una bonita muchacha. Lástima que no quiera decir la verdad. Bien pronto la descubriremos. ¿Por qué le preguntó si sospechaba que Felix Lane quería matar a Rattery? Me parece que se ha apresurado un poco —Nigel arrojó un cigarrillo por la ventana.

—Fue por esto. Si Felix no mató a Rattery, nos encontramos frente a una inverosímil coincidencia: en el mismo día en que él planeaba matarle, y fracasó, alguien más lo planeó, y tuvo éxito.

—Una coincidencia inverosímil, como usted reconoce —dijo escépticamente Blount.

—No. Espere un poco. No estoy dispuesto aún a considerar imposible tal coincidencia. Si un número suficiente de monos jugaran con máquinas de escribir durante un número suficiente de siglos, acabarían por componer todos los sonetos de Shakespeare: es una coincidencia también, pero científicamente inevitable. Si el envenenamiento de George no ha sido una coincidencia, y Felix no fue el culpable, se deduce lógicamente que alguna otra persona debía conocer las intenciones de Felix por haber leído el diario o porque George le confió sus descubrimientos.

—¡Ah! Ya veo adonde quiere ir a parar —dijo Blount con los ojos brillando detrás de los cristales de sus gafas.

—Suponga la existencia de una tercera persona, que supiera todo aquello, y que
deseara la muerte de George
. Cuando la tentativa de Felix fracasó, esa tercera persona se encargó personalmente del asunto y envenenó a George, probablemente por medio del tónico. Podía estar seguro de que las sospechas recaerían sobre Felix a causa del diario. Pero tenía que actuar inmediatamente, ya que no podía esperarse que Felix permaneciera en Severnbridge durante más de una noche, después de su fracaso en el
dinghy
. Lena era evidentemente la primera persona a quien preguntar, por ser la persona con mayores posibilidades de que George le hubiera confiado la existencia del diario, puesto que ella se veía mezclada en él por la muerte de Martie Cairnes, que el diario revelaba. Pero creo que fue sincera con nosotros cuando dio la impresión de no haber relacionado a Felix Lane con el niño, Martie. Por lo tanto, ella no conoce la existencia del diario, y podemos eliminarla de la lista de sospechosos, salvo que la coincidencia del crimen planeado y del real fuera sólo una casualidad.

—No creo que podamos descubrirlo hasta que no sepamos más acerca de toda esa gente: ¿Notó su perplejidad cuando le preguntamos si sabía que Felix había tenido desde el principio la intención de matar a Rattery? Verdaderamente perpleja. Eso me hace pensar que ella no sabe nada del diario, pero que conoce algún otro motivo para que Felix haya querido matar a George, alguna enemistad surgida después del encuentro de los dos hombres.

—Sí. Eso parece razonable. ¿Tendré que preguntar a todos los miembros de la familia si sospechaban de Felix —Felix Lane, mejor— y observar las reacciones? ¿Cree usted que si alguien ha tratado de utilizarle como escudo podremos sorprenderle?

—Eso mismo. Fíjese en otra cosa, ese niño, Phil. ¿Me permite tenerlo unos días con nosotros en el hotel? Mi mujer le cuidará. Por ahora, el ambiente de esta casa no es muy saludable para una mente tierna.

—¡Desde luego! Me parece muy bien. Uno de estos días tendré que hacer algunas preguntas al chico, pero esperaré.

—Bien. Iré a pedir permiso a la señora Rattery.

5

Cuando Nigel entró, Violeta Rattery estaba sentada escribiendo. Lena también estaba allí; Nigel se presentó y explicó el motivo de su visita.

—Por supuesto, si ustedes no lo disponen de otra manera; pero él y el señor Lane se llevan muy bien, y mi mujer estará encantada de hacer por él todo lo posible.

—Sí. Ya veo. Gracias. Es muy amable —dijo Violeta, vagamente.

Se volvió, con un ademán de impotencia, hacia Lena, que estaba de pie frente al torrente de luz que entraba por la ventana.

—¿Qué te parece, Lena? ¿Estará bien?

—Por supuesto. ¿Por qué no? Phil no debería quedarse aquí ni un minuto más —dijo Lena, descuidadamente, mirando siempre hacia abajo, hacia la calle.

—Sí, ya sé; pero qué dirá Ethel...

Lena giró sobre sí misma; su boca roja era viva y despreciativa.

—Mi querida Violeta —exclamó—. Ya es hora de que pienses por tu propia cuenta. Por otra parte, ¿quién es la madre de Phil? Cualquiera creería que eres una sirvienta, al ver cómo te dejas mandar por la madre de George, por esa vieja perra entrometida. Ella y George han hecho de tu vida un infierno; no, no ganas nada con fruncir el ceño, y ya ha llegado el momento de decir basta. Si no tienes coraje para defender a tu hijo, es mejor que tomes tú también una dosis de veneno y desaparezcas.

La cara indecisa y demasiado empolvada de Violeta se estremeció. Nigel pensó que iba a llorar. Vio en su interior la lucha entre su larga costumbre de obediencia y la verdadera mujer que las palabras de Lena habían tratado deliberadamente de provocar. Después de un momento, sus labios sin sangre se apretaron, una luz apareció en los ojos apagados, y dijo, con una inconsciente y ligera elevación del mentón:

—Muy bien. Lo haré, señor Strangeways; se lo agradezco mucho.

Como contestando a este desafío silencioso, se abrió la puerta. Sin llamar, entró una anciana, toda vestida de negro. El sol que se volcaba por la ventana parecía detenerse en seco a sus pies, como si ella lo hubiera matado.

—He oído voces —dijo ásperamente.

—Sí. Estábamos hablando —dijo Lena. Su impertinencia ni siquiera fue escuchada. La vieja permaneció allí un momento, bloqueando la puerta con su enorme cuerpo. Luego se dirigió hacia la ventana, perdiendo repentinamente su dignidad, ya que el movimiento revelaba unas piernas demasiado cortas para un tronco tan formidable, y bajó las persianas. «La luz del día lucha contra ella —pensó Nigel—; en esta penumbra recobrará su poder.»

—Estoy asombrada, Violeta —dijo—. Tu esposo muerto en la habitación de al lado, y ni siquiera la consideración de bajar las persianas.

—Pero, madre...

—Yo he subido las persianas —interrumpió Lena—. Las cosas están ya bastante mal para que todavía tengamos que estar sentados en la oscuridad.

—¡Cállate!

—Ni hablar. Si quiere seguir aterrorizando a Violeta, como han hecho George y usted durante estos quince años, no es asunto mío. Usted no manda en esta casa, y yo no recibo órdenes de usted. ¡Haga lo que quiera en su habitación, pero no se meta en las de los demás, vieja obscena!

«La luz contra la sombra, Ormuzd y Arriman —pensó Nigel, mientras observaba a la muchacha, con sus ágiles hombros echados hacia delante, su garganta curvándose como una cimitarra, haciendo frente a la vieja que había quedado como una columna de sombra en mitad del cuarto—; claro que esta representante de la luz ha vuelto a su forma primitiva; pero, aun siendo vulgar, no es malsana, no es impura, no contamina la habitación con un olor a alcanfor y a rancias decencias y poderes podridos, como esa abrumadora criatura de negro. Sin embargo, será mejor intervenir.» Nigel dijo con amabilidad:

—Señora Rattery, acabo de pedir a su nuera que nos permita a mi mujer y a mí el placer de tener a Phil por unos días con nosotros, hasta que se arreglen las cosas.

—¿Quién es este joven? —preguntó la anciana. Su actitud imperial apenas había sido conmovida por el asalto de Lena. Siguieron explicaciones—: Los Rattery nunca han huido. Lo prohíbo. Phil debe quedarse aquí —dijo.

Lena abrió la boca para contestar; pero Nigel se lo impidió con un ademán; ahora debía hablar Violeta, o permanecer en silencio para siempre. Ésta miró a su hermana, como implorando ayuda, haciendo un ademán inútil con la mano; luego levantó un poco los caídos hombros y con una expresión de puro heroísmo que le transfiguraba la cara, dijo:

—He decidido que Phil vaya con los señores Strangeways. Sería injusto dejarle aquí; es demasiado joven.

El modo en que la señora Rattery aceptó la derrota fue aún más formidable que cualquier despliegue de violencia. Quedó inmóvil por un momento, mirando fijamente a Violeta; luego se fue hacia la puerta.

—Veo que existe una conspiración contra mí —dijo con su voz de plomo—. Estoy muy descontenta de tu comportamiento, Violeta; hace mucho que dejé de esperar otra cosa que modales de verdulera de parte de tu hermana, pero confiaba en que tú estarías lavada, a estas horas, de las manchas del albañal de donde George te extrajo.

La puerta se cerró con un golpe definitivo. Lena hizo un ademán indecente hacia ella; Violeta cayó casi desmayada en la silla, de donde se había levantado. En el aire flotaba un perfume de alcanfor. Nigel miró hacia el suelo, fijando automáticamente la escena en su memoria; era demasiado autocrítico para no confesarse que por un momento se había sentido francamente alarmado frente a la anciana. «¡Por Dios, qué casa! —pensó—. ¡Qué ambiente para un niño sensible! El padre y la madre discutiendo constantemente y la vieja matriarca tratando sin duda de enfrentarle con su madre y de tomar posesión de su mente.» En medio de sus reflexiones, le pareció oír pasos sobre su cabeza, el pesado y vacilante andar de la orgullosa señora Rattery.

—¿Dónde está Phil? —preguntó rápidamente.

—En su habitación, supongo —dijo Violeta—. Justo encima de esto... ¿Va usted a...?

Pero Nigel ya había salido de la habitación; subió las escaleras corriendo, pero sin ruido. Alguien hablaba en el cuarto a su derecha; una voz pesada, sombría, que reconoció muy bien, pero con una nota de súplica bajo su apagado sonido.

—Tú no quieres irte, dejarme, ¿no es cierto, Phil? Tu abuelo no hubiera huido; no era un cobarde. Tú eres el único hombre de la casa, recuérdalo, ahora que tu padre ha muerto.

—¡Vete! ¡Vete! ¡Te odio!

Había un débil y aterrado desafío en la voz; parecía la de un niño tratando de repeler a algún enorme animal que se le hubiera acercado demasiado, pensó Nigel. Con un considerable esfuerzo se abstuvo de entrar.

—Estás muy fatigado, Phil; si no, no hablarías así a tu pobre abuelita. Escucha, hijo: ¿No crees que deberías quedarte con tu madre, ahora que ella está tan sola? Le esperan momentos muy difíciles. Porque tu padre ha sido envenenado. Envenenado, ¿comprendes?

La voz de la señora Rattery, ahora implorante, con una dulzura atroz y pesada como el cloroformo, se detuvo. Se oyó un murmullo en la habitación: el de un niño luchando contra un anestésico. Nigel oyó pasos detrás de él.

—Tu madre necesita toda nuestra ayuda. Porque la policía podría llegar a enterarse de la pelea que tuvo con tu padre la semana pasada, y lo que ella dijo, y eso les podría hacer pensar que ella...

—Esto es demasiado —murmuró Nigel, con una mano sobre el picaporte. Pero Violeta pasó a su lado y entró como una furia en el cuarto. La vieja señora Rattery estaba de rodillas frente a Phil, apretando sus débiles brazos con los dedos. Violeta la cogió por los hombros, tratando de alejarla del niño, pero era como querer mover una roca de basalto. Con un rápido movimiento separó los brazos de la vieja y se interpuso entre ella y Phil.

—¡Bestia! ¿Cómo puede, cómo se atreve a tratarle así? No es nada, Phil. No llores. Nunca más dejaré que se te acerque. Conmigo estás seguro.

El niño miró a su madre con una mirada incrédula y asombrada. Nigel advirtió la desnudez del cuarto: una mesa de cocina, una cama de hierro, barata, ninguna alfombra sobre el suelo. Sin duda, era así como el padre pretendía «templar» al chico. Un álbum de sellos yacía abierto sobre la mesa: las dos páginas estaban sucias de impresiones digitales, y por rastros de lágrimas. Nigel estuvo más cerca que nunca de enfurecerse, pero sabía que aún no podía permitirse el lujo de enfrentarse con la señora Rattery. Ella seguía aún de rodillas.

—Señor Strangeways, ¿tendría la amabilidad de ayudarme? —dijo.

Hasta en esa ridícula posición mantenía una especie de dignidad. «¡Qué mujer! —pensó Nigel mientras la ayudaba a levantarse—. Esto promete ser sumamente interesante.»

6

Cinco horas después, Nigel hablaba con el inspector Blount.

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