Authors: Kerstin Gier
Mientras hablaba, ya había retrocedido unos pasos en dirección a la ventana, fuera del círculo de la luz de la lámpara.
—¿Un consejo?
—¡Sí! Algo así como: sobre todo guárdate de…
La miré expectante.
—¿De Qué? —preguntó lady Tinley intrigada.
—¡Eso es lo que no sé! ¿De qué debo protegerme?
—En cualquier caso, de los sándwiches de pastrami y del exceso de luz solar, no es buena para el cutis —dijo lady Tilney enérgicamente, y luego su figura se desvaneció ante mis ojos y me encontré de vuelta en el año 1956.
¡Por dios! ¡Sándwiches de pastrami! Hubiera hecho mejor en preguntar de quién debía protegerme y no de qué. Pero ahora ya era demasiado tarde. Había desperdiciado mi oportunidad.
—Pero, ¿qué demonios es esa cosa? —exclamó Lucas cuando el cerdito se hizo visible.
En lugar de aprovechar cada segundo para sonsacarle información a lady Tilney, había dedicado toda mi atención a un animalito de peluche rosa.
—Un cerdo de ganchillo, abuelo, está claro, ¿no? —dije en tono apagado, decepcionada conmigo misma—. Angora y cachemir. Todas las demás usan una lana que pica…
—En cualquier caso parece que nuestra prueba ha funcionado —dijo Lucas sacudiendo la cabeza—. Puedes utilizar el cronógrafo y podemos fijar una cita en mi casa.
—Era muy poco tiempo —gemí—. No he podido enterarme de nada.
—De todos modos… tienes un cerdo, y lady Tilney no ha sufrido un infarto. ¿O sí?
Sacudí la cabeza desmoralizada.
—Naturalmente que no.
Lucas envolvió el cronógrafo en su funda de terciopelo y lo volvió a meter en el arca.
—Si te sirve de consuelo, piensa que así tendremos tiempo de sobra para volver al sótano sin que te vean y trazar nuevos planes mientras esperamos a tu salto de vuelta. Aunque no sé cómo vamos a arreglárnoslas esta vez si ese inútil Cartrell ya se ha despertado.
Cuando volví a aterrizar en la Sala del Cronógrafo en mi época, mi estado de ánimo había mejorado rozando casi la euforia. Es verdad que tal vez lo del cerdito de ganchillo (lo había embutido en mi cartera escolar) no había sido particularmente efectivo, pero por lo demás Lucas y yo habíamos hecho un buen trabajo. Si el cronógrafo se encontraba realmente en el arca, en adelante dejaríamos de depender del factor casualidad.
—¿Algún hecho reseñable? —preguntó mister Marley.
Vamos a ver: me he pasado toda la tarde trazando planes conspirativos contra mi abuelo, hemos registrado irregularmente mi sangre en el cronógrafo y luego he saltado al año 1852, donde he mantenido un encuentro conspirativo con lady Tinley. De acuerdo, la verdad es que no había tenido nada de conspirativo, pero igualmente estaba prohibido.
—La bombilla a veces parpadeaba un poco —dije—. Y he estudiado vocabulario de francés.
Mister Marley se inclinó sobre el diario y escribió con su letra pequeña y pulcra lo siguiente: «19.43 Rubí de vuelta de 1956, donde ha hecho sus deberes escolares, bombilla parpadeante». Tuve que esforzarme para no soltar una risita. Sí, claro, todo tenía que estar en orden. Seguro que su signo era Virgo. Lo terrible es que ya era muy tarde. Solo esperaba que mamá no hubiera enviado a casa a Leslie antes de que yo llegara.
Pero mister Marley no parecía tener ninguna prisa, que en ese momento estaba enroscando con una lentitud exasperante el capuchón de su estilográfica.
—También puedo encontrar el camino sola —dije.
—No, no puede hacerlo —dijo él asustado—. Por descontado yo la acompañaré hasta la limusina—. Mister Marley cerró el diario de golpe y se levantó—. Y tengo que vendarle los ojos. Ya lo sabe.
Suspirando dejé que me atara el pañuelo negro en torno a la cabeza.
—Sigo sin entender por qué no puedo conocer el camino hasta esta sala.
Cuando en realidad hacía tiempo que lo conocía.
—Pues porque así está escrito en los Anales, claro —dijo mister Marley en tono sorprendido.
—¿Qué? —exclamé—. ¿Mi nombre está en los Anales y ahí dice que yo no puedo conocer el camino? ¿Cuándo?
—Naturalmente no aparece su nombre —dijo mister Marley, evidentemente incomodo por el tono de su voz—; si fuera así, nadie hubiera creído todos estos años que el otro Rubí… me refiero, naturalmente, a miss Charlotte… —Carraspeó y enmudeció, y oí cómo abría la puerta—. ¿Me permite? —preguntó, y después me cogió del brazo y me condujo al pasillo.
Aunque no podía ver, estaba segura de que había vuelto a sonrojarse, porque era como si caminara junto a un radiador.
—¿Qué dicen exactamente los Anales sobre mí? —pregunté.
—Perdone, pero no puedo decirle nada más, ya he dicho demasiado.
Podía oír literalmente cómo se retorcía las manos, o al menos la que no me sujetaba. ¿Y se suponía que ese tipo era descendiente del peligroso Rakoczy? Debía de ser una broma, ¿no?
—Por favor, Leo —dije con tanta amabilidad como pude.
La pesada puerta se cerró tras nosotros y mister Marley me soltó para cerrarla con llave. Me dio la sensación de que había necesitado diez minutos para realizar esa operación, de manera que traté de recuperar un poco de tiempo adoptando un paso enérgico, lo que por cierto no era nada fácil con los ojos vendados. Mister Marley había vuelto a cogerme del brazo, algo que tampoco estaba mal, porque sin un guía no habría tardado en darme de bruces contra una pared en ese laberinto. Decidí que no estaría de más hacerle un poco la pelota. Así tal vez después se mostrara más dispuesto a proporcionarme información.
—¿Sabe que he conocido personalmente a su antepasado?
La verdad es que incluso tenía una foto suya, pero, por desgracia, no podía enseñársela, porque enseguida habría corrido a explicar que traía objetos prohibidos del pasado.
—¿Si? De verdad que la envidio. El barón debió de ser un personaje realmente impresionante.
—Oh sí, muy impresionante. —¡Ya lo creo que lo era! El siniestro viejo aristócrata—. Me preguntó por Transilvania, pero, por desgracia, no pude decirle gran cosa al respecto.
—Sí, debió de ser difícil para él vivir en el exilio —dijo mister Marley, y acto seguido soltó un «¡¡¡Arg!!!» bastante estridente.
«Una rata» pensé enseguida, y me arranqué la venda de los ojos presa del pánico.
Pero no era una rata lo que había hecho chillar a mister Marley, sino Gideon. Con un poco más de barba que por la tarde, pero con unos ojos terriblemente luminosos y vivos. Y tan increíblemente, desvergonzadamente, inconcebiblemente guapo…
—Solo soy yo —dijo sonriendo.
—Ya lo veo —dijo mister Marley malhumorado—. Me ha dado un susto de muerte.
Y a mí. Mi labio inferior empezó a temblar de nuevo y me lo mordí para que el estúpido labio se estuviera quieto.
—Puede tomarse el resto del día libre, ya llevaré yo a Gwendolyn hasta el coche —dijo Gideon tendiéndome la mano como si fuera lo más natural del mundo.
Puse una cara lo más arrogante posible (en la medida en que eso puede hacerse con los dientes apretados contra el labio inferior; me imagino que parecía un castor, aunque un castor arrogante, eso sí) e ignoré la mano que me tendía.
—Eso no puede ser —dijo mister Marley—. Tengo el encargo de llevar a mis… ¡aaarg! —Me miró horrorizado—. Oh, miss Gwendolyn, ¿por qué se ha quitado la venda? Va contra las normas.
—Pensaba que era una rata —dije, y lancé una mirada lúgubre a Gideon—. Y la verdad es que no andaba muy equivocada.
—Ya ve lo que ha conseguido —dijo mister Marley a Gideon en tono de reproche—. Ahora ya no sé qué debo… el protocolo indica… y si nosotros…
—No se lo tome tan a pecho, mister Marley. Ven, Gwenny, nos vamos.
—Pero no puede de ningún modo… debo insistir en que… —balbuceó mister Marley—. Y usted no tiene ningún derecho a darme órdenes… quiero decir que no está facultado para eso.
—Pues vaya a chivarse.
Gideon me cogió del brazo y tiró de mí. Primero quise resistirme, pero comprendí que de eso modo solo conseguiría perder aún más tiempo. Probablemente si lo hacía, al día siguiente aún estaríamos allí discutiendo. De manera que me dejé llevar y dirigí una mirada de disculpa hacia mister Marley por encima del hombro.
—Hasta la vista, Leo.
—Sí, exacto. Hasta la vista, Leo —dijo Gideon.
—Esto… esto tendrá consecuencias —balbuceó mister Marley detrás de nosotros. Su cabeza brillaba como una hoguera en el pasillo en penumbra.
—Sí, sí mira como temblamos de miedo —A Gideon no parecía importarle en absoluto que mister Marley pudiera oírle.—. Estúpido chupatintas.
Esperé que hubiéramos doblado la primera esquina para soltarme y acelerar el paso hasta casi acabar corriendo.
—¿Acaso te entrenas para los juegos Olímpicos? —preguntó Gideon.
Giré sobre mis talones.
—¿Qué quieres de mi? —Leslie hubiera estado orgullosa de mi resoplido—. Tengo mucha prisa, ¿sabes?
—Quería asegurarme otra vez de que mis disculpas de esta tarde te han llegado de verdad.
De su voz había desaparecido cualquier indicio de burla.
Pero no de la mía.
—Sí, me han llegado —resople—. Lo cual no significa que las haya aceptado.
—Gwen…
—Ya está bien, no hace falta que vuelvas a decirme que realmente te gusto. Tú también me gustabas, ¿sabes? Incluso me gustabas mucho. Pero eso se ha acabado.
Subí corriendo tan deprisa la escalera de caracol que cuando llegué arriba, estaba sin aliento. En condiciones normales me hubiera quedado reclinada sobre la barandilla jadeando, pero no quería dar ninguna muestra de debilidad, y menos aún viendo que Gideon estaba tan tranquilo. De manera que salí disparada hacia delante. Hasta que él me sujetó por el brazo y me obligó a detenerme. Di un respingo porque sus dedos me apretaban la herida que empezó a sangrar de nuevo.
—No me importa que me odies, de verdad —dijo Gideon. Mirándome a los ojos muy serio—, pero me he enterado de cosas que hacen necesario que cooperemos tú y yo para que tú… para que los dos salgamos vivos de esta. Traté de liberarme, pero Gideon aumentó la presión sobre mi brazo.
—¿Y se puede saber qué cosas son esas? —pregunté, aunque hubiera preferido gritar «¡Uaaa!» bien fuerte.
—En realidad no conozco aún todos los detalles, pero podría ser que estuviera equivocado con respecto a Lucy y Paul. Y por eso es importante que tú… —Se paró en seco, me soltó y se miró la palma de la mano—. ¿Esto es sangre?
¡Vaya, fantástico! Ahora, sobre todo, no poner cara de culpable.
—No es nada. Esta mañana en la escuela me he cortado con una hoja de papel. Bueno, y para continuar con el tema, mientras no puedas especificar (Dios, qué orgullosa estaba de que se me hubiera ocurrido palabra) qué «cosas» son esas de las que supuestamente te has enterado, puedes estar seguro que no voy a cooperar contigo.
Gideon trató de cogerme el brazo de nuevo.
—Parece una herida seria. Déjame ver… Será mejor que vayamos a ver al doctor White. Tal vez esté aquí todavía.
—Lo que supongo que significa que no quieres decir nada más sobre lo que supuestamente has descubierto.
Lo mantuve a distancia con el brazo estirado para que no pudiera examinar la herida.
—Porque ni yo mismo estoy seguro de cómo poner orden a todo esto —dijo Gideon. E igual que Lucas antes, añadió en un tono ligeramente exasperado—: ¡Sencillamente necesito más tiempo!
—¿Y quién no? —Me puse en marcha. Ya habíamos llegado ante el taller de madame Rossini, y desde allí no faltaba mucho para la salida.
—Hasta luego, Gideon. Lástima que tenga que verte mañana.
En el fondo esperaba que volviera a sujetarme, pero esta vez no lo hizo, ni tampoco me siguió. Y aunque me hubiera encantado ver la cara que ponía, no me volví. De hecho, hubiera sido una tontería, porque las lágrimas volvían a correr por mis mejillas.
Nick me esperaba en la puerta de casa.
—¡Por fin! —dijo—. Quería empezar sin ti, pero mister Bernhard ha dicho que teníamos que esperarte. Ha estropeado la cisterna del váter del baño azul y ha explicado que tiene que quitar las baldosas para desmontarla. Hemos echado el cerrojo a la puerta secreta desde dentro. Astuto, ¿eh?
—Muy sofisticado.
—Pero dentro de una hora volverán lady Arista y la tía Glenda y seguro que dirán que deje la reparación para mañana.
—Pues entonces tenemos que damos prisa —Lo atraje un momento hacia mí y le di un beso en su enmarañada cabellera pelirroja. Suponía que para eso aún había tiempo—. No le habrás explicado a nadie nada de esto, ¿no? Nick parecía un poco avergonzado.
—Solo a Caroline. Estaba tan…, bueno, ya sabes que siempre se da cuenta cuando hay algo que flota en el aire, y cómo puede machacarte a preguntas. Pero no dirá nada y nos ayudara a mantener distraídas a mamá, a tía Maddy y a Charlotte.
—Sobre todo a Charlotte —dije yo hablando para mí.
_Todavía están todas arriba en el comedor. Mamá ha invitado cenar a Leslie. En el comedor estaban recogiendo la mesa, lo que significaba, que la tía Maddy había pasado a ocupar su sillón ante la chimenea con las piernas en alto y mister Bernhard y mamá recogían la mesa. Todos se alegraron de verme, quiero decir todos menos Charlotte. A no ser que supiera ocultar muy bien su alegría.
Xemerius, que se balanceaba colgado de la araña, me gritó:
—¡Por fin llegas! Pensaba que iba a morirme de aburrimiento.
A pesar de que en el aire flotaba un delicioso olor a comida y mamá dijo que me había guardado algo caliente, afirmé heroicamente que no tenía hambre porque ya había cenado en Temple, ante lo cual mi estómago se retorció de indignación, pero no podía perder el tiempo en tranquilizarlo. Leslie me dirigió una sonrisa irónica.
—El curry estaba buenísimo, no podía parar de comer, y más teniendo en cuenta que mamá está otra vez en una de sus terribles fases experimentales y los mejunjes macrobióticos que cocina no se los come ni nuestro perro.
—Pues da la sensación de que estás… ejem… digamos que bien alimentada —dijo Charlotte con sarcasmo. Unos rizos se habían soltado de su peinado y le enmarcaban la cara de un modo extraordinariamente favorecedor. Parecía mentira que alguien pudiera ser tan guapo y al mismo tiempo tan desagradable.
—Qué suerte tienes. A mí también me gustaría tener un perro —le dijo Caroline a Leslie— o cualquier otro animal.
—Bueno, ya tenemos a Nick —dijo Charlotte—, que es casi como si tuviéramos un mono.