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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (66 page)

BOOK: El libro de los portales
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—Sí, entiendo. Necesitaríamos pintura violeta —asintió él, abatido—. Pero ¿y Yiekele?¿No podría su sangre…?

—Ya lo hemos intentado. ¿Veis eso? —Maese Belban señaló la marca en forma de estrella que exhibía el pecho de la mujer—. Es una especie de válvula que se abre cuando necesita extraer sangre para dibujar un portal. Me costó mucho armarme de valor para pedirle que me prestara un poco. Y después dibujé un portal muy simple y pequeño, para no desperdiciarla… un portal que no se activó, pese a que estoy seguro de que las coordenadas eran las correctas.

»Tengo la teoría de que todos los mundos encierran en sí mismos la manera de viajar entre dimensiones. Pero ese secreto adquiere una forma y un lenguaje diferentes en cada uno de ellos. Ya habéis visto cómo hace Yiekele sus portales. Ella utiliza una determinada sustancia, su sangre, y un lenguaje que nos resulta desconocido. Nosotros, por el contrario, tenemos la bodarita y el lenguaje simbólico de la Academia, con el que describimos las coordenadas.

—Comprendo —asintió Tabit—. Es decir, que un portal pintado con la sangre de Yiekele no funcionará con nuestras coordenadas, de la misma forma que un portal de bodarita no se activaría si las coordenadas estuviesen escritas en el lenguaje que usa ella.

—Y Yiekele no podría pintar un portal para nosotros, porque ella no funciona así —añadió maese Belban—. Ha de entrar en trance; es algo que su mente hace de forma espontánea cuando lo considera necesario, como si conectara sin darse cuenta con el entramado espacio-temporal del universo. No se puede inducir ese estado, ni pidiéndoselo con amabilidad ni tratando de forzarla a ello. ¿Entendéis ahora por qué sigo aquí, después de todo este tiempo? —finalizó, con un suspiro.

—Entonces, ¿el problema es que no tenéis la pintura adecuada? —resumió Cali, rebuscando en los bolsillos de su hábito—. ¿Y podríais fabricar más si dispusierais, por ejemplo, de algunos fragmentos de bodarita azul?

—Eso he dicho —respondió maese Belban, con creciente irritación—. Pero, como puedes imaginar, en este mundo no… —se interrumpió al ver que la joven abría la mano para mostrarle tres rocas azules—. ¿Qué…? ¿Cómo…? —pudo balbucir, estupefacto.

Cali sonrió.

—¿De dónde la has sacado, Caliandra? —preguntó Tabit, tan maravillado como si acabara de contemplar un truco de magia, mientras maese Belban le arrebataba los fragmentos con ansiedad.

—Pues del almacén de maese Orkin, por supuesto —replicó ella—. Te propuse que la tomáramos prestada, ¿recuerdas? Y no lo consideraste una buena idea porque, según decías, iba en contra de las normas de la Academia, o algo así. De modo que lo hice por mi cuenta, la tarde antes de que fuésemos a Belesia.

Tabit sacudió la cabeza, sin saber qué decir.

Maese Belban examinaba los fragmentos con atención.

—Parecen bastante puros, sí —murmuró para sí mismo—. Quizá pueda extraer suficiente cantidad de pigmento como para hacer una mezcla equilibrada en las proporciones adecuadas… —añadió, sopesando el tamaño del bote de pintura roja que le había entregado Tabit.

—¿Y bien, maese? —preguntó Cali—. ¿Podremos volver a casa?

Él alzó la cabeza para mirarla con ojos brillantes.

—No puedo garantizarlo —respondió—, pero, desde luego, ahora tenemos muchas más posibilidades que antes de que llegarais, sin duda. ¿Lo ves? —añadió, volviéndose hacia Tabit—. Por eso ella es mi ayudante…

—… y yo no —completó Tabit con un suspiro—. Sí, maese, me ha quedado claro.

—Pero eso es injusto —protestó Cali—. Maese Belban, fue Tabit quien descifró la contraseña del portal violeta. Si no llega a ser por él, no solo no habríamos llegado hasta aquí sino que, probablemente, a estas alturas estaríamos todos muertos. Además, esas piedras azules no nos servirían de nada si él no hubiese tenido la precaución de guardar un frasco de pintura roja en su zurrón.

—Gracias, Caliandra, pero no es necesario… —Tabit se interrumpió porque Yiekele emitió un curioso sonido, similar al maullido de un gato, y abrió unos enormes ojos completamente anaranjados.

Los estudiantes retrocedieron un tanto para dejarle espacio. Pero ella no pareció sorprendida ni asustada por su presencia. Se atusó el cabello con dos manos, mientras se incorporaba apoyándose en las otras dos. Después, sonrió y ladeó la cabeza en un gesto rápido y espontáneo que acompañó con una especie de saludo:

—¡Bune-bune sunu wi
! —exclamó, risueña, y les dedicó una risa aguda y alegre como la de un pajarillo.

Se reunieron todos en la caverna de los hongos. Tash se sobresaltó al ver a Yiekele y se mantuvo a cierta distancia de ella, pese a que le aseguraron que era inofensiva. Rodak la observó con interés, pero no hizo ningún comentario. Ella, por su parte, derramaba sobre ellos su risa cantarina, encantada de ver a tanta gente nueva.

Encendieron una pequeña hoguera que avivaron con hongos desecados, y maese Belban preparó la cena para todos, una especie de puré hecho con el único alimento que podía encontrarse allí. El viejo profesor estaba de un humor excelente, y hasta Cali admitió que, cocinadas de aquella forma, las setas no estaban tan mal.

Maese Belban anunció que, en cuanto fabricara la pintura que necesitaba, comenzaría a trabajar en el portal de regreso.

—Pero primero debemos descansar —dictaminó—. Unas horas más o menos no supondrán ninguna diferencia.

Lo cierto era que los jóvenes se sentían agotados. No tenían manera de saber cuánto llevaban allí, porque en aquel mundo no había diferencias entre el día y la noche, y los intervalos de tiempo se medían por las alternancias entre perturbaciones y momentos de calma; pero sus cuerpos exigían sueño y descanso, de modo que improvisaron unas camas con lo que tenían más a mano y se tendieron todos en torno a los rescoldos de la hoguera. Yiekele, que había comido con excepcional apetito, fue la primera en retirarse a su cueva, batiendo suavemente su cola tras de sí. Tash se relajó en cuanto la perdió de vista.

—Vosotros diréis lo que queráis —gruñó—, pero tiene cuatro brazos y la piel roja, y hasta tiene cola como los lagartos. Y eso es raro, lo miréis por donde lo miréis.

Los demás estaban demasiado cansados para discutir. Para cuando los restos del fuego se apagaron, todos estaban ya profundamente dormidos. En el exterior estalló una nueva perturbación, y sus luces pulsantes se colaron por la abertura de la caverna y danzaron de puntillas sobre los rostros de aquellos humanos perdidos en un mundo que no era el suyo.

Ellos, sin embargo, no se despertaron.

Soñaban con el momento en que cruzarían un portal violeta y regresarían a casa.

Un remoto recuerdo

«Día 3.042

El portal azul funciona, y las coordenadas que calculé eran correctas.

Logré trasladarme al punto temporal de destino, pero erré por unos minutos, llegué demasiado tarde y no pude salvar a Doril ni descubrir a su asesino; la ofuscación que sentí me llevó a olvidar toda precaución y fui avistado por dos personas.

La muchacha sin duda creyó ver un fantasma, o me confundió con mi versión más joven. El otro estudiante llegó también desde el presente, parece ser que siguiendo mis pasos, lo cual indica que dentro de unos días cruzará mi portal azul.

Pero ahora mismo no puedo confiar en nadie. Esta noche han intentado matarme. Tengo que escapar de la Academia y proseguir mi investigación en otra parte.»

El Libro de los Portales. Diario de investigación
,
manuscrito redactado por maese Belban de Vanicia

Cali despertó sobresaltada tras una confusa pesadilla en la que huía de un monstruo que se parecía sospechosamente a Kelan. Tomaba la mano de Yunek y los dos escapaban… pero el suelo desaparecía sobre sus pies, y Yunek la soltaba y la dejaba caer…

Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquella imagen de su mente. Miró a su alrededor, desorientada. Sintió una angustiosa opresión en el corazón al reconocer la caverna de los hongos grises.

Fuera, las serpientes de luz erraban lenta y plácidamente por el firmamento. Cali suspiró y contempló a sus compañeros. Tash y Rodak dormían profundamente, muy cerca el uno del otro. Maese Belban, por el contrario, estaba despierto, y escribía ensimismado en un grueso libro, a la débil luz de una pequeña esfera que contenía una chispa en su interior.

Tabit, sin embargo, no se encontraba en su lecho. Cali lo buscó con la mirada.

Maese Belban alzó la cabeza.

—Está con Yiekele —dijo solamente.

Cali fue a responder, pero al fin se limitó a asentir con la cabeza y a levantarse para ir al encuentro de su amigo.

Lo halló donde maese Belban le había dicho. Se había sentado frente al portal incompleto de Yiekele y lo contemplaba con los ojos brillantes, absorto en los gráciles movimientos de aquella mujer de otro mundo, que había vuelto a entrar en trance y, encaramada a la pared de roca, trenzaba quiméricos arabescos con veinte dedos y la punta de su cola.

Cali lo observó en silencio durante un momento. Tabit ni siquiera se percató de su presencia hasta que ella se sentó a su lado.

—Es tan extraño lo que hace… —murmuró él—. Quisiera poder entenderlo.

Cali contempló la obra inacabada.

—A mí me basta con saber que existe, y que es hermoso —respondió.

Los dos permanecieron callados un rato, ensimismados, mientras veían trabajar a Yiekele.

—¿Recuerdas la primera vez que atravesaste un portal? —preguntó Tabit entonces.

Caliandra reflexionó y finalmente negó con la cabeza.

—No —dijo—, pero yo debía de ser muy pequeña entonces. Teníamos dos portales privados en casa que utilizaba mi padre para los negocios, pero también para desplazamientos familiares. Están allí desde que tengo memoria.

—Yo sí lo recuerdo —dijo Tabit—. Tenía ocho años, y vivía en Vanicia, más o menos.

Calló un momento. Cali lo miró y descubrió que estaba extraordinariamente serio.

—No es necesario que me lo cuentes, si no quieres —susurró.

Tabit le dedicó una media sonrisa.

—Quiero hacerlo —le aseguró—. Después de todo lo que hemos vivido en los últimos días… lo que pasó entonces ya no me parece tan terrible. Además, si he de hablar de esto con alguien… prefiero que sea contigo.

Cali no respondió a esta confesión, pero se sintió conmovida. Le tomó de la mano, tratando de reconfortarlo con su presencia.

—Nací en Vanicia, creo —prosiguió él—. Mis primeros recuerdos tienen que ver con un hombre que decía ser mi padre. Y tal vez lo fuera, no lo sé. Durante todos estos años he fantaseado con la idea de que me hubiera recogido en alguna parte… de que no estuviésemos emparentados en realidad. Pero nunca llegué a estar seguro.

»Ese hombre, fuera o no mi padre… no era buena persona. No solo porque se dedicara a ir de pueblo en pueblo estafando a la gente, sino también porque me utilizaba para ello, y me enseñó el oficio a base de golpes. Con él aprendí a vaciar bolsillos ajenos, a desmontar cerraduras, a engañar a los incautos con juegos de manos… Pero, en el fondo, no era eso lo que quería hacer. Yo quería ser un niño «decente». Tener una casa, unos padres honrados, ir a la escuela… No sé de dónde saqué esas ideas, la verdad, porque mi padre se burlaba de mis pretensiones y decía que nunca llegaría a nada; que había nacido rufián, y rufián moriría.

»Quise demostrarle que se equivocaba, y un día me escapé y lo denuncié a los alguaciles. Lo llevaron a prisión, y pensé que se quedaría allí una buena temporada… y entonces yo sería libre para tratar de ganarme la vida de otra manera. Pero no fue así como sucedió en realidad.

»Los días siguientes fueron muy duros. Era pleno invierno, y yo no tenía ningún sitio donde cobijarme ni nadie a quien acudir. En mi ingenuidad, pensaba que bastaba con querer ser honrado para conseguirlo. Pero, aunque busqué trabajo, no encontré a nadie que me empleara. No tuve más remedio que mendigar y buscar comida donde podía. Sin embargo… me mantuve firme en mi decisión de cambiar de vida, y no robé absolutamente nada, a pesar de que me moría de hambre.

Había algo en el tono de voz de Tabit que conmovió a Cali profundamente. Más allá del orgullo con el que pronunció aquellas palabras, la joven detectó la huella de un profundo sufrimiento.

—Sin embargo, en ese caso… —se atrevió a decir—, yo entendería que lo hubieses hecho. Para sobrevivir…

Pero Tabit negó con la cabeza.

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