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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Incansable (8 page)

BOOK: Incansable
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—No me robe la pregunta, capitana Desjani. Le agradecería que no jugase a los demonios con mi acertijo. Aunque, solo por curiosidad, ¿cuál es la respuesta correcta esta vez?

Desjani forzó una sonrisa.

—¿Le gustaría saberlo? Las mujeres pueden ser tan indescifrables como los demonios.

—No pensará en serio que voy a meterme en ese terreno, ¿verdad?

Cuando las imágenes de Tulev, Crésida y Duellos desaparecieron, Desjani miró con atención su unidad personal de datos.

—Disculpe, señor, pero me necesitan en ingeniería. —Se marchó a toda prisa y dejó solos a Geary y Rione.

La senadora, que parecía inusitadamente calmada, también se dispuso a marcharse, pero se detuvo antes de salir. Junto a la escotilla, y sin apartar la vista de la misma, le dijo a Geary:

—¿Qué le ocurrió al capitán Tulev? Dijo que ya no le quedaba nada.

Geary asintió y recordó los historiales personales que había leído.

—Su familia, esposa e hijos murieron durante un bombardeo que los síndicos llevaron a cabo en su mundo natal.

—Vaya —dijo Rione con gesto compungido—. Es horrible, pero debe de quedarle alguien, algún otro pariente… ¿Qué mundo era?

Geary intentó recordar el nombre. Había tantos planetas.

—Elys… ¿Elysa?

—¿Elyzia?

—Sí, eso es. —Geary la miró, molesto por que la copresidenta hubiera deducido el nombre al instante—. ¿Qué ocurrió allí?

—Un bombardeo síndico —contestó Rione con un hilo de voz que a Geary le costó oír—, aunque más prolongado de lo habitual; una maniobra más de un ataque a gran escala contra la Alianza. La mayor parte de la superficie planetaria quedó devastada y la inmensa mayoría de la población murió. Cuando los síndicos fueron expulsados, el planeta fue declarado inhabitable y los supervivientes fueron evacuados, a excepción de los pocos que prefirieron quedarse para ocupar las instalaciones defensivas reconstruidas por si a los síndicos se les ocurría volver. El capitán Tulev lo expresó de un modo literal. No le queda nada. —Rione miró a Geary a los ojos—. Excepto la flota. ¿Se da cuenta de que tienen eso en común?

—No. —Geary buscó un argumento con el que sostener su respuesta, pero no lo halló.

—Tomamos represalias en Yunren —prosiguió Rione como si hablase consigo misma—, un sistema estelar síndico fronterizo. Ahora tampoco queda nada allí, excepto algunas defensas ocupadas por los extremistas que solo viven a la espera de una oportunidad para aniquilar a los que arrasaron su mundo. Desde entonces, ambos bandos hemos evitado repetir algo así, aunque no sé si se debe a que devastar un planeta exige un gran esfuerzo o porque a todos nos espanta lo bajo que hemos caído.

Geary agitó la cabeza, asqueado.

—¿Cómo puede alguien dar una orden así?

—Es muy sencillo, capitán Geary. Solo tiene que trazar la estrategia a una distancia segura del enemigo mientras mira un gran visualizador estelar donde se representan un montón de planetas en miniatura. Simples puntos con nombres extraños. Objetivos. No el hogar de gente como usted, sino blancos que deben ser barridos con la excusa de proteger a gente como usted. Es muy sencillo —repitió— racionalizar el asesinato de miles de millones de personas.

—Resulta curioso —observó Geary—. He hablado con muchos marines, y dicen que tienen que deshumanizar a cada uno de sus enemigos para poder combatir. Saben que los ataques pueden ir demasiado lejos y que es posible que muera gente que, realmente, no supone una amenaza. Sin embargo, en lo alto de la jerarquía, los oficiales de mayor rango, los que nunca se enfrentarán con un enemigo cara a cara, tienen que deshumanizarlos por centenares, por millares o por millones.

Rione se giró para mirarlo.

—A veces me pregunto si los alienígenas tienen razón y es posible que llegue el día en que la humanidad se extermine a sí misma.

—Espero que no. Tengo la impresión de que lo ocurrido en Lakota afectó a muchos miembros de esta flota. No es posible ignorar los acontecimientos cuando ves como un planeta habitable es devastado mediante un simple bombardeo.

—En efecto, parece que afectó a mucha gente. ¿Qué me dice de la capitana Crésida? Miraba a Tulev como si compartiera algo con él. ¿También tenía familia en Elyzia?

—No —contestó Geary—. Su marido era oficial de la flota. Se casaron más o menos un año antes de que muriera en combate.

—¿Cuánto hace de eso?

—Dos años.

Rione asintió.

—Después de diez años, sigo esperando volver a ver a mi marido alguna vez. ¿Cree que la capitana Crésida aceptaría mis condolencias?

—Supongo que sí. Nunca me ha hablado de ese asunto, pero esa pérdida es algo que tienen en común.

Rione exhaló un suspiro lento y prolongado, como el último aliento de un corredor moribundo.

—No sé si fueron las mismísimas estrellas del firmamento las que lo trajeron hasta aquí, John Geary, pero en ocasiones pienso en esta guerra y rezo con todas mis fuerzas por que así haya sido y por que consiga ponerle fin a todo esto.

Cuando terminó de hablar, la copresidenta salió de la sala y dejó a Geary con la mirada perdida en la escotilla cerrada.

Capítulo 3

Heradao. Cuando las naves de la flota de la Alianza destellaron al alcanzar la salida del salto, procedentes de Dilawa, lo primero que pensó Geary fue que solo quedaban tres saltos más para llegar a casa.

A continuación se preguntó si el viaje a través del sistema estelar Heradao presentaría demasiados obstáculos, pero eso lo averiguaría pronto. Los sensores de la flota, cuya precisión les permitía detectar objetos pequeños a tan solo unas horas luz de distancia, escanearon el perímetro y actualizaron de inmediato el visualizador ante el que se encontraba Geary.

—Ya vienen —señaló Desjani con calma, aunque su mirada reflejaba el entusiasmo que le provocaba la inminencia del combate—. Pero todavía no están cerca.

Geary controló la respiración mientras el visualizador, que no dejaba de actualizarse, se iba llenando de buques de guerra enemigos. La flotilla síndica principal, dispuesta en su habitual formación de caja, se encontraba a casi cuatro horas luz, ganando tiempo en una órbita de la estrella Heradao. Una segunda flotilla, mucho más pequeña, orbitaba a una distancia mayor, a unas cinco horas luz de las naves de la Alianza. Como había dicho Desjani, no estaban cerca. Aunque la flotilla síndica principal avanzase directamente hacia la Alianza para interceptarla, aún debía transcurrir más de un día para que el enemigo se encontrase lo bastante cerca y se iniciara una batalla.

—Creía que nos encontraríamos más defensas, puesto que nos estamos aproximando a la frontera.

Desjani hizo un gesto evasivo.

—Sí y no. Los buques de guerra asignados a la defensa de este sistema estelar habrían superado en número y en calidad a los que nos hemos venido encontrando en el corazón del espacio síndico. La flotilla que vemos ahora podría estar compuesta por esas fuerzas de defensa del sistema. Pero tampoco me sorprende no ver nada importante en lo relativo a nuevas defensas fijas. Todavía debemos superar dos saltos para llegar a un sistema estelar síndico situado junto a la frontera, y los sistemas estelares fronterizos deben ser defendidos con prioridad. Estoy segura de que a los síndicos les gustaría poder asignar más defensas a los sistemas más alejados de la frontera, pero sus recursos y sus fondos son tan limitados como los nuestros. —Abrió un visualizador que abarcaba una amplia región del espacio y lo centró en la frontera—. Esto es así sobre todo porque cuando te colocas a un salto de la frontera, el número de sistemas estelares que hay que defender se dispara. Y si te colocas a dos saltos, el número de sistemas estelares de la zona aumenta exponencialmente. Es un área demasiado vasta y con demasiados sistemas estelares como para repartir las defensas más fuertes de manera uniforme.

—Supusimos que Kalixa estaría mejor defendido —asintió Geary—, ya que dispone de una puerta hipernética y tiene más fondos que Heradao.

—Sí, y cuando lleguemos a Padronis es posible que no nos encontremos con nadie; allí no hay nada que valga la pena defender. Atalia será un lugar mucho más complicado. —Desjani resopló molesta y señaló su visualizador—. He llegado al final de la ruta hacia el punto de salto que conduce a Padronis. Los síndicos están distribuidos en distintas órbitas desde las que podrán cortarnos el paso si avanzamos hacia ese punto de salto.

Geary frunció el ceño y se concentró en la fuerza enemiga principal. Para enfrentarse a los veinte acorazados y dieciséis cruceros de batalla de la flota de la Alianza, los síndicos enviaban una flotilla compuesta por veintitrés acorazados y veintiún cruceros de batalla, además de los cruceros pesados, cruceros ligeros y destructores necesarios para combatir con ventaja. La segunda flotilla enemiga, mucho más ligera, la componían doce cruceros pesados y una veintena de cruceros ligeros y destructores. La batalla no sería fácil; de hecho, si fallaban, las consecuencias podrían ser más catastróficas que en Lakota y Cavalos.

—¿Por qué le preocupa eso? —le preguntó a Desjani—. Suponíamos que tratarían de impedirnos alcanzar el siguiente sistema estelar nativo.

—Ya, pero, desde donde están, no pueden impedirnos alcanzar el punto de salto hacia Kalixa —indicó Desjani—. Si nuestros cálculos son correctos, teniendo en cuenta las bajas causadas por esta flota durante los últimos meses, la flotilla a la que nos enfrentamos debe de contar con casi todos los buques de guerra síndicos más importantes que hayan resistido los enfrentamientos. ¿Por qué no les preocupa que nos dirijamos a Kalixa? Las defensas de sus sistemas no pueden ser tan buenas.

Geary entendió lo que Desjani quería decir y adoptó el mismo gesto grave que ella.

—Kalixa cuenta con una puerta hipernética. Tal vez tengan planeado volarla cuando lleguemos. —La idea lo hizo angustiarse al imaginar que otro sistema estelar habitado podría ser devastado o destruido a consecuencia del colapso de una puerta hipernética. No se trataba de una posibilidad remota, considerando las tácticas a las que los líderes síndicos habían recurrido en el pasado.

—Tal vez —asintió Desjani sin disimular su reticencia— nos estén dejando el camino libre, como si nos invitaran a tomarlo. Podrían seguirnos hasta Kalixa a fin de acabar con todo aquello que resistiera al colapso de la puerta hipernética. Sin embargo, los síndicos saben que sobrevivimos al colapso de la puerta de Lakota sin daños graves, de modo que deberían ser conscientes de que algo así no iba a garantizar el final de nuestra flota. Si no sufrimos los daños suficientes, la flotilla tendría dificultades para seguirnos y no podría alcanzarnos a menos que nos detuviéramos para esperarlos. ¿Por qué correr ese riesgo?

Mientras le daba vueltas a esta cuestión, Geary se hacía las mismas preguntas.

—¿Qué más podría haber en Kalixa?

—No lo sé, pero si los síndicos quieren que vayamos allí…

—Entonces nosotros no queremos ir. —¿Habrían hecho un pacto los síndicos con los alienígenas? ¿Dejarían que la flota de la Alianza utilizase la puerta hipernética de Kalixa pensando que los alienígenas desviarían los buques de guerra de la Alianza para llevarlos a alguna región remota del territorio síndico? En ese caso, la flota no podría volver a escapar del corazón del espacio controlado por los síndicos—. Sea cual sea el verdadero motivo, nuestras dudas son otra razón para dejar atrás a estas tropas y dirigirnos a Padronis en lugar de a Kalixa.

—No podría estar más de acuerdo —convino Desjani—. Además, detesto dejar los buques de guerra síndicos de una pieza. Esta vez han adoptado una formación un tanto inusual.

—Me he dado cuenta. —Pese a que la distribución de la flotilla síndica seguía siendo de caja, esta se componía de cinco subformaciones, una en cada esquina y otra en el centro—. Interesante.

—Me pregunto dónde habrán aprendido eso… —dijo Desjani con tono burlón.

—La cuestión es si esas cinco subformaciones operarán con independencia o si solo pretenden hacernos creer eso para, después, mantener las posiciones de la caja. —Si cada subformación síndica actuase con independencia, las consecuencias podrían ser fatales para ellos, puesto que semejante habilidad se conseguía acumulando unos conocimientos y una experiencia que Geary sabía que los síndicos aún no poseían. En cambio, si ninguna de las cinco subformaciones variaba su posición, estarían separadas por una distancia menor que les permitiría apoyarse las unas a las otras, aunque a duras penas.

Después de considerar la posible actuación de las flotillas síndicas, pasó a evaluar la situación general del sistema estelar.

—Han enviado algunos piquetes. —Señaló las salidas de salto de Padronis y Kalixa, donde los sensores de la flota de la Alianza habían detectado la presencia de naves de caza asesinas síndicas. Todavía faltaban algunas horas para que estas recibieran las ondas de luz con las imágenes de la flota de la Alianza, y, cuando eso ocurriera, algunas de ellas saltarían para dar la voz de alarma en otros sistemas estelares síndicos—. Supongo que no encontraremos corbetas de níquel tan cerca de la frontera.

—Antes de Corvus, nunca había visto ninguna operativa —le recordó Desjani.

Al escuchar el nombre de la primera estrella a la que llegó la flota durante la retirada del sistema estelar nativo síndico, Geary recordó aquel suceso y miró el sector del visualizador que mostraba la flota de la Alianza. En Corvus le horrorizó ver que la flota de la Alianza se iba deshaciendo a medida que las naves acudían a combatir contra las defensas síndicas, más débiles. Pero aquellos días ya quedaron atrás. Ahora, la flota de la Alianza mantenía su formación y confiaba en que, bajo su mando, lograrían aplastar a la flotilla síndica. Se preguntó en qué medida los pequeños detalles, como volver a introducir el saludo dentro de la flota, habrían ayudado a imponer un poco de disciplina. Su coraje nunca fue puesto en duda, pero, ahora, los buques de guerra de la Alianza combatían con tanta inteligencia como valentía.

En esta ocasión, el campo de batalla donde lucharían contra el enemigo era, básicamente, espacio vacío, por supuesto, y, por lo demás, Heradao no era un sistema estelar habitable demasiado inusual, dentro de lo que cabía. En el sistema interior orbitaban cuatro planetas; el más cercano a la estrella distaba tan solo dos minutos luz y giraba en una órbita rápida como si el pequeño mundo quisiera escapar del calor y la radiación que lo castigaban. Los otros tres planetas del sistema interior orbitaban a cuatro, siete y nueve minutos luz y medio del astro. Dada la intensidad de la estrella Heradao, las condiciones del planeta que se encontraba a siete minutos luz no eran perfectas, pero sí aptas para el desarrollo de actividades humanas, algo que el hombre había aprovechado; aunque a esa distancia el bombardeo radiactivo debía de ser lo bastante penetrante para causar más problemas de salud de los habituales. Las ciudades y los pueblos salpicaban la superficie de ese planeta, y, aunque Heradao quedaba al margen de la hipernet síndica, aquel tercer mundo parecía ser lo suficientemente atractivo o rico para sustentar una población considerable. Curiosamente, para tratarse de un sistema estelar apartado de la hipernet, en el cuarto mundo, pese a su gelidez, la actividad humana era superior a la de otros tiempos, según los antiguos registros síndicos con los que la Alianza se hizo en Sancere.

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