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Authors: Mandelrot

El viajero (63 page)

BOOK: El viajero
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—FUSIÓN INM... ZZKRRZZ... ¡KYRO, CORRE! ¡ALÉJATE DE AQUÍ!

Consiguió soltarse y, a pesar del dolor que le había dejado la presa sobre su pie, echó a correr una vez más a toda velocidad sin mirar atrás. Corrió y corrió, todo lo que podía; los pulmones le quemaban, el esfuerzo era tal que ya casi podía notar sus músculos romperse, cuando de repente una brutal, enorme, gigantesca explosión hizo temblar la tierra y el viajero sintió como si le golpearan en la parte trasera de su cuerpo con mil trozos de hierro al rojo vivo: notó que era levantado violentamente del suelo y lo último que supo antes de perder la consciencia es que salía volando por los aires.

Estaba sentado al borde del inmenso cráter que ahora había donde antes estuvo la casa de un dios. Las heridas y quemaduras de su cuerpo estaban casi curadas y aquella mañana, como le gustaba hacer, Kyro disfrutaba del calor de los primeros rayos solares contemplando el paisaje que tenía ante sí. Respiró hondo y cerró los ojos.

Pero instantes después frunció levemente el ceño; algo era distinto. Era su imaginación, o por un momento había visto...

Abrió los párpados de nuevo mirando hacia el lugar donde le había parecido ver un punto moviéndose en el cielo: ahora no había nada, pero no creía que su mente le engañara. No había visto pájaros hasta entonces en aquel mundo, y en cualquier caso debía ser algo mucho más grande para ser visible desde tan lejos; cuando más lo pensaba más seguro estaba, allí había habido algo.

Se puso en pie mirando con extrañeza en todas direcciones a lo lejos, hasta que lo encontró.

Ahora apenas se movía pero se iba haciendo más grande, lo que hizo pensar a Kyro que había cambiado de rumbo para dirigirse directamente hacia donde él estaba.

Era una figura completamente negra, con una forma que hacía pensar en una esfera que hubiera sido algo estirada. Se acercó hasta el cráter como observándolo todo mientras lo sobrevolaba; entonces bajó hasta situarse no lejos de donde estaba Kyro y, tras detenerse unos momentos, se aproximó lentamente. Cuando estaba ya muy cerca hizo un suave giro colocándose de lado, se abrió una puerta frente al viajero y una pasarela se extendió hasta llegar hasta él. Instantes más tarde vio asomarse a alguien: un joven de aspecto fuerte, vestido con ropas holgadas.

Le miró brevemente y anduvo unos pasos por la pasarela.

—¿Eres Kyro?

La pregunta le cogió de sorpresa.

—Sí, soy yo —respondió sin estar seguro de lo que ocurría.

—Te he traído un regalo —sonrió el joven.

Llegó hasta el viajero, se quedaron frente a frente. No recordaba haberle visto nunca, aunque le dio la impresión de que su cara se parecía vagamente a alguien que había conocido.

Extendió la mano: era la piedra mágica.

—Recuerdas esto, ¿verdad?

—Sí —Kyro seguía sin comprender mientras el desconocido se la entregaba.

—Sostenlo un momento pegado a la nuca y podrás recuperar la memoria.

El viajero estaba perplejo pero no dudó más que un instante en hacerlo: sostuvo la piedra con sus dedos bajo su cráneo, como ya había hecho antes.

—Ahora pon tu mano aquí –el extraño sacó una pequeña plaquita de metal gris de entre sus ropas.

Colocó la palma de su mano en la placa, que instantáneamente se volvió de un naranja brillante.

Sintió un pinchazo en la nuca y todo se volvió blanco.

El soldado parpadeó y sacudió un instante la cabeza. Frunció el ceño como si buscara en su mente: de repente todo estaba ahí, su vida entera había regresado. Necesitó unos momentos más mientras el torrente de recuerdos se alineaba con los nuevos que tenía desde que había perdido la memoria hasta ahora.

Miró a la nave de La Tierra y luego al chico que había salido de ella, que a su vez le miraba con algo de nerviosismo.

—¿Quién eres?

—No conocí a mi madre, murió cuando yo nací —fue la respuesta del chico—. Pero mi tío Daniel me dijo que ella dejó esto para cuando nos encontráramos.

Le dio uno de esos objetos pequeños y alargados que usaban todos en aquel mundo.

—Haz un movimiento seco de muñeca hacia afuera para activarlo.

El viajero así lo hizo. Apareció flotando en el aire un pequeño recuadro con algunas palabras en él.

Perdóname por no decírtelo; no quería que tuvieras que viajar con equipaje. Nunca pude olvidarte, cavernícola.

Kyro endureció la expresión y bajó la vista por un momento; tras esto miró al chico, al que le brillaban los ojos.

—He esperado mucho este momento, padre —le dijo con una tímida sonrisa.

—¿Cómo te llamas?

—Kao.

—Kao —repitió el viajero—. Me gusta.

Sonrió, y su hijo estiró su sonrisa.

—Todos los que conocía han ido muriendo —dijo el chico con cierta tristeza— y no me queda nadie. Me he sentido muy solo hasta ahora.

—Sí, lo comprendo —asintió Kyro—. Yo también.

El viajero miró hacia la nave.

—Debemos irnos. Hay muchos que aún no saben que son libres.

Padre e hijo recorrieron la pasarela y se perdieron en el interior. Tras esto la puerta se cerró y comenzaron a alejarse hacia el cielo.

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