Read El descubrimiento de las brujas Online

Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (66 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Esta relación no ha sido más que un elaborado engaño, Diana. Matthew Clairmont sólo perseguía una cosa: el manuscrito perdido. Todo lo que el vampiro ha hecho y todas las mentiras que ha dicho a lo largo de este tiempo no han sido más que medios para ese fin.

—No. —Era imposible. No podía haber estado mintiéndome la noche anterior, cuando estábamos el uno en brazos del otro.

—Sí. Lamento tener que decirte estas cosas, pero no nos has dejado otra alternativa. Tratamos de mantenerte alejada de él, pero eres muy terca.

«Igual que mi padre», pensé. Entrecerré los ojos.

—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

—Una bruja no puede mentirle a otra bruja. Somos hermanas, después de todo.

—¿Hermanas? —pregunté, y mi desconfianza aumentó—. Tú eres exactamente como Gillian…, finges hermandad mientras recoges información y tratas de envenenar mi mente contra Matthew.

—Entonces sabes lo de Gillian —dijo Satu, con un cierto tono lastimero.

—Sé que me ha estado vigilando.

—¿Sabes que ha muerto? —La voz de Satu sonó de pronto cruel.

—¿Qué? —El suelo pareció inclinarse, y sentí que me deslizaba por esa súbita pendiente.

—Clairmont la mató. Por eso te sacó de Oxford tan rápidamente. Se trata de otra muerte inocente más que no hemos podido mantener lejos de la prensa. ¿Qué fue lo que dijeron los titulares? Ah, sí: «Joven erudita estadounidense muere en el extranjero, donde realizaba investigaciones». —Satu curvó los labios en una sonrisa maliciosa.

—No. —Sacudí la cabeza—. Matthew no puede haberla matado.

—Te aseguro que sí lo hizo. Sin duda la interrogó primero. Al parecer, los vampiros nunca se han enterado de que matar al mensajero carece de sentido.

—La fotografía de mis padres. —Matthew podría haber matado al que me hubiese mandado esa foto, fuese quien fuese.

—Fue una torpeza que Peter te la enviara y poco cuidadoso por su parte dejar que Gillian la entregara —continuó Satu—. Pero Clairmont es demasiado listo como para dejar pruebas. Hizo que pareciera un suicidio y dejó su cuerpo apoyado como una tarjeta de visita contra la puerta de la habitación de Peter en el hotel Randolph.

Gillian Chamberlain no había sido amiga mía precisamente, pero el hecho de saber que nunca más se iba a inclinar sobre sus fragmentos de papiros protegidos por cristales me resultó más angustiante de lo que hubiera esperado.

Y era Matthew quien la había matado. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo podía Matthew decir que me quería y ocultarme esas cosas? Los secretos eran una cosa, pero el homicidio —incluso con el pretexto de venganza o represalia— era otra. Él insistía en advertirme que no podía confiar en él. Y yo no le había prestado atención, desdeñando sus palabras. ¿Había sido eso también parte de su plan, otra estrategia para hacerme creer que podía confiar en él?

—Debes dejar que te ayude. —Satu habló de nuevo con amabilidad—. Esto ha ido demasiado lejos, y tú corres un grave peligro. Puedo enseñarte a usar tus poderes. Luego podrás protegerte tú misma de Clairmont y de los otros vampiros, como Gerberto y Domenico. Algún día serás una gran bruja, igual que tu madre. Puedes confiar en mí, Diana. Somos de la familia.

—Familia —repetí atontada.

—Tu madre y tu padre no habrían querido que cayeras en las garras de un vampiro —explicó Satu, como si yo fuera una niña—. Ellos sabían lo importante que era mantener los lazos entre las brujas.

—¿Cómo has dicho? —El remolino en mi cabeza había desaparecido. En cambio mi mente parecía increíblemente aguda y me hormigueaba la piel por todas partes, como si mil brujas me estuvieran mirando. Había algo de lo que me estaba olvidando, algo sobre mis padres que hacía que todo lo que Satu decía fuera mentira.

Un ruido extraño llegó a mis oídos. Era una mezcla de un siseo y un chirrido, como sogas arrastradas sobre la piedra. Bajé la mirada y vi gruesas raíces marrones que se estiraban retorciéndose por el suelo. Avanzaban en dirección a mí.

Satu parecía no darse cuenta de su avance.

—Tus padres habrían querido que vivieras de acuerdo a tus responsabilidades como Bishop y como bruja.

—¿Mis padres? —Aparté la mirada del suelo, tratando de concentrarme en las palabras de Satu.

—Tú nos debes lealtad y fidelidad, a mí y a todas las demás brujas, no a Matthew Clairmont. Piensa en tu madre y en tu padre. Piensa en lo que esta relación les haría a ellos, si pudieran conocerla.

Un frío escalofrío de desconfianza me recorrió la columna vertebral, y todos mis instintos me advirtieron de que aquella bruja era peligrosa. Las raíces llegaron entonces hasta mis pies. Como si pudieran percibir mi angustia, las raíces cambiaron bruscamente de dirección, hundiéndose en las losas del pavimento a ambos lados de donde yo me encontraba, antes de entrelazarse en una red fuerte e invisible por debajo del suelo del castillo.

—Gillian me dijo que las brujas mataron a mis padres —afirmé—. ¿Puedes negarlo? Dime la verdad de lo que ocurrió en Nigeria.

Satu guardó silencio, lo cual equivalía a una confesión.

—Lo que yo había imaginado —reflexioné amargamente.

Un leve movimiento de su muñeca me lanzó de espaldas al suelo, con los pies en el aire, antes de que manos invisibles me arrastraran por la superficie resbaladiza del patio helado hacia un espacio cavernoso con altas ventanas, al que sólo le quedaba una parte del techo.

Mi espalda quedó maltrecha después de aquel paseo sobre las piedras del antiguo salón del castillo. Y lo que era peor, mis esfuerzos contra la magia de Satu resultaban vanos e inexpertos. Ysabeau tenía razón. Mi debilidad —mi ignorancia acerca de quién era yo y de cómo defenderme— me había acarreado serios problemas.

—Una vez más te niegas a atender a razones. No quiero hacerte daño, Diana, pero lo haré si ésa es la única manera de conseguir que veas la gravedad de esta situación. Debes abandonar a Matthew Clairmont y mostrarnos lo que hiciste para acceder al manuscrito.

—Nunca abandonaré a mi marido, y tampoco os voy a ayudar a ninguna de vosotras a reclamar el manuscrito. No nos pertenece a nosotras.

Este comentario me valió la sensación de que mi cabeza se partía en dos cuando un chillido espeluznante atravesó el aire. Lo siguió una cacofonía de ruidos horrorosos. Eran tan dolorosos que caí de rodillas y me tapé la cabeza con los brazos.

Satu entrecerró los ojos hasta convertirlos en simples hendiduras, y me encontré con la espalda sobre la piedra fría.

—¿Nosotras? ¿Te atreves a considerarte una bruja cuando vienes directamente del lecho de un vampiro?

—Soy una bruja —respondí con firmeza, sorprendida ante lo mucho que me molestaba su desprecio.

—Eres una vergüenza, como lo fue Stephen —susurró Satu—. Terca, combativa, independiente. Y llena de secretos.

—Así es, Satu, soy exactamente igual que mi padre. Él no te habría revelado nada. Yo tampoco voy a hacerlo.

—Sí que lo harás. La única manera en que los vampiros pueden descubrir los secretos de una bruja es gota a gota. —Para mostrarme lo que quería decir, Satu chasqueó los dedos en dirección a mi antebrazo derecho. La mano de otra bruja se había movido rápidamente sobre un corte en mi rodilla hacía mucho tiempo, pero ese movimiento había cerrado mi herida mejor que cualquier apósito. En cambio, éste me cortó la piel con un cuchillo invisible. La sangre empezó a gotear de la herida. Satu observó fascinada la salida de la sangre.

Cubrí la herida con una mano, presionando sobre ella. Resultó asombrosamente doloroso, y mi preocupación empezó a aumentar.

«No —me dijo una voz familiar y feroz—. No debes ceder al dolor». Me esforcé por mantenerme bajo control.

—Como bruja, tengo otras maneras de revelar lo que estás ocultando. Te abriré por completo, Diana, para localizar cada secreto que posees —prometió Satu—. Veremos dónde queda entonces tu testarudez.

Toda la sangre abandonó mi cabeza, haciendo que me mareara. La voz familiar atrajo mi atención susurrando mi nombre.

«¿De quién protegemos nuestros secretos, Diana?».

«De todos», respondí en silencio y automáticamente, como si la pregunta fuera rutinaria. Otro par de puertas mucho más robustas se cerró de golpe detrás de las inadecuadas barreras que había necesitado para mantener fuera de mi cabeza a alguna bruja curiosa.

Satu sonrió con los ojos echando chispas cuando detectó mis nuevas defensas.

—He ahí un secreto revelado ya. Veamos qué más tienes, además de la habilidad de proteger tu mente.

La bruja masculló algo y mi cuerpo dio vueltas sobre sí para luego aplastarse contra el suelo, boca abajo. El impacto me dejó sin aire. Un círculo de lenguas de fuego salió de las piedras frías, con llamaradas verdes y dañinas.

Algo candente me quemó la espalda. Trazó una curva de hombro a hombro como una estrella fugaz para descender hasta más abajo de la cintura y luego describir otra curva antes de subir otra vez hasta donde había empezado. La magia de Satu me sujetaba con fuerza, haciendo imposible que me moviera para liberarme. El dolor era indescriptible, pero antes de que la acogedora oscuridad pudiera llevarme, me soltó. Cuando la oscuridad retrocedió, el dolor comenzó otra vez.

Fue entonces cuando me di cuenta con una sacudida repugnante de que ella estaba abriendo mi estómago, tal como había prometido. Estaba dibujando un círculo mágico… sobre mí.

«Debes ser muy, muy valiente».

A través de la neblina del dolor perseguía las raíces de árbol que serpenteaban cubriendo el suelo del salón en dirección a la voz familiar. Mi madre estaba sentada bajo un manzano, justo fuera de la línea de fuego verde.

—¡Mamá! —grité débilmente, estirando la mano hacia ella. Pero la magia de Satu continuaba.

Los ojos de mi madre, más oscuros de lo que recordaba pero muy parecidos a los míos en la forma, eran tenaces. Puso un dedo fantasmal sobre sus labios en un gesto de silencio. Lo último que me quedaba de energía lo usé en una inclinación de cabeza que reconocía su presencia. Mi último pensamiento coherente fue sobre Matthew.

Después de eso, sólo hubo dolor y miedo, junto a un oscuro deseo de cerrar los ojos y dormir para siempre.

Eso seguramente fue muchas horas antes de que Satu me arrojara, frustrada, al otro lado de la habitación. Me ardía la espalda como consecuencia de su hechizo, y había vuelto a abrir mi antebrazo herido una y otra vez. En algún momento me suspendió cabeza abajo por un tobillo para debilitar mi resistencia y se burló de mí por mi incapacidad de salir volando y escapar. A pesar de estos esfuerzos, Satu no estaba más cerca de comprender mi magia que cuando empezó.

Rugió de cólera, golpeando con los tacones de sus botas contra las piedras mientras caminaba de un lado a otro y tramaba nuevas agresiones. Me levanté apoyada en el codo para prever mejor su próximo movimiento.

«Resiste. Sé valiente». Mi madre todavía estaba bajo el manzano; su cara brillaba a causa de las lágrimas. Recordé cuando Ysabeau le dijo a Marthe que yo tenía más valor del que ella imaginaba, y a Matthew que me susurraba al oído: «Mi valiente niña». Reuní la energía necesaria para sonreír, pues no quería que mi madre llorara. Mi sonrisa sólo hizo que Satu se enfureciera más todavía.

—¿Por qué no usas tu poder para protegerte? ¡Sé que lo tienes dentro de ti! —gritó. Satu recogió los brazos sobre su pecho, y luego los lanzó hacia delante con una serie de palabras. Mi cuerpo se convirtió en una pelota alrededor de un dolor punzante e irregular en mi abdomen. La sensación me recordó el cuerpo de mi padre con las vísceras fuera, los intestinos arrancados junto a él.

«Eso es lo que vendrá después». Me sentí curiosamente aliviada al saberlo.

Las siguientes palabras de Satu me lanzaron por encima del suelo del salón en ruinas. Estiré las manos inútilmente más allá de mi cabeza para tratar de frenar el impulso mientras me deslizaba sobre las piedras irregulares y las nudosas raíces de los árboles. Flexioné los dedos una vez como si pudieran atravesar la Auvernia y conectarse con Matthew.

El cuerpo de mi madre tenía ese aspecto, inmóvil dentro de un círculo mágico en Nigeria. Exhalé bruscamente y grité.

«Diana, debes escucharme. Te sentirás completamente sola». Mi madre me estaba hablando, y con el sonido me convertí en una niña otra vez sentada en un columpio colgado del manzano en el jardín trasero de nuestra casa en Cambridge, en una tarde de agosto de hacía mucho tiempo. Había el olor a césped cortado, fresco y verde, y el olor de lirios del valle de mi madre. «¿Puedes ser valiente mientras estás sola? ¿Puedes hacerlo por mí?».

No había ninguna suave brisa de agosto contra mi piel en este momento. En cambio, la piedra áspera me arañó la mejilla cuando respondí asintiendo con la cabeza.

Satu me dio la vuelta y las puntiagudas piedras me hicieron daño en la espalda.

—No queremos hacer esto, hermana —dijo pesarosa—. Pero debemos hacerlo. Ya lo entenderás, una vez que olvides a Clairmont, y me perdonarás por ello.

«Algo muy poco probable —pensé—. Si él no te mata, te perseguirá durante el resto de tus días cuando me haya ido».

Con unas pocas palabras susurradas, Satu me levantó del suelo y me propulsó con ráfagas de viento al exterior del salón y hacia abajo por escaleras que serpenteaban hacia las profundidades del castillo. Me llevó por entre los antiguos calabozos. Algo se deslizaba detrás de mí y estiré el cuello para ver qué era.

Fantasmas, docenas de fantasmas, pasaban por detrás de nosotras en un espectral cortejo fúnebre, con sus rostros tristes y temerosos. A pesar de todos sus poderes, Satu parecía incapaz de ver a los muertos que estaban por todos lados alrededor de nosotras, de la misma forma que no había podido ver a mi madre.

La bruja estaba tratando de levantar con las manos un pesado bloque de madera del suelo. Cerré los ojos y me preparé para una caída. Pero Satu me agarró del pelo y apuntó mi cara hacia un agujero oscuro. El olor de la muerte subió en una oleada pestilente, y los fantasmas se movieron y gimieron.

—¿Sabes qué es esto, Diana?

Retrocedí y sacudí la cabeza, demasiado asustada y exhausta como para hablar.

—Es una mazmorra sin salida. —La palabra pasó de fantasma en fantasma. Una mujer pequeña, con la cara marcada por la edad, empezó a llorar—. Estas mazmorras son lugares de olvido. Los humanos que son arrojados a estas mazmorras ciegas se vuelven locos y luego mueren de hambre…, si sobreviven al impacto. Es una caída muy larga. No pueden salir sin ayuda desde arriba, y la ayuda no llega nunca.

BOOK: El descubrimiento de las brujas
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

MIND FIELDS by Aiken, Brad
Love in La Terraza by Day, Ethan
Chasing Lilacs by Carla Stewart
As Husbands Go by Susan Isaacs
When Dogs Cry by Markus Zusak
Cherry Bites by Alison Preston
El arte de la felicidad by Dalai Lama y Howard C. Cutler
The Last Kings by C.N. Phillips