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Authors: Katherine Howe

El Libro de los Hechizos (12 page)

BOOK: El Libro de los Hechizos
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—La mayoría, sí, aunque hay unos pocos huecos aquí y allá. —El hombre se cruzó de brazos y sonrió —. Aunque no es mérito mío. Yo sólo estoy trabajando en la restauración de la cúpula. Debe estar acabada para julio o agosto. Luego me encargaré del campanario y después empezaré otro trabajo en Topsfield—. Sacó una tarjeta comercial del bolsillo del mono y se la tendió a Connie. SAMUEL HARTLEY, decía: RESTAURACIÓN DE CAMPANARIOS —. Soy Sam —aclaró.

Connie se echó a reír antes de poder contenerse.

—¿Restaurador de campanarios? ¿Lo dices en serio?

El joven, Sam, la miró simulando haber sido herido en su orgullo.

—¡Por supuesto! —contestó —. Reconozco que no hay muchos de nosotros por aquí. Después de graduarme trabajé durante algún tiempo en la Sociedad para el Desarrollo de las Antigüedades de Nueva Inglaterra…

—Tienen un programa de conservacionismo realmente asombroso —lo interrumpió Connie al reconocer el nombre de la institución —. Algunas de esas propiedades simplemente serían derribadas si no fuese por ellos.

—Es verdad —convino Sam —. Hacen grandes cosas. Pero odiaba estar todo el día sentado ante un escritorio. Quiero decir, empecé a trabajar en la conservación para poder tocar ese material antiguo que nadie más está autorizado a tocar. De modo que —señaló su cinturón de herramientas —me pasé al trabajo de restauración. Nueva Inglaterra es prácticamente el único lugar con el suficiente número de campanarios antiguos.

Connie le sonrió.

—Además tienes que usar tu equipo de escalada —dijo.

—Eso también —asintió Sam, sonriendo a su vez —. Bien, ¿qué es lo que estás investigando?

Ella sintió la tentación de enseñarle la llave. Encontraba que la calidez y el entusiasmo del joven resultaban contagiosos, tan diferentes de la distante frialdad de los académicos de carrera. En ese momento trató de imaginarse a Manning Chilton mostrando alguna clase de fervor por sus oscuras historias relacionadas con la alquimia, pero la imagen no produjo el efecto deseado. Incluso su alumno de tesis, Thomas, de quien Connie tenía la certeza de que estaba destinado a la vida académica, enfocaba su pasión de una manera metódica que parecía estar purgada ya de cualquier sorpresa. La conversación con Sam le recordó una época en la que todavía encontraba que la historia era una disciplina excitante, plena de expectativas. Sam se apoyó en el vano de la puerta, una bota encima de la otra, los brazos cruzados sobre el pecho. Los antebrazos, debajo de las mangas enrolladas de su ropa de trabajo, estaban bronceados y tenían los músculos marcados. Connie se dio cuenta de que lo estaba mirando y apartó rápidamente la vista.

—Estaba revisando unos viejos documentos en la casa de mi abuela en Marblehead —dijo, ocultando algo en su descripción, sin mencionar la existencia de la llave —. Y encontré algo. Creo que se trata de un nombre, pero no estoy segura.

Sacó el pequeño trozo de papel apergaminado del bolsillo y se lo tendió a Sam.

Él frotó la yema del pulgar sobre el papel mientras lo estudiaba.

—Podría ser —asintió —. Supongo que también intentaste averiguar algo en la sociedad histórica.

—No encontré nada. No había Deliverances de ninguna clase. Luego probé en la iglesia y allí me dijeron que todos sus registros están aquí.

—¿Y crees que este papel se remonta al primer período del asentamiento colonial? —preguntó Sam —. ¿Por qué?

—Bueno, la antigüedad del papel y la caligrafía, por un lado —dijo Connie —. Y si se trata de un nombre, parece demasiado anticuado como para ser de la época de la revolución. Y si fuese del siglo XIX, ¿no sería más probable un nombre como «Temperance» (Templanza), antes que Deliverance? Pero, en realidad, estoy trabajando con especulaciones. Es posible que ni siquiera se trate de un nombre propio.

Sam se rascó la incipiente barba debajo de la barbilla.

—Tu razonamiento parece tener sentido. La caligrafía efectivamente guarda una gran semejanza con algunos ejemplos antiguos que he visto. —Sam sorprendió a Connie mirándolo con las cejas levantadas —. Pasé mucho tiempo en la oficina de la comisión de mojones —aclaró.

Connie hizo una pausa mientras examinaba las largas y ordenadas filas de libros de registro.

—Creo que esto podría llevarme algún tiempo —dijo.

— De todos modos, necesitaba tomarme un descanso de la pintura —rió Sam.

Tres horas más tarde, Sam y Connie estaban sentados espalda con espalda a la mesa de naipes, las manos sucias de tocar las cubiertas de los libros, descansando. Habían comprobado el catálogo de fichas buscando el nombre entre un montón de ortografías diferentes y, cuando esa tarea demostró ser absolutamente infructuosa, comenzaron a sacar volúmenes de registros de las estanterías de dos en dos y de tres en tres, empezando por los más antiguos. Hasta el momento, la búsqueda no había producido ningún resultado positivo; no había nadie llamado Deliverance Dane en ninguno de los registros de bautismo desde 1629 hasta 1720.

—Por supuesto, si Dane era su apellido de casada, no figuraría en los registros de bautismo —señaló Sam.

—Es cierto —dijo Connie —, pero tenía que empezar por alguna parte. Ésa es una de las razones por las que las investigadoras pueden ser mucho más hábiles que los investigadores. Sus apellidos pueden cambiar en numerosas ocasiones, según las veces que se casen—. Hizo una pausa —. Es como si se convirtiesen en personas diferentes.

A continuación encontraron sólo unos diseminados registros de boda de personas cuyo apellido era Dane, incluida a una tal Marcy Dane que se había casado con alguien llamado Lamson en 1713. Ninguna de las mujeres casadas que se apellidaban Dane se llamaban Deliverance, y tampoco ninguna parecía estar relacionada. Sin embargo, no podían estar absolutamente seguros, ya que algunas páginas parecían faltar de los registros de casamiento correspondientes a la década de 1670.

Tras algunas horas de investigación improductiva, ambos comenzaron a sospechar que la frase podría no ser un nombre después de todo. Se sumergieron entonces en los registros de fallecimientos, estudiándolos rápidamente.

—Aquí está otra vez la pobre Marcy Lamson —murmuró Connie, volviendo una frágil página en el registro de defunciones fechado «1750 - 1770» —. Esa mujer murió en 1763.

Connie sintió una extraña opresión en el pecho, nueva y seria. Apoyó la barbilla en una mano sucia y fijó la vista a media distancia.

—¿Ocurre algo? —preguntó Sam, alzando la vista del volumen de fallecimientos correspondiente a 1730 —1750 que tenía abierto sobre la rodilla.

—Oh, no, no es nada. —Connie suspiró —. Sólo estaba pensando.

—Es extraño, ¿verdad? —comentó Sam, acercándose a ella por encima de la mesa de naipes y bajando la voz.

—¿Qué es extraño? —dijo la joven, volviéndose hacia él.

—Que puedas tener una vida, con todas tus opiniones, tus amores y tus miedos. Finalmente, esas partes de ti acaban por desaparecer. Y luego, todas las personas que podían recordar esas partes también desaparecen y, antes de que pase mucho tiempo, lo único que queda de ti es tu nombre en algún registro. Esta persona, Marcy, tenía seguramente una comida favorita; tenía amigos y gente que le desagradaba. Ni siquiera sabemos cómo murió. —Sam sonrió con tristeza —. Supongo que ésa es la razón por la que prefería la conservación a la historia. En la conservación siento que puedo impedir que una parte de todo eso desaparezca.

Mientras Sam hablaba, Connie reparó en que su rostro era atractivo de una manera maravillosamente imperfecta; la nariz era recta y afilada, con la piel pelada por el sol, y tenía unos ojos verdes y burlones enmarcados por unas profundas líneas de expresión. Llevaba el pelo peinado hacia atrás y sujeto en una coleta, era de color castaño y estaba aclarado por el sol. Connie le sonrió.

—Lo entiendo. Pero la historia no es tan diferente de lo que podrías pensar. —Pasó suavemente los dedos sobre el nombre de Marcy Lamson garabateado en la página —. ¿No crees que Marcy se sorprendería si supiera que en 1991 unas personas, de una manera azarosa, estaban leyendo su nombre y pensando en ella? Es probable que nunca imaginara siquiera 1991. De alguna manera —Connie dudó brevemente —, le ofrece una especie de inmortalidad. De este modo, al menos, consigue ser recordada, que piensen en ella.

Cuando la yema del dedo tocó la superficie de la página, Connie vio con asombrosa claridad la imagen del rostro sonriente de una mujer, pecoso, ensombrecido a medias por un amplio sombrero de paja. Era una mujer mayor, sus ojos azules eran suaves y de párpados pesados, y se reía por algo. Entonces, la impresión se desvaneció tan súbitamente como había aparecido, y Connie sintió como si le hubiesen quitado el aire del pecho. La intensidad del efecto era muy fuerte. Connie ya no creía que pudiese explicarse ese fenómeno a sí misma como una forma de ensoñación; la sensación era completamente diferente, como si el mundo real fuese reemplazado por una brillante película de celofán que cubría su campo visual.

—Es verdad —estaba diciendo Sam, cerrando el libro sobre la rodilla y cruzando las manos detrás de la cabeza. Se reclinó en la silla, exhalando el aire, sin advertir nada extraño.

—Bueno —dijo ella, suavizando la voz al tiempo que se masajeaba la sien. Debía hablar de eso con alguien. Grace. O quizá con un médico —. Parece que ha sido una pérdida de tiempo. Gracias, Sam, por haberme ayudado tanto. No era mi intención que perdieras toda la tarde.

—¿Estás de broma? —repuso él —. La cúpula seguirá en su sitio. Me encanta tener un pretexto para revolver estos archivos. Pero nos queda un lugar donde aún no hemos mirado —añadió —. Los registros de afiliación.

Connie profirió un leve gruñido.

—Venga ya. Si era una persona, cosa que no sabemos, entonces no nació aquí, no contrajo matrimonio aquí y tampoco falleció aquí. ¿Qué iba a hacer en los registros de afiliación?

Sam le quitó importancia al comentario de Connie haciendo un sonido extraño con la boca.

—Vaya, vaya. Y yo que pensaba que se suponía que Harvard era una buena universidad… —Se levantó, sacó tres volúmenes del estante inferior que había junto a la puerta y los dejó caer sin contemplaciones sobre la mesa —. ¿Acaso en tu elegante facultad no te enseñan a realizar una investigación exhaustiva? Tu actitud es propia de una universidad de segundo nivel. Adelante, Cornell. Una hora más y habremos terminado.

Connie cogió el libro que estaba más próximo a ella, riendo involuntariamente. Liz había ido a Cornell y siempre le estaba recordando a la gente, enfadada, que esa universidad formaba parte de la Ivy League
[5]
. La actitud de Sam, cálida y burlona, contribuyó a eliminar el creciente dolor de cabeza de Connie, devolviéndola a los verdaderos placeres de su trabajo. Lanzó una mirada agradecida a ese extraño joven, quien hacía que se sintiese confusa y que, sin embargo, conseguía que prosperase en su trabajo. Sam le devolvió la sonrisa.

Ambos trabajaron en silencio durante una hora más, revisando extensas listas de ciudadanos propuestos para que fuesen miembros de pleno derecho de la Iglesia, algunos de cuyos nombres aparecían repetidamente a lo largo de las décadas antes de que su afiliación fuese confirmada por las autoridades. A Connie le asombró la reserva, la privacidad implícita en esas páginas, y sintió una amarga punzada de disgusto por esa cultura a cuyo estudio había entregado su vida. En la mayoría de las ocasiones ella disfrutaba de la opacidad de esa clase de archivos. Era un rompecabezas que esperaba ser resuelto, hechos aislados y dispares que, si se los reunía de un modo adecuado, podían crear una imagen de un mundo que hacía mucho tiempo que ya no existía, pero que había dejado residuos en casi todos los lugares en los que miraba. No obstante, a veces, el cuadro completo de los hechos resultaba sorprendente en su crueldad. A pesar de toda la idealización creada por los fantasiosos de la historia, los colonos de Nueva Inglaterra podían ser tan duros e implacables como cualquier otra gente real e imperfecta: malvados, manipuladores, falsos. Buscó el último volumen, pasando las primeras páginas en blanco hasta encontrar el título. Sus ojos se abrieron por la sorpresa. EXCOMUNIONES, decía.

En apariencia, el libro aún parecía estar en uso, ya que en la parte final había numerosas páginas sin anotación alguna. La última excomunión registrada databa de mediados del siglo XIX, después de lo cual la Primera Iglesia de Salem debió de volver su atención hacia problemas menos relacionados con la doctrina. Muchas congregaciones de Nueva Inglaterra habían estado intensamente activas en las labores de emancipación en los años previos a la guerra civil, y Connie imaginó que las luchas intestinas en las congregaciones debían de parecer un problema menor cuando se las comparaba con la esclavitud humana. Regresó lentamente al comienzo del libro.

La primera excomunión databa de 1627, pero una parte de la página estaba dañada por manchas de agua, y Connie no pudo discernir su contenido. Cada pocos años surgían casos aislados después de un asentamiento, y nunca iban acompañados de una explicación. Un pequeño grupo de casos, todos producidos con pocos años de diferencia, parecían corresponderse con la crisis de la antinomia, cuando un cisma religioso acerca de si un buen comportamiento era suficiente para obtener la gracia de Dios hizo temblar los cimientos del mundo puritano. Una vez que la crisis remitió, las excomuniones reanudaron su modelo esporádico, hasta que Connie volvió una última página.

—¡Dios mío! —casi gritó, incapaz de ocultar la excitación de su voz —. ¡Ya sé por qué Deliverance Dane no se encuentra en ninguno de los registros!

—¿Qué? —preguntó Sam, alzando la vista del registro que estaba consultando.

Connie levantó su libro hasta colocarlo delante de él sobre la mesa y le indicó que se fijase en una línea de la página. Allí, cerca del extremo inferior de una extensa lista de nombres garabateados con prisa, podía leerse «Delliveranse Dane», la ortografía presumiblemente alterada por un funcionario semianalfabeto.

—Fíjate en el año —dijo Connie.

Sam observó la página y sus ojos se entornaron por la confusión. Alzó la mirada hacia Connie, con la cabeza ladeada, esperando que ella lo explicase.

La fecha decía «1692».

—Sam —dijo ella, cogiéndole el brazo por encima de la mesa —, ¡Deliverance Dane era una bruja!

Capítulo 5

E
xplícamelo otra vez —dijo Sam mientras le acercaba a Connie una jarra de cerveza.

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