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Authors: Agatha Christie

El cuadro (29 page)

BOOK: El cuadro
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—Varios niños murieron a manos de un criminal en esta parte del país, sí. Pero de eso hace mucho tiempo. No hablo ahora con mucha seguridad. El párroco debe estar bien informado sobre el asunto... ¡No! Espere. No puede saber nada directamente, debido a que por aquellas fechas todavía no había llegado aquí. La señorita Bligh, sí, en cambio. Desde luego, ella sí que estaría en el pueblo. Debía de ser entonces una mujer bastante joven Tuppence inquirió:

—¿Estuvo siempre enamorada de sir Philip Starke? —Se ha dado cuenta, ¿eh? Pues sí, a mí me parece que sí. Yo me inclino a pensar que ese hombre es para ella como un ídolo. Nada más llegar aquí, William y yo advertimos lo que pasaba.

—¿Qué es lo que les hizo venir aquí? ¿Vivieron acaso en la Casa del Canal?

—No. Nosotros no hemos vivido nunca allí. A él le gustaba pintarla. La pintó varias veces. ¿Qué ha sido del lienzo que su esposo me enseñó?

—Volvió a colocarlo en su sitio, en casa —informó Tuppence —. Me dio a conocer su comentario sobre el bote del cuadro, notificándome que según usted no lo había pintado su marido... Me refiero al Waterlily.

—Desde luego, ese bote no salió de los pinceles de mi marido. Yo he conocido el cuadro sin la embarcación. Ésta es obra de otra persona.

—Y la llamó Waterlily... Y un hombre que no existía, un tal comandante Waters... escribió una carta relacionada con la tumba de una niña... una niña llamada Lilian... Pero no había ninguna criatura enterrada en la tumba. Esta contenía solamente un ataúd infantil, en el que había sido guardado el producto de un, gran robo. Ese bote debió de ser un mensaje, un mensaje en el que se decía dónde se hallaba guardado el botín... Todo parece tener relación con el crimen...

—Sí, efectivamente... Pero no se puede asegura; que... —Emma Boscowan se interrumpió bruscamente, agregando apresurada —: Sube ya... Viene a buscarnos... Entre en el cuarto de baño...

—¿A quién se refiere usted?.

—A Nellie Blligh. Entre en el cuarto de baño. Eche el pestillo.

Tuppence inmediatamente se dispuso a obedecer, comentando

—Esa mujer es una entrometida.

—Y algo más que eso —repuso la señora Boscowan. Tuppence desapareció por fin en el cuarto de baño. La señorita Bligh abrió la puerta de la habitación, en-trando en la misma, activa y servicial como siempre.

—Espero que haya encontrado lo que necesitaba —dijo —. Habrá visto toallas limpias y jabón por aquí, ¿no? La señora Copleigh cuida normalmente de las cosas del párroco, pero yo después suelo echar un vistazo por la casa, por si se le ha olvidado algo.

La señora Boscowan y la señorita Bligh bajaron las escaleras juntas. Tuppence se unió a ellas en el momento en que llegaban a la puerta del salón de estar. Sir Philip Starke se puso en pie al entrar ella en la estancia, cambiando de sitio su silla para instalarse a su lado.

—¿Está usted cómoda, señora Beresford?

—Sí, muchas gracias.

—Lamento lo de su accidente. En nuestros días suceden cosas muy raras...

Tuppence pensó que la voz del caballero, tenía un raro encanto. Era algo fantasmal, por así decirlo, muy profunda y como lejana...

La mirada de sir Philip no se apartaba de su rostro y Tuppence pensó: «Me está estudiando con el mismo detenimiento con que lo estudié yo antes.» Miró de reojo a Tommy, pero éste hablaba en aquellos momentos con Emma Boscowan.

—¿Qué es lo que la hizo venir a Sutton Chancellor, señora Beresford?

—Pues, verá, usted. Estábamos buscando una casa en el campo que nos conviniera —replicó Tuppence —. Mi esposo se había ausentado porque tenía que participar en una asamblea y entonces yo pensé entretenerme durante la espera, dando una vuelta por este distrito, que me agradaba mucho. Deseaba saber por dónde andaban los precios, por si nos decidíamos por adquirir alguna.

—Me parece haber oído decir que le llamó la atención la casa que hay junto al canal.

—Sí: Estaba convencida de haberla visto anteriormente desde el tren. Es muy atractiva... desde fuera.

—En efecto, Creo, no obstante, que anda necesitada de algunas reparaciones, principalmente en el tejado. El otro lado de la finca no llama tanto la atención, ¿verdad?

—Desde luego. Y la casa está dividida de una manera muy curiosa.

—¡Oh! —exclamó sir Philip Starke —. En cuanto a eso... Cada uno tiene sus ideas.

—¿No ha vivido usted nunca en ella? —inquirió Tuppence.

—No. Mi casa fue pasto de un incendio hace muchos años. Quedó una pequeña parte de ella. Supongo que la habrá visto... Está más arriba de ésta, en la ladera del vecino promontorio. No tuvo nunca nada de particular. Mi padre la construyó hacia 1890, aproximadamente. Era una mansión presuntuosa. Detalles góticos y de Balmoral. En la actualidad, nuestros arquitectos vuelven a admirar estas cosas si bien hace cuarenta años las mismas suscitaban una completa indiferencia. Contenía todo lo que debía contener la vivienda de un caballero —la voz de sir Philip sonaba ligeramente irónica —; un salón de billar, un salón para damas, un comedor colosal, un salón de baile y unos catorce dormitorios... Cuidaban del edificio alrededor de quince servidores.

—Usted me da la impresión de que no era muy de su agrado.

—Nunca me gustó. Esto constituyó una desilusión para mi padre. Mi padre fue un gran industrial, que triunfó en sus negocios. Esperaba que yo siguiese sus pasos. No fue así. Me trató bien. Me asignó una renta excelente y permitió que siguiera mi camino.

—He oído decir que había dedicado sus actividades a la botánica.

—La botánica constituyó uno de mis pasatiempos favoritos. Salí por el mundo en busca de flores silvestres, visitando, entre otros sitios, los Balcanes, ¿No ha estado usted nunca allí? Es un lugar maravilloso para este género de trabajos.

—Sí qué debe serlo... ¿Regresó usted más tarde, para vivir aquí?

—Hace muchos años que falto de aquí... Desde la muerte de mi esposa no había estado en el pueblo.

Tuppence se agitó en su asiento, ligeramente embarazada.

—¡Oh! Siento mucho haberle hecho recordar eso.

—Ha pasado mucho tiempo ya desde entonces. Mi mujer murió antes de la guerra. En 1938. Era muy bella.

—¿Conserva usted algún retrato suyo en la casa? —No. La casa está vacía. Todos los muebles, cuadros y demás efectos fueron sacados de allí y trasladados a un almacén. Se cuenta solamente con un dormitorio, un despacho y un cuarto de estar, que ocupa mi administrador cuando visita esta población con cualquier motivo.

—¿No fue vendida nunca?

—No. Hubo un tiempo en que se habló de que las tierras, por aquí, iban a revalorizarse extraordinariamente. No sé qué pasó. Bueno, a mí eso me tuvo siempre sin cuidado. Mi padre es quien había aspirado a constituir una especie dé dominio feudal con lo nuestro. Tenía que sucederlo yo en el gobierno del mismo. Después vendrían mis hijos, y los hijos de mis hijos... —sir Philip hizo una pausa, agregando —: Pero Julia y yo no tuvimos descendencia.

»En consecuencia, nada había aquí en definitiva que me atrajera. ¿A qué venir? Cuando hay que hacer algo es. Nellie Bligh quien se encarga de todo —sir Philip sonrió, complacido —. Es la más maravillosa de las secretarias. Todavía se ocupa de mis asuntos, trátese de una cosa u otra.

—Y pese a su prolongada ausencia, usted, sin embargo, nunca quiso vender...

—Naturalmente. He procedido así por una buena razón —dijo Philip Starke.

Una débil sonrisa iluminó su faz de asceta.

—Es posible que heredara de mi padre, a despecho de todo, parte de su sentido comercial. La tierra vale más cada vez, aunque la revalorización no haya sido, según se esperaba, espectacular. Vale más que el dinero que por ella me pudieran dar, deja más beneficios. Por último, andando el tiempo, este distrito se convertirá en ciudad satélite. Es lo que se llama un negocio redondo.

—¿Será usted rico, entonces?

—Seré más rico que en la actualidad —respondió sir Philip —. Y en la actualidad no tengo motivos de queja, ni mucho menos, en tal aspecto.

—¿A qué dedica su tiempo?

—Viajo. Tengo ciertos intereses en Londres. Poseo allí una galería de arte. Voy camino a convertirme en un negociante de objetos artísticos. Mis actividades de este tipo llenan agradablemente mi vida... La lleno así. Hasta que la ruano inexorable caiga sobre mi hombro para advertirme que ha sonado la hora de emprender el viaje definitivo...

—No diga eso. Sus palabras suenan en mis oídos de una manera especial. Me producen escalofríos.

—No tiene usted por qué asustarse. Usted, señora Beresford, va a vivir todavía muchos años, que además estoy seguro de que serán felices.

—De momento sí que soy feliz —contestó Tuppence —. Supongo que con el tiempo tendré los achaques propios de la gente de edad; me quedaré sorda, veré menos, me atormentara el reuma, etcétera.

—Probablemente, si llega todo eso, usted le dará menos importancia de lo que se figura. Usted y su marido, señora Beresford, si me permite decirlo, parecen haber sido muy felices en su matrimonio.

—Desde luego —replicó Tuppence —. Y supongo que en la vida no hay nada mejor que una pareja feliz.

Un segundo después, Tuppence se arrepintió de haber pronunciado estas palabras. Al escrutar el rostro de su interlocutor, un hombre que durante tantos años había lamentado la pérdida de una esposa a la que amara apasionadamente, sintióse irritada consigo misma.

Capítulo XVI
-
A la mañana siguiente
1

Transcurría la mañana del día siguiente al de la reunión...

Ivor Smith y Tommy hicieron una pausa en su conversación para fijar la vista en Tuppence, quien se había quedado pensativa, contemplando el piso de la chimenea. En aquellos momentos parecía estar muy lejos de allí.

—¿Dónde nos habíamos quedado? —inquirió Tommy.

Con un suspiro, Tuppence concentró de nuevo su atención en los dos hombres.

—A mí se me antoja que todo anda un poco embrollado todavía —dijo —. Vamos a ver... ¿Cuál era el fin perseguido al organizar la reunión de anoche? ¿Qué significaba realmente? —ahora se dirigió concretamente a Ivor Smith —. Yo me imagino que usted sí sabrá a qué atenerse claramente. ¿Está usted al tanto de la situación, de veras?

—Yo no iría tan lejos —respondió Ivor —. Todos no perseguimos lo mismo, ¿verdad?

—Por supuesto —replicó Tuppence.

Los dos hombres la miraban inquisitivamente.

—Está bien —manifestó Tuppence —. Yo soy una mujer dominada por una obsesión. Quiero encontrar a la señora Lancaster. Deseo tener la seguridad de que no le ha ocurrido nada malo.

—Primero tendrás que dar con la señora Johnson —dijo Tommy —. Nunca encontrarás a la señora Lancaster si antes no das con aquélla.

—La señora Johnson... Sí. Todo lo que me pregunto es... Pero, en fin, supongo que esta parte del caso no le interesa a usted, señor Smith.

—¡Oh! Ya lo creo que me interesa, señora Beresford. Y mucho.

—¿Qué hay acerca del señor Eccles? Ivor sonrió.

—Me parece que el señor Eccles no tardará en recibir la justa recompensa a que se ha hecho acreedor por sus hazañas. No obstante, no quiero aventurarme. Se trata de un hombre que encubre sus reales actividades con un derroche de auténtico ingenio. Hasta el punto de que uno llega a dudar de la existencia de rastros comprometodores —Ivor Smith agregó, como si reflexionara en voz alta —: Es un cerebro. Sabe planear las cosas bien.

—Anoche... —comenzó a decir Tuppence, vacilante —. ¿Puedo formular algunas preguntas?

—Puedes hacerlas, desde luego —replicó Tommy —, pero no creas que vas a obtener respuestas satisfactorias por parte de Ivor.

—Quería referirme a sir Philip Starke... ¿Qué papel desempeña en este asunto? A mí no me parece un criminal... A menos que sea de los que...

Tuppence se interrumpió, pensando en las suposiciones de la señora Copleigh al aludir a los asesinatos de varios niños en el distrito de Sutton Chancellor.

—Sir Philip Starke viene a ser aquí una valiosa fuente de información —manifestó Ivor Smith —. Es uno de los más ricos terratenientes de Inglaterra, dentro de esta región y algunas otras...

—¿En Cumberland también?

Ivor Smith miró atentamente a Tuppence.

—¿Por qué ha mencionado usted Cumberland? ¿Qué sabe usted de Cumberland?

—Nada —dijo Tuppence —. Por un motivo u otro se me vino a la cabeza —frunció el ceño, dando muestras de perplejidad —. Lo mismo que pensé en una rosa a rayas rojas y blancas, una de esas flores heráldicas de otros tiempos...

Movió la cabeza, dudosa.

—¿Es sir Philip Starke el propietario de la Casa del Canal?

—Es el dueño de la tierra... Posee la mayor parte de las tierras de los alrededores.

—Sí. Es lo que me dijo anoche.

—A través de él hemos sabido de muchos arriendos que han sido hábilmente embrollados, mediante trapicheos legalistas...

—Quiero referirme ahora a esos agentes de la propiedad cuyas oficinas visité en la plaza de Market Basin... ¿Han incurrido en falsedades o he soñado yo esto?

—No, no lo ha soñado. Esta mañana vamos a hacerles una visita. Pensamos formularles unas cuantas preguntas que tienen difíciles respuestas,

—Magnífico —comentó Tuppence.

—Vamos desenvolviéndonos estupendamente ahora. Ya hemos aclarado la gran incógnita del robo de la estafeta de correos en 1965, y conocemos la solución de los casos planteados en Albury Cross y con motivo del robo del tren correo de Irlanda. Hemos logrado dar con parte del ' botín. En esas casas eran montadas habitaciones muy curiosas. Sabemos el secreto de un nuevo cuarto de baño que fue instalado en una de las viviendas, de un insospechado piso de servicio, con dos habitaciones sospechosamente pequeñas en relación con el resto, disposición que permitía la existencia` de unos espacios disimulados... ¡Oh, sí! Conocemos muchas cosas ya.

—¿Pero qué me dice de la gente alojada, en esas viviendas? —inquirió Tuppence —. Apartémonos del señor Eccles... Tenía que haber alguna otra persona que estuviese en el secreto de todo.

—Claro. Había un par de hombres... Uno de ellos dirigía un club nocturno. Happy Hamish, le llamaban. Escurridizo como una anguila. Y una mujer, Killer Kate... Bueno, de eso hace mucho tiempo... Era una de nuestras más interesantes criminales Muy bella, no andaba bien de la cabeza, sin embargo. Se la quitaron de en medio... Podía haber sido un gran peligro para ellos. La sociedad que esa gente había constituido apuntaba hacia el robo y no al crimen de sangre...

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