33. Bruno y Thusnelda (con vestido negro) se divierten en el baile de los dentistas en Berlín, 1956. La guerra parece muy lejana.
34. Thusnelda e Ida, Navidad de 1956. El televisor de gran tamaño, el árbol navideño rebosante y el teléfono de baquelita proporcionan los indicios más obvios de la prosperidad alemana de posguerra.
35. Bruno con dos de sus Kameraden, con una adecuada expresión severa, en algún momento de principios de los sesenta.
36. Bruno y Thusnelda, Berlín, 1966: cerveza, schnapps y cigarrillos a su disposición.
37. Bruno y Gisela, su nueva pareja tras divorciarse de Thusnelda, en 1974. La adoración de Gisela sin duda le cautivó.
38. La última foto que poseemos de Bruno, Edimburgo, 1984.
[1]
«Está usted abandonando el sector americano.» (N. del T.)
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[2]
Sicherheitsdienst o servicio de inteligencia y seguridad. (N. del T.)
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[3]
Una colección de artículos encargados, recopilados y estudiados por un sociólogo norteamericano de los años treinta llamado Theodore Abel. Viajando por la Alemania nazi en 1934, tuvo la idea de pedir a los alemanes que le ayudaran a explicar el atractivo del nacionalsocialismo a todas las personas que en el mundo estaban desconcertadas por el movimiento. Abel organizó un concurso con un sustancioso premio en efectivo para la aportación más esclarecedora. El único requisito para participar era haberse afiliado al partido voluntariamente antes de 1928; dicho de otro modo, pertenecer a los «combatientes veteranos», como Bruno, hombres cuya temprana conversión al nazismo les distinguía de los que se afiliaron más tarde.
Abel recibió enseguida una avalancha de respuestas (quinientas ochenta y una); algunas sólo contenían una página y otras eran extensas como una tesis; procedían de todo el país y abarcaban una gran variedad de individuos, aunque todos compartían la característica fundamental de ser miembros antiguos y fervientes del Partido Nazi. Conservadas hoy en la Universidad de Stanford, las estudiaron dos eruditos principales: el propio Abel, en un libro publicado en 1938, y ulteriormente, de un modo más estadísticamente sistemático, Peter Merkl en dos libros publicados en los años ochenta.
La fecha de su redacción, 1934, los salvó del tipo de autoexculpación que caracterizó más adelante (sobre todo en la posguerra) los relatos autobiográficos del periodo nazi. Rezuman el modo de pensar, las opiniones y las actitudes que debieron de motivar a hombres que, como Bruno, descubrieron que eran nazis casi instintivamente, años antes de que otros hubieran oído mencionar siquiera el nombre del partido. Encarnan perfectamente los procesos mentales que debieron de desarrollarse en el fuero interno de Bruno durante sus años de formación.
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[4]
Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, denominación oficial del Partido Nazi. (N. del T.)
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[5]
Concedida a los que podían demostrar una pertenencia al partido ininterrumpida; los años anteriores a 1928 contaban el doble.
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[6]
Deutsche Arbeitsfront: Frente Obrero Alemán. (N. del T.)
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[7]
Véase, en particular, Michael Wildt, que acuñó la expresión en el título de su estudio magistral del servicio de Seguridad SS, Generation des Unbedingten, traducido al inglés como An Uncompromising Generation: The Nazi Leadership of the Reich Security Main Office, Madison, Wisconsin, 2010.
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[8]
Peter Fritzsche, Life and Death in the Third Reich, Harvard, 2008, p. 85.
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[9]
Más tarde, en la República de Weimar, el puesto de Wachtmeister cobró una importancia aún mayor en el adiestramiento de la policía prusiana, manteniendo un vínculo entre los militares y el poder judicial. Muchos Wachtmeister se afiliaron pronto a las SS e inspiraron sus métodos y cultura. Véase George C. Browder, Hitler’s Enforcers: The Gestapo and the SS Security Service in the Nazi Revolution, Nueva York y Oxford, 1996, p. 19.
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[10]
«Alemania trasladó sus aspiraciones nacionales al sistema educativo quizá más que cualquier otra potencia continental. El sistema educativo alemán hacía hincapié en que la escuela existía antes que nada para el Estado […] Se fomentaba la obediencia a la autoridad, la lealtad a la corona y hasta la docilidad porque favorecían el poder estatal. A lo largo de la enseñanza primaria y secundaria, los futuros ciudadanos recibían una instrucción vigorosa que siempre acentuaba la gloria de la civilización y los ideales alemanes, la política, la industria y la Kultur alemanas […] El espíritu que imperaba en el ejército alemán se aceptaba sin discusión en el sistema educativo. Apenas había dificultad en inculcárselo a la población. Se aceptaba de buena gana como un requisito nacional […] Las divisiones en el sistema de castas alemán eran categóricas y rígidas, pero en lo relativo al deber con la patria y la lealtad a la corona mentalizaban sobre su germanidad a todos los estudiantes por igual, ya fuesen el hijo de un junker o el vástago de un carnicero», L. I. Snyder, From Bismarck to Hitler, citado por Theodore Abel, Why Hitler Came to Power, Cambridge, Massachusetts, 1986, p. 30.
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[11]
Sebastian Haffner, Defying Hitler: A Memoir, Londres, 2002, p. 15.
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[12]
Hans Rosenthal, Kurmärkisches Feldartillerie-Regiment Nr. 39 (Erinnerungsblätter deutscher Regimenter), Oldenburg i.O./Berlín, 1923.
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[13]
Los testimonios de Abel sólo se identifican por la descripción del trabajo y la fecha de nacimiento de su autor; no aparecen nombres. Peter Merkl, Political Violence under the Swastika: 581 Early Nazis, Princeton, 1975, p. 158.
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[14]
El tratado de paz firmado en marzo de 1918 entre Alemania y Rusia, por el que se cedía territorio y grandes indemnizaciones en oro a los (por el momento) alemanes victoriosos. El recuerdo del tratado obsesionaba a los nazis posteriores y promovió sus ambiciones orientales.
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[15]
John Keegan, The First World War, Londres, 1998, p. 433.
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[16]
Merkl, Political Violence, p. 296.
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[17]
Ibídem, p. 158.
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[18]
Conde Harry Kessler, Berlin in Light: The Diaries of Count Harry Kessler, 1918-1937, Londres, 1971, p. 9.
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[19]
Ibídem, p. 4.
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[20]
Abel, Why Hitler Came to Power, p. 24.
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[21]
Ibídem.
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[22]
Ibídem, p. 33.
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[23]
Se cuenta que fue en realidad un general británico el que pronunció la fatídica frase: «Ah, ¿quiere decir que le apuñalaron por la espalda?», se supone que le dijo al gran general alemán Hindenburg. Una vez dicha, no había posibilidad de retractarse y se convertiría en dogma para el derecho alemán. Hasta la suscribieron dirigentes nacionales. Friedrich Ebert, el caudillo provisional, que había perdido a dos hijos en la guerra, recibió a las tropas que volvieron a Berlín en diciembre de 1918 con estas palabras: «Vuestros sacrificios y acciones no tienen parangón. ¡No os ha derrotado ningún enemigo!»
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[24]
Deutsche Zeiting, 12 de octubre de 1918, citado en Abel, Why Hitler Came to Power, p. 23.
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[25]
El Tratado de Versalles fue el acuerdo punitivo impuesto por los aliados a los alemanes derrotados. Además de perder grandes extensiones de territorio, tendrían que pagar lo que se consideraba que eran grandes indemnizaciones. Aún peor para una ciudad castrense como Perleberg fue la noticia de que el ejército alemán se vería despojado de unos once millones de soldados, y diezmado de nuevo hasta una mísera cifra de 100.000 hombres. La prensa alemana no tardó en vociferar, iracunda: «INACEPTABLE», rezaba el titular de un periódico. Otro adoptaba un tono profético: «Si aceptamos estas condiciones, la cólera militar clamando venganza resonará en el país dentro de pocos años y un nacionalismo militante lo engullirá todo.» Más duro de tragar para los nacionalistas alemanes fue el párrafo relativo a la llamada «culpa bélica», que atribuía a Alemania la culpabilidad exclusiva de la guerra.
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