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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

El rebaño ciego (22 page)

BOOK: El rebaño ciego
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—No quiero decir eso —dijo Alan—. Con los beneficios que obtiene Puritan de todo lo que vende… infiernos, probablemente debe haber ganado ya el doble de lo que hubiera ganado si hubiera continuado conmigo. Pero los trainitas le están haciendo la guerra a Puritan. ¿No lo sabéis?

—¡No, no lo sabía! —Philip se inclinó hacia adelante en su sillón—. Tengo algunas acciones de Puritan. Siempre creí que eran sólidas como una roca. Dicen que se trata de una compañía del Sindicato, ¿no?

—Sí, lo es. Pero los trainitas son una fuerza que hay que tener en cuenta por el momento, y lo bastante tercos como para emprenderla con quien sea. Además, ¿qué puede hacer el Sindicato contra ellos?

—¡Bien, dime ya el resto! —dijo Philip impacientemente—. He tenido ya bastante mala suerte como para arriesgarme a perder lo poco que me queda.

—Bueno, he tenido a un montón de trainitas trabajando para mí, ya sabes… es el tipo de trabajo que ellos aprueban, como proporcionar agua potable y llevar las aguas fecales allá donde puedan ser de alguna utilidad y cosas así. Yo no comulgo con sus ideas alarmistas, pero son conscientes, se puede confiar en ellos, llegan a la hora al trabajo… —Su vaso estaba vacío; cuando lo llevó a su boca, Denise se levantó para volver a llenárselo—. Gracias. Bien, la mayoría de los que trabajan para mí proceden de ese wat cerca de Towerhill, y el otro día oí que estaban trabajando en ese proyecto a escala nacional, comprando cosas en Puritan y analizándolas.

—¿Pueden? —dijo Denise.

—Supongo que sí. No son ignorantes, ya sabes… la mitad de ellos son gente que ha dejado la universidad, pero aprendieron mucho antes de abandonar los estudios oficiales, y aparentemente cada wat tiene al menos un químico que mantiene bajo control su propia comida, asegurándose de que es sana.

—Eso suena razonable —aprobó Philip—. Especialmente para la salud de los niños.

—Oh, no creas que estoy en contra de todas sus ideas. Gracias —mientras Denise le tendía de vuelta su vaso—. Sólo las extremistas. Pero admito que, si tuviera hijos, a mí me gustaría ese análisis rutinario de su comida.

—¡A nosotros también! —dijo Denise con vehemencia—. Sólo que hicimos averiguaciones… ¡y sale carísimo!

—No tenéis que decírmelo a mí —Alan frunció terriblemente el ceño—. Ya sabéis que compré esa casa cuando Belle y yo nos casamos, y la vendí cuando ella… esto… cuando recibió ese disparo. —Acarició ausentemente la cicatriz en su palma—. Bien, el otro día recibí esa carta del tipo que la compró, diciendo que había hecho analizar la tierra del jardín y que está llena de veneno debido a que se halla situada en el emplazamiento de una antigua explotación minera y que va a demandarme.

—Eso no es justo —exclamó Denise.

—Pienso que yo hubiera hecho lo mismo si… ¡Pero al infierno! —Dio un sorbo a su nueva bebida—. El abogado me ha dicho que puedo invocar la cláusula de buena fe, así que no me preocupo. Pero cuando pienso en lo que hubiera podido ocurrirles a
mis
chicos… —se estremeció.

—Estabas hablándonos de tu ex-socio —aventuró Philip. La perspectiva de convertirse no sólo en desempleado sino en inempleable, como tantos miles de otros, lo había estado atormentando; aquella tentadora semipromesa de Alan lo tenía intrigado, y deseaba saber más.

—¡Oh, sí! Iba a decirte que ya sabes que desde que él se fue tengo problemas para llevar el negocio yo solo. ¡No soy un vendedor! Soy del tipo práctico. Mi orgullo es que nunca he contratado a nadie para hacer algo que yo no pudiera hacer por mí mismo. Empecé poniendo canalizaciones y cavando desagües, y puedo seguir enseñando como hacerlo a esos flojos bastardos que trabajan para mí. Pero… bien, mi cabeza está repleta de proyectos, ¡y no tengo tiempo que dedicarles! Por ejemplo, me gustaría volver a casarme algún día, ¡pero no puedo encontrar tiempo libre para buscar a una chica!

—Sí, deberías volver a casarte —dijo Denise—. Serías un buen esposo.

Alan hizo una mueca.

—¡Seguro, un estupendo esposo! A casa a medianoche, volver a salir a las siete… Infiernos, ese no es el asunto. El asunto
es
… —y vació su nueva bebida al segundo trago—. Necesito ayuda. Necesito a alguien que comprenda la administración del negocio. Si quieres comprar una de él, diez mil dólares por ejemplo, incluso cinco mil, me gustaría tenerte como nuevo socio. Tengo puesto el ojo en algo que sé que no podré manejar yo solo.

Se inclinó hacia adelante y prosiguió antes de que Philip pudiera hablar.

—Piensa en lo que está pasando en todo el país… en todo el mundo, a decir verdad. Tú has estado recientemente en Los Angeles, por ejemplo. ¿Cómo es el agua?

—Te hace sentir deseos de vomitar —dijo Philip.

—¿Y has ido alguna vez a la playa?

—¿Quién querría hacerlo?

—Exactamente. ¿Quién querría hacerlo? Los masoquistas con anhelo de faringitis y trastornos intestinales. ¿Quién piensa ya en nadar excepto en una piscina privada? No es seguro. Infiernos conozco a chicas que no se lavan la cara si no es con agua embotellada, por medio a que les entre en boca.

Philip miró a Denise, que asintió enérgicamente.

—Yo lo hago con los chicos —dijo—. Conviene asegurarse.

—Bien, entonces piensa en esto… Mierda, hubiera jurado que traje mi portadocumentos conmigo —Alan miró a su alrededor.

—Bajo tu sillón —dijo Denise, señalando.

—Oh, gracias. —Extrajo un maletín portadocumentos negro y sacó de él un paquete de folletos coloreados.

—Aquí está el último de los artilugios de Mitsuyama. Un purificador de agua casero. Sistema de cartucho recargable. Barato… calculo ciento sesenta dólares instalado. Los cartuchos cinco dólares, duración de un mes para una familia media, a la venta en paquetes de seis, una clientela de reposición asegurada. Los cartuchos pueden regenerarse hirviéndolos en una solución que cuesta quince centavos el galón… pero eso naturalmente no se lo decimos a la clientela. ¡Infiernos, con una promoción adecuada podemos tenerlos instalados en todas las casas de Denver dentro de este mismo año, y luego lanzarnos a cubrir el Estado!

—¿Ciento sesenta dólares? —Philip frunció el ceño, pasando las brillantes páginas del folleto—. No suena como que vaya a dejar mucho margen de beneficios, contando la mano de obra.

—¡Infiernos, puedo instalar una de esas cosas en treinta minutos desde el momento en que cruzo la puerta de entrada!

—Oh. Tú vas detrás de una concesión para la ciudad. —Philip sintió que de pronto su corazón empezaba a latir fuertemente entre sus costillas. Alan tenía razón: una cosa así tenía unas posibilidades comerciales inmensas.

—Obtendré una concesión para todo el Estado si puedo —gruñó Alan—. Y además, creo que he obtenido un buen seguro. Mi ex-socio, Bud… bueno, le he convencido de que me debía un favor, y no es tan estúpido como para olvidar que puede que él mismo necesite un favor uno de esos días. Tiene buenos contactos con la Colorado Chemical. He ido a verles, les gusta la idea, y si puedo convencerles de que soy capaz de manejar el volumen de negocio que esto representa están dispuestos a apoyarme con una propuesta un cinco por ciento más elevada que cualquier otro.

Se reclinó en su sillón, con una sonrisa satisfecha.

—Bueno, no sé si ellos me aprobarán a

—dijo Philip tras una pausa—. Quiero decir, Angel City no va a estar dispuesta a darme las mejores referencias del mundo, imagino.

—¡Oh, a la mierda con Angel City! —Alan barrió el aire con su mano—. Les expliqué mi proyecto publicitario, y les gusta tanto que estoy seguro de que podría contratar a Fidel Castro y no les importaría en lo más mínimo.

—¿De qué se trata?

—¿Recuerdas a ese tipo negro que se convirtió casi en un héroe con lo de la avalancha de Towerhill? El policía… ¿cuál es su nombre? Oh, sí: Peter Goddard.

—¿Pero no está paralizado? —preguntó Denise.

—En este preciso momento está en recuperación. Ya camina, de uno a otro lado de su habitación. Bueno, creo que más bien cojea, y así seguirá. De modo que naturalmente no volverán a aceptarlo en la policía. Pero estuve en el hospital hace unos días, hablando con un doctor al que conozco, y conocí al tío de esos dos chicos a los que salvó. Es un rico bastardo forrado de dinero, nada en él como quien dice. Importador de abejas. Y se quejaba de la suerte del pobre tipo, que ya no podrá volver a su antiguo trabajo, y decía que estaba pagando todos los gastos de su hospitalización, pero que no podía pasarle una pensión por todo el resto de su vida a cambio del favor que le había hecho, y yo pensé: Cristo, un héroe y
un negro
, ¿qué más quieres? Y entonces ¡bang!, vino la inspiración. Avergonzaremos a todos esos gordos blancos, como tú y yo por ejemplo, y los tendremos comprando nuestros filtros, todo lo demás será coser y cantar. —Alan se frotó alegremente las manos—. ¡
Oh
, sí! ¿No crees que todo encaja perfectamente?

INFORME DE LABORATORIO

R
ESUMEN
: En presencia del doctor Michael Advowson; observador nombrado por las Naciones Unidas, han sido tomadas muestras de un lote del producto «Nutripon Bamberley», aparentemente tomado de un almacén destruido en Noshri. No procede pues de un contenedor hermético, y por lo tanto no puede descartarse la posibilidad de contaminación ulterior. Algunas porciones fueron trituradas en una diversidad de disolventes, y en cada caso la solución fue analizada mediante técnicas standard de cromatografía sobre papel (Papel Analítico Hansen Tipo III). En todas las muestras fueron hallados rastros del mismo alcaloide complejo que había sido previamente aislado de la orina y suero sanguíneo de ejemplares humanos de Noshri, y que es parecido a algunos derivados hidrolizados del cornezuelo del centeno. La administración de esta sustancia a los animales de laboratorio ha engendrado espasmos musculares, comportamiento aberrante, pánico irracional y heces manchadas de sangre. Parece muy altamente probable que esta sustancia haya sido el agente causal del desastre de Noshri; de todos modos, no es posible determinar en qué momento fue introducido en el alimento.

—en París, en el
Instituto Pasteur
:

L. M. D
UVAL
(Dr. Med., Dr. Quím.)

LAS MARAVILLAS DE LA MODERNA CIVILIZACIÓN

La pequeña y linda secretaria, una chica vestida al último grito, incluida una falda abierta hasta la cintura para revelar entre sus muslos una brillante mata de rizado acero inoxidable sujeta a sus panties, escuchó en el ultramoderno intercom de su rutilante escritorio. El sonido era direccionalizado, por supuesto. Allí el ambiente era fresco y agradable debido a que en vez de ventanas había proyecciones cosmorámicas, el último de los sistemas de moda para prevenir la intrusión de la desagradable realidad exterior. Pese a que las chimeneas cercanas lanzaban al aire sus humos las veinticuatro horas del día la vista era límpida, con nubes, un cielo azul, un sol amarillo no tan brillante como para molestar a los ojos. Superior al artículo original, sí.

Incluso había pájaros que volaban o se perchaban entre dos capas de cristal sobre auténticas ramas en un entorno acondicionado. No era normal ver pájaros. En absoluto.

—Señor Hideki Katsamura —dijo la chica. El señor Hideki Katsamura se alzó del asiento de plástico, perfecta imitación de cuero natural sin riesgos de afecciones o quizá peyorativas asociaciones de ideas relativas a la desaparición de tantas lamentadas especies. Un respetable padre de familia, bien establecido, dominando excelentemente el inglés correctamente vestido con telas discretas. Con un firme dominio de sí mismo. Ni excesivamente ansioso por complacer ni excesivamente propenso a inclinarse ante las secretarias como algunos.

La espera había sido larga pero comprensible: la presión de los negocios urgentes.

Muy moderna, la chica abrió la puerta del despacho del doctor Hirasaku pulsando un botón oculto.

Más tarde, cuando el doctor Hirasaku y sus codirectores hubieron dado claramente instrucciones para la visita a América y la concesión de exclusivas para el nuevo purificador de agua, así como varias listas de productos competidores de los que había que explicar sus desventajas e inferioridades, y montones de datos grabados acerca de detalles de todas clases que debían ser estudiados con cuidado, el señor Katsamura regresó a su nueva casa en Osaka donde la recogida de basuras se efectuaba con toda puntualidad y el centro de la calle recibía las aguas de desecho de las demás casas de la zona en riachuelos integrados en el paisaje y adornados a intervalos de cada manzana con arqueados puentecillos artísticamente decorados a la antigua manera china, detalle típico de las supermodernas ciudades para peatones planeadas para no verse nunca atiborradas de automóviles. Todo ello excelente. Todo de nylon.

EL BRAZALETE EN LA MANGA

El vuelo que llevó a Michael Advowson de París a Nueva York era vía Londres. Subsónico, insistió. Un detalle secundario pero frecuente de la práctica de su profesión había sido curar las escaldaduras de la gente que se había derramado encima su tetera hirviendo ante el sobresalto de un bang sónico.

Estaba previsto que el avión partiera de Orly a las 21:29. Llevaba ya noventa minutos de retraso. Había habido una alerta de bomba y estaban revisando los equipajes.

Iba en primera clase, puesto que no era él quien pagaba. Cuando subió a bordo descubrió que era el único pasajero más allá de la cortina divisoria. La primera clase se iba haciendo cada vez más pequeña, cada vez más difícil de llenar, y las líneas aéreas se sentían enormemente complacidas cuando alguna gran organización internacional, o una multinacional importante, adquiría billetes de primera clase para compensar el enviar a uno de sus empleados o empleadas a un lugar al que no deseaban ir.

Pero tampoco había demasiada gente en la clase turista. La gente ya no cruzaba el Atlántico a menos que no pudieran evitarlo, o para vanagloriarse de ello. Aunque tu avión no fuera saboteado o secuestrado, lo que sí podías estar seguro era que su horario iba a verse enormemente retrasado.

Eso no quería decir que la travesía por barco fuera más segura, desde el hundimiento del
Paolo Rizzi
el pasado verano y los mil trescientos pasajeros que se ahogaron en un mar contaminado por ciento ochenta mil toneladas de crudo arrojadas por el petrolero contra el que colisionó.

Moraleja, definitiva: quédese en casa.

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