Cruising (19 page)

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Authors: Frank García

BOOK: Cruising
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—Estás divertido esta mañana —me dijo riéndose.

—No, te lo digo muy en serio. Tengo pareja, el hombre que siempre he deseado tener y no le seré infiel.

—Conmigo follarás, soy tu jefe y es una orden.

—Como si eres el mismísimo…

—Un respeto —me interrumpió cortándome en seco con su mirada intimidatoria. La que usaba siempre con los primerizos y que les provocaba que sus piernas temblasen. Pero a mí aquella mirada, me la traía floja.

—Sabes que te tengo mucho respeto, como al resto del equipo, pero también pido respeto para mí. Mi vida personal es mía y no la comparto y mucho menos mi intimidad. El pasado queda atrás, ahora tengo un futuro por descubrir y en ese futuro no entra el follar con otro, que no sea mi pareja.

Se levantó, me miró con cara de despreció y se marchó. Continué con mi desayuno tranquilamente. Luego subí, me cambié de ropa y comencé mi jornada. Sobre las doce, me llamó a su despacho. Golpeé la puerta.

—¿Quién es?

—Soy Rafa —contesté.

—Pasa.

Abrí la puerta y entré. El despacho de Robert es muy amplio, se divide en dos partes separadas por una puerta de acordeón. La primera sala, en la que yo me encontraba, era el despecho en sí, la otra una especie de almacén donde guardaba sus libros de contabilidad y otras cosas. Se encontraba en esta segunda habitación.

—Acércate.

Me dirigí a la habitación. Algo me alertó. No era normal que me mandara acercarme a dicho habitáculo. Ya en la puerta, lo que presentía se cumplió. Estaba sentado en una silla de madera, desnudo, tan sólo con un suspensorio de color rojo.

—Quiero que me folies y no admitiré ninguna excusa.

—No voy a follarte, digas lo que digas.

Se levantó y se acercó a mí.

—Me vas a follar, soy tu jefe y es una orden —me cogió el paquete y lo apretó—. Quiero que se ponga muy dura para mí.

—No lo haré.

—Te despediré y sabes que puedo hacerlo.

Sentí que mi cuerpo ardía por dentro. La cara se prendió y deseé machacarlo vivo allí mismo, pero me contuve. Aquel hijo de puta me estaba forzando a follarlo, sabiendo lo que le había contado en la cafetería. Él quería que le follase y me amenazaba con despedirme. El muy hijo de puta lo podía hacer. Constantemente renovaba el personal si no cumplían minuciosamente sus caprichos, algunos absurdos, pero eran sus órdenes, como la que ahora deseaba que yo cumpliese y que nada tenía que ver con mi función en el trabajo.

—Así que tú decides, o me follas o te vas a la puta calle.

Me bajé los pantalones, le giré con violencia hacia la silla y saqué un condón de la cartera. Me lo puse y le follé con todas mis fuerzas. Deseaba desgarrarlo por dentro. Romperlo en mil pedazos. El muy hijo de puta me estaba acosando y tenía que pensar rápido. Aquello lo desearía más veces y yo no estaba dispuesto a ser su puto, su amante, el macho que le dejara satisfecho. No, yo amaba a otro hombre y ahora me asqueaba lo que estaba haciendo y más obligado. Tenía que pensar. Él ahogaba sus gritos mordiéndose la mano y seguí follándolo sin compasión. Miraba mi polla cuando salía y entraba y deseaba que se manchara aquel condón con su sangre, pero el muy hijo de puta no sangraba, le estaba proporcionando el placer que buscaba y yo le odiaba a muerte. Debía de pensar, pensar rápido y entre aquel pensamiento me corrí. La saqué de golpe y él aulló. Me quité el condón, se volvió y sonrió.

—¿Ves? No ha sido tan difícil y sé que tú también has disfrutado. Tal vez no folies con más, pero conmigo lo harás siempre que te lo pida y será más a menudo de lo que piensas.

No le contesté. Saqué un pañuelo de papel y me limpié la polla. Tiré el condón al suelo, al lado de sus pies y después de subirme los pantalones, me fui.

—Que tengas una buena jornada —le escuché mientras cerraba la puerta.

Durante unos segundos me quedé apoyado contra la puerta, con los ojos cerrados. Respiré profundamente y los abrí. A un lado, en una mesa de escritorio estaba su secretaria. Su mirada era interrogante y con un punto de tristeza.

—¿Te ha despedido?

—No, pero hay cosas peores que un despido.

—Lo sé —contestó encogiéndose de hombros y continuando con su trabajo.

Respiré profundamente y me incorporé a mi puesto. La mañana transcurrió de forma normal. No se acercó en ningún momento por mi mostrador, si estuvo, por el contrario, agobiando a los nuevos y éstos como siempre, temblaban cuando se acercaba a ellos. Tenía que pensar. No volvería a tocar aquel cuerpo, no volvería a penetrar aquel culo, pero ante todo, no quería perder mi puesto de trabajo. Ahora no, ahora que me iba a vivir con Andrés, no podía perder mi trabajo. Lo necesitaba.

A las dos, más o menos, recibí la llamada de Iván. Era nuestra hora de descanso, de la comida.

—Dime Iván… No, no pasa nada… Ya te contaré, ahora no me interrogues a mí, quiero saber que ha pasado…

—Verás —me dijo—, te hice caso y todo ha ido muy bien.

—¿Qué pasó?

—A las 11:30 siempre tengo quince minutos de descanso y le dije que quería hablar con él. Me miró intrigado, me mandó pasar a su despacho y me preguntó:

—¿Qué es lo que te preocupa Iván? Sé que te pasa algo, hoy no has estado igual de alegre que otros días.

—Verás… Tengo un problema muy serio.

—Te escucho.

—Me están chantajeando y no puedo más.

Me miró con cara de extrañado, colocó sus codos sobre la mesa y apoyó la cabeza.

—¿Quién te está chantajeando y por qué?

Me quedé durante unos segundos en silencio. Le miré y sentí en su mirada cierta compasión que ayudó a liberar mi nerviosismo. Mi jefe es un tío de puta madre, pero… No sabía cómo reaccionaría ante lo que le iba a contar.

—Soy gay —le dije de golpe.

Suspiró, se relajó y se acomodó en su sillón.

—El porque ya me lo has contado y ahora dime quién.

—Mi exnovio. Cuando lo conocí parecía un chico normal y me enamoré de él —mi jefe sacó un cigarrillo y me ofreció otro a mí. Aquel gesto me hizo sentir muy bien—. Como te comentaba —me atreví a tutearle—, empezamos una relación, perdió su puesto de trabajo…. —le conté todo, con pelos y señales, sin omitir nada, tal y como hice contigo.

—El ser gay, no es un delito, por el contrario, el chantaje está penado con la cárcel. Por mi no hay ningún problema, debes de estar tranquilo. Eres un buen trabajador, siempre has respetado a todos tus compañeros y les has ayudado, cuando ha sido necesario, y algo que hoy me ha sorprendido, era no ver tu sonrisa y la forma que actúas normalmente. Ahora lo comprendo y te lo digo en serio: No me hubiera gustado estar en tu pellejo. Te admiro con la sinceridad que me lo has contando y como te he dicho. Nada cambia, sigues siendo uno de mis trabajadores favoritos.

—¡De puta madre! —le grité por teléfono.

—Espera —noté que sonreía—. Cuando ya estábamos hablando tranquilamente sonó el teléfono. Miré a mi jefe.

—Cógelo, no tengas problemas —se levantó de su silla y se dirigió a la ventana.

—Es él —le dije.

Se giró y sonrió:

—Quiero escuchar esa conversación.

Así lo hice, apreté la tecla de manos libre:

—Dime, ¿qué quieres?

—¿Has pensado en lo de ayer?

—Sí, ya te he dicho que no voy a seguir dándote dinero.

—Claro que lo harás y desde mañana me ingresarás cien euros extra, al menos durante los próximos seis meses. Pagarás muy caro todo lo que has hecho. Todavía no sabes quién soy yo.

Mi jefe se acercó y me pidió el teléfono.

—¿Quién eres tú, se puede saber?

—¿Cómo? ¿Con quién hablo?

—Mi nombre es Fernando y soy el jefe de Iván. Me ha contado que le estás chantajeando. Desde hoy se acabó. ¿Te queda claro?

—No, no me queda claro. No me lo creo. Ese maricón no se atrevería a decírselo a su jefe, es demasiado cobarde.

—No. Aquí el único cobarde eres tú y no voy a consentir que un indeseable como tú, altere la vida de uno de mis trabajadores. Tengo tu número de teléfono y lo que si voy a obligar a Iván, es a decirme dónde vives. Al terminar esta conversación, llamaré a la policía y les contaré todo. No sabes con quien te has metido, esta vez te va a salir muy caro.

—No creo que se atreva. Esto es un montaje con el maricón de su amigo.

—No, te aseguro que no. Si tienes huevos, ven a la plata sexta del edifico donde trabaja Iván. Dices tu nombre a la secretaria y te aseguro que te recibiré. Hablaremos de hombre a hombre y si no vienes en una hora, te aseguro que llamo a la policía y les cuento todo lo sucedido.

—No se atreverá.

—Te aseguro que sí. Tienes una hora para personarte aquí —colgó el teléfono.

No sabía que hacer, no sabía que decir. Me quedé mudo en aquellos momentos. Mi jefe se había enfrentado a él y lo amenazó. Me miró y me entregó el teléfono sonriendo.

—Así es como hay que tratar a esa clase de calaña. Venga, que hay mucho trabajo que hacer y el tiempo pasa rápidamente.

—No sé cómo se lo voy a agradecer.

—No tienes nada que agradecer. Me alegro que confiaras en mí.

Me levanté y antes de abrir la puerta me habló:

—Iván, ¿crees qué eres el único gay en esta empresa? — sonrió—. Te aseguro que no.

—Al menos sé que tengo un buen amigo.

—Sí. Cuida a ese amigo, es difícil conseguir tener a un amigo que esté a tu lado cuando lo necesitas. Vivimos en una sociedad donde el más fuerte se come al más débil y parece ser que ya no existe lugar para la verdadera amistad.

—Salí y me sentí pletórico. He vuelto a ser yo mismo. Gracias Rafa, muchas gracias por todo.

—De nada tío. Me alegro mucho. ¿Ves? No era tan complicado. Ya no somos enfermos, somos seres humanos, con las mismas carencias que todos, con las mismas ilusiones que todos, con la misma forma de expresarnos que todos. No somos ni leprosos ni contagiosos.

—Sí. Te quiero cabrón. Me has demostrado muchas cosas en poco tiempo, eres un verdadero amigo y yo tampoco te voy a dejar escapar.

—Soy un duro. No me hables así.

—Ese secreto me lo llevaré a la tumba. Pero tienes el corazón más grande que la polla —se rió—. Tenemos que celebrarlo. Te invito a cenar. Nada de sexo, somos amigos.

—Hoy no puedo, he quedado con Carlos.

—Pero no estarás toda la noche con él. Él ya tiene con quien estar.

—No, pero… Vale, quedamos para cenar. No se te ocurra preparar pollo —me reí.

—No. Haré algo especial. Gracias de verdad. Me siento liberado. Me siento feliz.

Colgó el teléfono, comí tranquilamente. El día había empezado tenso, pero ahora todo iba mejor. Lo divertido del asunto, es que él había dejado de ser acosado y yo empezaba otro tipo de acoso. Pero conmigo no iba a poder. Nadie me chantajearía sexualmente. No consentiría ser el amante de nadie y menos tener sexo sin yo desearlo. Buscaría una fórmula y mientras tanto, sólo pedía al destino, que aquel hijo de puta, estuviera suficientemente complacido con otros, para intentar de nuevo forzarme con sus amenazas.

Terminada la comida, como era costumbre, salí un rato a respirar y al mirar a los comercios de enfrente, una sonrisa se dibujó en mi cara. Sí, allí tenía la respuesta. Crucé y traspasé la puerta de la tienda de fotografía. Busqué la cámara más pequeña y que fuera grabadora.

—Necesito que tenga mucha resolución, que sea muy compacta y que pueda grabar con ella al menos una hora seguida —le comenté al dependiente.

El chico estuvo pensando un rato y sacó una pequeña cámara de vídeo de color negro. Ocupaba muy poco y me enseñó cómo se manejaba. Grabamos en el interior de la tienda y me lo mostró, luego lo borró.

—¿Qué te parece ésta?

—Me gusta y se ve muy bien.

—Incluso puedes grabar sin luz. Es muy precisa, lo único que si la usas con poca luz, debe de estar en un sitio estable.

—Me la llevo —saqué mi tarjeta de crédito y la pagué—. ¿Me la puedes guardar? Trabajo ahí enfrente y…

—No te preocupes —sonrió—. Dime tu nombre y cuando salgas la recoges.

Ya en la calle, respiré tranquilo. El resto de la jornada resultó perfecta, nada alteró mi felicidad. Al final de mis horas de trabajo, como siempre, me cambié de ropa y salí. Recogí la cámara y me fui a casa de Carlos. Me recibió como siempre, con su eterna sonrisa. Nos sentamos y sacó dos cervezas.

—La otra noche te llamé para disculparme.

—Tú no tuviste la culpa. Lo que no puedo entender, es porque se metió con Andrés.

—Yo tampoco. Le he preguntado porque lo hizo y no me ha respondido. Simplemente me ha dicho que no te traga, que te considera un prepotente y…

—Me da igual lo que él piense. Mi amigo eres tú, no él. Lo que tengo claro es que desde ahora, si quedamos, no quiero que él esté presente. No lo soportaría, hizo daño a la persona que más quiero en la vida.

—¿Qué pasó, cómo ha sucedido todo?

—Como ocurren las cosas en la vida. Se presentan y ya está. Él y yo ya nos conocíamos y este fin de semana… Te aseguro que ha sido el más maravilloso que uno se pueda imaginar.

—Me alegro por ti, lo sabes. Pero… ¿No crees qué vas muy deprisa?

—¿Por qué dices eso?

—Ayer me comentaste por teléfono que te vas a vivir con él este viernes.

—Sí. Vivir en mi casa es imposible, es demasiado pequeña y además en la suya… En la suya me siento mejor que en la mía. Es muy acogedora.

—Pero… Acabáis de empezar.

—¿Y tú?

—¿Qué quieres decir?

—Metiste en tu casa a un tipo que apenas conocías al mes de vuestra relación.

—Es distinto. Él se quedó sin trabajo, se iba a volver a su pueblo y yo…

—Claro. Cada uno tiene sus motivos. Él mío es que no quiero estar separado de él. Sé que le amo y él también a mí y la mejor forma de fomentar ese amor es vivir juntos. Pienso que tenemos las ideas claras y espero que funcione. Quiero que funcione.

—Lo sé y te lo mereces. En esa piel de hombre duro, se encuentra otro muy distinto.

—A propósito. Cuando venía hacia aquí, temí encontrarme con Pablo.

—Ha salido a buscar un billete de autobús. Se va a pasar unos días con su familia, por lo visto su padre está enfermo.

—Ya, lo comprendo. La familia es lo primero —en aquel momento llegó a mi mente la conversación con Iván y la amenaza de su jefe. Estaba convencido de que aquello significaba que abandonaba a Carlos. No podía decirle nada, pero si sucedía lo evidente, estaría a su lado. Tal vez, con aquella conversación del jefe de Iván, no sólo liberó a Iván, sino que también lo haría con Carlos. Si era el sujeto que Iván decía ser, no deseaba que Carlos sufriera algo parecido.

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