El lenguaje de los muertos (44 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
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Pero en el intervalo mantuve mis oídos abiertos. Los oídos de los wamphyri son instrumentos muy delicados, a los que muy poco se les escapa. Sí, y habían estado alerta para recibir noticias de mis hijos Thibor y Janos. Con el primero ya sabemos lo que aconteció. ¿Y con el segundo?

Thibor estaba siempre ávido de sangre, y Janos simplemente ávido. Durante mi período en el extranjero sus intereses habían sido muchos, pero sobre todo había sido un ladrón, un pirata, un corsario. ¿Te sorprende esto? No deberías, porque los piratas bárbaros tuvieron su origen en los pequeños príncipes que se sublevaron durante los conflictos cristiano-musulmanes de las cruzadas. La principal ocupación de Janos durante mi ausencia había sido el robo: se había convertido en un gran pirata del Mediterráneo, en un ladrón que robaba a otros ladrones.

Y ahora es otra vez un marino. Bien, ¿y por qué no? Conoce muy bien el mar, y ahora su profesión es rescatar los tesoros que hay en el fondo del océano, o en las islas. ¡Ja! ¿Y quién sabría mejor dónde encontrarlos, puesto que él mismo los escondió hace ya más de quinientos años? ¿Y por qué esa acumulación de riquezas, ese esconder tesoros, como esconden las ardillas su provisión para el invierno?

Pues así fue como ocurrió. Sí, porque Janos había trabajado duro con sus artes adivinatorias para observar el futuro, y no le gustó lo que allí vio.

Para empezar, había visto mi regreso, y sabía muy bien lo que yo haría con él. Así pues, había acumulado para otro tiempo, mucho más allá de la hora de mi venganza. El tiempo presente, claro está, en que Janos está de nuevo en acción en el mundo de los vivos.

Pero tal vez preguntes de qué quería yo vengarme. Yo había perdido a Marilena hacía más de trescientos años, y podría haberle matado cuando sucedieron los hechos que ya he narrado. ¿Por qué vengarme ahora, pues? Te lo diré.

Primero, por no cumplir con la tarea que le había encomendado, pues para dedicarse a la piratería había tenido que abandonar mis dominios. Segundo, por el tratamiento que había dado a mis cíngaros. Durante los primeros años de mi ausencia había expulsado a la tribu de Ferengi y había acogido nuevamente en mis tierras y mi castillo a los Zirras, a quienes yo había maldecido. Tercero, y último, aunque no la menor de las ofensas, por la manera como me había recibido cuando yo por fin regresé.

En mi viaje de vuelta había ido reuniendo cíngaros que me eran fieles y que me habían recordado en mis años de exilio. No los originales, no, que ya se habían convertido en polvo, sino los hijos de sus hijos. ¡Los cíngaros nunca olvidan las leyendas! Pero cuando fui al castillo, lo hice solo y de noche, porque mi pequeño ejército hubiera sido muy visible, y podía parecer amenazador.

Cuando llegué, vi que el lugar estaba en ruinas. Bueno, tal vez exagero algo, pero no demasiado. Las almenas estaban medio derruidas; los terraplenes, descuidados; y el estado del edificio en general era malo. Deshabitado durante largas temporadas, se había resentido. Pero Janos, que había abandonado la piratería y decidido continuar con sus otras actividades, vivía ahora en él. Y del mismo modo en que yo había intentado saber de su vida y su carrera, él se había informado de mis andanzas.

Janos sabía que yo estaba de vuelta; los guardias del castillo habían recibido sus instrucciones. Me dieron el alto, y cuando me identifiqué… ¡me atacaron!

Habían afilado estacas de madera dura. Tenían ballestas con cuadrillos de madera. Llevaban también los largos cuchillos de hoja curva de los turcos. Y tenían también armas de plata, y ajo para frotarlas. Y cada uno de los grupos tenía vasijas llenas de petróleo, y antorchas para encenderlo. Y yo me pregunto, ¿qué pensaban quemar?

Huí de ellos hacia los montes, por entre riscos y peñascos. Fui cojeando, aullando de dolor, seguido de muy cerca por mis perseguidores. Sabían que estaba herido y que me atraparían. Janos había enviado a todos sus hombres para que me cazaran. Pero… lo que yo hacía era atraerles hacia una trampa. ¿Faethor Ferenczy, con la cola entre las piernas, huyendo de la escoria de Zirra?

No, porque mientras ellos me perseguían, mi pequeño pero fiel ejército de cíngaros tomaba el castillo. Y en lo alto de las montañas, yo planté cara a mis perseguidores, reí y maté a unos cuantos, y luego volé hacia mi castillo como lo hacía antaño. Y allí descubrí a Janos acorralado, y lo hice caer de rodillas.

Cuando los Zirras volvieron a casa, se encontraron con mis hombres, que acabaron con ellos. Unos pocos escaparon de la carnicería e hicieron correr la voz; después ya no vino nadie más. Los supervivientes huyeron a las tierras vecinas, y volvieron a ser los Viajeros de antaño…

Fue entonces cuando descubrí los intereses secundarios de Janos, que le habían mantenido ocupado mientras yo estaba ausente. Y descubrí también cuánto le había subestimado. Mi castillo había sido construido sobre los cimientos de otra construcción más antigua, y Janos había descubierto sus sótanos. Y se había cuidado de extenderlos, atravesando los grandes peñascos que rodeaban el castillo y penetrando en la base rocosa de la montaña. ¿Con qué fin?

Esto demuestra la magnitud de mi subestimación. Janos me había dicho que deseaba ser un wamphyri…, pero yo no sospeché que su deseo fuera tan intenso.

En aquellos días la nigromancia era un arte. Algunos hombres comunes y corrientes la habían descubierto y la practicaban a la manera de los vampiros, pero sin la predisposición natural de éstos. Yo sabía que Janos era un hábil nigromante y que me emularía, pero me había negado a enseñarle mis técnicas. Y él había acabado por descubrir sus propios métodos. Sin duda, había consultado con numerosos nigromantes para aprender sus secretos.

Los grandes sótanos del castillo eran secretos y laberínticos, con escaleras y pasadizos conocidos sólo por Janos y por un puñado de sus hombres, todos los cuales habían muerto o huido. Pero yo bajé con él para ver qué había estado haciendo, y descubrí allí abajo el producto del saqueo de todas las tumbas de Valaquia, Transilvania y los territorios de la zona. No eran tesoros, sino lo obtenido en el expolio de tumbas.

¿Sabes que en la prehistoria los hombres incineraban a sus muertos y enterraban las cenizas en urnas? Vosotros también lo hacéis, porque la costumbre ha perdurado. En el presente hay tantas incineraciones como enterramientos. Pero los tracios enterraron a muchísimos de sus muertos de esa manera, y Janos había estado muy ocupado desenterrándolos. Y una vez más preguntarás, ¿con qué fin?

¡Para conocer sus secretos! ¡Para volver los muertos a la vida, atormentarlos y que le contaran sus historias! ¡Para dar a sus cenizas carne que él pudiera torturar! Porque los tracios poseían mucho oro; y como ya he dicho, Janos era codicioso. Nada nuevo, ¿verdad? Cien, doscientos, trescientos años después, los nigromantes seguían convocando a sus espíritus para descubrir sus tesoros. Edward Kelly y John Dee se decían nigromantes, pero eran impostores. Yo los he consultado, y lo sé con certeza.

En cuanto al método de Janos, era sencillísimo.

Primero, llevar la urna que había desenterrado a los sótanos del castillo, donde, por medio de las artes que había aprendido a dominar, sus sales podían ser reconstituidas; luego encadenaba a la pobre cosa que había obtenido y la torturaba para extraerle toda la información sobre la tribu a la que pertenecía, la localización de las tumbas de su gente, y los lugares donde escondían sus tesoros. Y así una y otra y otra vez. Janos había juntado un verdadero cementerio de urnas, vasijas y
lekythoi
, y hubiera podido llenar con ellas varios salones.

Intrigado, le pedí que me demostrara su arte. (Esto, como comprenderás, no era nigromancia tal como la practican los wamphyri, sino algo totalmente nuevo, al menos para mí.) Y Janos, que sabía que yo aún no había concluido con él, intentó complacerme. Arrojó sales en el suelo, y mediante el uso de palabras extrañas en una invocación al poder, hizo aparecer de esas cenizas a una mujer tracia de extraordinaria belleza. Hablaba una lengua extremadamente antigua, pero no enteramente incomprensible; yo, en todo caso, podía entenderla, porque era wamphyri y experto en lenguas. Además, ella sabía que estaba muerta y que aquello era una gran blasfemia, y suplicó a Janos que no volviera a utilizarla. De lo cual deduje que el bastardo de mi hijo no sólo conjuraba a los muertos para que adquirieran la apariencia que tenían cuando estaban vivos, sino que, además de interrogarlos para conocer el paradero de los tesoros enterrados, hacía otras cosas con ellos.

¡Qué extraordinario! Estaba tan exaltado que la poseí antes de permitir a mi hijo que la redujera otra vez a cenizas.

—Debes enseñarme esto —le dije a Janos—. Es lo menos que puedes hacer después de lo mucho que me has faltado.

Estuvo de acuerdo y me enseñó a mezclar ciertas sustancias químicas y sales humanas, y luego escribió dos grupos de palabras sobre una piel humana extendida. El primer grupo, en la dirección de una flecha ascendente, era la invocación propiamente dicha, y el segundo, como una flecha descendente, la devolución.

—¡Bravo! —exclamé cuando aprendí el conjuro—, ahora he de probarlo.

—Como ves —dijo señalando todas las vasijas y urnas—, puedes elegir.

—Ya lo he hecho —respondí con seriedad, acariciándome la barbilla.

Y de inmediato, sin darle tiempo a reaccionar, saqué una estaca de madera que llevaba bajo la capa y lo ensarté. Esto no le mató, no, porque había un vampiro en él; solamente le inmovilizó. Luego llamé a algunos de mis hombres que estaban en el castillo y quemé a Janos hasta reducirle a cenizas, a pesar de que se retorcía, gemía, y hasta gritaba. Sí, y cuando esas cenizas —sus sales esenciales— estuvieron frías, las mezclé con diversos elementos químicos…
¡y utilicé su propia magia para hacerlo aparecer ante mí!

¡Y vaya si gritó entonces! El calor de la hoguera, que lo consumió en poco tiempo, no era nada comparado con la insoportable agonía de saber que ahora, y por toda la eternidad, estaba en mi poder. O al menos así lo creía yo…

Sus gritos no eran provocados por este conocimiento, sino por una desgarradora separación del ser, que explicaré en un momento. Pero ver esas nubes de humo elevarse de sus resecos y polvorientos restos —un gran torbellino de humo y llamas—, y que de allí se alzara Janos, desnudo y gritando, era…, ¡era un milagro! Mi hijo no estaba solo. Con él, pero aparte, estaba su vampiro: mi esputo, que había crecido y se había convertido en una criatura viva, pero con muy poca, por no decir ninguna inteligencia propia.

Era una sanguijuela, un caracol, una serpiente, una gran babosa ciega, y que no sabía andar por sí misma. Maullaba, aunque no sé cómo. Pero yo conocía la razón de aquel misterio: al quemar a Janos, había quemado dos criaturas, y al volverlo a la vida, también había revitalizado a las dos…, pero separadas.

Y luego… tuve una idea. Busqué a mis asustados hombres y les ordené que cogieran a Janos y lo inmovilizaran.

—¿De modo que querías ser wamphyri? —le dije, aproximándome con mi espada desenfundada—. Y lo serás. Esta criatura es un vampiro, aunque no tiene cerebro. ¡Pero tendrá el tuyo!

Janos gritó una vez más antes de que le cortara la cabeza. Y luego abrí su cráneo y extraje de él su cerebro, vivo y chorreante.

Estoy seguro de que puedes adivinar lo que sucedió a continuación. Utilizando los procedimientos de Janos, y manteniendo aparte su cuerpo, devolví su cabeza junto con el vampiro al mismo montón de cenizas, que deposité en una urna. Y luego reí y reí hasta que se me saltaron las lágrimas. Si por casualidad lo devolvían ahora a la vida… ¿bajo qué forma se reencarnaría? ¿Una babosa inteligente? ¿O una sanguijuela ingeniosa? Vaya, quizá lo llamaría yo mismo otra vez, para divertirme.

Pero eso no pudo ser, porque Janos finalmente desbarató mis planes. La piel sobre la que él había escrito sus conjuros era piel resucitada, arrancada a una víctima. Yo había realizado mis conjuros catabólicos a través de la misma piel en donde los leía, y así, cuando convertí a Janos en polvo, también la piel se había deshecho. Bien, la invocación al poder era difícil y yo no la había aprendido; sólo recordaba el nombre de un antiguo dios oscuro de otros mundos. Pero de todos modos, aún tenía el cuerpo de mi hijo bastardo.

Y también lo incineré —sí, por segunda vez— y arrojé puñados de ceniza a los cuatro puntos cardinales, y se dispersaron en el viento.

Ése fue el final. Yo había acabado con Janos. Y ahora he terminado con mi historia…

Capítulo doce

Primera y segunda sangre

Cuando Faethor terminó, anunciaron que volaban sobre Atenas y que el avión había iniciado el descenso.

Harry dijo:

Faethor, dentro de diez o quince minutos estaré en tierra, y en medio de la algarabía del aeropuerto. He observado que tu voz parece más débil, y lo atribuyo a la distancia y al sol que ilumina las ruinas de tu casa. Muy pronto estaré camino de Rodas, y estaré aún más lejos de ti. De modo que ésta es posiblemente la última oportunidad que tengo de decirte algunas cosas
.

¿Tienes algo que decirme?
(Harry se imaginó a Faethor alzando una ceja.)

Primero… deseo darte las gracias
—le respondió Harry—,
y segundo, no puedo dejar de pensar que, sin ti, nada de esto —Thibor, Dragosani, Yulian Bodescu y ahora Janos—, habría sucedido. Está bien, estoy en deuda contigo, pero al mismo tiempo sé que has sido una criatura de negro corazón, y sé que has echado monstruos al mundo, y sería un mentiroso si no te dijera que, en mi opinión, tú eres el más monstruoso de todos
.

Considero tus palabras un cumplido
—respondió Faethor sin vacilar—.
¿Hay algo más que desees saber?

Sí, unas pocas cosas más
—respondió Harry—.
Si destruiste por completo a Janos, ¿cómo pudo volver? Quiero decir, ¿qué truco utilizó? ¿Qué magia negra dejó tras él que le volvió a la vida? ¿Y por qué esperó tanto tiempo? ¿Por qué ha vuelto ahora?

¿No es evidente?
—Faethor parecía genuinamente sorprendido por la ingenuidad de Harry—.
Él había previsto el futuro, y había hecho sus planes de acuerdo a sus visiones. Aquella vez, cuando yo regresé a las montañas, Janos sabía que yo iba a acabar con él. Sí, y sabía que si regresaba al mundo cuando yo aún estuviera en él, encontraría una vez más la manera de aniquilarlo. De modo que esperó hasta que yo desaparecí de este mundo. El tiempo es una insignificancia para los wamphyri, Harry. Y en cuanto a su inteligente truco, fueron esos malditos Zirras. Sí, sé que fueron ellos porque me lo dijeron mis propios hombres, que murmuran en sus tumbas como todos los otros. Te contaré cómo sucedió
.

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