Esto nos sugiere que la NASA no está dispuesta a admitir ante el mundo que sus astronautas habían sido vigilados de cerca por ovnis, y menos todavía por ovnis del Tercer Reich, y según ciertos autores escenificaron las fotografías en la Tierra para que el público no se asustase con lo que sucedía realmente en el espacio. En un documental de televisión que analizaba la dudas en torno al primer alunizaje, se mencionaba que esta escenificación tuvo lugar en algún estudio de cine de Londres y que se puso al frente de la misma al director Stanley Kubrick, razón por la cual Stanley vivió obsesionado con el temor de ser asesinado por la CIA por todo cuanto sabía…
Una de las más extrañas preguntas sobre la Luna es por qué la NASA no ha enviado más astronautas desde las misiones Apolo y por qué no tiene intención de hacerlo hasta el 2018. Ellos aducen que es ahora Marte el astro que les interesa, pero si damos crédito a las informaciones sobre bases permanentes de los Reichsdeutschen en la Luna, tendremos de inmediato la respuesta… Las actuales misiones de la NASA a Marte tienen como objeto tantear las fuerzas alemanas establecidas allí. Y hay que destacar que son muy sospechosos los repetidos fracasos, pérdida de sondas y la inexplicable «mala suerte» de la NASA en estas misiones marcianas…
Los estudiosos del fenómeno ovni aseguran que los astronautas que «hablaron demasiado» sobre lo que descubrieron en la Luna pronto fueron dados de baja y tuvieron que abandonar el servicio activo, como en el caso de Gordon Cooper, que después de haber integrado el equipo del proyecto Mercury y tripulado este en 1963 y el Géminis 5 en 1968, no fue enviado con destino a la Luna en el Apolo… Poco después se declaró abierto partidario de la existencia de ovnis.
La NASA no ha revelado la existencia de los ovnis del Reich ni siquiera a sus propios astronautas, que nunca fueron prevenidos y tuvieron que enfrentarse súbitamente a la sorpresa de encontrarse de golpe con esas astronaves durante sus misiones en el espacio, poniendo sus vidas en peligro, pues un astronauta con pánico comete errores. Muy posiblemente, la NASA ha hecho creer a sus propios astronautas que esas astronaves pertenecen a «civilizaciones extraterrestres», ni los propios astronautas conocen la verdad sobre su origen terrestre. Es por ello que a menudo los astronautas hablan de «vida extraterrestre», porque es lo que la NASA ha querido que crean, o porque colaboran conscientemente con la campaña de desinformación.
Podemos suponer que es muy probable que los ovnis se hayan acercado tanto a los trasbordadores y a los astronautas que estos hayan visto esvásticas y cruces balcánicas en los ovnis. Hasta la fecha, ningún astronauta ha declarado esto ni ha hablado de «ovnis del Tercer Reich». Si lo hiciera, sabe que sería eliminado. Además, los astronautas son adoctrinados en la idea de que la existencia de los ovnis y todo lo que ellos han visto durante sus misiones debe permanecer bajo secreto por bien de la seguridad nacional y para evitar el pánico en la Tierra.
La NASA siempre ha dicho que lo encontrado en la Luna por las expediciones no tiene ningún secreto, sin embargo, el doctor Farduk Elbaz, uno de los más prominentes científicos de la NASA, admitió: «No todo lo descubierto se ha anunciado». Añadió también que se utilizó un «código secreto» en las conversaciones entre los astronautas y la base de control de la Tierra. ¿Es que había algo que ocultar?
El científico Maurice Chatelain, que estuvo a cargo del equipo de comunicaciones del Apolo, declaro que: «Todas las naves Apolo y Géminis fueron seguidas por vehículos espaciales que no pertenecen a este planeta. Siempre que esto ocurre los astronautas informan al centro de control y desde allí se les ordena silencio absoluto». Añadió además que: «Los astronautas del Apolo XI no sólo escucharon ruidos extraños en la radio cuando se acercaban a la Luna, sino que se encontraron con un comité de bienvenida: dos ovnis que contemplaban el alunizaje». Más que «contemplaban» habría que decir «vigilaban»…
Fred Bell, otro científico que trabajó para la NASA dice: «Los astronautas han guardado silencio sobre sus encuentros con ovnis porque están entrenados para creer que es una cuestión de seguridad nacional». Además el doctor Bell aseguró haber visto fotografías de ovnis tomadas por los astronautas. Aseguró que el proyecto Apolo fue interrumpido abruptamente debido a que se habían encontrado «demasiadas cosas allá afuera», tomando seguramente muy en serio la prohibición del Reich de volver allí.
El ex astronauta John Glenn, posteriormente senador de los EE. UU., hizo importantes declaraciones para un programa radiofónico, sin saber que estaba siendo grabado: «Sabemos perfectamente lo que vimos allí afuera, pero no podemos contar nada». Además agregó lo siguiente: «Nunca conoceremos la verdadera respuesta… Aún así, vimos cosas allá fuera, cosas extrañas…».
El escritor Richard Dolan, autor del excelente
UFO’s and the National Security State: Chronology of a Cover-up 1941-1973
sugiere que una «civilización disidente» ha existido desde la segunda guerra mundial, refiriéndose al sempiterno rumor, expresado abiertamente por otro investigador, Richard Hoagland, de que nuestra Luna está ocupada por una «civilización nazi de postguerra, ansiosa por volver a su mundo de origen».
Algo que corrobora lo que dice el escritor Dolan, es la experiencia que explica el sargento Karl Wolfe de la Fuerza Aérea de los EE. UU., aún no puede creer una experiencia que tuvo mientras trabajaba como técnico fotográfico militar durante la década de los sesenta. Un buen día recibió órdenes de sus superiores para personarse en la base aérea Langley, donde se había recibido la información visual obtenida por la sonda lunar Orbiter. Recogiendo sus instrumentos, Wolfe se desplazó hasta la base Langley, donde unos oficiales le llevaron a un hangar que contenía el laboratorio fotográfico de la base. El local estaba vacío salvo por otro militar de bajo rango encargado de procesar el material fotográfico: negativos de treinta y cinco milímetros que eran convertidos a su vez en mosaicos de dieciocho pulgadas. Cada tira de negativos correspondía a una pasada de la sonda sobre la superficie lunar.
Resultaba que el dispositivo utilizado para procesar imágenes estaba averiado, y el sargento Wolfe y su escolta se sentaron a esperar a que les trajesen otro. Súbitamente, el otro militar le dijo a Wolfe: «Por cierto, hemos descubierto una base en la cara oculta de la Luna». El sargento no ocultó su sorpresa, preguntando enseguida a quien pertenecía la base, ya que faltarían varios años para que el programa Apolo iniciase sus exploraciones. No cabía duda, para Wolfe, que una de las potencias rivales —la URSS o la siempre enigmática China— había llegado primero.
«En ese momento», confiesa Wolfe en la grabación hecha para el Disclosure Project, «llegué a sentir miedo. Si alguien hubiese llegado a entrar en el laboratorio, sabía que estaríamos en peligro por haber hablado sobre esta información». Pero no apareció nadie, y para su mayor sorpresa, el técnico fotográfico de la base Langley le mostró uno de los foto mosaicos que presentaba una base artificial en nuestro satélite, con figuras geométricas, torres, construcciones esféricas de gran altura y estructuras parecidas a platos de radar, pero de proporciones colosales. «Algunas de ellas», apunta Wolfe, «tenían unas dimensiones que superaban la media milla».
Las misteriosas estructuras lunares parecían tener un revestimiento reflejante, mientras que otras guardaban cierto parecido con las torres de refrigeración de las centrales nucleares. Tan reveladora era la información visual que Wolfe llegó al punto de no querer ver nada más, sabiendo bien que peligraba su vida. «Me hubiera encantado seguir mirando, y haber hecho copias», admite el sargento, «pero sabía que era un riesgo enorme, y que el joven que me había enseñado los foto mosaicos estaba excediendo su autoridad al mostrármelos».
La singular experiencia del sargento Wolfe recibió cierta corroboración por parte de Larry Warren, el controvertido testigo principal del célebre incidente ovni en la base angloestadounidense de Bentwaters en el Reino Unido. Después de su experiencia, la cúpula militar llevó a Warren y a otros soldados a un cuarto de proyección donde se les enseñó un rodaje extraordinario: tomas de la superficie lunar que permitían ver estructuras cuadradas de color arenoso, y en primer plano, el coche lunar Rover utilizado por los astronautas, que podían ser vistos apuntando hacia las estructuras.
En fechas recientes, el analista fotográfico Ron Stewart ha publicado un informe que lleva por título
Apollo 11: What Was Discovered?
(
Apolo 11: ¿Qué Descubrieron?
) disponible de forma gratuita en
http://exopolitics.blogs.com/files/newest-apollo-11-what-was-discovered-part-1-pdf.pdf
. Utilizando un nuevo proceso de análisis fotográfico denominado APEP —Advanced Photo Extraction Process, o proceso avanzado de extracción fotográfica— Stewart y su colega Ron Nussbeck afirman haber localizado una base no humana en la superficie lunar, justo en el horizonte de la famosa fotografía
Earthrise
que muestra la Tierra sobre el horizonte lunar. El informe presenta las fotos y los distintos análisis, que sugieren, para los analistas, la presencia de seres extrahumanos y sus naves, con aumentos muy sugerentes.
Pero existe un problema. Lejos de ser naves futuristas que asociaríamos con una tecnología avanzada, las fotos de las «naves» tienen rasgos netamente terrestres —tanques, tubos y toberas que asociaríamos con nuestros propios programas espaciales, o con las naves que se nos han presentado en muchas series de televisión o películas del espacio. Lejos de echar por tierra la labor realizada por estos investigadores, el aspecto familiar de esta tecnología nos lleva a pensar en la descabellada posibilidad, a primera vista, de que Dolan y Hoagland están en lo cierto. Cualquier tecnología nazi en nuestro satélite compartiría rasgos comunes con los artefactos diseñados por Werner Von Braun para el proyecto Apolo.
Tal vez resulte más fácil creer en seres extraterrestres, que en una posibilidad que ha servido de argumento para demasiadas películas y series: la supervivencia del Reich en alguna parte del mundo, o en algún otro. En los noventa se escribió hasta la saciedad sobre los
Haunebu
—platillos voladores desarrollados por los alemanes— y en esta década el escritor Joseph Farrell ha presentado las bases tecnológicas sobre las que pueden edificarse una serie de conjeturas que permiten una tenue creencia en el asunto.
En un artículo titulado
¿Ovnis, nazis y la Luna?
que abordaba los comentarios vertidos por Richard Hoagland en el programa radial
Coast to Coast AM
sobre la espiral noruega como una declaración del poderío de la civilización disidente que refiere el historiador Dolan en sus textos. Uniendo estas reflexiones con lo que hemos aprendido en las obras de Joseph Farrell, tenemos suficientes elementos de juicio como para pensar que algo sumamente raro está sucediendo no sólo en la Luna, sino más cerca de lo que imaginamos.
Con este último comentario estoy haciendo referencia a las teorías de otro investigador poco conocido en los círculos ovnis: Richard Ross, renombrado dibujante de estructuras mecánicas y de artefactos exóticos, interesado en la posibilidad de que el legendario «chupacabras» de la selva amazónica, que causó estragos en ciertas comunidades ribereñas a finales de la década de los setenta, era una plataforma voladora que proyectaba haces de microondas creados por la empresa alemana Siemens. Tamaña afirmación requería evidencia que nadie podía ofrecer, pero nos hace pensar en la posibilidad de que gran parte del fenómeno ovni parece desenvolverse en una especie de zona intermedia entre posibilidades opuestas —el origen extraterrestre y el origen puramente mundano es decir, ovnis como producto del conflicto entre las grandes potencias durante la Segunda Guerra Mundial. Esta zona intermedia incluiría la civilización disidente conjeturada por Richard Dolan y el programa espacial adversario conjurado por Richard Hoagland. Objetos lo suficientemente exóticos como para ser percibidos como ajenos a nuestro mundo, y sin embargo, muy familiares en cuestiones de tecnología.
En una entrevista a Joseph Farrell realizada por Tim Ventura para la revista
American Antigravity
el veinte de marzo del 2007 (
http://www.scribd.com/doc/24690815/Joseph-Farrell-Interview-Secrets-of-the-Nazi-Bell
), el entrevistador hace una pregunta inquietante, que reproducimos aquí textualmente:
Ahora bien, en cuanto a conspiraciones, la parte que me molesta es que ni EE. UU. ni los rusos parecen tener esta tecnología. Así que, si efectivamente está sucediendo algo, ¿donde está, quién la tiene, y por qué no se ha informado al público? ¿Tal vez esto tenga que ver con el paradero de Hans Kammler después de la guerra?
A lo que Farrell responde:
Bueno, ya he contestado esto en cierto modo. Si mis especulaciones sobre Kecksburg (el supuesto estrellamiento ovni en Pensilvania, EE. UU. en 1965) son correctas, algo como La Campana ya estaba en manos estadounidenses en 1965, si es que no lo estaba a finales de la guerra. Pero como dije anteriormente, me inclino a pensar que La Campana sencillamente desapareció en el laberinto de la investigación nazi de posguerra realizada en lugares como Sudamérica bajo la supervisión nominal de gobiernos amigables a los nazis, como la Argentina de Perón o posteriormente, Chile bajo Pinochet. Las conexiones de los nazis, y su influencia en los cárteles latinoamericanos del narcotráfico, representarían una fuente casi inagotable de fondos, a la vez que se cumplía un objetivo estratégico: debilitar a un antiguo enemigo, EE. UU. El motivo que me lleva a pensar en el desarrollo independiente y constante por los nazis en cuanto a La Campana es, como dice usted, el hecho de que su tecnología y ciencia parecen haber desaparecido del todo.
La Campana a la que se refiere Farrell es el tema de su libro
Brotherhood of the Bell
—un dispositivo alemán en forma de campana, alimentado por el famoso IRR Xerum 525. Hans Kammler era el general de la SS encargado de supervisar este proyecto secreto en Polonia. Las declaraciones del investigador son aún más inquietantes en lo tocante a la relación de la tecnología nazi y la Luna, expresando lo siguiente sobre el doctor Kurt Debus, uno de los integrantes del equipo diseñador del cohete V-2 y posteriormente director de lanzamientos para la NASA: