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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (8 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis
. Escucha una cosa, Mario, ¿sabes que me gustaba cada vez que me decías “eres una pequeña reaccionaria”? Supongo que lo dirías por mis prontos, a ver, ¿por qué otra cosa si no?, pero con todo. Recuerdo que de chicos, Paco, cuando me perseguía, siempre con “pequeña” a vueltas, como un estribillo, que hubo una época que me gustó Paco, como lo oyes, yo era una niña, desde luego, que entonces apenas si reparaba en que ni hablar sabía, porque la familia de Paco era un poco así, ¿cómo te diría?, bueno, un poco, lo que se dice una familia artesana, y en cuanto le rascabas asomaba el bruto, pero como andaba siempre de broma se pasaba el rato con él, que en la vida he visto un hombre más colado, te digo mi verdad. Recuerdo que cuando nos cruzábamos con vuestra pandilla y el bárbaro de Armando se ponía los dedos en las sienes y mugía, Paco decía: “Si sueltan otro Miura, me echo al ruedo, pequeña, sólo para que veas lo que es valor”, y Transi se mondaba, que yo no sé qué la daría Paco pero siempre le prefería, y de no ser él, los Viejos, que lo que es a ti, ni regalado, las cosas como son, que tampoco venía a cuento esa manía, “échale, fíjate qué nuez, parece un espantapájaros”, tú dirás, que los primeros días, en cuanto te marchabas, me daba un beso en la boca, bastante apretados, desde luego, raros, como de tornillo, “Menchu, tienes fiebre, no deberías salir mañana”, que yo no sé si serían celos o qué, ¿me comprendes? Transi, francamente, no ha tenido suerte, que tendría sus cosillas, y quién no, pero también reúne muy buenas cualidades, ya ves tú, lo de la fiebre, a esa edad, atenciones así no se pagan con dinero. No sé por qué, ni por qué no, pero Paco Álvarez la tenía sorbido el seso, es que se moría de risa con él, ¿eh?, corrigiéndole, que Paco decía “relación” por “reacción” y “preceptiva” por “perspectiva”, todo se trabucaba, que Transi le decía el Obrero, entre nosotras, claro, sin darle beligerancia, que es lo que más me extraña, aunque, bien mirado, eso era lo de menos, lo peor es que se le veía un hombre sin pulir, pues no sé en qué, en todo, ni se preocupaba de si me llevaba a la izquierda y decía siempre “mi mamá”, imagina, a sus años. Porque le quitas eso y Paco, como hombre, estaba pero que muy bien, y no te digo ahora, curtido, con sus canitas, que parece un actor, pero mi sino siempre parece haber sido atraer a la gente basta, Elíseo, Evaristo, Paco y así. Valen dice que eso pasa cuando se está llenita, pero yo, quitando la poitrine, que siempre tuve un poco de más, nunca fui gorda, ¿no te parece? Y no digo ahora, naturalmente, que hay que ver a Elíseo San Juan, bisojo se pone, oye, y si voy con el suéter azul el acabóse, “qué buena estás, qué buena estás; cada día estás más buena”, una cosa mala, Mario, lo que se dice ni a sol ni a sombra, una obsesión. Y, luego, con esa mandíbula, ese vozarrón y esas espaldas que se gasta, aturde, la verdad, que, lo que yo digo, Paquito Álvarez siempre fue otra cosa, no voy a decir más fino, pero, ¡qué sé yo!, menos avasallador, como más comedido, otra cosa, los mismos ojos, yo no he visto cosa igual te doy mi palabra, que es un verde raro para ojos, reconócelo, como los de los gatos o el agua de las piscinas. Y tenía detalles, que bien que me fijé, que Paco sería burdo y así pero siempre luchó entre su extracción humilde y un natural educado. Ya le ves ahora, un señor, un verdadero señor, que yo recuerdo de chicos, al subir o bajar la acera, siempre me cogía un brazo, como por descuido, ya sabes, al desgaire, pero para una mujer es agradable notar que el hombre repara en su debilidad. Y una cosa que no te he dicho, Mario, que el otro día, hará cosa de dos semanas, el 2 del pasado para ser exactos, Paco me llevó al centro en su Tiburón, un cochazo de aquí hasta allá, no veas cosa igual, que yo estaba parada en la cola del autobús y, de repente, ¡plaf!, un frenazo, pero de película, ¿eh?, como te lo digo, que hacía mil años que no veía a Paquito, no te vayas a creer, que me puse encarnada y todo, fíjate qué rabia, que si hay algo que me haga perder los estribos es notar que la sangre me sube a la cara y no poder remediarlo. Y él, como si no se enterase, que hay que ver qué voz, qué aplomo, qué modales, otro Paco, Mario, como lo oyes, “¿vas al centro?”, “pues, sí”, a ver qué podía contestarle, pero sin moverme, que allí mismito, pegando a mí, estaba Crescente, con el motocarro, fisgando, natural, para no perder la costumbre, pero Paco sin vacilar, “te llevo”, que yo me colé sin pensar siquiera lo que hacía. Y ¡qué coche, Mario, de sueño, vamos! Con decirte que se me iba la cabeza, pero es que ni notar los baches, que luego Paco conduce con una seguridad como si no hubiera hecho otra cosa en su vida, y yo, como parezco tonta, el corazón paf, paf, paf, todo el tiempo, no por nada, sólo de verme encerrada en un coche con otro hombre que no fueras tú, que, eso sí, Paco no es el que era, qué manera de expresarse, Mario, pocas palabras pero las justas, en un medio tono, sin descomponer la cara por nada, como la gente bien. Los hombres es una suerte, como yo digo, con los años ganáis, y el que no está bien a los veinte no tiene más que esperar otros veinte, ahí tienes a Paco, hablando como un libro, como muy varonil, que de chico, tan rubito, resultaba un poco niño Jesús para mi gusto, como un poco blando, no sé, que ahora a la legua se ve que tiene mundo, “por ti no pasa el tiempo, pequeña; estás igual que cuando paseábamos por la Acera”, ya ves, que yo “qué bobo”, a ver qué otra cosa podía decirle, si no hablábamos desde hacía veinticinco años, unas bodas de plata, imagina, exactamente desde que yo era una cría, que yo, por desviar la conversación, “qué coche más estupendo” y él que conmigo dentro lucía más, una galantería, tú dirás, más de trapillo no podía ir, que me cogió de sorpresa y luego lo sentí, las cosas como son, pero eso no quita, que una atención siempre gusta. Y en cuanto nos callábamos, él venga de mirarme de reojo, un poco así, no te digo en plan conquistador, pero vamos, que dio un rodeo para llevarme a la Plaza, pero yo ni pío, como si no me diera cuenta, que de sobra sé que está casado y con un montón de hijos, y yo también, claro, pues a hacerme la boba, que luego, al despedirnos, venga de mirarme a los ojos, y me retuvo un buen rato la mano, que yo creí que iba a estallar, porque le ves a Paco ahora y como si fuera otro hombre, Mario, un dominio, una seguridad, parece mentira un cambiazo así. Por lo visto, después de la guerra, estuvo unos años en Madrid, relacionándose, ¿sabes?, él me lo dijo, y ahora con eso del Polo le interesa esto, representaciones y no sé qué negocios de solares o como se llame. Desde luego, él siempre fue trabajador y en la guerra se portó estupendamente, menudo historial, un hermano caído y él un metrallazo en el pecho y un montón de heridas más, que méritos de sobra, quién se lo iba a decir a él, aquel chiquilicuatro, las vueltas que da el mundo, ya ves si yo me hubiera casado con él, a estas horas lo que quisiera. Porque tú te reirás, Mario, pero hoy la gente, bien de dinero que gasta, que es lo que más rabia me da, que tú de tonto ni un pelo pero ya ves, y yo no digo un Tiburón, pero un Seiscientos… Un Seiscientos hoy hasta las porteras, cariño, que no es que exagere, ya ves los domingos en la calle, cuatro muertos de hambre y nosotros. No es por nada, Mario, pero lo de Paco me ha hecho reflexionar y es inclusive pecaminoso desaprovechar los talentos que Dios nos ha dado, así, que con escribir esas cosas que escribes en “El Correo” no adelantas nada ni haces bien a nadie, perder el tiempo, como yo digo, mira Paco. Yo misma reconozco que el encuentro me dejó un poco atontada, lógico, después de tanto tiempo, que no es que para mí pueda haber más hombres que tú, entiéndeme, pero para una mujer siempre es halagador saber que gusta. ¿Tú sabes cómo me miraba, Mario? Al marcharme no sabía cómo ponerme, te lo juro, que él no arrancaba y de seguro que estaba fisgándome, que me dio coraje haber salido con esas fachas, porque si no tuviera otra cosa, pero precisamente ahora, claro que para sabido. Menos mal que los hombres ni os fijáis, que yo cuando me cogió la mano pensaba todo el tiempo, “que no me mire los botones, que no se dé cuenta que he vuelto el abrigo”, pero ya no suda ni nada, que yo recuerdo de joven, claro que ahora hay preparados para todo, pero de chico cada vez que me agarraba el brazo para subir a la acera, yo la decía bajito a Transi, “ya me caló”, que ella tronchada, y el infeliz de Paco, “¿de qué te ríes, pequeña, si no es mala pregunta?”, que me lo dejaba todo húmedo, como te lo estoy diciendo. Y no es que yo vaya a decir ahora que me transfiguró que Paco me retuviese la mano, pero dejarás de reconocer que es un detalle, cosa que tú nunca tuviste conmigo, cariño, que siempre fuiste más frío que otro poco, y no digo besarme, que eso ni a ti ni al lucero del alba se lo hubiera consentido, estaría bueno, pero sí un poquito más de pasión, calamidad, que siempre fuiste un apático, mucho “amor mío”, mucho “mi vida” y, luego, nada entre dos platos. ¡Mira que la noche de bodas! Delicadezas, me río yo, que me pones en cada compromiso, ya ves Valen, que ella sangró; pues yo tengo que decirla que también, por vergüenza, a ver, ¿con qué cara la digo que diste media vuelta y si te he visto no me acuerdo? ¿Quieres más? Pues ahí tienes a Armando y a Esther, hijo, y ella bien intelectual que es, no me digas, bueno pues se hicieron novios, por si quieres saberlo, reteniéndole él la mano, ni más ni menos, ni se le declaró ni nada que éste es el chiste, que ella lo notó porque no la soltaba, sólo por eso, y así empezaron, ya ves tú. Que yo no hubiera admitido ese sistema, eso es aparte, que a mí las cosas bien hechas, Mario, y la declaración para ser novios es como la bendición para ser marido y mujer, la misma cosa, que recuerdo la pobre mamá, “principio quieren las cosas”, repara, más razón que un santo. El noviazgo es una baza muy importante, Mario, un paso para toda la vida, que muchos ni se dan cuenta, me gustas, te gusto, pues ¡tira!, que inclusive lo toman a broma, y no es eso, que así ocurre lo que ocurre. Ahora, un poquito de pasión, por mucho que digas, fundamental. Mira, Armando, quince años casado, de vuelta de muchas cosas, pero a él que no le miren a su mujer, recuerdo la otra noche en el Atrio, el bar, menudo trepe, y no creo que Esther, la pobre, tenga mucho que mirar, bueno, eso es aparte, para él no rige, a pescozón limpio, muy en hombre, como hay que ser, que buena tunda llevaron, total por guiñarla el ojo, verás como no les quedan ganas, lógico. ¿Y en el Quevedo, de novios? Yo lo vi y le estuvo bien empleado, menudo escándalo, le pegó un puñetazo al tipo aquel que hasta partió las carteleras y todo, sólo por echarla el humo al pasar, sólo por eso, date cuenta, que es por lo que me chifla a mí Armando, que será todo lo brutote que queráis, pero es sano, como muy chapado a la antigua, con unos principios, ya me comprendes. A las mujeres nos gustan los hombres con unos pocos más de arrestos, querido, que defendáis lo que es vuestro, que os matéis por nosotras, si es preciso. ¿No se hace por la Patria? Pues ídem de lienzo, Mario, para que te enteres, que la mujer o la novia deben de ser sagradas, como yo digo, ni tocarlas ni que las toquen, aunque contigo esto y mirar al cielo es todo uno, “tengo confianza en ti”, “tú ya sabes lo que debes hacer”, ¡qué cómodo!, y ¿si se me olvida? ¿Y si un día no me da la real gana de hacer lo que debo hacer? Es muy bonito eso, los hombres, una vez que os echan las bendiciones a dormir tranquilos, un seguro de fidelidad, como yo digo, el cuento de siempre, pero métete esto en la cabeza, Mario, hay ocasiones en que uno ha de ganarse esa fidelidad a pulso, y con los puños si hace falta, ahí tienes a Armando, toma ejemplo, a él que no le miren a su mujercita porque es capaz de todo. Y como Armando, la mayoría, convéncete, que no sé Paco, que hace mucho tiempo que le perdí la pista, pero lo más seguro, no hay más que verle, por de pronto en la guerra ya lo demostró, que hay que ver cómo tiene el cuerpo, como una criba, la de metrallazos. Ya sé que me pongo pesada pero no me cansaré de repetirte, borrico, que hay que poner ardor en las cosas que de verdad merecen la pena en lugar de gastar el tiempo escribiendo patochadas que ni te dan dinero, ni le interesan a nadie, que ya oíste a papá, y papá en otra cosa, no, pero en eso de escribir no es un cualquiera, de sobra lo sabes, que me saca de mis cabales que te hagas el tonto.

XI

¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas
, y perdóname que insista, Mario, que a lo mejor me pongo inclusive pesada, pero no es una bagatela eso, que para mí, la declaración de amor, fundamental, imprescindible, fíjate, por más que tú vengas con que son tonterías. Pues no lo son, no son tonterías, ya ves tú, que, te pones a ver, y el noviazgo es el paso más importante en la vida de un hombre y de una mujer, que no es hablar por hablar, y, lógicamente, ese paso debe de ser solemne, inclusive, si me apuras, ajustado a unas palabras rituales, acuérdate de lo que decía la pobre mamá, que en paz descanse. Por eso, por mucho que él la defienda y por voces que dé, no me seduce la fórmula de Armando de salir cuatro tardes juntos y retenerle un buen rato la mano para considerarse comprometidos. Eso será un compromiso tácito si quieres, pero si me preguntaran a mí, no me mordería la lengua, te lo aseguro, que yo me mantendría en mis trece, Esther y Armando se han casado prácticamente sin ser novios antes, de golpe y porrazo, tal como suena, cosa que, bien mirado, ni moral me parece. Es lo mismo que si un hombre pretendiera ser marido de una mujer por ponerle la mano encima, equilicual, que el matrimonio será un Sacramento y todo lo que tú quieras, pero el noviazgo, cariño, es la puerta de ese Sacramento, que no es una nadería, y hay también que formalizarlo, que ya sé que fórmulas hay muchísimas, montones, qué me vas a decir a mí, desde el “te quiero” al “me gustaría que fueses la madre de mis hijos” con todo lo cursi que sea, figúrate, de sorche y de criada, pero, a pesar de todo es una fórmula y, como tal, me vale. Por eso porfié tanto, Mario, cariño, compréndelo, a mí me gusta hacer las cosas bien y tú siempre fuiste un poco parado, desde que te conozco, inclusive ahora, si no te tomas dos copas y entonces te propasas, un revientafiestas, a ver, te quedas solo, empiezas a mirar torcido, sin decir oste ni moste y a morir por Dios. Ya ves la otra noche en casa de Valentina, que estuviste insufrible, te lo digo como lo siento, Mario, por qué te voy a decir otra cosa, todo el tiempo disparando los corchos de champán contra las farolas, que a saber qué diría el servicio, porque perder los modales es algo admisible sólo en la gente baja, Mario, que afortunadamente todavía hay clases, botarate, que a ti siempre te ha salido todo esto de la educación por una friolera, y no. Como eso de saludar en la calle sin ton ni son, que me ponías enferma, y tú que ibas pensando en tus cosas, bueno está lo bueno, Mario, cariño, que lo que decía la pobre mamá, “cada hora tiene su afán”, porque la gente no tiene obligación de adivinar si eres despistado, maleducado o antipático. ¡Hay que ver las enemistades que te has ganado por eso, y que a lo tonto! Entre esto, tus libros y tu afán de ir contra corriente, te has cargado a la ciudad entera, cariño, y eso no se puede hacer, para que lo sepas, que vivimos entre gente civilizada y entre gente civilizada hay que comportarse como un ser civilizado, que si a un conocido no le dices adiós, a santo de qué, si me lo puedes decir, vas a decírselo a un desconocido, que recuerdo el sofocón que me hiciste pasar junto a la botica de Arronde con aquel desarrapado impertinente, “perdone, ¿me quiere decir de qué nos conocemos usted y yo?”, que tú cortado, lógico, que si le habías confundido y que si tal y que si cual, palabras, y el frescales de él, “no se preocupe, desde hoy ya nos conocemos”, en pleno paseo, que yo no sabía dónde meterme, y, encima, venga palmaditas en el hombro, qué te parece, un barrendero o vete a saber, que qué diría la gente que nos viese. Eso no se puede hacer, Mario, por propia estimación aunque sólo sea, y por si fuera poco, “tan amigos y a su disposición”, a un descamisado desconocido, date cuenta, que también son ganas de llamar la atención, cuando más sabiendo que me molesta, que no es que sea por orgullo, pero cada oveja con su pareja, calamidad, que tú en esto de guardar las formas, cero. Por eso estoy cada día más contenta de haberte hecho pasar por el aro, sólo faltaría, que lo que es por tu gusto, “yo quiero salir contigo, pero solos”, mírale, que yo haciéndome la tonta, “¿a santo de qué?”, “pues como novios”, “pero si no lo somos, ¿no te das cuenta?”, y tú a escurrirte, pero ni hablar. Estas cosas, Mario, cariño, requieren una solemnidad, que no es cosa mía, el mundo es muy sabio, y cuando siempre lo ha hecho así, así tendrá que ser, convéncete, si no sería todo un lío y, por así decirlo, si tú un buen día te largas con viento fresco a ver qué podía yo reprocharte, nada, ¿te das cuenta?, mientras de la otra manera, no te digo por lo legal, pero siempre quedarías como un cochero, desde el punto de vista social, quiero decir. Y así un día y otro, aguantando, que bien que me lo has echado en cara, pero tuviste que pasar por el aro, tunante, sólo faltaría, y aquí, para inter nos, te advierto que no me faltó donde elegir, ya ves Paquito… proporciones de sobra, cada jueves y cada domingo, y yo que nones, a ver, que Transi, loca, “no me irás a decir que te gusta un poco ese sietemesino”, que yo no diría tanto, pero físicamente, cariño, tenías bien poquito que gustar, francamente, y yo como una romántica, que no soy más que una romántica y una tonta, “ese chico me necesita”, ya ves a esa edad, me emocionaba sentirme imprescindible, gajes, que mamá con ese ojo clínico, que no he visto cosa igual, “nena, no confundas el amor con la compasión”, date cuenta, los puntos que calzaba. Pero yo, ciega, lo reconozco, que a esa edad, porque no te digo que no, pero, a lo mejor, si el bárbaro de Armando no se pone los dedos en las sienes y pega aquellos mugidos, que menuda vergüenza, ni me fijo, que hay veces que el porvenir depende de cualquier tontería, figúrate, una pequeñez así, las cosas. El caso es que me dabas una pena horrible, yo no sé, porque aquel traje marrón, me horrorizaba, te lo confieso, y los tacones de los zapatos como roídos, así, tan triste, pero nunca se sabe, y, de repente, un día noté que empezabas a hacerme tilín, a lo tonto, que no veas a Transi, “échale, ¿se puede saber en qué estás pensando?”, un calvario, cariño, no te puedes figurar, a contrapelo de todo el mundo, que a buena hora mamá, da gracias a lo de Galli, de rebote, a ver. Mamá, aunque me esté mal el decirlo, era la mujer más ecuánime que he conocido, siempre sonriente, tan pulcra, ni una voz más alta que otra, una de esas personas que te sedan, Mario, que hay que ver cómo murió, ni perder la compostura, no me digas, que lo pienso muchas veces, que mamá, antes de llegar donde tu padre se hubiera muerto de hambre, me apuesto la cabeza, buena era, la pulcritud en persona, antes de hacérselo en la cama cualquier cosa, estoy segurísima, que eso de “de la cuna a la sepultura” es una verdad como un templo, la gente muere como vive, el discreto en discreto y el abandonado en abandonado, ahí tienes a tu madre, sin ir más lejos, “cuídale; vale mucho Mario, hija”, siempre satisfecha de lo suyo, es que no fallaba, reconócelo, que otras virtudes tendría, no digo que no, pero sus hijos, hasta el mismo José María, ya ves, menudo elemento, santos, y Charo, para qué te voy a decir, perfecta, y los muebles de su casa, que entre todos no valían un perro chico, el que no era de nogal, caoba. Tu madre era graciosa, Mario, la persona más gloriosa del mundo, qué felicidad ser así, quién pudiera, recuerdo el día que me enseñó la fresquera en el ventanillo del baño, que yo náuseas, te lo juro, ganas de devolver, “ni el mejor frigorífico me haría la leche que esta fresquera, hija. Ni en agosto se me corta la leche aquí”, imagina, luego, ya en estado, cada vez que iba por tu casa, ni pasar bocado, es que imposible, un asco, que yo creo, lo pienso muchísimas veces, que si tú nunca tuviste ambición, entiéndeme, en el buen sentido, es por haberte criado en un ambiente tan mezquino. ¡Si hasta para declararte fuiste roñoso, querido! Buena trabajina me diste pero me lo había prometido, “¿quieres ser mi novia?”, ya ves qué formas, “¿a qué ton?”, “pues porque sí”, la cabezonada, “¿de modo que porque sí se hacen novios dos personas?”, que tú, como un niño maleducado, mira que eres, “me gusta estar contigo”, que yo tenía que contener la risa, te doy mi palabra, “si te gusta estar conmigo será por algo, ¿no?”, que acabaste por pasar por el aro, zascandil, ¿o es que ya no lo recuerdas?, “porque te quiero”, que yo te dije, me acuerdo como si lo estuviera viendo, en la Fuente del Ángel, en el segundo banco, según se entra por la Pajarera a la derecha, “eso ya es otra cosa”. Pero visto y no visto, hijo, en qué hora, desde entonces venga de pasear por calles raras, sin gente, que yo al principio un poco escamada, a ver, nunca se sabe, y como hablas tan poco, que yo no me explico cómo os podéis pasar sin hablar, yo, como un hongo, palabra, que el día que Armando me dijo “Mario es enemigo de las multitudes”, respiré, pero yo no sé, si eres enemigo de las multitudes a qué tanto con los obreros, que hay que ver los que son, millones de millones, y con los paletos, que Valen se troncha con tu manía de los paletos, que lo que ella dice, “hambre ni pun, hija, que matan unos cerdos que para mí los quisiera”. Una de dos, Mario, que no hay quien te entienda, o eres enemigo o eres amigo, pero si eres amigo, júntate con tus iguales, zascandil, que es lo que te corresponde y deja en paz a los obreros y a los paletos que ya saben tenerse solos, ya le oyes a Paco, buenos están, y las criadas mismas, que hoy todo el mundo pide la luna. Lo he comentado con Valen muchísimas veces que parece que jugáis a los despropósitos, cariño, mucho Dios, mucho prójimo, pero si los pobres estudian y dejan de ser pobres, ¿quieres decirme con quiénes vamos a ejercitar la caridad? ¡Anda, dime, que tenéis cada salida! Y es que no os dais cuenta, porque si esto solamente lo pensaras, vaya, mal estaría pero pase, pero es que no, hay que escribirlo y escribirlo con mayúsculas, hale, bien grande, que nadie se quede sin verlo, como a ti te gusta. Si un día se quemase “El Correo”, qué felicidad Mario, créeme, que lo que estáis haciendo en el periodicucho ése es labor del demonio, confundiendo a los infelices y llenándoles la cabeza de pájaros, convéncete, testarudo, que tienes la cabeza muy dura y nunca te has dado a razones, que la soberbia es lo que te repudre, cariño, siempre el yo por delante, y no digas que no, que la soberbia te enfrentó con Solórzano, ahí es nada, que el hombre te tiende la mano y tú “no señor, yo no tengo por qué agachar la cabeza”, amor propio y nada más que amor propio, mira Higinio Oyarzun, no le ha ido tan mal me parece a mí, y después del barullo del acta con Josechu, el que Fito Solórzano te propusiera para concejal, era izar bandera blanca, ¿no?, lo pasado, pasado, borrón y cuenta nueva, bien claro lo decía papá en su carta, pues tú, no señor, que lo tienes a gala, “me quieren mezclar”, “el precio del silencio”, el disparate, cuando lo que te vienen a ofrecer es una tribuna, adoquín, un cargo de responsabilidad, ya oíste a Antonio, “entrar en el Ayuntamiento por el tercio cultural es hacerlo por la puerta grande”, que no es que lo diga yo, que lo dice Antonio, entérate de una vez, cabeza dura. Bueno, pues tú como quien oye llover, “mi nombre está para sonar, no para salir”, hijo, que siempre estás con esas cosas, que eres más raro que otro poco, complejos es lo que tenéis vosotros, que estáis llenos de complejos, tú dirás, siempre en clave, “para sonar, no para salir”, que no hay quién os entienda, pesado, más que pesado, y lo peor es que tu hijo viene con las mismas mañas, ya le oíste ayer, “mamá, esos son convencionalismos estúpidos”, date cuenta, pero de malos modos, ¿eh?, menudo sofocón, media hora llorando en el baño, te lo prometo, sin poder salir. Luego dices, prefiero yo mil veces a Menchu, con toda su vagancia que a estos jovencitos, que no sé si la Universidad o qué pero salen todos medio rojos, sin la menor consideración, que Menchu, estudie o no, por lo menos, es dócil, y mal que bien aprobará la reválida de cuarto, tenlo por seguro, y ya está bien, que una chica no debe saber más, Mario, hay que darla tiempo de ser mujer que a fin de cuentas es lo suyo. Después de todo, el bachillerato elemental es hoy más que el bachillerato de nuestro tiempo, Mario, dónde va, y de que pase el luto, la niña se lucirá y como es monilla y tiene mano izquierda, no le faltará un enjambre alrededor, y si no, al tiempo, que de algo ha de servirme la experiencia y ya me preocuparé yo de que acierte a elegir, ella es dócil y desde chiquitina no se compra un alfiler sin consultarme. Tú dirás, ya lo sé, que estrangulo su personalidad, que me pones mala, grandísimo alcornoque; porque si personalidad es negarse a llevar luto por un padre o faltar al respeto a una madre, yo no quiero hijos con personalidad, ya lo sabes, con la tuya he tenido bastante, que mis ideas no son tan malas, después de todo, y, o poco valgo, o mis ideas han de ser las de mis hijos que hasta al insolente de Mario pienso meterlo en cintura, óyelo bien, y si quiere pensar por su cuenta que lo gane y se vaya a pensar a otra parte, que mientras viva bajo mi techo, los que de mí dependan han de pensar como yo mande. No te rías, Mario, pero una autoridad fuerte es la garantía del orden, acuérdate de la República, no es que yo me lo invente, aquí y en todas partes, y el orden hay que mantenerle por las buenas o por las malas. O se es, o no se es, que diría la pobre mamá.

BOOK: Cinco horas con Mario
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