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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas contra la Magia (13 page)

BOOK: Espadas contra la Magia
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—Se te saluda, hombrecillo —gruñó Fafhrd—. ¿Así que has venido para vender tu parte a Ogo el Ciego, o por lo menos para enseñarle la mercancía... aunque no pueda verla?

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó el interpelado en tono tenso.

—Es el sistema más fácil —respondió Fafhrd con cierta condescendencia—. Vender las joyas a un tratante que no puede ver ni su resplandor nocturno ni su invisibilidad diurna, que deba juzgarlas por el peso, el tacto y su capacidad para rayar determinados materiales o ser rayadas por otros. Además, estamos frente a la puerta de la guarida de Ogo. Está muy bien defendida, por cierto... Como mínimo hay diez espadachines mingoles.

—Por lo menos reconoce que estoy al corriente de tales minucias de conocimiento común —replicó en tono sardónico el Ratonero—. Bien, tu suposición ha sido acertada. Parece ser que, gracias a una larga asociación conmigo, has llegado a comprender cómo funciona mi ingenio, aunque dudo que haya aguzado el tuyo un ápice. Sí, ya he conferenciado con Ogo, y esta noche cerramos el trato.

—¿Es cierto que Ogo lleva a cabo todas sus entrevistas en la oscuridad más absoluta? —le preguntó Fafhrd con ecuanimidad.

—¡Vaya! De modo que admites desconocer algunas cosas. Sí, es cierto, y eso hace que una entrevista con Ogo sea un asunto arriesgado. Pero al insistir en la oscuridad absoluta, Ogo el Ciego elimina de golpe la ventaja del entrevistador..., en realidad, la ventaja pasa a Ogo, puesto que está acostumbrado a vivir en una oscuridad total... y durante mucho tiempo, puesto que, a juzgar por su manera de hablar, es muy viejo. Pero qué digo, Ogo no sabe qué es la oscuridad, pues nunca la ha conocido. Sin embargo, tengo un instrumento para engañarle si fuera necesario. En mi bolsa gruesa y bien atada llevo fragmentos de la más brillante madera luminosa, y puedo esparcirlos por el suelo en un instante.

Fafhrd asintió, admirado, y entonces le preguntó:

—¿Y qué hay en ese estuche que llevas tan apretado bajo el brazo? ¿Una historia falsa de cada una de las joyas escrita en pergamino antiguo para que la lean los dedos de Ogo?

—¡Ahora falla tu intuición! No, son las mismas joyas, guardadas de tal manera que no me las puedan robar. Mira, echa un vistazo.

Tras mirar rápidamente a cada lado y hacia arriba, el Ratonero abrió un poco el estuche. Fafhrd vio las joyas que centelleaban con los colores del arcoiris, engastadas en una disposición artística sobre un lecho de terciopelo negro, pero todas ellas cubiertas por una fuerte red metálica.

El Ratonero cerró el estuche en seguida.

Durante nuestra primera reunión, saqué dos de las joyas más pequeñas de sus alvéolos en el estuche, y dejé que Ogo las palpara e hiciera sus pruebas. Quizá piense birlármelas, pero el estuche y la tela metálica se lo impedirán.

—A menos que te robe el estuche —dijo Fafhrd—. Yo llevo mis joyas encadenadas a mi cuerpo.

Tras unas miradas de precaución similares a las del Ratonero, se subió la manga izquierda y mostró un grueso brazalete de oro alrededor de su muñeca, del cual pendía una cadena corta que a la vez sostenía y mantenía herméticamente cerrada una bolsa pequeña y abultada. El cuero de la bolsa estaba recorrido en todas direcciones por costuras de fino alambre bronceado. El nórdico abrió el cierre del brazalete y lo cerró de nuevo en seguida.

—Ese alambre bronceado es para frustrar a cualquier carterista —explicó mientras se bajaba la manga.

El Ratonero enarcó las cejas, y su mirada pasó de la muñeca al rostro de Fafhrd. Su expresión, al principio vagamente aprobatoria, era ahora inquisitiva.

—¿Y confías en que tales trucos eviten que Nemia de la Oscuridad te arrebate tus gemas?

—¿Cómo te has enterado de mis tratos con Nemia? —preguntó Fafhrd en un ligero tono de sorpresa.

—Porque es la única perista femenina de Lankhmar, naturalmente. Todos saben que favoreces a las mujeres siempre que puedes, tanto en los negocios como en las cuestiones eróticas, lo cual, si no te importa que te lo diga, es uno de tus mayores defectos. Además, la puerta de Nemia está al lado de la de Ogo, aunque ésa es una pista trivial. ¿Sabes?, tengo la impresión de que siete estranguladores kleshitas protegen su persona algo más que madura. En fin, por lo menos sabes hacia qué clase de trampa te encaminas. ¡Hacer tratos con una mujer! Ésa es la ruta más segura hacia el desastre. Por cierto, has dicho «tratos». ¿No es ésta tu primera entrevista con ella?

—Como tú con Ogo... ¿Quieres darme a entender que tú confías en los hombres simplemente porque son hombres? Ése sería un defecto mayor todavía que el que me imputas. En cualquier caso, lo mismo que tú con Ogo, voy a visitar a Nemia de la Oscuridad por segunda vez, para cerrar nuestro trato. La primera vez le mostré las gemas en una habitación penumbrosa, lo cual fue una ventaja, pues brillaron lo suficiente para parecer absolutamente reales. ¿Sabías, por cierto, que esa mujer siempre trabaja en la penumbra o con una luz mortecina? Eso explica la segunda parte de su nombre. Sea como fuere, en cuanto vio las gemas, Nemia sintió grandes deseos de quedárselas, incluso se le alteró la respiración, y aceptó en seguida el precio que le dije, que no es precisamente bajo, como una base para seguir negociando. Sin embargo, resulta que invariablemente sigue la regla, que considero muy apropiada, de no completar jamás una transacción con un miembro del sexo opuesto sin ponerle primero a prueba en amoroso comercio. De ahí este segundo encuentro. Si el hombre es viejo o poco agraciado, Nemia delega la tarea en alguna de sus doncellas, pero en mi caso, como es natural... —Fafhrd tosió con recato—. Tengo que puntualizar una cosa, «más que madura» es una expresión inexacta. Querrás decir que está «plenamente florida» o en «el apogeo de la madurez».

—Créeme, estoy seguro de que Nemia está plenamente florida... como una flor tardía de agosto. Tales mujeres siempre prefieren la luz crepuscular para la exhibición de sus «encantos perfectamente maduros». —El Ratonero dijo estas palabras un tanto sofocado. Llevaba algún rato tratando de contener la risa, pero ya no pudo aguantar más—. ¡Pero mira que llegas a ser necio! ¿Has accedido realmente a acostarte con ella? ¿Y esperas que no te arrebate tus joyas, incluidas las de la familia?, y no digamos ya estrangularte, mientras están en esa posición desventajosa. Oh, esto es peor de lo que imaginaba.

—No siempre estoy en una posición tan desventajosa, en la cama, como algunos pueden pensar —respondió Fafhrd, sin abandonar su tono pausado de recato—. En mi caso, el juego amoroso agudiza los sentidos, en vez de amortiguarlos. Ojalá tengas tanta suerte con un hombre en una oscuridad de ébano como yo con una mujer en una suave penumbra. A propósito, ¿por qué has de reunirte dos veces con Ogo? Supongo que no será por la misma razón de Nemia...

La sonrisa del Ratonero se esfumó, y se mordió ligeramente el labio.

—Oh, las gemas deben ser examinadas por los Ojos de Ogo —respondió con premeditada indiferencia—.Tal es su regla invariable... Pero, al margen de lo que intente, estoy preparado para superar cualquier truco.

Fafhrd permaneció un momento pensativo, y luego preguntó:

—¿A qué cosa o ser corresponde ese apelativo de Ojos de Ogo? ¿Acaso guarda un par de ojos en su bolsa?

—Es un ser —dijo el Ratonero. Entonces, con una indiferencia más premeditada todavía añadió—: Creo que es una jovencita, la cual posee, al parecer, una facultad intuitiva en lo que respecta a las gemas. ¿No es interesante que un hombre como Ogo crea en tales tonterías supersticiosas, o se sirva de un modo u otro del sexo débil? En fin, es una mera formalidad.

—Una jovencita —musitó Fafhrd, meneando la cabeza una y otra vez—. Una niña todavía sin formar, la clase de hembra que parece interesarte en los últimos años. Pero estoy seguro que el aspecto amoroso no participa para nada en ese trato tuyo.

—Por supuesto que no —replicó el Ratonero, con bastante brusquedad. Miró a su alrededor y observó—: Tenemos compañía, a pesar de lo temprano de la hora. Ahí está Dickon, del Gremio de Ladrones, ese viejo chupatintas que dibuja los planos de las casas a robar... Creo que no ha tenido un trabajo estable desde el Año de la Serpiente. Y ahí tienes al gordo Grom, su vicetesorero, otro ladrón apoltronado. ¿Quién se aproxima por ahí con tanto sigilo? ¡Por los Huesos Negros, si es Snarve, el sobrino de nuestro señor supremo Glipkerio! ¿Quién es ése con quien habla? Ah, sólo Tork, el carterista.

—Y por ahí viene Vlek —dijo Fafhrd—, al parecer el ladrón más famoso del Gremio en estos tiempos. Observa su sonrisa y oye cómo crujen débilmente sus zapatos. Y ahí está esa aficionada de ojos grises y pelo negro, Alyx la Ganzúa... Bueno, por lo menos sus botas no crujen, y admiro el valor que tiene al aventurarse por aquí, donde la animosidad del gremio hacia las mujeres independientes es tan proverbial como la del Gremio de Proxenetas. Y por allí, doblando ahora la esquina de la calle de los Dioses, ¿a quién tenemos si no a la condesa Kronia de los Setenta y Siete Bolsillos Secretos, la cual roba porque está loca, sin ningún método? jamás he confiado en ese saco de huesos, a pesar de sus marchitos encantos y la debilidad que, según tú, tengo con las mujeres.

—¡Y a tales vejestorios los consideran la aristocracia de los ladrones! —dijo el Ratonero—. Con toda sinceridad, debo decir que a pesar de tus debilidades, y me alegro de que las admitas, uno de los dos mejores ladrones de Lankhmar está ahora a mi lado, mientras que el otro, ni que decir tiene, calza ahora mismo mis botas.

Fafhrd asintió, aunque cruzó precavidamente dos dedos. El Ratonero reprimió un bostezo.

—Por cierto, ¿tienes alguna idea de lo que harás después de que te roben esas gemas de la muñeca, o, aunque es improbable, las hayas vendido y cobrado? He estado considerando la posibilidad de ir hacia las Tierras Orientales.

—¿Donde hace todavía más calor que en esta sofocante Lankhmar? Ese paseo no me atrae. La verdad es que he pensado en embarcarme... hacia el norte.

—¿Otra vez hacia el abominable Yermo Frío? ¡No, gracias! —Entonces, mirando hacia el sur, a lo largo de la calle de la Plata, donde una estrella pálida brillaba cerca del horizonte, el Ratonero añadió apresuradamente—: Bueno, es la hora de mi entrevista con Ogo... y su estúpida chiquilla Ojos. Te aconsejo que te acuestes con la espada y estés ojo avizor para que no te roben a Vara Gris ni a tu hoja más vital en la oscuridad de Nemia.

—Ah, ¿de modo que el primer parpadeo de la estrella Ballena es también la hora de tu cita? —observó Fafhrd, apartándose del muro—. Dime, ¿conoce alguien el verdadero aspecto de Ogo? No sé por qué ese nombre me hace pensar en una araña gruesa, vieja y demasiado grande.

—Refrena tu imaginación, por favor —respondió bruscamente el Ratonero—. O guárdala para tus propios asuntos, y permíteme recordarte que la única araña peligrosa es la mujer. Es cierto que nadie conoce el verdadero aspecto de Ogo. ¡Pero quizá esta noche lo descubriré!

—Deberías reflexionar en que tu defecto dominante es el exceso de curiosidad —dijo Fafhrd—, y que no puedes confiar siquiera en que la muchacha más estúpida lo sea siempre.

El Ratonero se volvió impulsivamente y replicó:

—Pase lo que pase en las entrevistas de esta noche, citémonos para luego. ¿En La Anguila de Plata?

Fafhrd asintió, y los dos se estrecharon la mano. Luego, cada uno se dirigió hacia su fatídica puerta.

El Ratonero se agazapó, con todos sus sentidos alerta, en la profunda oscuridad. Sobre una superficie que se extendía ante él, y que la palpación reveló que era una mesa, descansaba su estuche de joyas cerrado, al que tocaba con la mano izquierda, mientras con la derecha aferraba nerviosamente la empuñadura de Garra de Gato.

—¡Abre la caja! —le ordenó una voz pastosa y apagada a sus espaldas.

El tono repulsivo de aquella voz hizo que al Ratonero se le pusiera la carne de gallina, pero obedeció. El resplandor de las joyas protegidas por la tela metálica abrió una tenue brecha en la oscuridad, mostrando una habitación bastante grande y baja de techo, que parecía vacía, a excepción de la mesa y, en el extremo izquierdo, a espaldas del visitante, una forma borrosa, achaparrada, que al Ratonero no le hizo ninguna gracia. Lo mismo podía ser un almohadón que una almohada gruesa, redondeada y negra. O tal vez... El Ratonero deseó que Fafhrd no hubiera hecho su última sugerencia.

Por delante de él, una voz suave, murmurante, totalmente distinta a la anterior, le dijo:

—Tus joyas son distintas a todas las que he visto, pues brillan en ausencia de la luz.

El Ratonero escudriñó la oscuridad, más allá de la mesa y el estuche, pero no pudo ver rastro de la segunda persona. Se esforzó para hablar en un tono neutro, a fin de que su voz no reflejara aprensión pero tampoco confianza.

—Mis gemas son distintas a todas las demás, pues no proceden del mundo, sino que son de la misma sustancia que las estrellas. Pero, por las pruebas que has hecho, sabes que una de ellas es más dura que el diamante.

—Desde luego, son unas joyas misteriosas y bellísimas —replicó la voz suave—. Mi mente las horada una y otra vez, y son sin duda lo que tú dices que son. Aconsejaré a Ogo que te pague el precio que pides.

En aquel instante el Ratonero oyó a sus espaldas una ligera tos y un movimiento apagado y rápido, como de algún pequeño animal al escabullirse. Se volvió en redondo, con la daga preparada para atacar. No se veía nada, excepto aquel almohadón o lo que fuera, que no se había movido de su sitio. El ruido se había extinguido.

Se volvió de nuevo y allí, al otro lado de la mesa, con la frente iluminada por las joyas destellantes, había una esbelta muchacha desnuda, con el cabello claro y lacio, la piel algo oscura y unos ojos muy grandes que miraban fijamente, como en trance, en un rostro infantil de mentón minúsculo y labios fruncidos.

De un rápido vistazo, el Ratonero se cercioró de que las joyas seguían en el estuche, bajo la tela metálica, y no faltaba ninguna. Entonces, con la finísima punta de Garra de Gato, tocó la piel tensa entre los senos pequeños pero sobresalientes.

—¡No intentes sobresaltarme de nuevo! —susurró—. Más de un hombre... y también alguna mujer... ha muerto por bastante menos.

La muchacha apenas se movió; no cambió su expresión ni su mirada soñadora pero concentrada, aunque sus labios pequeños sonrieron y se entreabrieron para decir con una voz meliflua:

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