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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

El poder del perro (61 page)

BOOK: El poder del perro
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—O no —añade Little Peaches.

Ya han hecho tres trabajitos antes, y ahora les ha llegado la noticia de que un piso franco de los narcos de Anaheim está a reventar de dinero y tiene que viajar al sur. Tienen la dirección, tienen los nombres, tienen la marca del coche y la matrícula. Hasta tienen una idea de cuándo van a efectuar el viaje los correos.

—¿De dónde sacáis la información? —pregunta Callan.

—De un tipo —contesta Peaches.

Callan ya se imaginaba que era de un tipo.

—No hace falta que lo sepas —dice Peaches—. Se lleva un treinta por ciento.

—Es como volver al tráfico de drogas, pero mejor —dice O-Bop—. Recibimos los beneficios, pero no tenemos que tocar el producto.

—Es delito honrado —dice Peaches—. Arriba las manos, dadnos el dinero.

—Tal como al Buen Dios le gusta —dice Mickey

—Bien, Callan —dice Little Peaches—, ¿te unes a nosotros?

—No sé —dice Callan—. ¿A quién robamos el dinero?

—A los Barrera —contesta Peaches con una mirada astuta e inquisitiva, como diciendo: ¿Hay algún problema?

No lo sé, piensa Callan. ¿Lo hay?

Los Barrera son peligrosos como tiburones, no es gente a la que puedas joder impunemente. Eso por un lado. Además, son «amigos nuestros», según Sal Scachi, al menos, y eso es otra cosa.

Pero asesinaron a aquel cura. Eso fue un atentado, no un accidente. Un asesino a sangre fría como Fabián el Tiburón Cabronazo no dispara contra nadie a quemarropa por accidente. Eso no ocurre nunca.

Callan no sabe por qué asesinaron al cura, solo sabe que lo hicieron.

Y me convirtieron en cómplice, piensa.

Y van a pagar por ello.

—Sí —dice Callan—. Me uno a vosotros.

La banda del West Side ataca de nuevo.

O-Bop ve que el coche sale del camino de entrada.

Son las tres de la mañana y está agazapado a media manzana de distancia. Tiene un trabajo importante que hacer: seguir al coche correo sin que le vean y confirmar que entra por la 5. Teclea un número en su móvil.

—Ya sale —dice.

—¿Cuántos tíos?

—Tres. Dos delante, uno detrás.

Cuelga, espera unos segundos y sale.

Tal como habían planificado, Little Peaches llama a Peaches, el cual llama a Callan, que a su vez llama a Mickey. Se ponen a cronometrar sus relojes y esperan la siguiente llamada. Mickey ha calculado el tiempo medio de recorrido desde el camino de entrada a la rampa de la 5: seis minutos y medio. Por lo tanto, saben que dentro de un minuto o así deberían recibir la siguiente llamada.

Si reciben la llamada, el plan sigue adelante.

Si no, tendrán que improvisar, y nadie lo desea. Así que los seis minutos son tensos. Sobre todo para O-Bop. Es el que se está encargando del trabajo en este momento, el que la puede cagar si se fijan en él, el que tiene que quedarse donde pueda verles pero sin que ellos le vean. Les sigue desde diferentes distancias. Una manzana, dos manzanas. Pone el intermitente de la izquierda y apaga los faros un segundo para que parezca un coche diferente cuando reanude la persecución.

O-Bop lo consigue.

Mientras tanto, Little Peaches está sentado, sudando, a una hora y media al sur, en la 5.

Durante tres minutos.

Cuatro.

Big Peaches está sentado en un reservado del Denny's, junto a la autopista, un poco al norte de Little Peaches. Está dando buena cuenta de una tortilla de queso, patatas fritas, tostada y café. A Mickey no le gusta que coman antes de un trabajo (un estómago lleno complica las cosas si te disparan), pero Peaches es así. No quiere atraer la mala suerte sobre su persona, tomando precauciones por si le disparan. Se pule las patatas grasientas, saca dos Rolaids del bolsillo y los mastica mientras echa un vistazo a la sección de deportes.

Cinco minutos.

Callan procura no mirar el reloj.

Está tendido en la cama de la habitación de un motel que hay en la salida de la autopista de Ortega, al lado de la 5. Ha sintonizado la HBO y está viendo una película que ni siquiera sabe cuál es. Sería absurdo estar esperando en la moto a la intemperie. Si los correos llegan a la 5, habrá mucho tiempo. Consultar su reloj no va a cambiar nada, sólo conseguirá ponerle nervioso. Pero al cabo de unos diez minutos cede y lo mira.

Cinco minutos y medio.

Mickey no mira su reloj. La llamada llegará cuando llegue. Está sentado en un coche aparcado delante del Centro de Transportes de Oceanside. Fuma un cigarrillo y repasa en su cabeza lo que sucederá si los correos no toman la 5. En ese caso, lo que deberían hacer es abandonar, esperar a la siguiente vez. Pero Peaches no se lo va a permitir, así que tendrán que montárselo como sea. Intentar deducir la ruta a partir de la información que les proporcione O-Bop, encontrar una forma de adelantarse al coche correo y decidir un lugar donde darles el alto.

Como jugar a indios y vaqueros. No le gusta.

Pero no consulta su reloj.

Seis minutos.

Little Peaches está a punto de tirar la toalla.

Un millón de dólares en el saco y...

El teléfono suena.

—Todo va bien —oye que dice O-Bop.

Aprieta el botón de reinicio de su reloj. Una hora y veintiocho minutos es el tiempo medio que se tarda en llegar desde la rampa de entrada hasta esta salida. Después llama a Peaches, que descuelga el teléfono sin apartar los ojos del periódico.

—Todo va bien.

Peaches consulta su reloj, llama a Callan y pide un trozo de pastel de cerezas.

Callan recibe la llamada, coordina su reloj, telefonea a Mickey, se levanta y toma una ducha larga y caliente. No hay prisa, y quiere estar suelto y relajado, de modo que se queda bajo el agua humeante un rato y deja que golpee sus hombros y su nuca. Siente el principio de una descarga de adrenalina, pero no quiere que se dispare demasiado pronto. Se obliga a tomar la ducha lenta y cuidadosamente, y se siente bien cuando nota que su mano no tiembla.

Se viste también con parsimonia. Se pone poco a poco los tejanos negros, una camiseta negra y una sudadera negra. Calcetines negros, botas de motorista negras, un chaleco antibalas Kevlar. Después la chaqueta de cuero negra, los guantes ceñidos negros. Sale. La noche anterior pagó en metálico y firmó con un nombre falso, de manera que deja la llave en la habitación y cierra la puerta al salir.

El trabajo de O-Bop es más sencillo ahora. No sencillo, sino más sencillo, de modo que puede situarse a una buena distancia del correo y acercarse solo cuando se aproximan a rampas de salida. Tiene que asegurarse de que no tomen una curva y salgan a la 57 o a la 22, o a Laguna Beach Road o a la autopista de Ortega. Pero da la impresión de que la corazonada de Peaches era acertada, estos tíos van a seguir la carretera principal hasta llegar a México. Así que O-Bop se lo toma con calma, y ahora puede hablar por teléfono sin temor a delatarse, de modo que proporciona los detalles a Little Peaches: «BMW azul, UZ 1 832. Tres tíos. Maletines en el maletero». Esto último no significa una buena noticia, porque tendrán que dar un paso más una vez que hayan detenido el coche, pero Mickey les obligó a practicar esta opción, de modo que O-Bop no está demasiado preocupado.

Mickey sí está preocupado.

Eso es lo que hace Mickey. Preocuparse y esperar hasta que abre la taquilla de Amtrak, después entra y paga en metálico un billete de ida a San Diego. Camina hacia la estación de los Greyhound y compra un billete para Chula Vista. Después vuelve al coche y espera. Y se preocupa. Lo han practicado decenas de veces, pero sigue preocupado. Demasiadas variables, demasiados «si». ¿Y si se produce un embotellamiento de tráfico, si hay un policía estatal aparcado cerca, si llevan un coche de apoyo y no lo vemos? ¿Y si alguien recibe un disparo? Y si, y si, y si...

«Si mi tía tuviera pelotas, sería mi tío», es lo que había contestado Peaches a todas aquellas preocupaciones. Termina su pastel, toma otra taza de café, deja dinero para la cuenta y la propina (la propina justa, ni demasiado pequeña, ni demasiado generosa. No quiere que le recuerden por ningún motivo), y va al coche. Saca la pistola de la guantera, la sostiene sobre su regazo y comprueba el cargador. Todas las balas siguen en su sitio, tal como pensaba, pero es un hábito, un reflejo. A Peaches le horroriza la posibilidad de ir a apretar el gatillo un día y oír el chasquido seco de una cámara vacía. Guarda la pistola en la funda del tobillo y disfruta de su peso confortable cuando pone en marcha el coche y pisa el acelerador.

Ahora todos están en su sitio: Little Peaches en Calafia Road. Peaches en la salida de la autopista de Ortega. Callan en su moto, esperando en la salida de Beach Cities, en Dana Point. Mickey en el Centro de Transportes de Oceanside. O-Bop en la 5, siguiendo al coche correo.

Todos en su sitio.

A la espera de la diligencia.

Que se dirige hacia la emboscada.

O-Bop habla por teléfono.

—Un kilómetro para la salida.

Little Peaches ve pasar el coche. Baja los prismáticos, habla por el móvil.

—Ahora.

Callan sale a la autopista.

—Estoy en ello.

—Recibido —contesta Peaches. . Mickey empieza a cronometrar de nuevo.

Callan ve el coche por el retrovisor y disminuye un poco la velocidad para que le adelante. Ningún pasajero del coche le mira. Un motorista solitario camino hacia el sur en la oscuridad antes del amanecer. Faltan veinte minutos para la recta desierta de Pendleton, el punto donde quiere hacerlo, de modo que se rezaga un poco sin perder de vista el objetivo. La mayor parte del tráfico se dirige hacia el norte, no hacia el sur, y los pocos coches que se ven irán disminuyendo de número cuando dejen atrás la ciudad de San Clemente, en el condado de Orange.

Dejan atrás Basilone Road, después las famosas playas de surfistas llamadas Trestles, las dos cúpulas de la central generadora de energía atómica de San Onofre, el puesto de control de la Patrulla de Fronteras que corta el paso de los carriles en dirección norte de la 5, y luego llega la tranquilidad. No hay nada a su derecha, salvo dunas de arena y mar, que ahora empieza a dibujarse bajo la tenue luz de los primeros rayos de sol sobre Black Mountain, que domina el paisaje de Camp Pendleton.

Callan lleva un micro y unos auriculares dentro del casco de motorista.

Pronuncia una sola palabra.

—¿Adelante?

—Adelante —contesta Mickey.

Callan retuerce el acelerador, se inclina hacia delante para cortar la resistencia del viento y corre en dirección al coche correo. Frena al lado casi justo donde había planeado, en la larga recta antes de la larga curva a la derecha que se desvía hacia el mar.

El conductor le ve en el último segundo. Callan observa que sus ojos se desorbitan a causa de la sorpresa, y entonces el coche salta hacia delante cuando el conductor acelera. No le preocupa que un poli le detenga ahora, sino que le maten, y el Beamer toma ventaja.

De momento.

Por eso eligieron la Harley, ¿verdad? Por eso la compraron, básicamente un motor con dos ruedas y un asiento sujeto a ellas. La puta Harley no se va a dejar vencer por un coche de yuppy. No se va a dejar vencer por un coche de yuppy con dos millones de dólares dentro.

De manera que cuando el Beamer llega a los cien, Callan se pone a cien.

Cuando llega a ciento veinte, Callan le imita.

Ciento cuarenta, ciento cuarenta.

Cuando se pasa al carril derecho, Callan también lo hace.

A la izquierda, a la izquierda.

A la derecha, a la derecha.

El Beamer alcanza los ciento cincuenta, y Callan no se queda atrás.

Y ahora, suelta la adrenalina. Recorre sus venas como el combustible del motor de la moto. Moto, motor, motorista, la adrenalina canta, navega, vuela, Callan ha llegado a la zona, una descarga de adrenalina pura cuando se coloca al lado del Beamer y el conductor da un volantazo a la izquierda para intentar embestirle, y casi lo consigue, y Callan tiene que rezagarse y casi pierde el equilibrio. Casi lo pierde a ciento cincuenta por hora, lo cual le pondría a dar vueltas sobre el asfalto, donde se convertiría en una mancha de sangre y tejidos. Pero endereza la moto y se pone detrás del Beamer, que ahora le lleva una ventaja de diez metros, y entonces se abre la ventanilla posterior, asoma un Mac-10 y empieza a disparar como la ametralladora de un avión.

Pero quizá Peaches tenía razón. En un coche lanzado a esa velocidad no puedes acertar una mierda, y en cualquier caso Callan se está inclinando a la derecha y a la izquierda, y los chicos del Beamer piensan que no le van a acertar, de modo que lo mejor es acelerar, y lo hacen.

El Beamer se pone a ciento sesenta, a ciento setenta, y subiendo.

Ni siquiera la Harley puede alcanzarlo.

Por eso Callan atacó donde lo hizo, porque la recta termina en una gigantesca curva cerrada que el Beamer jamás podría tomar a ciento veinte, y no digamos ya a ciento cincuenta. Eso es lo jodido de la física: es implacable, de modo que, o el conductor disminuye la velocidad y deja que el tipo de la moto le alcance, o sale volando de la carretera como un avión en una pista, solo que este no puede volar.

Decide arriesgarse con el perseguidor.

Decisión errónea.

Callan se inclina a la izquierda, con el pie casi rozando el cemento. Sale de la parte superior de la curva a la altura de la ventanilla del conductor, el cual se acojona cuando ve la 22 tan cerca de su cara. Callan dispara una vez para agrietar la ventanilla y...

Pop-pop.

Siempre dos disparos, muy seguidos, porque el segundo corrige automáticamente el primero. En este caso no era necesario. Ambos disparos dan en el blanco.

Las dos balas del 22 están dando vueltas en el cerebro del tipo como las bolas de una máquina del millón.

Por eso la 22 es el arma favorita de Callan. No es lo bastante potente para atravesar un cráneo. En cambio, envía la bala rebotando de un lado a otro del cráneo, buscando con desesperación una salida, encendiendo todas las luces para después apagarlas.

Juego terminado.

No hay partida gratis.

El Beamer da un giro de trescientos sesenta grados y se sale de la carretera.

No obstante, resiste (la estupenda ingeniería alemana), si bien los dos pasajeros están todavía aturdidos por el impacto, mientras Callan se acerca con la moto y...

Pop-pop.

BOOK: El poder del perro
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