Al llegar a la mansión de Skippy Deere en los cañones de Beverly Hills, el ama de llaves la acompañó a la piscina, rodeada de alegres casetas pintadas de amaríllo y azul. Skippy estaba sentado en una tumbona acolchada. A su lado tenía una mesita de mármol con un teléfono y un montón de guiones. Llevaba puestas las gafas de montura roja que sólo utilizaba en casa para leer. En su mano sostenía un vaso largo empañado por la fría agua de Elvian que contenía.
Al verla se levantó para abrazarla.
—Claudia —le dijo, tenemos que hablar enseguida de negocios.
Claudia estudió su voz. Por regla general podía adivinar su reacción ante los guiones que le presentaba a través de su tono de voz. Un elogio cuidadosamente modulado significaba un rotundo no. Una voz jubilosa y entusiasta de inequívoca admiración iba seguida casi siempre de la enumeración de por lo menos tres razones por las que un guión no se podía adquirir. Otros estudios estaban haciendo algo sobre el mismo tema, no se podría reunir un reparto adecuado, los estudios no querían abordar aquel tema. Pero en aquella ocasión, la voz de Skippy era la del hombre de negocios decidido que no quería dejar escapar una buena oportunidad. Enseguida empezó a hablar de dinero y de controles. Todo aquello significaba sí.
—Eso podría ser una gran película —le dijo, una película realmente grande. En realidad no puede ser pequeña. Sé lo que estás haciendo, eres una chica inteligente, pero yo tengo que vender un análisis sobre el sexo. No me será difícil venderles el feminismo a las actrices. Podremos conseguir a un primerísimo actor si suavizas un poco el personaje y le concedes algunas cualidades de buen chico. Sé que quieres ser productora asociada de esta película, pero aquí mando yo. Tú podrás expresar tus opiniones, estoy abierto al diálogo.
—Quiero elegir al director —dijo Claudia.
—Tú, los estudios y los actores —dijo Skippy riéndose.
—No venderé a no ser que se acepte mi propuesta aseguró Claudia.
—De acuerdo —dijo Skippy. Pues entonces diles a los estudios a quién quieres como director, después échate para atrás y se llevarán tal susto que te darán su aprobación. Skippy hizo una pausa. En quién has pensado?
—En Dita Tommey.
—Estupendo. Una elección muy inteligente —dijo Skippy A las actrices les encanta, y a los estudios también. Nunca rebasa el presupuesto y no chupa del bote. Pero tú y yo elaboraremos el reparto antes de llamarla.
—¿A quién ofrecerás el guión? —preguntó Claudia.
—A los Estudios LoddStone —contestó Skippy. Suelen es tarde acuerdo conmigo, así que no tendremos que luchar demasiado por el reparto y los directores Has escrito un guión perfecto, Claudia. Ingenioso, emocionante, con unos puntos de vista muy acertados sobre los comienzos del feminismo, y eso es un tema candente hoy en día. Y en cuanto al sexo, tu justificas a Mesalina y a todas las mujeres. Hablaré con Melo y Molly Flanders sobre tus condiciones, y ella se pondrá en contacto con el departamento de Asuntos Comerciales de LoddStone.
—Eres un hijo de puta —dijo Claudia. Ya has hablado con LoddStone?
—Anoche —contestó Skippy sonriendo. Les mostré el guión y me dieron luz verde siempre y cuándó pueda organizarlo todo. Pero escúchame bien; Claudia, no me vengas con mierdas. Sé que te has metido a Athena en el bolsillo y que por eso eres tan dura. El productor hizo una pausa. Así se lo dije a los de LoddStone. Y ahora ya podemos ponernos a trabajar.
Fue el comienzo del gran proyecto. Ahora Claudia no podía permitir que todo quedara en agua de borrajas.
Claudia se estaba acercando al semáforo donde tendría que girar a la izquierda para enfilar la calle que conducía a la colonia. Por vez primera experimentó una sensación de pánico. Athena era tan obstinada como todas las estrellas, y no habría forma de hacerla cambiar de idea. No importaba. Si Athena se negara a volver al trabajo, ella volaría a Las Vegas y pediría ayuda a su hermano Cross. Él nunca la había dejado en la estacada, ni cuando eran pequeños, ni cuando ella se fue a vivir con su madre, ni cuando murió su madre.
Claudia recordaba las grandes fiestas en la mansión de los Clericuzio en Quogue. Un escenario como el de un cuento de hadas de los hermanos Grimm, una mansión cercada por altos muros, donde ella y Cross jugaban entre las higueras. Una vez había dos grupos de niños de entre ocho y doce años El grupo contrario estaba encabezado por Dante Clericuzio, el nieto del viejo Don, quien lo observaba todo, asomado a una de las ventanas del piso de arriba como si fuera un dragón.
Dante, que era un niño muy violento y áficionado a las peleas, siempre quería mandar y era el único que se atrevía a desafiar en combate físico a su primo Cross, el hermano de Claudia. Dante había arrojado a Claudia al suelo y le estaba pegando para someterla a su voluntad, cuando de pronto apareció Cross. Y los dos niños se enzarzaron en una pelea. Lo que más llamó la atención de Claudia fue la confianza de Cross ante la violencia de Dante. Cross ganó la pelea sin ninguna dificultad.
Por eso Claudia no acertaba a comprender la relación de su madre. ¿Cómo era posible que fuera tan poco necesaria a su hijo? Cross valía muchísimo y lo había demostrado. Decidió quedarse a vivir con su padre. A Claudia no le cabía la menor duda de que su hermano hubiera preferido irse con su madre.
En los años que siguieron la misma la familia conservó la relación como un trato especial. Claudia se enteró a través de las conversaciones y de los gestos de las personas que la rodeaban de que Cross había asumido en cierto modo la misma categoría de su padre. Pero el afecto entre ella y su hermano se mantuvo inmutable a pesar de las grandes diferencias que los separaban. Ella se fue a vivir con su madre a Sacramento y Cross se quedó con su padre en Las Vegas, pero los dos hermanos se siguieron visitando el uno al otro hasta que Claudia se fue a cursar estudios universitarios a Los Ángeles. A partir de aquel momento, Claudia fue consciente del abismo que los separaba. Descubrió que Cross formaba parte de la familia Clericuzio, mientras que ella no.
Dos años después de su traslado a Los Ángeles, cuando contaba veintiún años, a su madre Nalene le diagnosticaron un cáncer. Cross, que trabajaba con Gronevelt en el Xanadú tras haberse ganado a pulso su ingreso en la familia Clericuzio, se trasladó a Sacramento para pasar las últimas dos semanas con su madre y su hermana. Desde la separación de la familia, fue la primera vez que los tres volvieron a vivir juntos. Nalene había prohibido a Pippi que la visitara.
El cáncer le había afectado la vísta, y Claudia le leía constantemente revistas, periódicos y lihros. Cross se encargaba de hacer la compra. A veces tenía que volar por la tarde a Las Vegas para resolver algún asunto del hotel, pero siempre regresaba a Sacramento por la noche.
Cross y Claudia se turnaban durante la noche para tomar la mano de su madre y hacerle compañía. A pesar de los fuertes medicamentos que le administraban, Nalene apretaba constantemente sus manos. A veces, sufría alucinaciones y pensaba que sus dos hijos todavía eran pequeños. Una terrible noche se echó a llorar y le pidió a Cross que la perdonara por lo que le había hecho. Cross la tuvo que estrechar en sus brazos y asegurarle que todo había sido para bien.
Durante las largas noches en que su madre dormía profundamente bajo el efecto de los sedantes, Cross y Claudia se contaron el uno al otro los detalles de sus vidas.
Cross le explicó a su hermana que había vendido la Agencia de Cobros y que había abandonado la familia Clericuzio, a pesar de que ésta había utilizado su influencia para conseguirle trabajo en el hotel Xanadú. Hizo una velada alusión a su poder y le dijo que siempre sería bienvenida en el hotel y disfrutaría de entrada gratuita en el casino y de habitación, comida y bebida gratis. Claudia le preguntó como era posible que pudiera hacer tal cosa; y él le contestó con cierto orgullo
—Tengo el bastón de mando.
A Claudia aquel orgullo le pareció cómico y un poco triste. Claudia sintió aparentemente la muerte de su madre mucho más que Cross, pero la experiencia sirvió para unirlos de nuevo y hacerles recuperar la intimidad de la infancia. A lo largo de los años, Claudia había visitado Las Vegas a menudo, había conocido a Gronevelt, había observado la estrecha relación de su hermano con el viejo y se había dado cuenta de que su hermano ejercía cierto poder, pero jamás lo relacionaba con la familia Clericuzio. Puesto que había cortado todos los vínculos con la familia y jamás asistía a entierros, bodas ni bautizos, Claudia ignoraba que Cross seguía formando parte de la estructura social de la familia. Cross jamás se lo comentaba y ella raras veces veía a su padre, el cual, por cierto, no sentía el menor interés por verla.
El acontecimiento más importante de Las Vegas era la Nochevieja, cuando la ciudad se llenaba de gente de todos los rincónés del país, pero Cross siempre tenía una suite a disposición de su hermana. Claudia no era una gran jugadora, pero una Nochevieja se dejó arrastrar por el juego. Iba acompañada de un aspirante a actor y quería impresionarlo. Perdió el control y perdió por valor de cincuenta mil dólares en los marcadores. Cross bajó a su suite con los marcadores en la mano y la miró con una cara muy especial. Claudia la reconoció al instante en cuanto habló su hermano. Era la cara de su padre.
—Claudia —dijo Cross, te creía más lista que yo. ¿Qué coño es esto?
Claudia lo miró con cierta timidez. Cross siempre le había aconsejado que nunca hiciera apuestas elevadas, que jamás aumentara las apuestas cuando perdiera, y que no pasara más de dos o tres horas diarias jugándo. Le explicó que la prolongación del tiempo de juego era la peor trampa que pudiera existir. Pero ella había desoído todos sus consejos.
—Cross, concédeme un par de semánas y te lo pagaré todo —le dijo.
La reacción de su hermano la sorprendió.
—Te mataría antes de permitirte pagar todos estos marcadores. Cross rompió muy despacio las hojas de papel y se las guardó en el bolsillo. Después añadió
—Te invité porque me apetecía verte, no para quedarme con tu dinero. Métetelo bien en la cabeza, no puedes ganar. Es algo que no tiene nada que ver con la suerte. Dos más dos son cuatro.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Claudia.
—No me importa tener que romper estos marcadores, pero me molesta que seas tan tonta —dijo Cross.
No volvieron a hablar del asunto, pero Claudia se Preguntó ¿Tanto poder tiene Cross? ¿Aprobaría Gronevelt lo que había hecho Cross, o ni tan siquiera llegaría a enterarse?
Hubo otros incidentes parecidos, pero el más impresionante fue el de Loretta Lang.
Loretta Lang era una cantante y bailarina del espectáculo de revista del Xanadú. Tenía tanto entusiasmo y vitalidad que a Claudia le encantó su actuación. Cross las presentó después del espectáculo.
Loretta Lang poseía una personalidad tan atractiva en el escenario como fuera de él, pero Claudia observó que Cross no parecía muy contento y que más bien daba la impresión de sentirse un poco molesto ante la vitlidad de la artista.
En su siguiente visita, Claudia se hizo acompañar por Melo Stuart para pasar con él una velada en Las Vegas y ver el espectáculo. Melo le siguió la corriente, sin esperar gran cosa. Asistió al espectáculo con interés y después le dijo a Claudia:
—Esta chica es una auténtica bomba, no por su manera de cantar y bailar sino porque es una cómica nata. Una mujer así vale su peso en oro.
Cuando acudió al camerino para saludarla, Melo la miró con semblante risueño y le dijo:
—Me ha encantado tu actuación, Loretta. Me ha gustado muchísimo, comprendes? ¿Podrías ir a Los Ángeles la semana que viene? Me encargaré de que te hagan una filmación para enseñársela a un amigo mío de unos estudios. Pero primero tendrás que firmar un contrato con mi agencia. Antes de empezar a ganar dinero tengo que trabajar mucho. Así es el negocio, pero recuerda que me encantó.
Loretta le arrojó los brazos al cuello. Claudia comprendió que su entusiasmo no era simple comedia. Se fijó una fecha y los tres cenaron juntos para celebrarlo antes de que Melo tomara su vuelo de primera hora de la mañana para ir a Los Ángeles.
Durante la cena, Loretta confesó que ya tenía firmado un hermético contrato con una firma especializada en espectáculos de salas fiestas. Un contrato de tres años de duración. Melo le aseguró que todo se podría arreglar.
Pero no se pudo. La agencia de Loretta reafirmó su intención de seguir controlando su carrera a lo largo de los tres años siguientes. Loretta estaba desesperada y acudió a Claudia en demanda de ayuda, rogándole, para su gran sorpresa, que hablara con su hermano Cross.
—Pero qué puede hacer Cross? —replicó Claudia.
—Tiene mucha influencia en la ciudad —contestó Loretta. Él puede conseguirme un trato más favorable. Por favor.
Cuando Claudia subió a la suite del último piso del hotel y le planteó el problema a Cross, su hermano sacudió la cabeza y la miró con hastío.
—Pero a ti qué más te da? —le dijo Claudia. Sólo te pido que digas unas cuantas palabritas a quien corresponda.
—Eres tonta —dijo Cross. He visto a montones de mujeres como ella. Se aprovechan de amistades como tú para llegar a la cima, y después si te he visto no me acuerdo.
—¿Y qué? replicó Claudia. Tiene auténtico talento, y eso podría cambiar toda su vida.
Cross volvió a sacudir la cabeza.
—No me pidas que haga eso —le dijo.
—¿Por qué no? —preguntó Claudia.
Estaba acostumbrada a pedir favores para otras personas, era algo que formaba parte del mundillo cinematográfico.
—Porque cuando tomo cartas en algún asunto tengo que salirme con la mía —contestó Cross.
—No te pido que consigas tu propósito sino que hagas todo lo que puedas —dijo Claudia. Entonces podré llamar a Loretta y decirle que por lo menos lo hemos intentado.
—Ya veo que eres una tonta irrecuperable —dijo Cross, soltando una carcajada. Bueno, dile a Loretta y a los de su agencia que vengan a verme mañana. A las diez en punto. Y será mejor que tú también estés presente.
A la mañana siguiente Claudia tuvo ocasión de conocer al agente de Loretta, Se llamaba Tolly Nevans y vestía el habitual atuendo informal de Las Vegas, con ciertas modificaciones apropiadas a la seriedad de la ocasión. Es decir, blazer azul con camisa blanca sin cuello y pantalones de tela gruesa de color azul.