El lenguaje de los muertos (50 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
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Harry advirtió que modulaba las palabras lenta y cuidadosamente, como para asegurarse de que las comprendía bien.

El necroscopio adivinó en ese instante cuál era el problema de Jordan, y decidió someterlo a una prueba.

—Claro que estoy preocupado por ti —dijo, y se obligó a sonreír—. ¡No te imaginas cuánto! Trevor, ¿recuerdas qué nombre le dabais tú y los hombres de la Organización E a mi hijo, aquella vez que se encargaron de cuidar de él?

La extraña, casi insinuante expresión se borró de la cara de Jordan. En su rostro apareció una mirada vacua, pero aquello sólo duró un instante. Luego volvió a animarse, y dijo:

—¡Ah, sí! ¡Le llamábamos el jefe!

—¡Muy bien! —aprobó Harry, y metió la mano en el interior de la chaqueta para coger el arma—, pero tardaste mucho en recordarlo. Y tú eras el que más lo quería; si tú fueras tú, no habrías necesitado tiempo para pensar en ello… ¡o para preguntarlo!

Jordan se movió justo cuando la pistola comenzaba a hacerse visible. Antes, sus movimientos habían sido tan lentos como sus palabras…, pero así son los de un camaleón antes de que su mortal lengua entre en acción. Y la presión de Janos sobre la mente de Jordan era poderosa. Ahora se movió rápido como el relámpago; su mano izquierda aferró la garganta de Harry y con la derecha volvió a meter la pistola dentro de la chaqueta.

Pero el necroscopio tenía reflejos rápidos. Cuando Jordan se enderezó en la silla, Harry le dio un puntapié entre las piernas…, que no sirvió para nada, porque la mente que controlaba el cuerpo de Jordan se limitó a no hacer caso del dolor. Jordan devolvió el puntapié soltando la garganta de Harry y golpeándolo con el puño, un puño duro como el acero. Y antes de que el necroscopio pudiera reaccionar, Jordan medio le levantó de la silla, e intentó golpearle con la cabeza en la cara. Harry vio venir el topetazo y consiguió volver la cara; pero aun así, el tremendo impacto de la cabeza del hombre contra su pómulo le aturdió. Jordan lo dejó caer en la silla y trató de quitarle la Beretta. Y en ese instante…

La puerta se abrió de un golpe y Manolis entró en la habitación. Darcy iba tras él, desafiando los esfuerzos de su talento para hacer que regresara al pasillo. Jordan rugió furioso e hizo un último esfuerzo para arrancar la pistola de manos de Harry antes de que Manolis le golpeara. ¡Y el vigoroso policía griego sabía muy bien dónde golpear! Apartó de un empujón a Jordan de Harry, lo hizo caer boca abajo de una patada, y luego, cuando el otro intentó levantarse apoyándose en las manos, volvió a hacerlo caer con otro golpe.

Luego Harry se interpuso entre ambos, apuntando con la pistola directamente a la frente de Jordan.

—¡No me amenaces! —le gritó al hombre poseído, con voz dura y fría como el hielo.

Jordan se sentó y miró a los tres hombres con expresión feroz.

—¡Yo no fui el que amenazó primero! —dijo con una voz que ya no era la del Jordan que ellos conocían—. ¡Tú me amenazaste antes!

—Tienes razón —respondió Harry—. Aún no me has amenazado personalmente, aún no, pero más tarde o más temprano lo harás…, Janos Ferenczy.

Harry hizo un gesto con el revólver, indicándole que se pusiera de pie.

Janos, en el cuerpo de Jordan, obedeció, y permaneció de pie, mirando torvamente a los tres hombres que le rodeaban.

—Muy bien, Harry Keogh —gruñó—, ahora ya me conoces. Finalmente nos hemos encontrado. Quería conocerte, y quería que tuvieras una muestra de mi poder. ¿Ves qué fácilmente he ocupado su mente? ¿Telepatía? ¡Ja, Trevor Jordan era el más inexperto de los aficionados!

—Tus poderes no me impresionan —mintió Harry—. El hedor de un cerdo muerto es igual de fuerte.

—¿Cómo…, cómo te atreves? —el otro dio un paso adelante.

Harry apretó los dientes y apuntó cuidadosamente al espacio entre los ojos de Jordan.

Y el hombre poseído, con una horrible sonrisa en la cara, se detuvo. Pero después se tambaleó.

—¿Qué te pasa? —preguntó Harry entrecerrando los ojos.

—He…, he forzado demasiado este débil cuerpo —habló la ronca voz de Janos desde la boca de Jordan—. Permíteme que me siente.

—Siéntate —le dijo el necroscopio; y cuando el otro se derrumbó en su silla, se sentó frente a él—. Ahora, di la verdad, Janos. ¿Para qué querías verme? ¿Para matarme?

—¿Matarte? —la risa de Janos parecía un aullido—. Si estuviera tan desesperado que quisiera matarte, créeme que ya lo habría hecho. ¡No, te quiero vivo!

—¡Un momento! —dijo Manolis, y se acercó—. Harry, ¿está diciendo que éste es Janos Ferenczy? ¿Éste es el vrykoulakas?

Janos Jordan hizo un gesto de mofa.

—¡Griego, eres un idiota!

Manolis se acercó aún más, pero Darcy lo cogió del brazo.

—Sólo es su mente —le explicó—, que controla telepáticamente el cuerpo de Jordan.

—¡Mátenle ahora! —exclamó Manolis.

—No le mataríamos a él, sino al pobre Jordan —respondió Harry.

Janos volvió a reír.

—¡No podéis hacer nada! —dijo—. ¡Podría irme de aquí! ¡Sois como niños! —luego dejó de reír y comenzó a mofarse de Harry—: De modo que tú eres el poderoso necroscopio, el hombre que habla con los muertos, el famoso asesino de vampiros. ¡Bien, creo que no eres nada!

—¿Eso crees? ¿Y estás aquí sólo para decírmelo? Muy bien, ya lo has hecho. Vuelve ahora a tu castillo y retira tu sucia mente de sanguijuela de la cabeza de mi amigo.

Jordan los miró ferozmente hasta que sus ojos parecieron a punto de saltar de las órbitas, y sus manos temblaron aferradas a los brazos del sillón.

—Será… un… gran… placer verte de nuevo, Harry Keogh —dijo por fin—. Pero hombre a hombre, cara a cara.

Harry tenía experiencia en las maneras de los wamphyri, y sabía cómo insultarlos.

—¿Hombre a hombre? —dijo, y rió burlón—. Te colocas a una altura que no te corresponde, Janos. ¿Y cara a cara? ¡Si en este mundo hay cucarachas más altas que tú!

Manolis se agachó junto a la silla de Harry y se preparó a desenfundar la pistola.

—Déjemelo a mí —dijo—, y dígame qué quiere saber. Puede estar seguro de que yo le haré hablar.

—Ahora me voy —dijo Janos—, pero lo hago sabiendo que vendrás a mí. —Abrió la boca, rió, y agitó la lengua con la obscenidad y el frenesí de un demente—. Lo sé, como también sé que esta noche, ¡sí, esta noche!, la hermosa Sandra y yo nos revolcaremos en la cama, cubiertos con el sudor de la fornicación.

Soltó una estridente carcajada y se dejó caer como un peso muerto en la silla. Sus ojos se cerraron, la cabeza se inclinó hacia un lado y sus mandíbulas se abrieron. Un hilo de baba se deslizó desde una de las comisuras, y el brazo izquierdo y la mano, que colgaban a un lado de la silla, vibraron levemente.

Harry, Darcy y Manolis se miraron, y el primero, al cabo de un instante, le dio la Beretta al policía…, ¡y entonces los ojos de Jordan se abrieron! Rió otra vez, se irguió alerta y de un manotazo se apoderó de la pistola.

—¡Ja, ja, ja! ¡Sois como niños, nada más que niños! —gritó, y llevándose el arma a la sien, apretó el gatillo.

Harry había retrocedido con silla y todo, pero la sangre y los trozos de cerebro salpicaron a Darcy y a Manolis, que saltaron hacia atrás gritando horrorizados.

Enmarcadas en la puerta abierta, tres Hermanas de la Misericordia se llevaron las manos a la boca en un gesto de espanto y sorpresa. Lo habían visto todo. O al menos el final.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —gimió Darcy, y salió tambaleándose de la habitación. Harry y Manolis, boquiabiertos, se quedaron mirando atónitos el ensangrentado cadáver de Jordan…

Harry y Darcy dejaron que Manolis entregara el cadáver a la policía local (el caso era un «suicidio» puro y simple, con numerosos testigos para probarlo), y se dirigieron caminando al hotel.

Aún no eran las diez de la mañana pero ya hacía un calor que derretía las piedras de las estrechas callejuelas de la ciudad antigua; Darcy dejó su ensangrentada chaqueta en la parte trasera de un camión de la basura y se limpió lo mejor que pudo en una fuente.

En el hotel se dieron una ducha, Harry se curó las magulladuras, y luego, durante casi una hora, permanecieron sentados sin hacer absolutamente nada…

Poco antes de mediodía, Manolis se reunió con ellos.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó—. ¿Seguimos adelante tal como lo habíamos planeado?

Harry lo había estado pensando.

—Sí y no —respondió—. Ustedes dos siguen adelante de acuerdo a los planes: irán mañana a Halki, y luego a Karpathos, y verán qué pueden hacer. Y tendrán a los hombres de la Organización E para apoyarlos. Yo…, yo no puedo esperar. Tengo que arreglar cuentas con ese bastardo. Fue lo que él dijo al final, y no puedo vivir sin hacerlo. Y cuanto antes, mejor.

—¿Irá a Hungría? —Manolis parecía exhausto.

—Sí —respondió Harry—. Después de que se llevó a Sandra, yo pensaba que no valía la pena darse prisa en hacer algo; ella simplemente sería un vampiro, y estaría más allá de toda ayuda. Pero no había considerado las maneras en que él podía utilizarla. Bien, puede ser que ella esté ahora más allá de todo auxilio, pero yo no. De modo que tengo que ir. Ya no por ella, sino por mí. Puede que yo ya no posea los poderes necesarios para acabar con él, pero no puedo permitir que ella siga en sus manos.

—No me parece una buena idea, Harry —dijo Darcy—. Mira, Janos te estaba incitando, desafiándote a un duelo que él piensa que no puedes ganar. Y tú has caído en la trampa. Estabas en lo cierto la primera vez: con respecto a Sandra, lo que pasó, pasó. Ahora es el momento de tranquilizarnos y de pensar positivamente, de prepararnos y hacer planes. ¡Pero no es el momento de salir improvisadamente, y exponerte a que te maten! Tú sabes lo difícil que será dar con Janos en los Montes Cárpatos; pero si no haces nada, tarde o temprano él vendrá en tu búsqueda, y podrás combatirle en tus propios términos. Tendrá que hacerlo, si es que quiere sentirse seguro en el mundo.

—Harry —dijo Manolis—, creo que Darcy tiene razón. Aún no sé por qué ese loco se mató él y no le mató a usted, pero lo que usted piensa hacer ahora… es como ir a poner la cabeza directamente bajo la guillotina.

—Darcy posiblemente tiene razón —estuvo de acuerdo Harry—, pero…, pero tengo que proceder tal como yo lo veo. En cuanto al suicidio de Jordan, fue Janos, que quería mostrarme lo poderoso que es. Sí, y al mismo tiempo hacerme daño. ¿Pero matarme? No. Porque tal como lo dijo, me quiere vivo. Yo soy el necroscopio, tengo extraños talentos; en mi mente hay secretos que Janos desea conocer. Sí, él puede hablar con algunos de los muertos (¡pobres víctimas!) con su monstruosa nigromancia, pero no puede lograr que le respeten como me respetan a mí. Le gustaría, porque es tan vanidoso como todas las criaturas de su especie, pero aún siente que no es un verdadero wamphyri. Y es por eso por lo que no se dará por satisfecho hasta convertirse en el vampiro más poderoso que el universo haya conocido. Y con ese fin, si puede encontrar la manera de robarme mis habilidades… —Harry no acabó la frase. Pero de inmediato continuó en un tono menos serio—. De todas maneras, ustedes dos tendrán bastante de qué ocuparse. De modo que dejen de preocuparse por mí, y háganlo por ustedes mismos. Manolis, ¿qué hay de esos arpones? También quisiera que reservara una plaza en el próximo avión a Atenas, digamos mañana por la mañana, con enlace a Budapest. Y tú, Darcy…

—¡Qué rápido has cambiado de tema, Harry! Seamos sinceros, no hay comparación posible entre lo que nosotros haremos en las islas, y el enemigo a quien habrás de enfrentarte en los Cárpatos. Además, Manolis y yo no estamos solos, y mañana por la noche seremos muchos más. Pero tú estarás solo del principio al fin.

Harry le miró con sus límpidos e increíbles inocentes ojos y dijo:

—¿Sólo? No, Darcy, tengo muchos amigos en muchos lugares, y nunca me han defraudado.

Darcy le miró y pensó: «¡Dios, sí! Pero siempre me olvido quién… y qué eres».

Manolis, sin embargo, no conocía tan bien a Harry.

—¿Amigos? ¿En Hungría y en Rumania? —se sorprendió el Manolis.

Harry le miró.

—También allí —respondió—. En todas partes. —Harry se puso de pie—. Ahora voy a mi habitación —dijo—. Intentaré comunicarme con algunas personas…

—¿En todas partes? —repitió Manolis después de que Harry se marchó.

Darcy asintió, y a pesar del pesado calor mediterráneo, tuvo un escalofrío.

—Los amigos de Harry son legión —explicó—. Los cementerios están llenos en todo el mundo.

Harry intentó una vez más comunicarse con Möbius, pero con tan poco éxito como los muertos que su madre había reclutado para la misma tarea. También trató de hablar con Faethor —para confirmar cierto consejo que el difunto vampiro le había dado, y que ahora le parecía sumamente sospechoso— y se vio igualmente frustrado. Seguramente el ardiente sol del mediodía rumano —no menos ardiente que el del mediodía griego—, desanimaba al espíritu wamphyri de Faethor.

Decepcionado, Harry intentó por último llegar con sus pensamientos al asilo de Rodas, en cuya morgue yacía Trevor Jordan, finalmente en paz y más allá de los tormentos del mundo de los vivos. Y aquí Harry tuvo éxito.

¿Eres tú, Harry?
—La voz muerta de Jordan tuvo al principio un tono ansioso, pero se tranquilizó cuando vio que, efectivamente, era el necroscopio—
¡Pero claro que sí, quién otro podría ser! Me alegro de que hayas venido, Harry. Quiero que sepas que no era yo. Quiero decir, yo nunca hubiera…

—¡Ya sé que no! —lo interrumpió Harry, que hablaba en voz alta, algo que hacía siempre cuando la hora, las circunstancias y el lugar se lo permitían—. Ya lo sé, Trevor, y ésa es una de las razones por las que deseaba hablar contigo, para tranquilizarte, y decirte que lo comprendemos. Era Janos, que te utilizó para comunicarme sus pensamientos. ¡Pero es una maldita vergüenza que te haya asesinado para estar doblemente seguro de que yo iría tras él!

Harry
—dijo Jordan—,
lo que fue, fue, y sé que no se puede volver atrás. Supongo que más tarde sufriré, cuando sea consciente de todo lo que he perdido, y también supongo que todos los muertos debemos pasar por eso. Pero en este momento sólo me importa la venganza. Y, seamos sinceros, no me ha ido tan mal como a otros. ¡Dios sabe que prefiero estar muerto a ser un no-muerto, un vasallo de ese monstruo!

—Como el pobre Ken Layard.

Sí, como Ken
—y Harry percibió el estremecimiento del difunto.

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