Ender el xenocida (15 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ender el xenocida
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¿Por qué habían decidido hacerlo? Probablemente por el mismo propósito que la barrera disruptora de los xenobiólogos: para aislar una peligrosa infección a fin de que no se extendiera a la población más amplia. El Congreso estaba probablemente preocupado por contener la plaga de la revuelta planetaria. Pero cuando la flota llegara aquí, con o sin órdenes, podrían usar el Pequeño Doctor como solución definitiva al problema de la descolada: si no había ningún planeta Lusitania, no habría ningún virus mutable medio inteligente que tuviera la oportunidad de aniquilar a la humanidad y todas sus obras.

No había mucha distancia entre los campos experimentales y la nueva estación de xenobiología. El sendero rodeaba una colina baja, sorteaba el borde del bosque que era padre, madre y cementerio viviente para esta tribu de pequeninos, y luego llegaba hasta la puerta norte de la verja que rodeaba la colonia humana.

La verja resultaba dolorosa para Ender. Ya no había motivos para que existiera, ahora que la política de contacto mínimo entre humanos y pequeninos había sido rota, y ambas especies atravesaban libremente la puerta. Cuando Ender llegó a Lusitania, la verja estaba cargada con un campo que provocaba un dolor insoportable a quien la cruzara. Durante la lucha por ganar el derecho a comunicarse libremente con los pequeninos, el mayor de los hijos adoptivos de Ender, Miro, había quedado atrapado en el campo durante varios minutos, lo que le causó una lesión cerebral irreversible. Sin embargo, la experiencia de Miro era sólo la expresión más dolorosa e inmediata de lo que la verja hacía a las almas de los humanos rodeados por ella. La psicobarrera fue desconectada hacía treinta años. Durante todo este tiempo, no había existido ningún motivo para que se irguiera ninguna barrera entre humanos y pequeninos; sin embargo la verja permanecía. Los colonos humanos de Lusitania lo querían así. Deseaban que la frontera entre humanos y pequeninos siguiera siendo inexpugnable.

Por eso el laboratorio xenobiológico había sido trasladado desde su antiguo emplazamiento junto al río. Si los pequeninos iban a tomar parte en la investigación, el laboratorio tenía que estar cerca de la verja, y todos los campos experimentales ante ella, para que humanos y pequeninos no tuvieran la oportunidad de enfrentarse casualmente.

Cuando Miro se marchó para reunirse con Valentine, Ender pensó que a la vuelta se sorprendería por los grandes cambios que se producirían en el mundo de Lusitania. Pensaba que Miro vería a humanos y pequeninos trabajando codo con codo, dos especies conviviendo en armonía. En cambio, Miro encontraría la colonia casi igual. Con raras excepciones, los seres humanos de Lusitania no ansiaban la intimidad con otra especie.

Fue buena cosa que Ender ayudara a la reina colmena a restaurar la especie de los insectores tan lejos de Milagro. Ender pretendía ayudar a que insectores y humanos llegaran a conocerse gradualmente. En cambio, Novinha y él y su familia se habían visto obligados a mantener en secreto la existencia de los insectores en Lusitania. Si los colonos humanos no podían tratar con los pequeninos, que parecían mamíferos, no cabía duda de que la existencia de los insectores, con su aspecto de insectos, provocaría una violenta xenofobia casi de inmediato.

«Guardo demasiados secretos —pensó Ender—. Durante todos estos años he sido portavoz de los muertos, descubriendo secretos y ayudando a la gente a vivir a la luz de la verdad. Ahora ya no ansío decirle a nadie la mitad de lo que sé, porque si revelara toda la verdad habría miedo, odio, brutalidad, asesinato, guerra.»

No lejos de la verja, pero fuera de ella, se alzaban los padres-árbol, uno llamado Raíz, el otro Humano, plantados de forma que desde la verja parecía que Raíz estaba a la izquierda, y Humano a la derecha. Humano era el pequenino a quien Ender tuvo que matar ritualmente con sus propias manos, según lo requerido para sellar el tratado entre humanos y pequeninos. Entonces Humano renació en celulosa y clorofila, convertido finalmente en un macho adulto maduro, capaz de engendrar hijos.

En este momento Humano aún tenía un enorme prestigio, no sólo entre los cerdis de su tribu, sino también en muchas otras tribus. Ender sabía que estaba vivo: sin embargo, al ver el árbol, le resultaba imposible olvidar cómo había muerto Humano.

Ender no tenía ningún problema para tratar a Humano como a una persona, pues había hablado con este padre-árbol muchas veces. Lo difícil era considerar a este árbol la misma persona a la que había conocido como el pequenino llamado Humano. Ender comprendía intelectualmente que la identidad de una persona estaba compuesta de voluntad y memoria, y que voluntad y memoria habían pasado intactas del pequenino al padre-árbol. Pero la comprensión intelectual no siempre trae consigo una creencia visceral. Humano era muy extraño ahora.

Sin embargo, seguía siendo Humano, y seguía siendo amigo de Ender. El Portavoz tocó la corteza del árbol al pasar. Luego, desviándose unos pocos pasos, se acercó al otro padre-árbol llamado Raíz, y acarició también su corteza. Nunca había llegado a conocer a Raíz como pequenino: Raíz había muerto por otras manos, y este árbol era ya alto y grande antes de que Ender llegara a Lusitania. No había ningún sentido de pérdida que lo preocupara cuando hablaba con Raíz.

En la base de Raíz, entre las raíces, había muchos palos. Algunos habían sido traídos aquí; otros estaban hechos de las propias ramas de Raíz. Eran palos para hablar. Los pequeninos los usaban para marcar un ritmo en el tronco de un padre-árbol, y éste formaba y reformaba las zonas huecas de su interior para cambiar el sonido, para producir una lenta especie de habla. Ender sabía llevar el ritmo con suficiente destreza para entender palabras de los árboles.

Sin embargo, hoy no quería conversar. Que Plantador dijera a los padres-árbol que otro experimento había fracasado. Ender hablaría más tarde con Raíz y Humano. Hablaría con la reina colmena. Hablaría con Jane. Hablaría con todo el mundo. Después de toda la charla, no estaría más cerca de la resolución de ninguno de los problemas que amenazaban el futuro de Lusitania. Porque la solución de sus problemas no dependía de la conversación. Dependía del conocimiento y la acción: conocimiento que sólo otras personas podían adquirir, acciones que sólo otras personas podían ejecutar. Ender se encontraba impotente para resolver los problemas.

Todo lo que podía hacer, todo lo que había hecho desde su batalla final como niño guerrero, era escuchar y hablar. En otros momentos, en otros lugares, eso había bastado. Ahora no. Muchas clases diferentes de destrucción gravitaban sobre Lusitania, algunas de ellas puestas en movimiento por el propio Ender, y ninguna de ellas podía ser resuelta por ninguna actuación, palabra ni pensamiento de Andrew Wiggin. Como todos los otros ciudadanos de Lusitania, su futuro estaba en manos de otra gente. La diferencia entre ellos y él era que Ender conocía todo el peligro, todas las posibles consecuencias de cada fallo o error. ¿Quién estaba más maldito: el que moría sin saberlo hasta el mismo momento de su muerte, o el que contemplaba su destrucción mientras se acercaba, paso a paso, durante días, semanas y años?

Ender dejó a los padres-árbol y recorrió el resto del bien cuidado sendero hacia la colonia humana. Atravesó la verja, la puerta del laboratorio xenobiológico. El pequenino que era el mejor ayudante de Ela (se llamaba Sordo, aunque decididamente no era duro de oído) lo condujo de inmediato a la oficina de Novinha, donde Ela, Novinha, Quara y Grego estaban ya esperando. Ender alzó la bolsa que contenía el fragmento de la planta de patata.

Ender sacudió la cabeza. Novinha suspiró. Sin embargo, no parecían ni la mitad de decepcionadas de lo que Ender esperaba. Claramente tenían algo más en la cabeza.

—Supongo que era de esperar —dijo Novinha.

—Sin embargo, teníamos que intentarlo —comentó Ela.

—¿Por qué teníamos que intentarlo? —demandó Grego. El hijo menor de Novinha (y por tanto también hijo adoptivo de Ender) tenía treinta y tantos años ahora, y era un científico brillante por derecho propio; pero parecía disfrutar de su papel de abogado del diablo en todas las discusiones familiares, trataran de xenobiología o del color con el que había que pintar las paredes—. Al introducir estos nuevos cultivos sólo conseguimos enseñar a la descolada a burlar todas las estrategias de que disponemos para matarla. Si no la aniquilamos ahora, nos aniquilará a nosotros. En cuanto la descolada desaparezca, podremos cultivar patatas normales y corrientes sin todas estas tonterías.

—¡No podemos! —gritó Quara. Su vehemencia sorprendió a Ender. Quara no solía hablar ni siquiera en las mejores ocasiones: el que ahora lo hiciera con tanta convicción no era frecuente en ella—. Te digo que la descolada está viva.

—Y yo te digo que un virus es un virus —sentenció Grego.

A Ender le molestaba que Grego abogara por el exterminio de la descolada: no era propio de él pedir algo que destruiría a los pequeninos. Grego había crecido prácticamente entre los varones pequeninos, los conocía y hablaba su lenguaje mejor que nadie.

—Chicos, callaos y dejadme explicar esto a Andrew —exigió Novinha—. Ela y yo estábamos discutiendo lo que podíamos hacer si las patatas fracasaban, y me dijo…, no, explícalo tú, Ela.

—Es una idea bastante sencilla. En vez de intentar cultivar patatas que inhiban el crecimiento del virus de la descolada, tenemos que ir a por el virus mismo.

—Eso es —asintió Grego.

—Cierra el pico —ordenó Quara.

—Sé amable con todos nosotros, Grego, y haz lo que tu hermana te ha pedido tan educadamente —dijo Novinha.

Ela suspiró y continuó:

—No podemos matarlo porque eso eliminaría toda la vida nativa de Lusitania. Así que propongo intentar el desarrollo de un nuevo cultivo de descolada que siga actuando como el virus que tenemos en los ciclos reproductivos de todas las formas de vida lusitanas, pero sin la habilidad para adaptarse a nuevas especies.

—¿Puedes eliminar esa parte del virus? —preguntó Ender—. ¿Puedes encontrarlo?

—No es probable. Pero creo que puedo encontrar todas las partes del virus que están activas en los cerdis y en todas las parejas planta-animal, mantenerlas, y descartar todo lo demás. Entonces añadiríamos una rudimentaria habilidad reproductora y estableceríamos algunos receptores para que responda adecuadamente a los cambios apropiados en el cuerpo anfitrión, lo meteríamos todo en un órgano nuevo, y lo tendríamos: un sustituto de la descolada de forma que los pequeninos y todas las especies nativas estén a salvo y nosotros podamos vivir sin preocuparnos.

—¿Entonces rociarías todo el virus original de la descolada para aniquilarlo? —preguntó Ender—. ¿Y si ya hay un cultivo resistente?

—No, no lo rociaremos, porque eso acabaría con los virus que ya se han incorporado a los cuerpos de todas las criaturas lusitanas. Esto es lo difícil…

—Como si el resto fuera fácil —masculló Novinha—, crear un organismo nuevo de la nada…

—No podemos inyectar esos organelos en unos cuantos cerdis o en todos, porque también tendríamos que inyectarlos en todas las formas de vida animal nativa, árboles y hierbas.

—No puede hacerse —dijo Ender.

—Entonces tenemos que desarrollar un mecanismo que desarrolle los organelos universalmente, y que al mismo tiempo destruya los viejos virus de la descolada de una vez por todas.

—Xenocidio —intervino Quara.

—Ésa es la cuestión —dijo Ela—. Quara sostiene que la descolada es consciente.

Ender miró a la más joven de sus hijas adoptivas.

—¿Una molécula consciente?

—Tienen un lenguaje, Andrew.

—¿Cuándo sucedió eso? —preguntó Ender.

Estaba intentando imaginar cómo una molécula genética (incluso una tan larga y compleja como el virus de la descolada) podía ser capaz de hablar.

—Hace tiempo que lo sospecho. No quería decir nada hasta que estuviera segura, pero…

—Lo que significa que no está segura —atacó Grego, triunfal.

—Pero ahora estoy casi segura, y no podéis destruir a una especie entera hasta que lo sepamos.

—¿Cómo hablan? —preguntó Ender.

—No igual que nosotros, desde luego —contestó Quara—. Se transmiten información a nivel molecular. Lo advertí por primera vez cuando trabajaba en la cuestión de cómo los nuevos cultivos resistentes de la descolada se extienden tan rápidamente y sustituyen a todos los antiguos virus en tan poco tiempo. No pude resolver ese problema porque formulaba la pregunta equivocada. No sustituyen a los antiguos. Simplemente les transmiten mensajes.

—Lanzan dardos —dijo Grego.

—Ésas fueron palabras mías —interrumpió Quara—. No comprendí que era un lenguaje.

—Porque no lo era —sentenció Grego.

—Eso fue hace cinco años —terció Ender—. Dijiste que los dardos que envían llevan los genes necesarios y luego todos los virus que reciben los dardos revisan su propia estructura para incluir el nuevo gen. Eso difícilmente puede considerarse un lenguaje.

—Pero no es la única vez que envían dardos —objetó Quara—. Esas moléculas mensajeras entran y salen constantemente, y la mayoría de las veces no están ni siquiera incluidas en el cuerpo. Varias partes de la descolada las leen y luego las transmiten a otra.

—¿Esto es lenguaje? —preguntó Grego.

—Todavía-no —admitió Quara—. Pero a veces, después de que un virus lee uno de esos dardos, crea un dardo nuevo y lo envía. Esto es lo que apunta hacia un lenguaje: la parte delantera del nuevo dardo siempre comienza con una secuencia molecular similar a la parte trasera del dardo que está respondiendo. Mantiene el hilo de la conversación.

—Conversación —desdeñó Grego.

—Cállate o muérete —espetó Ela.

Incluso después de tantos años, advirtió Ender, la voz de Ela tenía aún el poder de cortar las impertinencias de Grego, al menos a veces.

—He seguido algunas de esas conversaciones durante unas cien declaraciones y respuestas. La mayoría mueren mucho antes. Unas cuantas se incorporan en el cuerpo principal del virus. Pero esto es lo más interesante: es completamente voluntario. A veces un virus coge el dardo y lo conserva, mientras que la mayoría de los demás no lo hacen. A veces la mayoría de los virus conservan un dardo concreto. Pero la zona donde incorporan los dardos mensajeros es exactamente la zona que ha sido más difícil de estudiar. Eso se debe a que no forma parte de su estructura, es su memoria, y los individuos son todos diferentes unos de otros. También tienden a soltar unos cuantos fragmentos de memoria cuando han aceptado demasiados dardos.

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