El sonido de su voz hipnotizó a Cross. No era voluptuoso ni provocativo pero tenía un tono tan aterciopelado, una confianza tan majestuosa y sin embargo tan cálida que él hubiera deseado seguir oyéndola sin descanso. Dios mío, pensó, pero eso qué es? Se avergonzaba del poder que aquella ejercía sobre él. Con la cabeza todavía inclinada, musitó:
—Pensé que podría inducirla a regresar al trabajo apelando a su codicia.
—Ésa no es una de mis debilidades —contestó Athena, apartando el rostro del océano para poder mirarle directamente a los ojos. Claudia me dijo que los estudios incumplieron el trato después del suicidio de mi marido. Ha tenido usted que devolverles la película y conformarse con un porcentaje.
Cross la miró con semblante impasible, confiando en poder desterrar todo lo que sentía por ella.
—Creo que no soy muy buen hombre de negocios —dijo para darle la impresión de que era un inútil.
—Molly Flanders redactó su contrato —dijo Athena. Es la mejor. Hubiera podido usted hacer valer sus derechos.
Cross se encogió de hombros.
—Es una cuestión de política. Tenía interés en introducirme permanentemente en la industria cinematográfica y no me quería crear unos enemigos tan poderosos como los Estudios LoddStone.
Yo podría ayudar —le dijo Athena. Podría negarme a regresar a la película.
Cross se emocionó sólo de pensar que ella fuera capaz de hacer semejante cosa por él. Analizó el ofrecimiento. Cabía la posibilidad de que aun así, los estudios presentaran una querella contra él. Además no podía soportar la idea de que Athena lo obligara a estar en deuda con ella. De prónto se le ocurrió pensar que el hecho de que Athena fuera guapa no significaba que fuera tonta.
—¿Y por qué tendría usted que hacer tal cosa? le preguntó. Athena se acercó a la ventana panorámica. Las playas eran como unas sombras grises; el sol se había ocultado y el océano parecía reflejar la cadena montañosa que se veía desde la parte posterior de la casa y la autopista de la Costa del Pacífico. Contempló las aguas negro azuladas y las pequeñas olas que ondulaban su superficie.
—¿Por qué tendría que hacerlo? —dijo sin volver la cabeza. Simplemente porque yo conocía mejor que nadie a Boz Skannet y me importa un bledo que haya dejado cien notas de suicidio. Yo sé que él jamás se hubiera suicidado.
Cross se encogió de hombros. —El muerto muerto está —dijo.
—Muy cierto —dijo Athena; volviéndose para mirarle directamente a la cara. Usted compra la película; y de pronto Boz se suicida oportunamente. Es usted mi primer candidato a asesino.
A pesar de su severa expresión, su rostro era tan bello que Cross no pudo conseguir que su voz sonara tan firme como hubiera deseado.
—¿Y qué me dice de los estudios? replicó. Marrion es uno de los hombres más poderosos del país. ¿Y qué me dice de Bantz y Skippy Deere?
Athena sacudió la cabeza.
—Comprendieron lo que yo les estaba pidiendo, y no lo hicieron sino que le vendieron la película a usted. Les importaba un bledo que me mataran una vez finalizado el rodaje. En cambio usted lo hizo, y yo comprendí que me ayudaría aunque había dicho que no podría hacerlo. Cuando me enteré de que había comprado la película supe exactamente lo que iba a hacer; pero debo decir que nunca imaginé que sería usted tan listo.
De repente Athena se acercó a él y Cross se levantó. Ella tomó las manos de Cross entre las suyas y él percibió el perfume de su cuerpo y de su aliento.
—Es la única maldad de mi vida —dijo Athena. Obligar a alguien a cometer un asesinato. Ha sido terrible. Hubiera sido una persona mucho mejor si lo hubiera hecho yo misma, pero no pude.
—¿Tan segura estaba usted de que yo iba a hacer algo? —preguntó Cross.
—Claudia me contó muchas cosas de usted —contestó Athena. Entonces comprendí quién era usted, pero ella es tan ingenua que todavía no se ha enterado. Cree simplemente que es usted un tipo duro, con muchas influencias.
Cross se puso en estado de alerta. Athena estaba tratando de obligarle a reconocer su culpa, cosa que él jamás hubiera hecho ni siquiera en presencia de un sacerdote, ni siquiéra en presencia de Dios.
—Y su manera de mirarme —añadió Athena. Muchos hombres me han mirado de la misma forma. No quiero pecar de modesta, sé que soy guapa porque todo el mundo me lo dice desde que era pequeña. Siempre he sabido que tenía poder pero nunca he conseguido comprenderlo. No me gusta pero lo utilizo. Es lo que se suele llamar amor.
Cross soltó sus manos.
—¿Por qué le tenía tanto miedo a su marido? ¿Porque podría destruir su carrera?
Un destello de cólera apareció en un instante en los ojos de Athena.
—No fue por mi carrera —dijo— ni tampoco por miedo, aunque me constaba que él me iba a matar. Tenía otra razón más poderosa. Hizo una pausa y añadió Puedo conseguir que le devuelvan la película, puedo negarme a reanudar el trabajo.
—No —dijo Cross.
Athena lo miró sonriendo y le dijo alegremente:
—Pues entonces ya podemos irnos a la cama. Me parece usted muy atractivo y estoy segura de que lo pasaremos muy bien.
La primera reacción de Cross fue de enfado por el hecho que ella pensara que podía comprarle, de que interpretara un papel y de que utilizara sus armas de mujer como un hombre hubiera utilizado la fuerza física. Pero lo que en realidad le molestaba era el tono ligeramente burlón de su voz. Se estaba burlando de su galantería, y convirtiendo su sincero amor en un simple revolcón en la cama, como si quisiera decirle que el amor que él sentía por ella era tan falso como el que ella sentía por él.
—Mantuve una larga conversación con Boz —le dijo fríamente— e intenté llegar a un acuerdo con él. Me dijo que solía follar cinco veces al día cuando estaban ustedes casados.
Se alegró al ver su sobresalto.
—Jamás las conté, pero fueron muchas. Yo tenía dieciocho años y estaba auténticamente enamorada de él. Tiene gracia ahora que deseara su muerte, ¿verdad? Athena frunció momentáneamente el ceño y después preguntó con indiferencia, ¿y de que otras cosas hablaron ustedes?
Cross la miró con expresión sombría.
—Boz me contó el terrible secreto que ustedes dos compartían. Me reveló que usted le había revelado que cuando huyó con su hijita la mató en el desierto.
El rostro de Athena se convirtió en una máscara y se apagó de repente.
Por primera vez aquella noche, Cross pensó que no era posible que estuviera fingiendo. Ninguna actriz hubiera podido simular la palidez de su rostro.
—¿Cree usted de veras que yo asesiné a mi hija? —preguntó en un susurro.
—Boz me dijo que es lo que usted le había confesado —contestó Cross.
—Yo no le dije eso —dijo Athena. Le vuelvo a preguntar, ¿cree usted que yo asesiné a mi hija?
No hay nada más terrible que condenar a una bella mujer. Cross sabía que si le hubiera contestado con sinceridad la hubiera perdido para siempre. De repente la rodeó con sus brazos y le dijo con dulzura:
—Es usted demasiado guapa. Una mujer tan guapa como usted jamás hubiera podido hacer eso.
La eterna adoración que la belleza solía inspirar a los hombres lo inducía a creer en sus palabras en contra de toda lógica.
—No contestó. No creo que lo hiciera.
—¿A pesar de mi responsabilidad en la muerte de Boz? —preguntó Athena, apartándose.
—No tiene usted ninguna responsabilidad —contestó Cross. Él se suicidó.
Athena lo miró con fuerza. Él cogió sus manos entre las suyas. ¿Cree usted que yo maté a Boz? —le preguntó.
Athena sonrió como una actriz que finalmente hubiera comprendido cómo se tenía que interpretar una escena.
—No más de lo que usted cree que yo maté a mi hija.
Ambos sonrieron tras haberse declarado mutuamente inocentes. Athena tomó su mano y dijo:
—Voy a preparar la cena y después nos iremos a la cama. Dicho esto, lo acompañó a la cocina.
¿Cuántas veces habría interpretado aquella escena? se preguntó celosamente Cross. La hermosa reina cumpliendo con sus deberes de ama de casa como una mujer vulgar y corriente. La observó mientras cocinaba. No se había puesto ninguna prenda para protegerse y actuaba de una forma extraordinariamente profesional, conversando con él mientras picaba las verduras, preparaba una caldereta de carne y ponía la mesa. Le dio una botella de vino tinto para que la abriera, cogió su mano y le rozó el cuerpo con el suyo. Vio que él la miraba con asombro al ver que la mesa ya estaba lista apenas media hora después.
En una de mis primeras películas interpreté el papel de una cocinera, y para hacer las cosas bien fui a una escuela de cocina. Un crítico escribió: “Cuando Athena Aquitane actúe tan bien como guisa, será una gran estrella”.
Comieron en la glorieta de la cocina para poder contemplar el ondulante océano. La comida era deliciosa, carne troceada con verdura y una ensalada de hortalizas amargas, una bandeja con distintas variedades de queso y unas calientes y cortas barras de pan tan rollizas como palomas. Por último un café y una ligera tarta de limón.
—Hubiera tenido que ser cocinera —dijo Cross. Mi primo Vincent la hubiera contratado con los ojos cerrados para sus restaurantes.
—Hubiera podido ser cualquier cosa —dijo Athena con fingida presunción.
A lo largo de toda la cena lo había rozado distraídamente de una forma en cierto modo sensual, como si tratara de buscar un poco de espíritu en su piel, y cada vez que ella lo rozaba, Cross ansiaba sentir el roce de todo su cuerpo. Hacia el final de la cena ni siquiera pudo saborear lo que estaba comiendo. Cuando terminaron, Athena lo cogió de la mano, salió con él de la cocina y subieron los dos tramos de escalera que conducían a su dormitorio. Athena lo hizo todo con mucha elegancia, casi ruborizándose timidamente, como si fuera una virginal y anhelante novia. Cross admiró su talento de actriz.
El dormitorio estaba en el último piso de la casa y tenía una pequeña terraza que daba al océano. La estancia era muy espaciosa y las paredes estaban pintadas con un estrambótico tono chillón que parecía iluminar toda la habitación.
Salieron a la terraza y observaron el espectral resplandor amarillento que la luz del dormitorio arrojaba sobre la arena de la playa. Las otras casas de Malibú parecían unas cajitas luminosas al borde del agua. Unas minúsculas aves se acercaban a las olas y se alejaban de ellas para no mojarse, como si estuviéran jugando.
Athena apoyó la mano en el hombro de Cross y le rodeó el cuerpo con su brazo mientras alargaba la otra para acercar su boca a la suya. Se besaron largamente, acariciados por la cálida brisa del océano. Después Athena acompañó a Cross al interior de la habitación.
Se desnudó rápidamente, quitándose en un santiamén la blusa y los pantalones de color verde. Su blanco cuerpo brillaba en medio de la oscuridad bañada por la luna. Era tan hermosa como Cross había imaginado. Los turgentes pechos con sus pezones de frambuesa parecían de azúcar batido. Sus largas piernas, la curva de sus caderas, el rubio vello de su entrepierna y su absoluta inmovilidad parecían dibujados por el brumoso aire del océano.
Cross alargó la mano hacia su cuerpo. Su carne era tan suave como el terciopelo, y sus labios estaban llenos de perfume de flores. La emoción de tocarla fue tan dulce que Cross no pudo hacer nada más. Athena empezó a desnudarlo. Lo hizo con mucha delicadeza, pasándole la mano por el cuerpo tal como él había hecho con el suyo. Después, sin dejar de besarlo, lo empujó suavemente hacia la cama.
Cross le hizo el amor con una pasión que jamás había conocido ni soñado que pudiera existir. Estaba tan excitado que Athena tuvo que acariciarle el rostro para calmarlo. No podía apartarse de su cuerpo, ni siquiera tras haber alcanzado el orgasmo. Permanecieron entrelazados hasta que volvieron a empezar. Athena se mostró más ardiente que la primera vez, casi como si aquello fuera una especie de concurso o confesión, y finalmente se quedaron adormilados.
Cross se despertó justo cuando el sol asomaba por el horizonte. Por primera vez en su vida le dolía la cabeza. Salió desnudo a la terraza y se sentó en una de las sillas de paja, contemplando cómo el sol se elevaba muy despacio por encima del océano e iniciaba su ascenso en el cielo. Era una mujer peligrosa, la asesina de su propia hija cuyos huesos estaban ahora cubiertos por la arena del desierto. Y además era demasiado experta en la cama, capaz de acabar con él. En aquel momento decidió no volver a verla nunca más.
Sintió sus brazos alrededor de su cuello y se volvió para besarla. Iba envuelta en un vaporoso salto de cama y llevaba el cabello recogido con unos pasadores que brillaban como si fueran las joyas de una corona.
—Mientras te duchas yo te prepararé el desayuno antes de que te vayas —le dijo.
Lo acompañó a un cuarto de baño doble con dos lavabos, dos mostradores de mármol, dos bañeras y dos duchas. Estaba equipado con artículos de tocador masculinos, maquinillas, crema de afeitar, tónicos cutáneos, cepillos y peines.
Cuando terminó y salió de nuevo a la terraza, Athena llevó a la mesa una bandeja de cruasanes, café y zumo de naranja.
—Puedo prepararte unos huevos con jamón —dijo.
—Así está bien —contestó Cross.
—¿Cuándo volveré a verte? —preguntó Athena.
—Tengo un montón de cosas que hacer en Las Vegas —le contestó Cross. Te llamaré la semana que viene
Athena lo estudió con expresión inquisitiva.
—Eso significa adiós, ¿verdad? Anoche me lo pasé muy bien contigo.
—Me pagaste la deuda —dijo Cross, encogiéndose de hombros.
Ella lo miró con una burlona sonrisa en los labios.
—Y con una buena voluntad asombrosa, ¿no te parece? y sin escatimar nada.
Cross soltó una carcajada.
—No —dijo.
Athena pareció leer sus pensamientos. La víspera se habían mentido mutuamente, pero aquella mañana las mentiras ya no tenían ningún poder. Athena se daba cuenta de que era demasiado guapa como para que Cross confiara en ella, y había comprendido que se sentía en peligro con ella y con los pecados que ella le había confesado. Comió en silencio, aparentemente perdida en sus propios pensamientos. Después le dijo a Cross:
—Ya sé que estás muy ocupado; pero quiero enseñarte una cosa ¿Puedes dedicarme la mañana y tomar un avión por la tarde? Es muy importante. Quiero llevarte a un sitio.
Cross no pudo resistir la tentación de permanecer con ella por última vez y le dijo que sí.