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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (34 page)

BOOK: Espacio revelación
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—Asumiendo que Ladrón de Sol no lo haya destruido.

—Una observación razonable —admitió—. Pero si Ladrón de Sol es tan inteligente como sospecho, no hará nada que pueda hacer que lo descubran. Es imposible que sepa que mi avatar no es algo que Volyova haya enviado al sistema.

—¿Por qué lo hiciste?

—Para hacerme con el control de la artillería, en caso necesario.

Sylveste pensaba que si Calvin hubiera sido enterrado, en estos momentos estaría dando vueltas en su tumba con más rapidez que con la que Cerberus giraba alrededor de la estrella de neutrones Hades, incapaz de soportar el maltrato que había recibido su obra. Pero Calvin había muerto (o al menos, había pasado a un estado no corpóreo) mucho tiempo antes de que su simulación de nivel beta hubiera diseñado los ojos de Sylveste. Estos pensamientos mantenían a raya el dolor, al menos en parte. De hecho, desde que lo habían apresado, no había habido ni un solo instante en que no hubiera sentido dolor, de modo que Falkender sólo se estaba engañando a sí mismo si pensaba que la operación estaba incrementando su agonía de forma significativa.

Por fin, milagrosamente, el dolor empezó a remitir.

Fue como si en su mente se hubiera abierto un vacío, un ventrículo frío y lleno de nada que no había estado antes allí. A la vez que remitía el dolor, tuvo la impresión de que le privaban de algún apoyo interno: sentía que iba a desplomarse, que las piedras que formaban su psique se derrumbaban ante aquel peso que, de repente, ya no podía apoyarse en nada. Le costó un gran esfuerzo recuperar parte de su equilibrio interno.

Ahora, su visión mostraba fantasmas evanescentes, carentes de color.

Lentamente, los fantasmas se solidificaron en formas distintas: las paredes de una habitación, tan insulsa y carente de muebles como había imaginado, y una figura enmascarada inclinada sobre él. La mano de Falkender estaba enfundada en una especie de guante de cromo que no acababa en dedos, sino en una explosión de diminutos manipuladores centelleantes, similares a las pinzas de un cangrejo. Uno de los ojos del hombre estaba provisto de un sistema de lentes, conectado al guante mediante un cable de acero segmentado. Su piel tenía la palidez del bajo vientre de un lagarto, y el ojo visible estaba desenfocado y cianótico. Gotas de sangre seca salpicaban su frente; era de color gris-verdoso, pero a Sylveste no le cabía ninguna duda de que era sangre.

No tardó en advertir que todo lo que lo rodeaba era de color gris verdoso.

El guante se alejó de su rostro y Falkender se lo quitó con la otra mano. Una capa de lubricante brillaba en la mano que había estado enfundada en él.

El hombre empezó a guardar su equipo.

—Bueno, nunca le prometí milagros —dijo—. Y espero que tampoco los esperara.

Cuando se movió, lo hizo a sacudidas; Sylveste tardó unos instantes en comprender que sus ojos sólo estaban percibiendo tres o cuatro imágenes por segundo. El mundo se movía con el vacilante movimiento de los dibujos a lápiz que hacían los niños en las esquinas de los libros y cobraban vida entre el pulgar y el índice. Cada pocos segundos había inquietantes inversiones de profundidad en las que Falkender parecía ser un hueco en forma de hombre tallado en la pared de la celda. Además, cada cierto tiempo, parte de su campo visual se atascaba y se mantenía fijo durante más de diez segundos, aunque mirara hacia cualquier otro punto de la habitación.

Pero había recuperado la visión… o al menos, a la prima idiota de la visión.

—Gracias —dijo Sylveste—. Es… una mejora.

—Creo que será mejor que nos pongamos en marcha. Llevamos cinco minutos de retraso.

Sylveste asintió, y el simple hecho de inclinar la cabeza bastó para desencadenar palpitantes migrañas. De todos modos, no era nada comparado con lo que había tenido que soportar hasta que Falkender se había puesto manos a la obra.

Se levantó del sofá y avanzó hacia la puerta. De pronto, aquella acción le pareció perversa y extraña… quizá, porque avanzaba hacia ella con un propósito, esperando cruzarla. Se sentía como si estuviera avanzando hacia un precipicio. Sintió vértigo, como si su equilibrio interno se hubiera acostumbrado a la falta de visión y ahora se rebelara. Sin embargo, el mareo se desvaneció en el mismo instante en que aparecieron dos tipos del Camino Verdadero en el pasillo y lo cogieron de los codos.

Falkender se quedó atrás.

—Tenga cuidado. Podría haber fallos de percepción.

Sylveste oyó sus palabras, pero fue incapaz de comprender qué le estaba diciendo. Ahora sabía dónde estaba, y ese conocimiento resultaba apabullante. Tras más de veinte años de exilio, había regresado a casa.

Su prisión era Mantell, un lugar que no había visto (ni había recordado) desde el golpe.

Diez

Aproximación a Delta Pavonis, 2564

Volyova estaba sentada en la soledad de la inmensa esfera del puente, bajo la representación holográfica del sistema de Resurgam. Su asiento, al igual que los demás que había a su alrededor, se alzaba sobre un largo brazo telescópico y articulado que le permitía acceder prácticamente a cualquier punto de la esfera. Llevaba horas contemplando el sistema planetario, con la mano apoyada en la barbilla, como un niño que observa extasiado un juguete brillante.

Delta Pavonis era una mancha candente de color ámbar grisáceo que ocupaba el centro planetario. Los once planetas principales del sistema se desplegaban a su alrededor siguiendo sus respectivas órbitas, mientras que los restos de asteroides y los fragmentos de cometas seguían sus propias elipses. Un tenue cinturón de Kuiper de restos helados proyectaba un halo sobre el conjunto planetario. La presencia de la estrella de neutrones, la oscura gemela de Pavonis, confería una ligera asimetría al sistema. La imagen no era una ampliación de lo que se extendía ante ella, sino una simulación. Los sensores de la nave eran lo bastante potentes para recabar información desde esta distancia, pero la imagen habría quedado distorsionada por los efectos relativistas. Peor aún, habría mostrado una foto fija del sistema tal y como era hacía algunos años, y las posiciones relativas de los planetas no habrían guardado ninguna similitud con su situación actual. Como la estrategia de aproximación de la nave dependía de utilizar las gigantes de gas más grandes del sistema para el camuflaje y el frenado gravitacional, Volyova necesitaba saber dónde estarían las cosas cuando llegaran allí, no dónde habían estado cinco años antes. Además, antes de que la nave llegara a Resurgam, los emisarios ya habrían accedido al sistema, y era crucial que lo hicieran con el alineamiento planetario óptimo.

—Suelta los guijarros —dijo, satisfecha consigo misma por haber llevado a cabo suficientes simulacros.

El
Infinito
disparó mil sensores diminutos de forma que se desplegaran lentamente ante la nave, que ya estaba desacelerando. A continuación, Volyova dio instrucciones a su brazalete para que se abriera una ventana que había delante de ella, que permitía ver una cámara dispuesta en el casco. El conjunto de guijarros se contrajo en la distancia, como si estuviera siendo arrastrado por una fuerza invisible. La nube fue disminuyendo a medida que se alejaba de la nave, hasta convertirse en un nimbo borroso que menguaba con rapidez. Los guijarros, que prácticamente avanzaban a la velocidad de la luz, llegarían al sistema de Resurgam meses antes que la nave y se desplegarían alrededor de su órbita. Entonces, cada una de las diminutas sondas se alinearía con el planeta y atraparía los fotones del espectro electromagnético; después, enviarían esa información a la nave mediante pulsos de láser y, aunque la resolución de cada unidad del enjambre sería baja, la combinación de resultados formaría una imagen precisa y detallada del planeta. Esta imagen no le indicaría a Sajaki dónde se encontraba Sylveste, pero le daría una idea de los posibles centros de poder y, lo que era más importante, de las defensas que podía tener.

Uno de los pocos puntos en los que Sajaki y Volyova habían estado completamente de acuerdo era el siguiente: aunque encontraran a Sylveste, era poco probable que éste accediera a subir a bordo sin coacción.

—¿Sabe algo de Pascale? —preguntó Sylveste.

—Está a salvo —respondió el cirujano ocular mientras lo guiaba por unos túneles traqueales y revestidos de roca que conducían a las profundidades de Mantell—. Al menos, eso es lo que he oído decir —añadió, eliminando parte de la tranquilidad de Sylveste—. Pero puede que me equivoque. No creo que Sluka la haya matado sin una buena razón, aunque es posible que la haya congelado.

—¿Congelado?

—Hasta que sea útil. Supongo que ya ha descubierto que Sluka piensa a largo plazo.

Oleadas continuas de náuseas amenazaban con vencerlo. Le dolían los ojos pero, como se obligaba a recordarse a sí mismo, ahora podía ver. Sin visión era completamente impotente, ni siquiera podía permitirse desobedecer. Con ella, puede que escapar siguiera siendo imposible, pero al menos se había librado de la torpe indignidad de los ciegos. De todos modos, era consciente de que su nueva visión habría avergonzado incluso al inferior de los invertebrados. La percepción espacial era asistemática y en su mundo sólo había matices de gris verdoso.

Lo que sabía, lo que recordaba, era lo siguiente:

No había visto Mantell desde hacía veinte años, desde la noche del golpe… o mejor dicho, del primer golpe. Ahora que habían derrocado a Girardieau, tendría que acostumbrarse a pensar en su destronamiento en términos puramente históricos. El régimen de Girardieau no había cerrado aquel lugar en el acto, a pesar de que las investigaciones sobre los amarantinos entraban en conflicto con su agenda Inundacionista. Durante los cinco o seis años posteriores al golpe, el yacimiento había permanecido abierto, aunque se habían ido llevando a Cuvier a los mejores investigadores de Sylveste y los habían ido reemplazando por especialistas en ecoingeniería, botánica y geología. Finalmente, Mantell había quedado reducida a una estación de prueba repleta de polillas y parias, y así se habría quedado si no hubieran empezado a surgir los problemas. Durante años había corrido el rumor de que los líderes del Camino Verdadero de Cuvier, Ciudad Resurgam o cómo quiera que se llamara ahora la ciudad, cumplían órdenes de otras personas: un círculo de antiguos simpatizantes de Girardieau que habían caído en desgracia durante las maquinaciones del primer golpe. Se decía que estos bandidos habían alterado su fisiología para respirar la atmósfera polvorienta y carente de oxígeno que había más allá de las cúpulas, usando la biotecnología que le habían comprado al Capitán Remilliod.

Tras los ataques esporádicos que sufrieron una serie de bases, estas historias empezaron a parecer más reales. Sylveste sabía que Mantell había sido abandonado en algún momento, hecho que significaba que sus actuales ocupantes podían llevar allí mucho más tiempo que el que había transcurrido desde el asesinato de Girardieau. Meses, o puede que incluso años. Y era obvio que se comportaban como si fueran los dueños del lugar.

Entraron en una habitación y supo que era la misma en la que Gillian Sluka había hablado con él el día de su llegada. Era muy posible que durante su ocupación de Mantell hubiera conocido esta sala en detalle, pero ya no había ningún punto de referencia que le ayudara a reconocerla, pues tanto la decoración como los muebles eran nuevos. Sluka estaba de espaldas a él, junto a una mesa, apoyando con afectación sus manos enguantadas sobre la cadera. Vestía una chaqueta acanalada que le llegaba a las rodillas, de un color aceituna tan oscuro como el de sus ojos. Tenía el cabello recogido en una trenza que colgaba entre sus omoplatos y no proyectaba ningún entóptico. A ambos lados de la sala, unos globos planetarios orbitaban sobre estilizadas peanas en forma de cuello de cisne. Por el techo entraba algo parecido a la luz del día, pero sus nuevos ojos la privaban por completo de calidez.

—La primera vez que hablamos tras tu encarcelamiento, estuve a punto de creer que no me habías reconocido —dijo ella, con su voz ronca.

—Siempre di por sentado que habías muerto.

—Eso fue lo que la gente de Girardieau quiso que creyeras. La historia de que nuestra oruga desapareció bajo un alud… todo era mentira. Fuimos atacados… pero sólo porque creían que tú ibas a bordo.

—¿Y por qué no me mataron cuando me encontraron en la excavación?

—Se dieron cuenta de que les serías más útil vivo que muerto. Girardieau no era estúpido. Siempre te utilizó de forma provechosa.

—Si te hubieras quedado en el yacimiento, nada de eso habría ocurrido. Por cierto, ¿cómo lograste sobrevivir?

—Algunos pudimos salir de la oruga antes de que los secuaces de Girardieau llegaran. Recogimos todo el equipo que pudimos, nos dirigimos hacia los cañones Garra de Ave e instalamos tiendas-burbuja. Eso fue lo único que vi durante un año, ¿sabes? El interior de una tienda-burbuja. Durante el ataque resulté malherida.

Sylveste deslizó los dedos por la superficie moteada de uno de los globos de Sluka y descubrió que representaban la topografía de Resurgam en diferentes épocas del programa de terraformación de los Inundacionistas.

—¿Por qué no te uniste a Girardieau en Cuvier? —preguntó.

—Él consideraba que admitirme sería demasiado embarazoso. Sólo permitió que siguiéramos con vida porque el hecho de matarnos habría atraído una atención no deseada. Existían ciertas líneas de comunicación, pero se rompieron —se interrumpió—. Afortunadamente, pudimos llevarnos algunas cosas que compramos a Remilliod. Las encimas carroñeras fueron las que nos resultaron más útiles, pues impidieron que el polvo nos hiciera daño.

Sylveste volvió a observar los globos. Su deteriorada visión sólo le permitía imaginar sus colores, pero suponía que las esferas mostraban un avance progresivo hacia el azul verdoso. Lo que ahora sólo eran mesetas elevadas se convertirían en masas de tierra rodeadas de océano. Los bosques se extenderían por las estepas. Contempló los globos más alejados, que representaban alguna versión remota del Resurgam que existiría dentro de varios siglos: un despliegue de hábitats diferentes cubrían el planeta, las ciudades resplandecían en la noche y una telaraña de puentes estelares se extendía hacia la órbita desde el ecuador. Se preguntó qué ocurriría con esta delicada visión del futuro si el sol de Resurgam cobraba vida de nuevo, tal y como había hecho novecientos noventa mil años atrás, justo cuando la civilización amarantina se estaba aproximando a un nivel de sofisticación humano.

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