Esmeralda (2 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Esmeralda
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EL TIEMPO HOY: Ligera llovizna con tiempo primaveral, 16 grados Celsius.

INFORME: Timothy de Villiers, Círculo Interior.

Capítulo I

El extremo de la espada me apuntaba directamente al corazón, y los ojos de mi asesino eran como agujeros negros que amenazaban con tragarse todo lo que estuviera cerca de ellos. Supe que no podría escapar y retrocedí unos pasos tambaleándome.

El hombre me siguió.

—¡Eliminaré del planeta lo que no es querido por Dios! ¡Tu sangre empapará la tierra!

Tenía como mínimo dos réplicas mordaces a esos patéticos gruñidos en la punta de la lengua (¿empapar la tierra?: ¡la tierra estaba embaldosada allí!), pero el pánico no me permitió articular palabra. Por otra parte, el hombre no parecía estar en disposición de apreciar mi sentido del humor. De hecho, ni siquiera parecía que supiera lo que era el humor.

Retrocedí un paso más y mi espalda chocó contra la pared. Mi adversario soltó una risotada. Quizá tuviera sentido del humor al fin y al cabo, solo que no coincidía con el mío.

—¡Ahora morirás, demonio! —gritó, y sin pensárselo dos veces me hundió la espalda en el pecho.

Me desperté sobresaltada lanzando un grito. Estaba bañada en sudor y me dolía el pecho como si efectivamente me hubiera atravesado la hoja de una espada. ¡Qué sueño más horrible! Aunque en realidad tampoco era para sorprenderse.

Los acontecimientos del día anterior (y de los días precedentes) no constituían precisamente una buena base para quedarse acurrucada bien calentita bajo la manta y dormir el sueño de los justos. En realidad, más bien eran la base adecuada para que un montón de pensamientos negativos reptaran por mi cabeza como monstruosas plantas carnívoras. «Gideon solo ha estado fingiendo. En realidad no me quiere.»

«Probablemente tampoco tiene que hacer gran cosa para que los corazones de las muchachas vuelven hacia él», oía repetir al conde de Saint Germain con su voz suave y profunda, una y otra vez. Y: «No hay nada más previsible que la reacción de una mujer enamorada».

¿Y cómo se supone que reacciona una mujer enamorada cuando se entera de que le han mentido y la han manipulado? Exacto: habla por teléfono durante horas con su mejor amiga y luego permanece sentada en la oscuridad sin poder conciliar el sueño, preguntándose por qué demonios ha tenido que ir a tropezarse con el tipo en cuestión, mientras llora desconsolada añorando otros tiempos más felices… Fácil de prever, sí.

Los dígitos luminosos del despertador junto a mi cama marcaban las 3:10, lo cual significaba que se me debían de haber cerrado los ojos y que incluso había dormido más de dos horas. Y alguien —¿mamá?— tenía que haber entrado y haberme tapado, porque lo último que recordaba era que estaba acurrucada en la cama con las rodillas levantadas escuchando los latidos súper acelerados de mi corazón.

Que extraño que un corazón roto pudiera latir aún.

«¡Parece como si estuviera formado solo por esquirlas rojas con los bordes afilados que me arañan desde dentro y me desangran!»; así había tratado de describir a Leslie el estado de mi corazón (de acuerdo, suena tan patético como lo del tipo de la ronquera de mi sueño, pero algunas veces la verdad es tan… cursi…). Y Leslie me había dicho compasivamente: «Sé muy bien cómo te sientes. Cuando Max rompió conmigo, primero pensé que me iba a morir de pena. Y de un fallo orgánico múltiple además: arritmia, disnea, embolia cerebral, parálisis progresiva… Pero, en primer lugar, no dura para siempre; en segundo, la situación no era tan desesperada como te parece y, en tercero, tu corazón no es de cristal».

—No, es de piedra —la corregí sollozando—. Mi corazón es una piedra preciosa que Gideon ha roto en mil pedazos, como en la visión de la tía Maddy.

—Bueno, reconozco que no suena mal del todo, ¡pero no es verdad! En realidad los corazones están hechos de un material completamente distinto, puedes creerme. —Leslie se aclaró la garganta y añadió con tono solemne, como si me estuviera revelando el mayor de los secretos—: Se trata de un material mucho más maleable, irrompible, que puede moldearse de nuevo una y otra vez. Fabricando según una receta secreta.

Otro carraspeo para elevar la tensión. Instintivamente contuve el aliento.

—¡El mazapán! —anunció Leslie.

—¿El mazapán?

Por un instante dejé de sollozar y sonreí sorprendida.

—¡Sí, mazapán! —repitió Leslie muy seria—. Del bueno, del que tiene mucha almendra.

Estuve a punto de soltar una risita, pero entonces recordé que era la chica más desgraciada del mundo y dije, sorbiéndome la nariz:

—¡En ese caso, Gideon me ha mordisqueado un pedazo de corazón! Y de paso también ha mordisqueado todo el chocolate que lo envolvía. Tendrías que haber visto cómo me miraba cuando…

Antes de que pudiera volver a la carga, Leslie lanzó un sonoro suspiro.

—Gwenny, lamento tener que decírtelo, pero no vas a arreglar nada gimoteando. ¡Tienes que pasar la página!

—No lo hago expresamente —le aseguré—. Es algo que me sale de dentro sin que pueda evitarlo. Hace un minuto era la chica más feliz del mundo, y luego va y me dice que…

—Muy bien. Gideon se ha portado como un cerdo —me interrumpió Leslie rápidamente—. Aunque no consigo entender por qué. ¿Cómo es eso de que las chicas enamoradas son más fáciles de manejar? Yo diría que es justo lo contrario. Las chicas enamoradas son como bombas de relojería a punto de estallar. Nunca se puede saber qué es lo que harán. Creo que Gideon y su machista amigo el conde han cometido un error garrafal.

—Yo pensaba que realmente me quería. Que haya estado fingiendo todo el tiempo es algo tan…

¿Ruin? ¿Cruel? No encontraba ninguna palabra para describir mis sentimientos.

—¡Vamos Gwenny! En otras circunstancias podrías seguir hundiéndote en la autocompasión durante semanas y no te diría nada, pero en este momento sencillamente no puedes permitírtelo. Necesitas todas tus energías para otras cosas, como, por ejemplo, sobrevivir. —La voz de Leslie sonaba insólitamente severa—. ¡De modo que haz el favor de dominarte de una vez!

—Eso mismo me ha dicho también Xemerius antes de largarse y dejarme sola.

—¡Ese monstruito invisible tiene razón! Ahora tenemos que mantener la cabeza fría y recabar todos los hechos. Puaj, ¿qué es esto? Espera un momento, tengo que abrir la ventana, Bertie acaba de tirarse uno de esos pedos que te dejan K.O… ¡Perro malo! ¿Por dónde íbamos? Sí exacto, tenemos que descubrir qué escondió tu abuelo en vuestra casa. —La voz de Leslie subió ligeramente de tono—. Tengo que reconocer que Raphael ha sido de gran ayuda. Tal vez no sea tan bobo como parece.

—En tu opinión, querrás decir. —Gracias a Raphael, el hermano pequeño de Gideon, que desde hacía poco iba a nuestra escuela, habíamos descubierto que el enigma que mi abuelo me había dejado consistía en unas coordenadas geográficas que conducían directamente a nuestra casa—. La verdad es que me interesaría muchísimo saber hasta qué punto está informado de los secretos de los Vigilantes y los viajes en el tiempo de Gideon.

—Posiblemente sepa más de lo que podrá suponerse. En todo caso no se tragó la historia de que los juegos de misterios son el último grito en Londres. Pero fue bastante listo para no hacerme preguntas. —Leslie hizo una pausa y añadió—: Tiene unos ojos bastante bonitos.

—Es verdad.

Eran realmente bonitos, sí; lo cual me hizo recordar que Gideon tenía los mismos ojos que su hermana. Verdes y coronados por unas gruesas cejas oscuras.

—No es que esté especialmente impresionada, solo es una constatación.

«Me he enamorado de ti.» Gideon lo había dicho muy serio, mirándome directamente a los ojos. ¡Y yo le había devuelto la mirada y le había creído! Las lágrimas volvieron a correr por mis mejillas y apenas pude oír lo que Leslie decía.

—… espero que sea una carta larga o una especie de diario en el que tu abuelo te explique todo lo que los otros se callan y a ser posible más. Entonces no tendríamos que seguir avanzando a ciegas y por fin podríamos trazar un plan de verdad que…

Esos ojos tendrían que estar prohibidos, o, si no, deberían promulgar una ley que impidiera que los chicos con unos ojos tan bonitos pudieran andar por ahí sin gafas de sol, a no ser que tuvieran unas orejas de elefante o alguna cosa por el estilo…

—¿Gwenny? No estarías lloriqueando otra vez… —Ahora el tono de su voz de Leslie era igual que el de mistress Counter, nuestra profesora de geografía, cuando algún alumno le decía que se había olvidado los deberes en casa—. ¡Cariño, eso que haces no es bueno! ¡Tienes que dejar de dramatizar y de hurgar en la herida! ¡Tenemos que tener…!

—… la cabeza fría! Tienes razón.

Aunque me costó un gran esfuerzo, hice todo lo posible por expulsar de mi mente el recuerdo de los ojos de Gideon e insultar un poco más de confianza a mi voz. Sencillamente, se lo debía a Leslie. Al fin y al cabo, ella me había estado apoyando incondicionalmente durante estos días. Por eso, antes de que colgara, no pude menos que decirle lo contenta que estaba de tenerla como amiga. (Aunque al hacerlo de nuevo se me escaparon unas lágrimas, pero esta vez de emoción.)

—¡Y yo también! —me aseguró Leslie—. ¡Qué aburrida sería mi vida sin ti!

Cuando colgó, faltaba poco para la medianoche, y de hecho me había sentido un poco mejor durante unos minutos, pero en ese momento, a las tres y diez, me moría de ganas de volver a llamarla y soltarle otra vez el mismo rollo.

Yo no era una de esas personas con tendencia a lamentarse y a darles vueltas a los problemas, pero era la primera vez en mi vida que sufría penas de amor. Quiero decir, de las auténticas. De las que duelen de verdad. Y ante eso, todo lo demás pasaba a un segundo plano. Incluso mi supervivencia me parecía algo secundario. Para ser del todo sincera, la idea de morir no me parecía tan desagradable en ese instante. Al fin y al cabo, no sería la primera que moría de amor; en ese sentido estaba en buena compañía: la Sirenita, Julieta, Pocahontas, la Dama de las Camelias, Madame Butterfly, y ahora también yo, Gwendolyn Shepard. Lo bueno era que podía ahorrarme el número del puñal, porque con lo miserable que me sentía seguro que hacía tiempo que estaba infectada de tuberculosis, de modo que tendría una muerte mucho más estética. Pálida y hermosa como Blancanieves, yacería en mi cama con el cabello esparcido sobre la almohada. Y Gideon se arrodillaría a mi lado y lamentaría amargamente lo que había hecho cuando yo murmurara mis últimas palabras con un hilo de voz…

Pero antes de nada tenía que ir urgentemente al lavabo.

El té a la menta con mucho azúcar y limón era una especie de remedio universal contra todos los males en nuestra familia, y yo me había bebido una jarra entera. Porque, en cuanto había entrado por la puerta de vuelta del cuartel general de los Vigilantes mi madre se había dado cuenta enseguida de que no me encontraba bien —algo que en realidad tampoco tenía mucho mérito, porque, de tanto llorar, parecía un conejo albino— y yo estaba totalmente segura de que no se iba a creer la explicación (propuesta por Xemerius) de que había tenido que cortar cebollas durante el trayecto en la limusina.

—¿Te han hecho algo esos condenados Vigilantes? ¿Qué ha pasado? —preguntó, consiguiendo parecer al mismo tiempo preocupada y terriblemente furiosa—. Mataré a Falk si…

—Nadie me ha hecho nada, mamá —me apresuré a asegurarle—. Y no ha pasado nada.

—¡Como si fuera a creerse algo así! ¿Por qué no le has explicado lo de las cebollas? Nunca haces caso de lo que te digo —exclamó Xemerius pateando el suelo con las zarpas.

Xemerius era un pequeño daimon gárgola de piedra con unas grandes orejas, alas de murciélago, larga cola escamosa de dragón y dos cuernecitos sobre una cabeza de aspecto gatuno. Por desgracia, esta encantadora criatura no era ni la mitad de tierna de lo que podía imaginarse por su aspecto y, por desgracia, nadie excepto yo podía oír sus comentarios desvergonzados y darle la correspondiente réplica.

Por otro lado, el que yo pudiera ver daimones gárgola y otros espíritus y que pudiera hablar con ellos desde mi más tierna infancia era solo una de las extrañas cualidades con las que me había tocado vivir. La otra, aún más rara y desconocida por mí misma hasta hacía solo dos semanas, era que yo pertenecía a un círculo —¡secreto!— de doce viajeros del tiempo y debía saltar diariamente durante unas horas a algún lugar del pasado. En realidad, se suponía que la afectada por la maldición, quiero decir, por el donde de viajar en el tiempo, debía ser mi prima Charlotte, que de hecho era la más apropiada para el cometido; pero al final me tocó a mí cargar con el muerto, algo que debería haber sabido desde el principio, acostumbrada como estaba a que siempre me tocara la china. En Navidades, cuando hacíamos el amigo invisible, era yo la que sacaba el papelito con el nombre de la profesora (¿qué demonios se supone que puedes regalarle a una profesora?); cuando tenía entradas para un concierto, caía enferma (o a veces también durante las vacaciones), y cuando quería estar especialmente guapa, me salía un grano en la frente tan grande como un tercer ojo. Ya sé que de entrada no parece que los viajes en el tiempo se pueden comparar con un grano y que se tiende a considerar que son algo divertido y envidiable, pero lo cierto es que no lo son en absoluto. Más bien pueden describirse como fastidiosos, estresantes y peligrosos. Y, por último, no hay que olvidar que si no hubiera heredado ese estúpido don, nunca habría conocido a Gideon, lo que significaría que mi corazón —fuera de mazapán o no— todavía estaría incólume. De hecho, Gideon era uno de los doce viajeros del tiempo que quedaban vivos, porque a los otros solo se les podía encontrar en el pasado.

—Has estado llorando —constató mi madre con voz neutra.

—¡¿Vez?! —gritó Xemerius—. Ahora intentará tirarte de la lengua y no te perderá de vista ni un segundo, y para nosotros se habrá acabado lo de buscar tesoros esta noche.

Le respondí con una mueca para darle a entender que esa noche no estaba de humor para buscar tesoros (es lo que hay que hacer con los amigos invisibles si no quieres que te tomen por loca por hablar sola).

—Dile que querías probar si funcionaba tu spray de pimienta y que te has rociado los ojos sin querer —gruñó entonces el aire.

Pero estaba demasiado agotada para mentir, de modo que miré a mi madre con los ojos llorosos y lo intenté con la verdad, dejando espacio para que llenara los huecos.

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