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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (13 page)

BOOK: El Rey Estelar
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»Teehalt acababa de llegar poco después que yo. Tomó tierra en un valle escondido y fue a pie hasta el Refugio. Los hombres de Malagate llegaron al anochecer. Teehalt trató de escapar; pero le sorprendieron en la oscuridad y le asesinaron. Entonces escaparon en mi espacionave pensando que era la de Teehalt, puesto que ambas son del mismo y viejo modelo Nueve B. Debieron de llevarse una buena sorpresa al comprobar mi monitor.

»Al día siguiente salí del planeta Smade en la nave de Teehalt. Naturalmente tomé posesión de su monitor. Y he planeado vender el archivo por el precio que me ofrezca el mercado.

Warweave hizo un vivo movimiento de cabeza y desplazó una hoja de papel una pulgada a la derecha de donde se hallaba sobre su escritorio.

Gersen le observaba, estudiando sus inmaculadas manos y las bien cuidadas uñas. Levantó la vista hacia él y captó la mirada fija de su interlocutor, menos afable que su tono de voz.

—¿Y de quién se propone usted cobrar?

Gersen se encogió de hombros.

—Daré al fletador de Teehalt la primera oportunidad. Como he dicho antes el archivo está codificado, y carece de valor mientras no sea descifrado —Warweave se retrepó en su asiento.

—Así, de repente, yo no sé quién pudo haber contratado a ese tal Teehalt. Fuera quien fuese no querrá comprar cualquier burda patraña que se le quiera mostrar.

—Oh, por supuesto que no.

Y Gersen colocó una fotografía sobre el escritorio.

Warweave le dirigió un vistazo, la colocó sobre un proyector, y al fondo de la estancia se iluminó una pantalla a todo color. Teehalt había tomado la fotografía desde un montículo a un lado del valle. A ambos lados las colinas se extendían suavemente hacia la lejanía, pudiéndose apreciar sus redondeadas cúspides en la distancia. Bosques de grandes árboles de oscuro follaje se alzaban a ambos lados del valle y un río serpenteaba a través de la pradera, con sus orillas flanqueadas por matorrales de vivo verdor. En el extremo opuesto de la pradera, casi en la sombra del bosque, aparecía también lo que podía tomarse por unos arbustos floridos. No se apreciaba el sol; pero la luminosidad del ambiente daba al paisaje una cálida impresión de luz blancodorada, lánguida y acariciadora. Estaba claro que la fotografía fue hecha al mediodía.

Warweave estudió la fotografía durante cierto tiempo, después dejó escapar un sonido de disconformidad y de reserva, como el que no suelta prenda, y colocó una segunda foto que Gersen le entregó. La pantalla mostraba esta vez el río retorciéndose en meandros y desapareciendo en la lejanía. Los árboles de ambas orillas formaban una especie de pasillo que disminuía hasta perderse en la distancia.

Warweave dejó escapar un profundo suspiro.

—Es un mundo muy hermoso, sin duda alguna.

—Un mundo hospitalario. ¿Qué hay de su atmósfera y biogénesis?

—Totalmente compatible, según Teehalt.

—Si es, como usted dice, todavía virgen, deshabitado, un prospector independiente pudo haber fijado su propio precio. No obstante, como yo no nací ayer, me pregunto si esas fotos no pudieron ser tomadas en otra parte, por ejemplo, en la Tierra, donde la vegetación es tan similar...

Como respuesta, Gersen le entregó la tercera fotografía que Warweave colocó nuevamente en el proyector. En la pantalla se destacó a unos seis metros uno de los objetos que en la primera toma aparecía como un arbusto florido. Se podía apreciar a un ser semihumanoide y gracioso. Unas piernas esbeltas de color gris soportaban un tronco coloreado de gris, plata, azul y verde sin facciones. De los hombros sobresalían miembros parecidos a brazos que alcanzaban un metro de altura en el aire, ramificándose para sostener lo que recordaba un abanico con forma de cola de pavo real formado por hojas y ramas.

—Esta criatura, cualquiera que sea...

—Teehalt las llamó dríades.

—...es única. Nunca vi nada parecido. Si la fotografía no está trucada, y no creo que lo esté, entonces ese planeta es realmente como usted asegura.

—No aseguro nada. Teehalt hizo tales afirmaciones. Es un mundo tan bello, según me dijo, que no tenía fuerzas ni para quedarse en él, ni para marcharse y dejarlo.

—Y usted está en posesión del archivo de Teehalt...

—Sí. Y quiero venderlo. El mercado comprador estará presumiblemente limitado a aquellas personas que tengan acceso al descifrador de los archivos. De éstas, el hombre que fletó la operación de Lugo Teehalt, tendría la primera opción.

Warweave miró a Gersen con una larga y profunda mirada inquisitiva.

—Una actitud quijotesca que me confunde. Usted no parece ser un hombre quijotesco, en absoluto.

—¿Por qué no juzgar las acciones más que las impresiones?

Warweave apenas si levantó las cejas con un sensible gesto de desdén. Después dijo:

—Yo podría hacerle una oferta por ese archivo, digamos diez mil UCL ahora y otros diez mil tras la inspección de ese mundo. Quizá entonces esa última cifra pudiera aumentarse algo más.

—Naturalmente, aceptaré el precio más alto que pueda conseguir —respondió Gersen—. Pero me gustaría entrevistarme primero con el señor Kelle y el señor Detteras. Uno de ellos tiene que ser el fletador de la exploración. Si ninguno de los dos está interesado, entonces...

—¿Por qué especifica usted a esos dos señores? —interrumpió Warweave con suspicacia.

—Porque aparte de usted, son las únicas dos personas que tienen acceso al decodificador de los archivos.

—Y... ¿podría preguntarle a usted cómo está enterado de tal cosa?

Recordando la súplica de Pallis Atwrode, Gersen se sintió un poco culpable.

—Pregunté a un joven en el patio de la Universidad. Por lo visto, es de dominio público.

—Creo que hay una cierta tendencia a hablar demasiado —repuso Warweave con un rictus de disgusto en la boca.

Gersen estuvo a punto de preguntar a su interlocutor dónde había pasado el mes anterior; pero no era el momento oportuno. Evidentemente, no era una pregunta prudente; si la hacía directamente y Warweave resultaba ser Malagate sospecharía inmediatamente.

Warweave golpeó la mesa con los dedos y se levantó de pronto.

—Bien, si me concede usted media hora pediré a los señores Kelle y Detteras que se reúnan en mi oficina, y así le resultará fácil proseguir su asunto.

—No.

—¿No? —exclamó sorprendido—. ¿Por qué no?

Gersen también se puso en pie.

—Puesto que el asunto no le afecta a usted, preferiría entrevistarme con los señores Kelle y Detteras a solas, en mis propios términos.

—Bien, como quiera —repuso Warweave fríamente—. No sé lo qué se lleva entre manos, pero tengo muy poca fe en su sinceridad. Sin embargo, estoy dispuesto a negociar con usted.

Gersen esperó.

—Kelle y Detteras son hombres muy ocupados —continuó Warweave— y no son tan accesibles como yo. Podré arreglar la cosa de forma que les vea a ambos hoy mismo, si quiere. Posiblemente uno u otro querrán llegar a un acuerdo con este asunto de Lugo Teehalt. En cualquier caso, una vez se haya entrevistado con Kelle y Detteras, me informará de cuánto han ofrecido, en el caso de que hagan ofertas, dándome así la oportunidad de poder superar la primera que hice.

—En otras palabras —intervino Gersen— que se guardaría usted ese mundo para su uso privado, ¿verdad?

—¿Por qué no? El archivo ya no pertenece a la Universidad. Usted ha tomado posesión de él. Después de todo, mi dinero ha ido a engrosar el fondo de la Concesión doscientos noventa y una.

—Esto es bastante razonable.

—¿Está dispuesto a negociar?

—Sí. En cuanto el fiador de Teehalt haya rehusado.

Warweave entornó los párpados mirando a Gersen con una sonrisa cínica retorcida en los labios.

—Trato de imaginar por qué insiste usted tanto en eso.

—Quizá sea un hombre quijotesco después de todo, señor Warweave...

Warweave se apoyó en su intercomunicador, miró a la pantalla y tras unos instantes, dijo a Gersen:

—Muy bien. El señor Kelle le recibirá primero, después el señor Detteras. Luego vendrá a informarme, según lo convenido.

—De acuerdo.

Gersen salió al pasillo, pasó la irascible secretaria de Warweave y llegó al vestíbulo.

Pallis le estaba esperando con viva expectación y Gersen continuó encontrándola encantadora y muy atractiva.

—¿Se enteró ya de lo que deseaba saber?

—No. Me ha enviado a entrevistarme con Kelle y Detteras.

—¿Hoy?

—Ahora mismo.

Ella le miró con renovado interés.

—Le sorprendería saber cuánta gente se ha quedado sin ver a esos señores esta mañana.

—No sé cuánto tardaré —dijo Gersen—. Si está usted libre a las cuatro...

—Esperaré —afirmó Pallis, soltando su risa cantarina—. Bien, quiero decir que no me haga esperar mucho más de las cuatro...

—Vendré en cuanto termine, lo más pronto que pueda.

Capítulo 7

«Estimando que el dogma insustancial de un culto religioso determinado no tiene valor y resulta inapropiado como base para constituir la cronología del hombre galáctico, los miembros de esta Convención declaran por la presente que el tiempo será ahora calculado a partir del año 2000 A. D. (Antiguo Sistema), que se convierte así en el año 0. La traslación de la Tierra alrededor del Sol permanece como la unidad patrón del cálculo anual.»

Declaración de la Convención Oikuménica

de la Regulación de Unidades y Medidas.

«Todo aquello de lo cual somos conscientes... tiene para nosotros una más profunda significación, es más, una significación final. Y el solo y único medio de hacer que este incomprensible sea comprensible ha de realizarse mediante una clase de metafísica que se refiera a todas las cosas y a todo lo que tenga significado como símbolo.»

OSWALD SPLENGER.

«¿Quiénes son nuestros enemigos básicos? Esto es un secreto, desconocido por nuestros enemigos básicos.»

Xaviar Skolcamp, Miembro Super Centenario del Instituto, contesta con indulgencia a la pregunta demasiado atrevida de un periodista.

Kagge Kelle era un hombre de talla corta, recio y compacto, con una grande, sólida y bien arreglada cabeza. Mostraba la piel del rostro ligeramente teñida de un color de cera pálido, se vestía con un traje severo marrón oscuro y púrpura, y sus ojos eran de color claro y mirada remota, la nariz corta y roma y una boca de fino trazado, quizá como compensación a su rechoncha figura.

Kelle parecía poseer la virtud de la inescrutabilidad. Saludó a Gersen con austera cortesía y escuchó su relato sin el menor comentario.

Vio las fotografías y no mostró apenas el menor interés. Escogiendo sus palabras con cuidado, dijo:

—Lamento que no pueda ayudarle. Yo no fleté la espacionave del señor Teehalt. No conozco absolutamente nada relativo a ese hombre.

—En tal caso, ¿podría permitirme que hiciera uso del decodificador de la Universidad?

Kelle permaneció inmóvil por unos instantes.

—Por desgracia —dijo— esto es contrario a los reglamentos del Departamento. Tendría que salir al paso de no pocas críticas... Sin embargo... —Y recogiendo las fotografías, volvió a examinarlas una vez más—. Está fuera de toda cuestión que es un mundo de interesantes características.

—¿Cómo se llama?

—No tengo tal información, señor Kelle.

—No entiendo por qué busca usted al fletador del señor Teehalt. ¿Es usted algún representante de la PCI?

—No, trabajo por mi cuenta, aunque no pueda demostrarlo.

Kelle se mostró escéptico.

—Cada uno trabaja por su propio interés. Si yo comprendiese qué es lo que usted quiere lograr, podría actuar quizá con más flexibilidad.

—Esto es, poco más o menos, lo que me ha dicho el señor Warweave.

Kelle dedicó a Gersen una aguda mirada.

—Ni Warweave ni yo somos lo que se dice un par de hombres incautos. —Se quedó pensativo un instante, para continuar—. En nombre del Departamento, yo puedo hacerle una oferta por ese archivo aunque tendría que ser la Universidad como institución quien lo hiciera primero.

Gersen aprobó con un vivo movimiento de cabeza.

—Ése es exactamente el punto que deseo establecer. ¿Pertenece el archivo actualmente a la Universidad, o puedo hacer lo que quiera con él? Si pudiese encontrar al fiador de la expedición de Teehalt, o determinar si existe, habría un buen número de nuevas posibilidades.

Kelle no se dejó conmover por el razonamiento de Gersen, en apariencia tan ingenuo.

—Es una situación extraordinaria... Como digo, estoy en condiciones de hacerle a usted una atractiva oferta por el archivo, en plan puramente privado. Pero sigo insistiendo en una previa inspección del planeta.

—Usted ya conoce mis escrúpulos en la materia, señor Kelle...

La respuesta de Kelle fue una simple sonrisa incrédula. Una vez más, volvió a estudiar las fotografías.

—Estas dríades... quiero decir, estas criaturas de tan extraordinario interés... Bien, puedo ayudarle hasta ese límite. Voy a consultar los registros de la Universidad con respecto a ese Teehalt. Pero a cambio, me gustaría asegurarme una oportunidad para considerar la compra de ese mundo, en el caso, claro está, de que no encuentre al llamado «fiador».

—Me dio usted a entender que no estaba interesado.

—Sus presunciones no vienen al caso —respondió Kelle con cierta rudeza—. Esto no debería herir su susceptibilidad, ya que a usted no le interesa mi opinión. Ha venido a mí como si yo fuese un deficiente mental, contándome una historia que no impresionaría a un chiquillo.

Gersen se encogió de hombros.

—La «historia», tal y como es en realidad, es sustancialmente exacta punto por punto. Claro que no le he dicho todo lo que sé.

Kelle volvió a sonreír.

—Bien, veamos qué es lo que nos dicen los registros. —Y habló al micrófono—. Información Confidencial. Autoridad de Kagge Kelle.

La voz no humana del banco de información respondió:

»Información Confidencial dispuesta, señor.

—La ficha de Lugo Teehalt.

Y deletreó el nombre.

Se produjeron una serie de chasquidos, murmullos y una fantástica sucesión de extraños silbidos del complejo mecanismo electrónico. La voz habló de nuevo:

»Lugo Teehalt: su ficha. Contenido: solicitud de admisión, verificación y apéndice comentado. Tres de abril de mil cuatrocientos ochenta.

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