Deseo concedido (49 page)

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Authors: Megan Maxwell

BOOK: Deseo concedido
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—Ahora, descansa —ordenó él sonriendo—. Dentro de un rato volveré.

Cuando se quedó sola, Megan sonrió. Fue hasta la ventana, donde esperó ver a su marido llegar al patio. Poco después, aparecieron Niall y Gelfrid para entrenarse con sus respectivas espadas.

Con una
picara
, sonrisa, se ató con cuidado la bata. Sin que nadie se enterase, fue hasta la habitación de Marlob. Entró por la cámara secreta y, tras serpentear por varios túneles, llegó hasta el lago. Una vez allí, se sentó en el suelo mientras el aire movía su cabello y rodeaba su rostro.

Mientras contemplaba la majestuosidad de aquellas aguas, pensó en lo que Sarah le había contado sobre la desesperación y el dolor de Duncan al verla herida. ¡La quería! Eso estaba más que claro, pero necesitaba oírlo de su boca.

Pasado un rato, decidió volver. Al entrar de nuevo en la habitación de Marlob, se fijó en una pintura que estaba tras un armario semiescondida. Con cuidado, se acercó y al sacarla sintió que el vello del cuerpo se le erizaba cuando comprobó que aquellos que estaban frente a ella debían de ser Morgan y Judith, los padres de Duncan. Junto a ellos, dos niños que reconoció como Niall y Duncan. Y en los brazos de la mujer, un bebé que debía de ser Johanna. Examinó con atención las caras de todos ellos. Duncan era exactamente igual que su padre: los mismos ojos profundos, idéntico porte, el mismo pelo. Al fijarse en Judith, le llamó la atención un precioso broche en forma de lágrima que llevaba prendido junto al corazón. Niall tenía el pelo y la planta de su padre, pero los ojos y la sonrisa de su madre. Una vez que observó aquel lienzo durante un rato, lo volvió a dejar donde estaba, y salió de aquella habitación para regresar a la suya sonriendo al pensar qué diría Duncan si supiera dónde había estado.

Capítulo 34

Los días pasaron. El episodio vivido con los O'Malley parecía olvidado, aunque todos lo guardaron en su corazón. Para Marlob, ella pasó de ser alguien importante a una persona de vital importancia en su vida.

Duncan dejó que Megan volviera a sus quehaceres habituales. Disfrutaba viendo cómo día a día los aldeanos le tomaban más cariño. En varias de las ocasiones que las mujeres coincidían en la cocina con ella, le hicieron saber lo preocupado que había estado su
laird
el día que la vio herida. A Megan le gustaba escuchar aquello. Redoblaba la confianza que tenía en que su marido al final la amaría. Pero Margaret, siempre que podía, hacía comentarios como «él siempre se ha preocupado por sus mujeres». Incluso el día que él le regaló un collar, y ella se lo enseñó a todos con felicidad, Margaret comentó: «Duncan siempre ha sido muy generoso con sus parejas». Aquellos comentarios le dolían, pero Margaret parecía no notarlo, o no quería darse cuenta. Incluso le gustaba recordarle que antes que ella hubo otra mujer en la vida de su marido.

Zac, que estaba feliz tras la recuperación de su hermana, con el paso de los días hizo muchos amigos de su edad. A pesar de que algunas mujeres opusieron resistencia a que sus hijos hablaran con aquel pequeño
sassenach
, al final consiguió lo que se propuso: ser aceptado y tener amigos, y con ello comenzó a hacer de las suyas.

Una mañana, echó unos troncos al lago y junto a dos niños se sentó encima de los maderos y se internó en el lago. Duncan había salido de caza junto a Niall y varios hombres, entre los que se encontraba Ewen. Entre tanto, Megan elegía las telas que usaría para confeccionarse vestidos, pues necesitaba ampliar su vestuario personal. El castillo permanecía tranquilo hasta que de pronto las voces alarmadas de unas mujeres la hicieron correr para saber qué pasaba.

—¿Qué ocurre, Sarah? —preguntó al ver que la criada iba hacia ella mientras varias mujeres hablaban tan deprisa en gaélico que le era imposible entenderlas.

—Milady
, vuestro hermano y los hijos de Fiorna y Edwina están en medio del lago.

—¿Cómo que están en medio del lago? —rugió Megan al ver llegar a las madres de aquellos niños, que la miraban con mala cara—. No os preocupéis, yo les sacaré de allí.

En ese momento, apareció Margaret.

—¡Qué hacen los niños allí! —exclamó indignada.

Megan no supo qué decir y menos cuando las mujeres arremetieron contra ella.

—Si algo le pasa a mi niño, señora —dijo Fiorna muy nerviosa—, será culpa de vuestro hermano. Mi hijo nunca se acercó al lago. Lo tiene prohibido. No sabe nadar.

—Fiorna, no es justo que digas eso a nuestra señora —intentó mediar Sarah.

Pero los nervios de las mujeres estaban a flor de piel.

—¡Cállate, amiga de los
sassenachs
! —gruñó Edwina fuera de sí.

Aquello atrajo la mirada de Megan. Vio la rabia de la mujer en sus ojos y supo que si algo les pasaba a esos niños, ella sería la culpable.

—No os preocupéis —respondió Megan, que intentó acercarse a ellas, pero despreciaron su contacto—. Les sacaré inmediatamente del lago.

Cogiéndose la falda azulada con la mano, corrió seguida por Sarah, Margaret y las otras dos mujeres. Al llegar a la orilla del lago, vio a su hermano y a los niños, que jugaban sobre los troncos inconscientes del peligro que corrían.

—Llamaré a la guardia —dijo Margaret—. Ellos les sacarán.

—No hace falta —apuntó Megan hundiendo los pies en el barro—, yo lo puedo hacer.

—Duncan se enfadará cuando se entere. La señora del castillo no tiene por qué hacer esas cosas —reprochó Margaret.

Harta de que todo el mundo la juzgara, Megan gritó:

—¡Escúchame, Margaret! —dijo con rabia, mientras Fiorna y Edwina las observaban—. Ese que está allí es mi hermano y esos niños no saben nadar. Por ello no voy a esperar a que la guardia venga para sacarlos mientras yo estoy aquí sin hacer nada. Y si Duncan se enfada conmigo, será mi problema, no el tuyo.

—Muy bien. Yo os advertí —asintió molesta la mujer apartándose hacia un lado.

—¡Zac! —gritó Megan atrayendo la mirada de su hermano, que supo al verle la cara que se había metido en un buen lío—. Deja de moverte hasta que yo llegue a vosotros.

En ese momento, los niños fueron conscientes de dónde estaban.

—¡Tengo miedo! —gritó Ulsen, el más pequeño de los tres, que al ver a su madre en la orilla se agarró a los troncos y empezó a temblar.

Sin perder un instante, Megan se quitó la capa que llevaba, el vestido y los zapatos para quedarse sólo con la camisa de lino.

—¡Por todos los santos! ¿Qué estáis haciendo? —se escandalizó Margaret.

Megan, sin perder tiempo ni para mirarla, respondió:

—Lo que llevo haciendo toda mi vida. Sacar a ese pequeño demonio de problemas.

Y, sin más, comenzó a sumergirse en el agua mientras sentía cómo su cuerpo se estremecía al sentir las frías aguas del lago.

—¡Milady
! —gritó Sarah—. No sé nadar, pero decidme qué puedo hacer para seros de utilidad.

—Me vendría bien que te acercaras a mí en el agua mientras tus pies toquen el fondo. Así podré acercarte a los niños para que los saques sin necesidad de que haga varios viajes.

—De acuerdo —asintió la muchacha mirando con aprensión las oscuras aguas.

—Sarah —dijo Megan internándose en el interior del lago—, quítate algo de ropa. Si no te impedirá moverte en el agua por su peso.

Sarah, sin dudarlo un instante, se quitó la ropa. Si ella podía ayudar a su señora, la ayudaría. Fiorna y Edwina, paralizadas de miedo, las observaban.

—¡Estáis a plena luz del día! ¡Es indecorosa vuestra actuación! —se escandalizó Margaret—. Iré a por pieles. Las necesitaréis cuando salgáis del agua.

—¡Por san Fergus! ¡Qué fría está! —se quejó Sarah mientras con valentía observaba cómo sus pies y después sus rodillas quedaban bajo el agua.

Cuando Megan dejó de hacer pie, se lanzó al agua y comenzó a nadar enérgicamente hasta llegar a los troncos que los niños habían utilizado para flotar.

—¡Zac! —regañó a su hermano e intentó mover los troncos hacia la orilla—. Prepárate para el castigo que te voy a imponer. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante cosa?

—¡Pero si no pasa nada! —se quejó el niño.

—¡Zac! —siseó con rabia mientras temblaba; el lago estaba congelado—. Estos niños no saben nadar y si caen al agua se pueden ahogar. ¿En qué lío me has metido?

—Pero… —comenzó a protestar el niño.

—¡Cállate y no te muevas! —ordenó mientras maldecía y veía cómo la orilla se llenaba de mujeres—. Ahora necesito que no os mováis. Intentaré llevaros encima de los troncos hasta la orilla. No sabéis nadar, ¿verdad? —Los niños, a excepción de Zac, negaron con la cabeza—. De acuerdo. Si alguno cae al agua, lo primero que tiene que hacer es mover las manos y los pies, y buscar un tronco para agarrarse. ¿Entendido?

Con toda la tranquilidad que pudo, empujó durante unos metros los troncos hacia la orilla donde les esperaban las mujeres. La operación parecía que transcurría con calma hasta que de pronto Ulsen se movió, los troncos se desnivelaron y los tres pequeños cayeron al agua. Entonces se produjo el caos, tanto en el agua como en la orilla, donde las mujeres empezaron a gritar histéricas.

Megan, al ver que Zac sacaba la cabeza del agua y se agarraba al tronco, miró a su alrededor. ¿Dónde estaban los otros dos niños? Nerviosa, tomó aire e introdujo la cabeza bajo el agua, hasta que vio patalear a uno de los chicos. Buceando se acercó a él, lo agarró del pelo y, tras salir a la superficie, le hizo agarrarse al mismo tronco que su hermano. Dando un buen empujón al tronco, lo hizo llegar hasta Sarah, que con valentía se había metido hasta los hombros. Ella agarró con fuerza la madera y logró llevarlos hasta la orilla. Fiorna abrazó a su hijo mientras Edwina, sin respiración, miraba la quietud del lago.

Megan tomó aire y se sumergió en el agua. A pesar de que los ojos le escocían y sus pulmones estaban a punto de estallar, siguió buceando hasta que localizó al niño. Haciendo un enorme esfuerzo, lo sujetó por debajo de los brazos y tiró de él con todas sus energías hasta que consiguió llegar a la superficie. Una vez allí, comprobó que el niño estaba sin conocimiento. Cargándoselo a la espalda, nadó con torpeza hasta que Sarah la agarró con fuerza y la ayudó a salir. Edwina, al ver a su hijo quieto y azulado, ni se movió. El miedo la paralizó de tal forma que dejó de respirar. Megan, indiferente al frío, a su desnudez y a la expectación que se había formado a su alrededor, tumbó al niño encima de su capa y, recordando lo que su padre le había enseñado, le tapó la nariz mientras acercaba su boca para insuflarle aire. Tras varias bocanadas, comenzó a realizarle masajes sobre el pecho. De pronto, el niño escupió agua y comenzó a llorar.

—¡Por todos los santos! —susurró Sarah, impresionada—. ¿Cómo habéis hecho eso,
milady
?

—Edwina, Fiorna —susurró Megan mientras envolvía a Ulsen en su capa y su madre se agachaba para besarlo—, llevaos a vuestros hijos a casa, dadles caldos calientes y proporcionadles calor. Mañana estarán perfectamente. —Y mirando a Sarah, que al igual que ella estaba medio desnuda y temblando, le susurró—: Recuérdame cuando comience la época de calor que enseñe a nadar a los de aquí. No entiendo cómo podéis vivir tan cerca del agua y no haber aprendido.

Muertas de frío, pero con una sonrisa triunfal en los labios, Megan y Sarah se encaminaron con Zac hacia el castillo bajo las miradas de todos los que estaban a su alrededor.

—¡Milady
! ¡Sarah! —gritó Fiorna.

—¡Milady
, esperad un momento! —dijo de pronto Edwina. Sin decir nada, se quitó su capa seca y tapó con ella a Zac y Megan—. Muchas gracias a las dos —dijo mirando también a Sarah—. Estaré en deuda toda mi vida.

—Toma, Sarah —susurró Fiorna poniéndole su capa—. Si no te tapas, te congelarás antes de llegar al castillo —comentó antes de volverse hacia Megan—. Gracias a la valentía de ambas, nuestros hijos están a salvo. Gracias.

Con una sonrisa, las mujeres se miraron y asintieron. Y sin necesidad de decir nada más, todas volvieron hacia sus hogares.

—Milady
—susurró Sarah al entrar en el castillo—, creo que finalmente habéis conseguido hacer amigas.

—Sí —respondió haciéndola reír—, y también un buen resfriado.

Margaret hizo que subieran una bañera a la habitación de Megan. Cuando la mujer disfrutaba de un buen baño caliente, la puerta del dormitorio se abrió de golpe. Tras ella apareció Duncan, con una expresión que presagiaba de todo menos buen humor.

—Por favor, cierra la puerta —murmuró Megan al sentir que se colaba una corriente de aire.

—¡No lo entiendo! —gritó plantándose ante ella—. Me alejo de tu lado y, cuando vuelvo, tengo que escuchar que mi mujercita ya hizo una de las suyas. ¿Cómo se te ha ocurrido meterte sola en el lago? Y, sobre todo, ¿cómo se te ha ocurrido desnudarte a plena luz del día?

—Mi hermano y dos niños necesitaban ayuda —respondió sumergida en la bañera—. Duncan, si me metía con la capa, el vestido, los zapatos y demás, el peso de la ropa me hubiera hundido. ¿Qué pretendes? ¿Qué vea a mi hermano en peligro y no lo rescate? ¿O que sea tan idiota como para meterme con ropa y me ahogue yo?

—¡No vuelvas a decir eso! Sólo pretendo que pidas ayuda cuando la necesites. Alguno de mis hombres podría haber entrado al lago a por los críos. ¡No tú sola y medio desnuda como hiciste! ¿Es que no puedes darte cuenta de que ahora eres la señora de Eilean Donan y que no puedes desnudarte como si nada?

—No lo pensé —asintió al recordar las palabras de Margaret—. Pero, de verdad, no tuve tiempo de avisar a nadie.

Furioso por aquello, el
highlander
golpeó el hogar y gritó:

—¡No lo pensé…, no lo pensé! —se mofó de ella haciéndole hervir la sangre—. Pero tú ¿cuándo vas a utilizar la cabeza? Tal vez, tenga que empezar a pensar que sólo la tienes para lucir ese maravilloso cabello azulado, pero, de ser así, mi decepción sería enorme.

—Un cabello azulado que te encanta. Recuérdalo —intentó bromear para hacerle reír, pero consiguió todo lo contrario.

—Sin duda, tu pelo es lo único que no me ha decepcionado de ti —respondió con amargura—. Porque sinceramente de otras cosas no puedo decir lo mismo. Al final, tendré que pensar que eres como todas. ¡Una vulgar mujer más a la que le encanta desnudarse en presencia de los demás!

—¡Maldito seas, Duncan McRae! ¡¿Por qué me insultas así?! —gritó levantándose de la bañera bruscamente sin percatarse del maravilloso espectáculo que le estaba ofreciendo a su marido, que por unos instantes se quedó sin habla—. ¡¿Quieres hacer el favor de dejar de mirarme babeante como un perro en celo?!

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