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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (65 page)

BOOK: El libro de los portales
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El profesor le dirigió una mirada penetrante.

—Con su propia sangre —respondió—. Por eso está tardando tanto en terminar su portal. Necesita descansar a menudo, recuperarse… No tiene intención de morir antes de acabarlo, supongo.

—¿La sangre de Yiekele puede…? Es extraordinario.

—¿Verdad que sí? —sonrió maese Belban—. Nos considerábamos pintores de portales pero, comparados con ellos, solo somos niños que balbucean sus primeras palabras. La raza de Yiekele es capaz de leer las coordenadas del mundo sin necesidad de medirlas; de elaborar rutas de viaje sin mirar los mapas… de dibujar portales sin otro instrumento que sus propios cuerpos. Ellos son los auténticos maeses, Caliandra. Lo llevan en la sangre. Literalmente.

Cali estaba absolutamente fascinada. Maese Belban sonrió.

—¿Queréis decir que existen más como ella… en el lugar del que procede? —preguntó la joven.

—Eso parece, sí. ¿Te lo imaginas? Un mundo lleno de auténticos pintores de portales, señores del espacio y del tiempo… A menudo me he preguntado si Yiekele me permitirá cruzar su portal con ella cuando regrese a casa, pero en el fondo sé que no estoy preparado para entender ni la mitad de lo que podrían tratar de enseñarme.

—Tampoco yo entiendo la mitad de lo que dices cada vez que abres la boca,
granate
—intervino Tash, de mal humor—. Pero, si no va a servir para curar a Rodak, podrías ahorrártelo.

—Tash… —la reconvino el guardián, con voz débil. Lo habían recostado sobre un lecho que parecía confeccionado con hongos desecados.

—Pequeño picapiedras insolente… —gruñó maese Belban; pero se inclinó para examinar la herida de Rodak.

—Es una chica —dijo él.

—¡Rodak! —protestó Tash.

—Es mejor que no haya malos entendidos… para todos, pero también para ti —replicó el joven con esfuerzo.

—Eso me da igual —refunfuñó maese Belban—. Por mí, como si es hermafrodita. Pero ha hecho un trabajo bastante bueno con esto, todo hay que decirlo.

Tash iba a devolverle una réplica mordaz, pero aquel inesperado elogio la desconcertó.

—¿Podréis curarlo? —preguntó Caliandra, inquieta.

Maese Belban alzó la mirada hacia ella.

—¿Acaso tengo pinta de médico, jovencita? No, ¿verdad? Creo que lo mejor será dejarlo en manos de la pequeña salvaje, que parece que sabe lo que se hace.

—Voy a necesitar vendas —dijo ella—. Y agua. Y comida.

Maese Belban cabeceó, conforme.

—Con el tiempo he ido recolectando bastantes prendas de ropa. Algunas se parecen bastante a lo que entendemos por tejidos y quizá te puedan servir para confeccionar más vendas. También tenemos algo de agua potable, y en cuanto a la comida… —dejó escapar una risa seca mientras señalaba a su alrededor con un amplio gesto de su mano—, sírvete tú misma.

—¿Las setas se comen? —preguntó Tash, frunciendo el ceño.

—O se comen, o te mueres de hambre —replicó el maese—. Tú decides.

Tash no puso ninguna objeción a aquello. Cali ayudó a maese Belban a rebuscar en el montón de chatarra. Él mismo ya había separado en una pila más pequeña lo que parecían prendas de ropa, de modo que el proceso de selección fue bastante rápido.

—¿Habéis encontrado todo esto por aquí? —preguntó Cali, contemplando fascinada unos calzones hechos para algún tipo de ser pequeño y con cola.

Maese Belban asintió.

—Desde que llegué he dedicado parte de mi tiempo a recorrer este mundo en busca de objetos perdidos, y los he reunido aquí por si alguno de ellos me resultaba de utilidad. Algunos de ellos los he rescatado de los cuerpos de sus dueños. —Se detuvo un momento, pensativo—. Encontré los huesos de un humano, una vez. Pero por la ropa y el equipo que llevaba, podría asegurarte que no procedía de nuestro mundo. Los demás eran todavía más raros.

—Encontramos a uno de ellos —murmuró Cali, recordando los huesos que habían hallado en su primer refugio—. ¿Sucede a menudo?

—¿Que un ser vivo atraviese un portal errado, quieres decir? No lo creo. Aunque en cierta ocasión encontré un pájaro perdido, medio ciego, dando tumbos entre las rocas. Ese día, Yiekele y yo cenamos carne por primera vez en mucho tiempo. Pero no hemos vuelto a tener tanta suerte desde entonces —concluyó, con un suspiro pesaroso.

Cali no hizo más preguntas. Regresaron junto a Tash con la ropa que ella había pedido, y la hallaron comiendo hongos a dos carrillos. Rodak, a su lado, tenía entre las manos un pedazo de seta que contemplaba con desgana.

—Mira esto, picapiedras —dijo maese Belban—: es una especie de espina de algún tipo de metal inoxidable que he sacado de un cachivache que no sé para qué sirve. Está en buen estado y he pensado que podría servirte como aguja, si te decides a suturar la herida.

Tash deshilachó, pensativa, una tela de llamativos colores.

—No es mala idea,
granate
—admitió—. Pero no lo he hecho nunca, y quizá será mejor que no me arriesgue. Esperaré un poco, a ver si la herida deja de sangrar por sí sola y…

Los interrumpió la precipitada llegada de Tabit, que corría hacia ellos desde la sala del portal inacabado.

—¡Es Yiekele! —exclamó desde lejos—. ¡Se ha caído!

—Ya le dije que se estaba esforzando demasiado —gruñó maese Belban—. Quedaos aquí.

Se apresuró a reunirse con Tabit, pero Cali no obedeció su orden y los siguió a ambos hasta la caverna de Yiekele.

La hallaron tendida en el suelo, exánime. Sus cuatro brazos yacían extendidos a su alrededor, como rayos proyectados por un sol vivo. Maese Belban la examinó con el ceño fruncido.

—Se pondrá bien —dijo—. Solo necesita descansar un poco.

—Yiekele usa su propia sangre para pintar su portal —le explicó Cali a Tabit. Él la miró con escepticismo, pero maese Belban asintió, muy serio.

—Por eso se agota tan a menudo —dijo—. Probablemente dormirá bastante tiempo antes de reanudar su trabajo.

Tabit echó un vistazo al enorme mural que estaba dibujando en la roca.

—Es impresionante —comentó—. Pero ¿para qué necesita un portal tan grande?

Maese Belban se encogió de hombros.

—Tendrás que preguntárselo a ella. Y, dado que no hablamos el mismo idioma, me temo que te resultará un poco difícil.

La llevaron hasta un lecho de hongos secos muy similar al que había en la caverna de entrada. Este, sin embargo, estaba también cubierto de retazos de cosas blandas, ropa, telas… como si Yiekele hubiese tratado de construirse un cálido nido.

Tabit y Cali no podían dejar de mirarla.

De cerca era aún más asombrosa: un poco más baja que una humana normal, de cabello del color del fuego, recogido en una gruesa y larga trenza. Su piel tenía también un tono rojizo y estaba completamente tatuada, desde la frente hasta los dedos de los pies y la punta de su cola, con intrincados y sutiles arabescos de un color rojo más oscuro. Cali reprimió una exclamación al comprender que no eran tatuajes, sino parte de la coloración natural de su piel. Algunas de aquellas cenefas confluían en un punto, situado justo encima de donde aquella criatura debía de tener el corazón, y formaban una curiosa silueta con forma de estrella.

Pero lo que más impresionaba a los estudiantes eran aquellos brazos duplicados y la larga cola que se agitaba lentamente junto a ella.

—Jamás habría imaginado que pudiera existir alguien así, en algún lugar —murmuró Tabit, impresionado.

—Cualquier cosa puede existir, en cualquier lugar —replicó maese Belban—. Solo necesitas hallar las coordenadas correctas que te conduzcan hasta ella.

Tabit asintió.

—Sí, es lo que vos decíais en vuestro ensayo sobre el futuro de la ciencia de los portales. Recuerdo haberlo leído.

—Yo no —reconoció Cali, avergonzada.

—No estaba en la lista de lecturas obligatorias —la consoló Tabit generosamente.

—¿Habéis venido hasta aquí para impresionarme con vuestros conocimientos académicos? —gruñó maese Belban—. Porque, si es así…

—No —interrumpió Tabit—. Ya os dijimos que estábamos preocupados. Descubrimos las propiedades de la bodarita azul, averiguamos también que las minas están casi agotadas y nos enteramos por medio del rector de que vuestro proyecto consistía en encontrar una forma de llegar a la época prebodariana… Yo os busqué en el pasado y os vi allí, en la Academia, hace veintitrés años, ¿lo recordáis? Y me dijisteis…

—Recuerdo lo que te dije —cortó el profesor.

—Seguimos el rastro que dejasteis para nosotros… para Caliandra. La lista de coordenadas que le entregó vuestra hermana en Vanicia, la contraseña del portal violeta de Belesia…

—Todo eso era una puerta trasera —dijo maese Belban con desaliento—, un mensaje para aquellos que me siguieran, para que pudiesen encontrarme si mis cálculos resultaban erróneos… como así fue, después de todo. Pero no esperaba que llegarais tan lejos en realidad. Reconozco que lo puse difícil.

Cali lo miraba fijamente.

—Maese, ¿de quién estabais huyendo? —le preguntó de pronto.

Él le devolvió la mirada. Sus ojos azules seguían siendo tan penetrantes como siempre, pero a Tabit le pareció que estaban un poco más apagados, como si un cansancio de piedra se hubiese apoderado del viejo profesor.

—Supongo que ya sabréis que no acaté el encargo del Consejo y que utilicé la bodarita azul para mis propios fines.

Tabit asintió.

—¿Averiguasteis quién asesinó a vuestro ayudante? —quiso saber.

—No. Cuando dibujé el portal violeta, mi intención era llegar hasta un mundo en el que eso no hubiese sucedido, o hubiese ocurrido de otra manera. Pero no funcionó, y ahora estoy atrapado en una especie de basurero cósmico —concluyó, con una risa amarga.

—Pero sigo sin entender —dijo Cali— por qué hicisteis todo esto tan en secreto. ¿Tanto temíais la reprimenda del Consejo?

—Pintar portales funcionales al margen de la Academia se castiga con la inhabilitación, en todos los sentidos —recordó Tabit—, pero los portales dibujados con fines científicos o experimentales pueden tolerarse, siempre que se eliminen después. El Consejo habría tenido en cuenta este detalle, especialmente después de todo lo que habéis descubierto.

Maese Belban suspiró y se revolvió el pelo, pensativo.

—Claro, vosotros no lo sabéis. No me marché de la Academia porque esos molestos estudiantes no me dejasen trabajar en paz, ni porque el rector metiese las narices en mis proyectos. —Los miró fijamente—. Lo hice porque alguien intentó matarme. Trató de asfixiarme mientras dormía y, de nuevo, no conseguí ver quién era, porque huyó de mi habitación en cuanto logré quitármelo de encima y lanzar un grito de auxilio. Naturalmente, todos creyeron que había sido una pesadilla. Y no se lo reprocho. Después de todo, soy el maese loco, ¿verdad? —Ni Tabit ni Cali creyeron oportuno responder a aquella pregunta; además, aún estaban asimilando la sorprendente historia del profesor—. Como comprenderéis, después de eso decidí que tenía que marcharme de allí y seguir mi investigación en otra parte, lejos de consejeros susceptibles.

Tabit ladeó la cabeza, impresionado.

—¿Estáis diciendo que alguien del Consejo intentó asesinaros? ¿Porque estabais empleando la bodarita azul para tratar de cambiar el pasado?

—Algunos viejos maeses se toman muy en serio los debates académicos —dijo maese Belban—. Y hubo un gran revuelo en la sesión en la que discutimos sobre los usos de la bodarita azul. Una controversia con argumentos dignos de las mejores clases de maese Denkar, debo añadir. Podría citar al menos a tres maeses que pensaban que los viajes al pasado provocarían una catástrofe de dimensiones inconmensurables. No me sorprendería nada que alguno de ellos hubiese organizado un atentado contra mi vida.

Tabit y Cali cruzaron una mirada.

—Maese Belban —dijo entonces ella, escogiendo con cuidado las palabras—, tampoco nosotros llegamos hasta aquí en una excursión de día de asueto. Nos vimos rodeados por un grupo de personas que querían matarnos. Piratas belesianos y un estudiante de la Academia que dice ser el Invisible. Y que os estaba buscando a vos.

Maese Belban los miró un momento y después estalló en carcajadas.

—¿Qué historia absurda me estáis contando? ¿Piratas belesianos? ¿El Invisible?

—No es ninguna historia. Hirieron a Rodak en el vientre. Y a mí también —añadió, alzando su brazo lesionado.

—En su momento también se dijo que el Invisible estaba detrás de la muerte de Doril, mi ayudante —murmuró el profesor, pensativo—. Se dijeron muchas cosas entonces. Y se han contado también muchas historias sobre ese contrabandista imaginario. No me sorprendería que a algún estudiante descerebrado le haya dado por hacerse pasar por él.

—Pero el caso es que alguien mató a vuestro ayudante —insistió Tabit—. Y vos todavía no sabéis quién fue, ¿verdad?

Maese Belban lo miró, divertido.

—Hay quien dice que fuiste tú, muchacho.

Tabit enrojeció.

—Sí, bueno… nos dimos cuenta de ello cuando regresé del pasado —farfulló—. Pero, en cualquier caso, este Invisible, sea o no el auténtico, os buscaba a vos. ¿Conocéis a un tal Kelan de Maradia?

Maese Belban negó con la cabeza.

—No me suena de nada. No he tenido mucho trato con estudiantes en los últimos años, ya sabéis. Pero la persona que intentó matarme la noche que me marché era bastante joven. Podría haber sido un estudiante, sí.

—Quizá con esto tengamos pruebas suficientes para denunciar a Kelan cuando regresemos a casa —dijo Cali, animada.

—¿Cuando regresemos a casa? —repitió maese Belban con una carcajada—. ¿Y cómo esperas hacer eso?

Tabit lo miró con interés.

—¿Por qué no habéis pintado un portal de regreso, maese? —quiso saber.

El profesor seguía riendo por lo bajo.

—¿De verdad quieres saberlo? Tengo las coordenadas calculadas y anotadas, he repasado los datos cientos de veces… Por supuesto, me traje un medidor Vanhar y todo lo necesario para pintar un portal de regreso. Pero… cuando atravesé el portal y caí rodando por esa maldita montaña… se me rompió el frasco de pintura. Traté de recoger todo lo que pude, pero no fue suficiente —suspiró.

Tabit rebuscó en su zurrón y extrajo un bote de pintura de bodarita que mostró a maese Belban.

—¿Bastará con esto?

—Si quieres viajar a la otra punta de esta roca muerta, por supuesto que bastará. Pero queremos trasladarnos a otra dimensión, estudiante Tabit.

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