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Authors: Jude Watson

Experimento maligno (2 page)

BOOK: Experimento maligno
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—Sabemos que intentó robar el datapad —dijo Astri—. Lo que significa que contiene información valiosa para alguien. Y sabemos que el datapad pertenecía a Jenna Zan Arbor. Fligh se lo robó.

—Pero también cogió el de la senadora S'orn —señaló Obi-Wan—. Así que la conexión con la cazarrecompensas podría estar ahí. Vuestro amigo Fligh está muerto y no puede darnos respuestas. Y aunque supiéramos quién contrató a esa mujer, no sabríamos dónde se puede haber llevado a Qui-Gon.

Astri asintió.

—Pero le encontrarás —dijo ella—. Los Jedi pueden con todo.

Ella se levantó, esbozando una mueca de dolor al hacerlo. Tenía un hombro dolorido, así como golpes y heridas de cuando fue arrastrada por la ladera de la montaña, presa del látigo de la cazarrecompensas.

—¿Estás bien? —preguntó Obi-Wan—. El médico podría darte algo para el dolor.

—No, quiero estar despierta. ¿Y tú? —le preguntó Astri—. ¿Cómo tienes la pierna?

Obi-Wan se palpó los vendajes del muslo. Había sufrido un corte causado por la punta del látigo de la cazarrecompensas. Le habían dado un tratamiento de bacta. Se le curaría. El dolor ya estaba remitiendo.

¿Y Qui-Gon? ¿Le estará curando alguien las heridas?

Astri paseó por la minúscula sala de espera. El diseño de la estancia la hacía cómoda y tranquila, en colores azul pastel y blanco. Los asientos estaban colocados para tener intimidad.

Astri contempló la vista de Coruscant.

—Les estoy tan agradecida a los Jedi. Los sanadores y los médicos han sido realmente buenos. Ojalá fueran un poco más rápidos.

Las puertas de la sala de tratamiento interior se abrieron. La sanadora Jedi, Winna Di Yuni, se acercó a ellos vestida con la túnica azul claro de los médicos. Obi-Wan se alegró de que Winna se ocupara personalmente de Didi. Era una Jedi anciana, alta, fuerte y de suaves movimientos. Era conocida por su gran talento a la hora de diagnosticar. Contaba con amplios conocimientos de todas las enfermedades de la galaxia.

Y ahora el corazón de Obi-Wan latía a toda prisa al ver el gesto de Winna. Supo enseguida que no era portadora de buenas noticias. Se levantó y Astri se puso a su lado rápidamente.

Winna miró a Astri amablemente y les indicó que se sentaran. Ella tomó asiento frente a ellos.

—Hemos hecho todo lo que hemos podido por tu padre —dijo ella—. Ahora todo depende de él. Su energía vital está muy baja. Tiene que encontrar fuerzas para luchar.

Obi-Wan vio que Astri tragaba saliva.

—¿Tan graves son las heridas? —preguntó él.

Winna asintió.

—Me temo que sí, pero ése no es el único problema. Parece que se han infectado, una infección que no podemos identificar. Estamos repasando todas nuestras bases de datos. No quería salir hasta que supiéramos de qué se trata, pero pensé que debíais saber lo que pasaba.

—No lo entiendo —dijo Astri—. Sois los mejores sanadores de la galaxia. Si vosotros no sabéis qué le pasa, ¿quién puede saberlo?

—No lo sabemos todo —dijo Winna con suavidad—. La galaxia es un lugar enorme. Las infecciones y las enfermedades surgen por todas partes, y siempre son nuevas. Estoy segura de que localizaremos el origen de ésta, pero nos llevará tiempo.

—Didi no tiene tiempo —dijo Astri, apretándose las manos—. Eso es lo que estás queriendo decir.

—No pienses en lo peor —dijo Winna—. Piensa en positivo. Identificaremos el origen y la forma de tratarlo.

Astri se mordió el labio.

—¿Puedo verle?

—Sí por supuesto. El no está consciente, pero puede que perciba tu presencia. Ven conmigo. Astri siguió a Winna. Parecía sonámbula. Obi-Wan también se sentía aturdido. Didi era eterno. Él pensaba que los sanadores traerían buenas noticias.

Pero, en lugar de eso, sólo cabía esperar...

La puerta del pasillo principal se abrió. Tahl entró con Yoda a su lado.

—¿Qué tal está Didi? —preguntó Yoda—. Oído hemos que noticias hay.

—Tiene una infección que no logran identificar —dijo Obi-Wan—. Winna intentó tranquilizar a Astri, pero sé que está preocupada.

—Lo mejor que pueda ella lo hará. Y eso poco no es —Yoda pulsó un botón, y uno de los asientos descendió. Eran ajustables para todas las especies que poblaban el Templo Jedi. Se sentó y se apoyó en el bastón—. ¿Y tú, Obi-Wan? Que no has dormido nada la impresión me da.

—No podré dormir hasta que sepa que Qui-Gon está a salvo —dijo Obi-Wan—. ¿Hay alguna novedad?

Los ojos ciegos, veteados de verde y dorado de Tahl estaban llenos de frustración. Negó con la cabeza apretando los labios.

—Tengo a todos mis contactos funcionando, Obi-Wan —le dijo—. Giett ha regresado de su larga misión y se ha vuelto a incorporar al Consejo, así que Ki-Adi-Mundi nos está ayudando con la búsqueda galáctica. Es el mejor analista que se puede tener.

Obi-Wan asintió. Ki-Adi-Mundi había ocupado el lugar de Giett en el Consejo durante su ausencia. Su cerebro binario le permitía repasar y analizar grandes cantidades de información.

—No tenemos nada sobre la cazarrecompensas —continuó Tahl—. No tiene amigos ni socios conocidos. Los que han utilizado sus servicios se niegan a hablar, ni siquiera con nosotros. Tienen miedo de que tome represalias. Pero lo seguimos intentando.

—¿Y el datapad de Jenna Zan Arbor? —preguntó Obi-Wan—. Tiene que contener algo que busca todo el mundo.

—No podemos descifrar el código —dijo Tahl—. Casi todos los científicos codifican sus datos. Eso no quiere decir que esté conectada con la cazarrecompensas o con la desaparición de Qui-Gon; pero, por si acaso, no queremos que sepa que estamos investigándola. Tenemos que explorar todas las opciones hasta encontrar la forma correcta de proceder. No descansaré hasta que le encontremos, Obi-Wan.

—Lo sé —respondió Obi-Wan. Tahl era íntima amiga de Qui-Gon. Habían vivido juntos el período de formación en el Templo.

—Equipos tenemos por todo el sistema Duneeden, Obi-Wan —le dijo Yoda—. Un rastro de la nave de la cazarrecompensas encontraremos.

—Sabemos que su nave estaba equipada con hipervelocidad —dijo Tahl con preocupación— . Es bastante probable que no permaneciera en el sistema Duneeden. Pero vamos a comprobar todas las pistas.

—Noticias tengo de un equipo Jedi —les dijo Yoda—. Enviados fueron al laboratorio de Zan Arbor en su planeta natal de Ventrux. Averiguado hemos que el laboratorio cerrado está. Despedidos los trabajadores y finiquitados.

En los ojos de Tahl brilló una chispa.

—Bueno, eso ya es algo. Jenna Zan Arbor tiene que estar involucrada. ¡Tenemos que descifrar ese código!

Yoda asintió.

—Que tiene otra base de operaciones pensamos —dijo—. Buscándola estamos —se volvió hacia Obi-Wan—. Un momento difícil para la calma éste es. Pero la calma tienes que hallar. Cuando tengamos noticias, el corazón apaciguado has de mantener. Una orientación necesitas. Una orientación encontraremos.

El corazón de Obi-Wan estaba lejos de la calma, pero Yoda tenía razón. Tenía que mantener la resolución, y la resolución sólo venía con la calma.

La puerta de la sala interior se abrió. Winna se acercó rápidamente.

—La infección de Didi ha sido identificada. Los proyectiles láser debían de llevar una solución venenosa para causar la infección.

—¿Tenéis el antídoto? —preguntó Obi-Wan.

Winna asintió.

—El tratamiento ha sido descubierto. Es una antitoxina. Pero tengo malas noticias. El laboratorio que la vende ha cerrado. No podemos encontrar reservas por ninguna parte. Y ese laboratorio era el único fabricante de la galaxia.

Obi-Wan miró a Tahl. Por su expresión, supo que estaba pensando lo mismo que él. Yoda asintió lentamente.

—¿Cómo se llama el laboratorio? —preguntó Obi-Wan.

—Industrias Arbor —respondió Winna.

Era la respuesta que Obi-Wan esperaba oír.

Capítulo 3

Cada vez estaba más débil, no más fuerte. Qui-Gon se sentía flotar. Quería dejarse llevar por la sensación, mecerse en el extrañamente placentero vapor que le arrastrara a un largo sueño. Ni en sus peores enfermedades se había sentido tan débil.

¿Estaría haciendo algo ella para mantenerle débil? Le extraían sangre regularmente, pero ésa no era la causa de su fatiga.

Aislado del mundo, de otras criaturas, sabía que la Fuerza seguía funcionando a su alrededor. Cerró los ojos y la invocó. La utilizaría para rodearse de ella y crear un escudo. Qui-Gon sintió la Fuerza moviéndose por la sala. Se concentró todavía más...

A través del velo de vapor, las luces indicadoras del exterior de la sala se encendieron. Oyó lejos un timbre de alerta chirriando y el sonido de pasos apresurados. Entonces resonó de nuevo la voz amplificada de Zan Arbor.

—Acabas de acceder a la Fuerza. Bien. No temas hacerlo.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Qui-Gon. La pregunta salió de su boca antes de poder pensar. Se precipitó por la sorpresa.

—Estoy controlando tus funciones corporales. Cuando accedes a la Fuerza, tu temperatura corporal desciende. Los latidos de tu corazón se ralentizan. Es tan extraño. Antes pensaba que la Fuerza tendría el efecto contrario, pero su funcionamiento es un misterio. Por eso es tan interesante de estudiar.

Así que estaba estudiando la Fuerza. Qui-Gon pensó en ese nuevo dato. La Fuerza no podía medirse ni fabricarse. Pero si una científica tan brillante como Zan Arbor la estaba investigando, era probable que descubriera cosas que no debería saber. No podía subestimar su inteligencia.

Por lo tanto, no podía emplear la Fuerza para curarse.

—¿Por qué estás tan interesada en la Fuerza? —preguntó él.

—Ay, qué preguntón estás hoy —murmuró ella.

—Tampoco tengo otra cosa que hacer —comentó Qui-Gon.

—¿Y qué hay de la famosa meditación Jedi? Eso debería servirte de pasatiempo.

—Hasta la meditación tiene sus limitaciones —dijo Qui-Gon con seriedad.

Oyó una risa grave.

—¿Por qué no iba a estudiar la Fuerza? ¿Por qué tienen que ser los Jedi los únicos que la estudien?

Qui-Gon lo pensó antes de contestar. Tenía que hacer que ella siguiera hablando. Tenía que aparentar estar interesado en sus estudios.

—Eso es interesante —dijo él—. Nosotros pensamos que la Fuerza nos conecta a todo.

—¡Es exactamente lo que yo creo! —dijo Zan Arbor agitada—. Los Jedi deberían agradecer mi interés.

—¿Y por qué piensas que no lo agradecemos? —preguntó Qui-Gon—. No nos lo has preguntado.

—No necesito vuestro permiso —soltó ella.

La estaba perdiendo.

—No quería decir eso —afirmó él—. Eres una brillante investigadora. Quizá quieras compartir tus descubrimientos con la galaxia.

—Cuando esté preparada —respondió ella—. No antes.

—¿Y qué estás buscando?

Ella no respondió, y él temió que la conversación hubiera acabado. Entonces ella habló.

—Mis colegas son idiotas.

Qui-Gon esperó. No quería parecer demasiado ansioso. Algo le decía que Jenna Zan Arbor tenía ganas de hablar.

—Has viajado. Seguro que has comprobado que la galaxia está llena de idiotas.

—He comprobado que muchos seres no confían en sus ojos, en sus mentes o en sus corazones —dijo Qui-Gon.

—¡Exactamente! Así que sabes el tipo de cosas a las que me tengo que enfrentar —dijo Jenna Zan Arbor con un tono cálido—. Acabo de llegar de una conferencia en el Senado. Mis colegas están persiguiendo sueños, no ideas. Nuevas formas de hacer que las naves vayan más rápido. Nuevos motores, nuevos combustibles, nuevos hipermotores. Intentan que las armas sean más potentes, más efectivas. Buscan nuevas fuentes de energía. Más rápido. Más grande. Mejor. Eso es lo que buscan. Pasan por alto la mayor fuente de energía de la galaxia. La Fuerza es mucho más importante que todo eso. Con la Fuerza puedes mover las mentes. ¡Eso es mucho más importante que mover naves!

—Podría estar de acuerdo con eso —dijo Qui-Gon.

—¡Qué ironía! —dijo Zan Arbor—. Sólo un Jedi puede entenderlo. Y sólo los Jedi pueden ser mis sujetos de investigación. El resto... ni siquiera aquellos que tenían la Fuerza, que tenían, como vosotros decís, potencial en la Fuerza... no sabían lo que tenían. No podían controlarlo. Es difícil medir algo que no puede controlarse. Ése era el fallo de mis experimentos.

Qui-Gon se dio cuenta de algo que le dejó helado. ¿Le estaba manteniendo Zan Arbor en un estado de debilidad para que tuviera que utilizar la Fuerza para curarse a sí mismo?

No podía hacer nada en aquella estancia. Y nunca conseguiría escapar si no salía de ella, aunque fuera un rato.

Quizá podría llegar a crear algún tipo de conexión con su secuestradora.

—Haré un trato contigo —dijo él.

—No creo que estés en posición de ofrecerme tratos —dijo Jenna Zan Arbor divertida.

—Yo creo que sí —respondió Qui-Gon lentamente—. Yo tengo algo que quieres. Eso me pone exactamente en esa posición.

Hubo un silencio.

—¿Qué quieres?

—Quiero salir de esta estancia dos horas al día —dijo Qui-Gon—. Si estás de acuerdo, emplearé la Fuerza para curarme. Si no, no accederás a ella.

—Morirás —le advirtió ella.

—Sí —replicó Qui-Gon tranquilamente—. Como Jedi, estoy preparado para la muerte. No me asusta.

—¡Yo no hago tratos! —gritó Zan Arbor—. ¡Yo estoy al mando! ¡Yo tomo las decisiones!

Él no respondió. Cerró los ojos. Apostaba porque ella no se negaría. Podía percibir la ansiedad en ella, la necesidad de seguir con el experimento. Acabaría por rendirse.

—De acuerdo —replicó la mujer—. Pero dos horas no. Sólo una. Nada más. ¿Trato hecho?

—Trato hecho —respondió Qui-Gon. Sabía que le concedería solamente una hora. Sin problemas. Una hora seria suficiente.

Capítulo 4

Yoda, Tahl y Obi-Wan se quedaron callados un largo rato. La noticia de que Jenna Zan Arbor controlaba el acceso a la antitoxina de Didi les había afectado.

—Es muy extraño —continuó Winna—. Industrias Arbor no sólo ha cerrado, sino que es la única fábrica que existe. Tiene que haber algún error, algo que no hemos comprobado. Esta infección es muy poco frecuente; pero, aun así, Industrias Arbor debería haber autorizado a otros laboratorios la fabricación de la antitoxina. Es un grave quebrantamiento de las normas. No se sabe cuándo volverá a abrir, ni dónde...

—Algo hay que saber debéis —interrumpió Yoda—. De Jenna Zan Arbor los Jedi sospechan.

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