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Authors: Mandelrot

El viajero (7 page)

BOOK: El viajero
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—¿Hacia allá? No, viajero, ese camino solo te llevará hacia la maldición y la muerte. Es mejor ir al sur, ¡Ludiuja es una gran ciudad! ¡En ella encontrarás lo que buscas!

—¿Qué hay por allí? —Kyro no desvió la vista.

—Ese es un mal sitio, viajero. No vayas. Damdal es una ciudad maldita y muerta, todos allí están malditos y muertos. Y más allá duermen los fantasmas gusanos, en el Paso de la Sombra entre las montañas que desde hace muchas estaciones ya nadie se atreve a cruzar. ¡Vosotros, decídselo!

—Baku, te doy las gracias: te debo la vida —miró al anciano un momento, y de nuevo hacia la puesta de sol con gesto pensativo—. Ahora creo que... debo seguir mi camino.

—No te convenceré, ya lo veo, así que pronto morirás. ¡Espero que el próximo viajero sea más listo que tú!

Kyro se volvió hacia él.

—Soy el último. Mi mundo ha sido destruido, no vendrá nadie más.

Baku se sorprendió y reaccionó muy alterado.

—¿Tú también? Igual que todos ellos, ¿me vas a decir que me vaya de aquí y abandone mi deber? ¡Soy el guardián de la esfera! —gritó golpeándose el pecho, indignado—. ¡Como mi padre antes que yo, y mi hijo cuando venga a pedirme perdón! ¡Debí haberlo sabido! Me arrepiento de haberte salvado la vida, ¡eres un idiota descreído como los demás! ¡Vete a donde quieras, haz que te maten, y déjame cumplir con mi destino en paz!

Se volvió, furioso, y rápidamente entró a la cueva de nuevo.

—¡Maldito seas!

El viajero se quedó mirando la grieta por la que acababa de desaparecer el viejo Baku. Pensó unos instantes, luego miró hacia el horizonte, y poco después comenzó a caminar siguiendo el camino de los soles.

Desde lejos Damdal se veía como una población bastante grande, pero al llegar el viajero se dio cuenta de que la mayoría de las casas estaban abandonadas o destruidas: puertas rotas, escombros, se veían algunas personas dispersas por allí pero el lugar parecía casi deshabitado.

Al poco de llegar Kyro pasó por delante de una construcción algo más grande que las demás, con los restos de un cartel en el que se leía “GARAJE” sobre la puerta. El chico no conocía esa palabra, y cuando se asomó por lo que en otro tiempo debió ser la entrada principal solo vio lo que parecían restos de grandes cajas metálicas con la parte central hueca, ya muy oxidadas y medio descompuestas, alineadas cuidadosamente en varias filas una tras otra; mientras avanzaba por entre las calles encontró aquí y allá más de aquellos restos de cajas que en otro tiempo debían haber sido algo muy común por allí, al tiempo que se iba cruzando con otros edificios con nombres desconocidos para él. Aquello era completamente distinto del mundo que el viajero había conocido hasta ahora.

Kyro se acercó a un hombre, de piel muy oscura como todos los demás, que cargaba unos sacos en un carro. Rodeó cautelosamente al animal que tiraba de él: parecía un reptil sin cola y era algo más grande que un humano, nunca había visto nada igual.

El hombre le indicó cómo llegar al lugar que buscaba; Kyro continuó su camino siendo observado sin disimulo por quienes se encontraban por allí. Poco más tarde llegó a su destino, una casa pequeña y de aspecto descuidado, y llamó a la puerta: le abrió una mujer de aspecto curtido y enjuto, que le miró de manera interrogante.

—¿Quién eres?

—Busco a Balod. ¿Vive aquí?

Ella le escudriñó con la mirada un momento.

—Voy a llamarle. Espera —dijo, y cerró la puerta.

Instantes después se volvió a abrir y apareció un hombre de apariencia tan pobre y triste como su casa.

—¿Quién eres? —dijo también.

—Soy... Vengo de la esfera —contestó Kyro—. Debo hablarte.

Balod abrió completamente los ojos y la boca por la sorpresa, petrificado.

—Tú eres... —no dijo nada más.

—Sí. He estado con tu padre. ¿Puedo entrar?

Balod se apartó rápidamente, abriendo la puerta para dejar pasar al viajero.

—Sí, sí, claro... Pasa, por favor. Yo... ¡Toola! —llamó.

El viajero entró mirando a su alrededor; la estancia era muy sencilla, solo una mesa con un par de asientos en el centro y lo que parecían herramientas apoyadas ordenadamente en algunos salientes que había en una de las paredes.

La mujer apareció por una de las puertas y de nuevo se quedó mirando a Kyro con curiosidad.

—Esta es Toola, mi mujer —Balod parecía nervioso—. Toola, trae agua a nuestro invitado —le pidió—. Es... Es el hombre que mi padre dijo que vendría.

Ella no dijo nada, pero puso gesto de sorpresa y también se quedó inmóvil unos momentos antes de desaparecer. Balod siguió hablando.

—Siéntate, por favor. No tenemos mucho que ofrecerte, pero al menos compartirás nuestros alimentos.

—Te lo agradezco mucho, Balod. Solo necesito algo de beber, ha sido un largo camino y este es un lugar muy seco.

—Tenemos un grave problema con el agua y se ha convertido en un líquido muy valioso —Balod se sentó con él—. Pero dime, ¿realmente eres tú? Quiero decir, ¿es posible que de verdad vengas de...

Kyro levantó la palma de la mano.

—Esta es la marca del viajero, que tu familia conoce bien —dijo.

Balod bajó la mirada, negando levemente con la cabeza mientras se mesaba los cabellos.

Mientras tanto Toola trajo una jarra con un vaso, lo llenó y el chico bebió dándole las gracias mientras ella se sentaba también.

—Mi padre tenía razón: le he deshonrado. No he estado a la altura del destino de mi familia. Todo este tiempo pensando que estaba... —no continuó.

—Baku me salvó la vida y por eso estoy aquí. Ahora él te necesita y solo tú puedes ayudarle.

—¿Le ha pasado algo? —Balod pareció muy preocupado.

—No, no es eso. Pero... he pensado que debías saberlo. Yo soy el último viajero y se lo he dicho, pero él no ha querido creerme. Dice que esperará al siguiente y que tú deberías hacer lo mismo. Si no haces nada morirá solo en el desierto.

Toola intervino.

—Tu padre jamás saldrá de su cueva —dijo.

—Es cierto —contestó Balod, y miró a Kyro—; y mucho menos después de que tú hayas aparecido.

—Lamento no poder ayudaros —repuso este, pensativo—, no conozco la solución a este problema. Solo creí que debía decírtelo, era lo menos que podía hacer.

—Y yo te lo agradezco, viajero —Balod pareció animarse un poco mientras llenaba de nuevo el vaso de agua—. Pero bebe, por favor; has caminado mucho para darnos estas noticias, y te prepararemos el mejor sitio de la casa para que puedas descansar.

Kyro dormía disfrutando de la cómoda cama por primera vez desde hacía días. La habitación era muy sencilla y austera igual que el resto de la casa, pero le había parecido muy acogedora comparado con dormir a la intemperie. Las ventanas estaban tapadas por gruesos paneles de madera, lo que probablemente serviría para protegerse de las frías noches del desierto. No la necesitaba, pero le habían dejado una especie de minúscula lámpara encendida junto a la puerta: parecía una piedra muy pequeña ardiendo en un vasito con agujeros que dejaban colarse la luz, no molestaba y al acostumbrarse permitía ver algo en la oscuridad.

El chico descansaba profundamente cuando un ruido proveniente del exterior le hizo despertar.

Abrió los ojos completamente alerta y aguzó el oído: lo había percibido claramente, un sonido agudo y largo que no conocía. Esperó unos instantes: allí estaba otra vez, algo más intenso. Un momento después sintió un leve, muy ligero temblor proveniente del suelo; como si no lejos algo hubiera sido arrancado violentamente de la tierra.

Se levantó y llegó hasta las contraventanas: las abrió, pero se encontró con la sorpresa de que bajo la madera la ventana estaba tapiada. Extrañado fue hasta la puerta, cogió la pequeña lámpara y salió al pasillo.

Al final del corredor las ventanas también estaban cerradas con madera, pero por entre las rendijas de estas se podía ver que había luz detrás. Había algo en el exterior de la casa que debía brillar con enorme intensidad, y que además desde donde Kyro estaba daba la impresión de estarse moviendo con aquel sonido agudo desconocido para él.

Dejó la lamparita en el suelo y avanzó unos pasos cautelosamente. De repente se detuvo y miró atrás.

—No te acerques a la ventana, por favor —Balod hablaba con cierta alarma en su voz. Sostenía en la mano otra lamparita como la que le habían dado a su invitado—.

—Balod, ¿qué pasa?

—Vienen a veces, pero si no te ven no son peligrosos. No debes asomarte, nos pondrías en riesgo a todos.

—¿Qué es lo que está ahora ahí fuera?

Balod tomó aire; pareció como si no lo hubiera hecho desde hacía un buen rato.

—Son los fantasmas. Déjalos y vuelve a dormir, confía en mí; vienen algunos de vez en cuando, pero no llames su atención y se irán pronto. Si todos nos quedamos en nuestras habitaciones no pasará nada. Por favor, viajero.

Finalmente Kyro hizo lo que le pedían. Volvió al dormitorio, cerró la puerta y dejó la luz en su sitio, tras unos instantes se metió en la cama y efectivamente poco después dejó de oír ningún otro ruido. Sin embargo no pudo conciliar el sueño de nuevo.

Aunque Damdal parecía por partes una ciudad en ruinas Kyro se cruzaba con algunas personas aquí y allá. Le miraban con curiosidad, aunque todos parecían pacíficos; sin embargo se notaba en sus ojos que algo no iba bien. Aquella gente vivía con miedo.

Le sorprendió encontrar por todas partes signos de que en otra época allí había habido agua en abundancia: fuentes ahora secas, espacios con restos de árboles muertos y marcas de raíces que parecían antiguos jardines... Se detuvo ante una de las edificaciones abandonadas, que tenía grabado en la piedra sobre la puerta el signo de Varomm exactamente igual al que había en la entrada a la Ciudad Sagrada que él había conocido. Aquello había sido un templo, aunque ahora no eran más que ruinas.

Finalmente poco después llegó al lugar que buscaba: una construcción bastante grande que destacaba sobre el resto por su forma redondeada y su aspecto cuidado entre tantos escombros.

El viajero miró a su alrededor y entró.

Nada más acceder al interior se sorprendió al encontrarse una habitación enorme que parecía abarcar toda la construcción. En el centro había algo que Kyro no supo identificar: parecía hecho de metal, como un gran artefacto hecho de muchas cajas enormes unidas por tubos aún más grandes, y daba la impresión de estar clavado al suelo; lo más sorprendente era la perfección con la que parecía hecho, como si no hubieran sido manos humanas las que hubiesen forjado el material. Se notaba que el lugar llevaba mucho tiempo sin ser usado, pero parecía en buenas condiciones seguramente por el trabajo de las varias personas que había allí limpiando y cuidándolo todo.

—Saludos, Kyro —Balod, le hizo un gesto desde donde estaba—. Me alegro de verte. ¿Has descansado bien?

—Muy bien, te lo agradezco —contestó Kyro sin dejar de mirar alrededor.

—Estás sorprendido, por lo que veo. Nos encontramos en lo que nosotros llamamos “La casa del agua”; yo soy uno de los encargados del mantenimiento de las viejas máquinas. Ya hace mucho que Los Antiguos se llevaron su magia y sus secretos, pero siempre nos queda la esperanza de que un día vuelvan a la vida.

Kyro no sabía lo que era una máquina, pero imaginó que tenía que ver con esa gran cosa hecha de cajas y tubos en el centro del edificio.

—Este lugar parece el resto de tiempos mejores —dijo el viajero.

Balod ensombreció el rostro.

—Damdal fue hace mucho una ciudad pequeña pero próspera. Se cuenta que en la época de los antiguos, cuando fue construida, había un gran camino que cruzaba el desierto y atravesaba un paso entre montañas que hay no muy lejos de aquí; las gentes que lo recorrían se detenían en nuestra población. Pero... de eso hace ya mucho, ahora esto es lo único que queda.

—Ese del que hablas ¿es el Paso de la Sombra?

La pregunta dejó al hombre absolutamente estupefacto. Miró con los ojos completamente abiertos al viajero.

—¿Lo conoces?

—Debo ir en esa dirección.

—Pero... No, no puedes... —Balod apenas articulaba las palabras—. No, escucha, ese lugar es la muerte. Incluso para ti. No comprendes...

—¿Qué hay allí que sea tan peligroso?

Les interrumpió la voz de alguien que se acercaba.

—Escucha al buen Balod, chico. Ese lugar está maldito.

El hombre que se dirigía a ellos era algo más alto y corpulento que el resto de los que el viajero había visto en aquel lugar, casi tanto como el propio Kyro, aunque por lo demás tenía la piel tan oscura como todos los habitantes de la ciudad y no parecía distinto. Al llegar hasta donde estaban se detuvo y siguió hablando.

—Balod, ¿quién es tu amigo?

—Kyro, este es Bórgaro: nuestro alcalde. Kyro es un... amigo de mi familia. Está de paso.

—Bienvenido a nuestra tierra, Kyro. Si no he oído mal te diriges al otro lado de las montañas.

—Así es.

—Pero no por el Paso de la Sombra; eres muy joven para morir.

Balod parecía tremendamente preocupado.

—Puedes rodear las montañas llegando hasta las tierras de Yaubdir; el viaje es muy largo pero no hay otro camino seguro. Créeme, el Paso de la Sombra es mejor olvidarlo.

—Entiendo que debe haber algo peligroso allí. ¿Qué es? —preguntó Kyro.

Los dos hombres se miraron. Habló Bórgaro, dirigiéndose a Balod.

—Tal vez le interese a tu invitado conocer algo de nuestra historia.

Carraspeó levemente como preparando un discurso, y continuó hablando al viajero.

—En las montañas del final del desierto hay agua en abundancia. Dicen que no es difícil encontrar ríos y lagos, algunos provienen del deshielo de las cumbres y otros desde el interior de la misma tierra. Sus habitantes se parecen a los hombres aunque no son del todo humanos; pero son pacíficos, los antiguos colonos que crearon Damdal comerciaron con ellos y nuestras relaciones siempre fueron buenas.

—¿Por qué los colonos fundaron una ciudad en medio del desierto, tan lejos del agua? —interrumpió Kyro.

—En esos parajes hay también seres muy peligrosos —contestó Balod.

—Así es —continuó Bórgaro—. Son los fantasmas, según parece son parecidos a gusanos pero más grandes que un hombre y flotan en el aire como si nadaran en él.

—Se puede ver a través de ellos y son luminosos, como si estuvieran encendidos por la magia; ni las lanzas ni las espadas les hacen daño y pueden tragarse a una persona de un solo bocado —

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