El cuadro (28 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
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—Ella me agradó desde el primer momento —replicó Tuppence —, La califiqué de bruja —recordó, sonriente — porque iba vestida como tal, con motivo de una función de teatro, que preparaban los vecinos. Esta bruja, en todo, caso, me dije, practicaba la magia blanca y no la negra.

—¿Y qué le pareció él?

—Él me dio miedo —dijo Tuppence —. No en todo momento, a lo largo de nuestra entrevista. En un instante determinado, creo que fue de repente, se me antojó un hombre atemorizador. No podría decir qué fue lo que me asustó de él. Me dio miedo, simplemente... Claro que no se puede estar absolutamente seguro...

—¿Qué es lo que vamos a hacer en el vicariato esta noche?

—Formular algunas preguntas. Ver algunas caras. Averiguar detalles que nos llevarán a la ampliación de las informaciones que ya poseemos.

—¿Estará presente el comandante Waters? Me refiero al hombre que escribió al sacerdote para que localizara aquella tumba..., la de la niña.

—¡Allí no había ninguna niña enterrada! Donde la antigua lápida fue removida, se halló un ataúd, un ataúd infantil, forrado de plomo... Y éste contenía todo un botín. Eran joyas y objetos de oro procedentes de un robo que fue cometido cerca de St. Albans, La carta que recibió el sacerdote fue escrita con el fin de averiguar qué había sido de la tumba. Los vandálicos actos de los pequeños gamberros locales habían complicado algo las cosas...

3

—Cuánto siento lo ocurrido, mi querida señora —dijo el sacerdote, saliendo al encuentro de Tuppence con ambas manos extendidas, muy afectuoso —. Sí, de veras que lamento que le haya sucedido eso, a usted, que tan amable se mostró conmigo. Me considero el culpable del desgraciado episodio. No debí permitir que usted se quedara allí sola, revisando las lápidas... Claro que no había ninguna razón para creer..., ninguna razón, en absoluto, que una pandilla de jóvenes gamberros...

—Bueno, padre, no se altere usted —medió la señorita Bligh, apareciendo inesperadamente junto al sacerdote —: La señora Beresford sabe perfectamente, estoy segura de ello, que lo sucedido no es culpa suya. Ella fue muy amable al ofrecerse para ayudarle, pero el caso es que todo ha terminado ya y que la señora Beresford se ha recuperado por completo del percance. ¿Verdad, señora?

—Naturalmente que es verdad —replicó Tuppence, algo irritada porque la señorita Bligh diera por las buenas como definitiva su recuperación.

—Siéntese aquí. Voy a ponerle un cojín` en la espalda para que se encuentre más cómoda —dijo la señorita Bligh.

—No necesito ningún cojín —dijo Tuppence, negando — se también a aceptar la silla que la señorita Bligh le acababa de ofrecer.

Dejóse caer, por el contrario, en otra de recto respaldo, nada cómoda por cierto, situada en el lado opuesto. Llamaron a la puerta y todos estuvieron a punto de po-nerse en pie. Intervino, una vez más, la señorita Bligh. —No se preocupe, padre —dijo —. Ya voy yo. —Puesto que es usted tan amable...

Oyéronse unas voces en el vestíbulo. La señorita Bligh regresó en compañía de —una mujer corpulenta que lucía un vestido de brocado, a la que seguía un hombre muy alto y delgado, un hombre de cadavérico aspecto. Tuppence lo estudió atentamente. Una negra capa colgaba de sus hombres y su alargada y sombría faz recordaba las de é otras épocas históricas. Tuppence se dijo que aquel hombre parecía haberse escapado de cualquiera de los cuadros,° de El Greco.

—Me alegro mucho de verle por aquí —dijo el sacerdote. Volviéndose hacia los demás, añadió —: Permítanme que les presente a sir Philip Starke. El señor y la señora Beresford, el señor Ivor Smith. ¡Ah! La señora Boscowan. Hacía muchos, muchos años que no la veía... el señor y la señora Beresford.

—Conocía al señor Beresford ya —replicó la señora Boscowan. Miró a Tupence, añadiendo —: ¿Cómo está usted? Encantada de conocerla. Tengo entendido que sufrió un accidente.

—Sí. Ya me encuentro bien.

Terminadas las presentaciones, Tuppence se recostó en su asiento. Sentíase fatigada con más frecuencia que anteriormente. Decíase que esto era a consecuencia del golpe sufrido: Sin moverse, con los párpados entreabiertos, podía sin embargo, escrutar los rostros de las personas que se hallaban en aquella habitación. No estaba atenta a la conversación, miraba simplemente, a los que hablaban. Tenía la impresión de que varios de los personajes del drama —el drama en el cual involuntariamente participaba —, habían se reunido allí igual que hubiesen podido hacerlo unos actores sobre el escenario de un teatro.

Las distintas piezas del «puzzle» se estaban reagrupando, formando un núcleo compacto. La llegada de sir Philip Starke y la señora Boscowan marcaban una etapa en aquel proceso. Habían estado presentes siempre en la historia, pero fuera de su círculo. Ahora, en cambio, quedaban dentro. Se hallaban complicados inapelablemente en aquel caso. De una manera u otra, sí. Estaban allí, ¿por qué?, se preguntó Tuppence. ¿Quién los había llamado? ¿Ivor Smith? ¿Les había ordenado que se personaran en aquella casa o se lo había rogado? Quizás estuvieran tan distanciados de él como de ella: Tuppence pensó: «Todo empezó en Sunny Ridge, pero Sunny Ridge no es realmente el corazón de esta historia. Todo se centra, siempre se ha centrado aquí, en Sutton Chancellor. Todo lo ocurrido aquí. No últimamente... Hace tiempo, Son cosas que nada tenían que ver con la señora Lancaster..., pero con las cuales esto ha ido complicándose. En consecuencia, ¿dónde para en la actualidad la señora Lancaster?»

Tuppence se estremeció. Había sentido un escalofrío. «Es posible, es posible que haya muerto», pensó.

De ser así, ella había fracasado. Habíase puesto en movimiento preocupada por la suerte de la señora Lancaster, creyendo que ésta se hallaba amenazada por un grave peligro. Había decidido, por último, localizarla y protegerla.

«Y si no ha muerto —se dijo Tuppence —, todavía me saldré con la mía.»

—Sutton Chancellor... Aquí era donde se había dado el comienzo de algo significativo peligroso. La casa del canal formaba parte de eso. Quizá fuese el centro... ¿O había que buscar éste en Sutton Chancellor? En este lugar había habido personas que se movieron de distinto modo, viviendo allí, llegando a aquél, huyendo, desvaneciéndose, apareciendo y reapareciendo...

Como sir Philip Starke.

Sin mover la cabeza, Tuppence fijó la mirada en sir Philip. No sabía nada acerca de él, exceptuando lo que la señora Copleigh le dijera en el curso de su monótono monólogo sobre los habitantes de la población. Era un hombre sereno, un erudito, un botánico, un industrial... Al menos, poseedor de grandes bienes en el mundo de la industria. Era, por consiguiente, un hombre rico... Además, una persona que amaba extraordinariamente a los niños.

Ya estaba de vuelta a lo mismo. Los niños de nuevo. La casa junto al canal; el pájaro de la chimenea; la muñeca infantil que encontrara en ésta... Una muñeca que contenía un puñado de diamantes..., producto de un robo. Aquél era uno de los cuarteles generales utilizados por una organización criminal. Pero se habían dado delitos más graves que el robo. La señora Copleigh había dicho: «Siempre me imaginé que tal vez fuese el autor de todo, él.»

—Sir Philip Starke. ¿Un asesino? Siempre con los párpados entreabiertos Tuppence, lo estudió, dándose cuenta de que ., se esforzaba por ver si encajaba en el concepto que ella tenía, en general, del asesino... Un asesino de indefensas criaturas, por añadidura.

«¿Qué edad tendría? —se preguntó —. Setenta años, por lo menos, Quizá más. Su faz era la del asceta. Sí. Concretamente. Podía decirse de ella que era una torturada faz.

Unos ojos grandes y negros. Los ojos de El Greco. Un cuerpo extraordinariamente delgado.»

¿Por —qué se había presentado allí? Los ojos de Tuppence se fijaron en la señorita Bligh. Estaba nerviosa en su silla. De cuando en cuando se levantaba para modificar la posición de una mesita, para ofrecer un cojín a alguien, para cambiar la posición de la caja de los cigarrillos de la caja de cerillas. No paraba. No perdía de vista a sir Philip Starke. Siempre que se relajaba, su penetrante mirada se centraba en él.

«Es una devoción total la que ese hombre le inspira —pensó Tuppence —, Yo creo que han estado enamorados alguna vez. Me inclino a pensar que ella sigue enamorada. El amor hacia una persona no se atenúa en virtud del paso de los años. Los que son como Derek y Deborah no opinan igual. Ellos no aciertan a imaginarse una persona enamorada que no sea joven. Pero yo creo que... ella todavía ama a ese hombre, sin esperanzas, devotamente. ¿Quién dijo... (¿Fue la señora Copleigh?, ¿fue el sacerdote?), que la señorita Bligh había sido su secretaria en los años de juventud, que todavía cuidaba de sus asuntos allí?

»Bien. Ésta no es ninguna cosa del otro mundo. Es frecuente que las secretarias se enamoren de sus jefes. Gertrude Bligh, pues, amó a Philip Starke. ¿Fue éste un hecho positivo? ¿Había sabido o sospechado la señorita Bligh que la calmosa y ascética personalidad de sir Philip Starke ocultaba una horrible amenaza de locura? Tan aficionado a los niños siempre... «A mi juicio —había dicho la señora Copleigh —, demasiado amante de los niños.»

Así pasaban las cosas... Quizá fuese aquélla la causa motivadora de la atormentada expresión de su rostro. «Sólo los patólogos o los psiquíatras saben algo acerca de los asesinos locos —pensó Tuppence —, ¿Por qué matan éstos a los niños? ¿Qué es lo que fundamentalmente los impulsa? ¿Preocupan a estos hombres las consecuencias de sus actos? ¿Se sienten irritados, desesperadamente desgraciados? ¿Tienen miedo?»

En aquel momento, observó que la mirada de sir Philip se había detenido en ella. Los dos se observaron abierta — mente ahora y parecieron intercambiar un extenso mensaje.

«Usted está pensando en mí —decían aquellos ojos —. Sí.

Es verdad lo que usted se imagina. Soy un hombre acosado.»

En efecto. Esto era lo que le cuadraba exactamente: era un hombre acosado.

Tuppence miró hacia otro lado. Su mirada tropezó con el rostro del sacerdote. Éste le era simpático. Parecía muy bueno. ¿Sabía algo de toda aquella maraña? Tuppence pensó que sí, probablemente. También cabía la posibilidad de que viviera inmerso en la complicada historia sin enterarse de nada. Muy posiblemente, en torno a él habíanse desarrollado aquella serie de acontecimientos, sin que él advirtiera el mas mínimo detalle. La inocencia del sacerdote no podía ponerse en tela de juicio.

¿Y la señora Boscowan? Pero resultaba difícil que la señora Boscowan estuviese informada. Era una mujer de mediana edad, una mujer con personalidad, pero como Tommy dijera, esto no expresaba mucho.

Como si Tuppence la hubiera llamado, la señora Boscowan se puso de repente en pie.

—¿Podría ir arriba a lavarme las manos? —inquirió.

—¡Oh! Desde luego —la señora Bligh se puso en pie de un salto —. Yo me encargaré de acompañarla...

—Sé muy bien el camino, no se moleste —dijo la señora Boscowan —. ¿Señora Beresford?

Tuppence se sobresaltó ligeramente.

—¿Quiere usted acompañarme? —inquirió la viuda del pintor —. Quiero darle unas explicaciones.

Tuppence se mostró obediente como una criatura.

La señora Boscowan salió del vestíbulo. Tuppence avanzaba detrás de ella. La primera empezó a subir las escaleras...

—La habitación destinada a los huéspedes está arriba —manifestó la señora Boscowan —. Se encuentra siempre preparada. Cuenta con un cuarto de baño anexo.

Abrió una puerta, accionó el conmutador de la luz. Tuppence entró detrás de ella.

—Me alegro de haberla encontrado aquí —declaró la señora Boscowan —. Esperaba verla. Usted me inspiró algunas preocupaciones. ¿Se lo dijo su esposo?

—Sé que usted le habló...

—Pues sí, estaba preocupada. La mujer cerró la puerta.

—¿Ha advertido ya que Sutton Chancellor es un sitio peligroso? —inquirió la señora Boscowan,

—Tengo pruebas de que lo es, en efecto —contestó Tuppence.

—Estoy informada. Ha sido una suerte que la cosa no tuviese peores consecuencias...

—Usted sabe algo —dijo Tuppence —. Usted sabe algo acerca de todo esto, ¿no?

—Sí y no, según se mire —respondió Emma Boscowan —. Una tiene su instinto. Este asunto de la organización criminal se sale de lo corriente. Y no parece tener nada que ver con...

La mujer guardó silencio de pronto.

—Quiero decir que es una de esas cosas que están en marcha, que parecen haber estado en marcha desde siempre. Pero esa gente se halla muy bien organizada ahora, como si se tratara de una entidad comercial. Lo esencial es saber dónde radica el peligro y cómo guardarse contra él. Tiene usted que tener cuidado, señora Beresford. De veras... Usted es una de esas personas que inesperadamente irrumpen en determinados 'sitios o situaciones y ello implicaría ahora un gran riesgo para usted.

Tuppence respondió, vacilante:

—Mi tía..., es decir, la tía de mi marido, de Tommy... Alguien le dijo, en la residencia en que se encontraba, que había entre las huéspedes y el personal de la casa un criminal...

Emma asintió,

—Hubo dos muertes en esa residencia —añadió Tuppence —. El médico de la misma sospechaba algo raro.

—¿Fue eso lo que la llevó a pasar a la acción?

—No. Hubo otra cosa antes.

—¿Tendría usted la bondad de explicarme rápidamente (lo más rápidamente posible, por si alguien nos interrumpe), qué es lo que sucedió en esa residencia de señoras ancianas, o lo que sea, para que decidiera a emprender determinadas investigaciones por su cuenta?

—Se lo explicaré con muy pocas palabras.

Tuppence la puso al corriente de todo en unos momentos.

—Ya —respondió Emma Boscowan —. Y ahora usted no sabe dónde para la señora Lancaster, ¿verdad?

—En efecto, no lo sé.

—¿Usted cree que puede haber fallecido?

—Es posible... Podría ser.

—¿Porque sabía algo?

—Sí. Ella debía de estar al tanto de algún detalle reservado. Un crimen, quizá, por ejemplo. Tal vez se tratara del asesinato de una criatura,

—Yo creo que en esto se equivoca —afirmó la señora Boscowan —. A mi entender, todo es fruto de una confusión por parte de su señora Lancaster. Mezclaría el recuerdo de esa criatura con otro tipo de asesinato.

—Supongo que lo que dice usted es posible. A los viejos les pasa eso. Pero por aquí hubo años atrás un individuo que asesinó a varios niños. Esto es lo que me con-tó la dueña de la casa en que estuve alojada...

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