Read Cinco horas con Mario Online

Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (10 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
4.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
XIV

Cuando dos hermanos habitan el uno junto al otro y uno de los dos muere sin dejar hijos, la mujer del muerto no se casará con un extraño; su cuñado irá a ella y la tomará por mujer
. ¡Ya decía yo! Desde el mismo día que mataron a Elviro, Encarna andaba tras de ti, Mario, eso no hay quien me lo saque de la cabeza, que tu cuñada será lo que quiera, que en eso no me meto, pero tiene unas ideas muy particulares, que a saber qué se pensaba, porque qué asedio, hijo de mi alma, no hay derecho, que aquí, para inter nos, te confieso que ya de novios, cada vez que la oía cuchichear contigo en el cine, me llevaban los demonios y tu todavía, disculpándola, que era tu cuñada, que había sufrido mucho, sentimentalismos, ya ves luego, Encarna hasta en la sopa, vaya temporaditas, y, por si no fuera bastante, dándola dinero en Madrid, que todo se sabe, Mario, que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y no voy a decirte que se pusiera a trabajar, que eso lo último, pero padres tiene me parece a mí. Ahí tienes a Julia, con mi padre vive y no la ha pasado nada por eso, que no es que haya puesto una pensión, ni mucho menos, pero lo de alquilar habitaciones a estudiantes norteamericanos es de buen tono, ya ves, que ahora está de moda, yo sé de familias estupendas que lo hacen, y no me vengas con que el padre de Encarna está paralítico, que ésa es una razón más para atenderle. Porque no tiene sentido, Mario, que si cuando tu padre estuvo tan mal, que se hacía todo en la cama, ¿recuerdas?, que era un verdadero asquito, Encarna le atendía, ahora para cuidar del suyo se ande con tanto remilgo. Lo mires por donde lo mires, es un contrasentido, y no me vale eso de que su madre sea una rara y la disguste que otra intervenga, que ésas son chocheces de vieja, ya se sabe, que lo que es si Encarna se planta allí, sin preguntar a nadie, y se arremanga, ya te digo desde aquí que no rechista ni el gato, pues buena es. Pero no, como allí no hay testigos, no interesa, ¡a ver!, que con tu padre lo que ella quería era que tú la vieras y darme una lección, así como suena, Mario, darme una lección, que es una bobada, fíjate, que a mí apenas si me dejaba meter baza y a tu madre no digamos, pero todos estábamos al cabo de la calle de que tenía más fuerzas que las dos juntas. Es como ahora, cada vez que viene, con los dorados y las ropitas de los pequeños, que es una pesada, con que si los trastos esos, por la lavadora, fíjate, no hacen lo que unas manos pero que a la fuerza ahorcan, que tu cuñada se pirra por dar lecciones, y si no la alabas cinco veces cada cosa que hace te has caído, hijo, dichosa Encarna, que no veo el día en que la pueda perder de vista. Lo que la pasa a tu cuñada, cariño, es que es un marimacho, que de femineidad, cero, como yo digo, date cuenta Elviro, a su lado, ni se le veía, tan escuchimizado, el sexo débil, me río yo, que no me gusta pensar mal, Dios me perdone, pero para mí que Encarna se la jugaba, ya ves tú, que Elviro era demasiado poco hombre para ella. ¡Había que verla zarandeando a tu padre! Como un niño chico, Mario, no digas, lo traía y lo llevaba y, luego, como él no notaba la necesidad, qué olores, hijo mío, no salían ni con ozonopino, que estaba aquella casa como una cochiquera, en mi vida lo he pasado peor, que tu madre nada, en el mejor de los mundos, yo no sé si en los casos así es que se pierde el olfato o qué, y todavía tú que iba poco, y ¿a qué iba yo a ir si puede saberse? Con Encarna bastaba y sobraba, Mario, que yo con dos críos en casa tenía bastante y además, por si te interesa, entre el embarazo de Álvaro y la fresquera del baño, que no sé en qué hora se la ocurrió a tu madre, no podía parar, te lo juro, ni pasar un pedazo de pan, que ya es decir. Pero iba, Mario, iba por lo que iba, que no era un plato de gusto, desde luego, que este tipo de enfermos que no se contienen, me dan náuseas, no lo puedo remediar, que me encantaría sentir compasión, pero no puedo, es algo superior a mis fuerzas, qué más quisiera yo, y, luego, tu padre, tan pesadito, que lo de prestamista no se le notaría, las cosas como son, pero tenía la cabeza perdida, hijo, no me digas, vaya lata, todas las noches lo mismo, “que se vaya esa señora; es la hora de cenar”, por tu madre, tú dirás, en la vida he visto cosa igual, como cuando empezaba, “¿te has enterado, hija?”, “¿de qué?”, por llevarle la corriente, a ver, y él, “ésta no lo sabe, si es muy divertido, hija; no se habla de otra cosa”, todos los días la misma canción, “pues no sé una palabra”, “oíd”, y se moría de risa, medio tosiendo, “ésta no sabe nada”, que yo pienso que tu padre hubiera estado mil veces mejor internado, y, de repente, se ponía muy serio, como triste, “pues ya no me acuerdo. Lo he olvidado, hija, pero era una cosa muy divertida”, ¿qué te parece?, gagá perdido, pero para encerrar, Mario, por fuerte que sea, que habría pasado mucho con lo de tus hermanos, que eso no lo discuto, pero el último año de tu padre fue de abrigo y después de todo, a saber, que muchas veces estas cosas son reliquias de juventud, de excesos, ¿comprendes?, enfermedades raras, tú pregúntale a Luis. Y por si fuera poco, tan largo, un año, Mario, que ni mejoraba ni se moría, una pesadez, figúrate a qué iba a ir yo allí, a molestar, nada más que a eso, porque atendido estaba. ¡Buena diferencia con mamá! ¿Te acuerdas, Mario? Y eso que en una clínica es más difícil, pero no fallaba, todos los días camisón limpio, y las flores, que en esa situación parece que no está una para nada, pues ya veías, daba gusto estar allí, y es lo que yo digo, si mamá, que en paz descanse, hubiera llegado a los extremos de tu padre, hubiese dejado de comer, me apuesto lo que quieras, antes moriría de hambre que hacérselo, date cuenta. De acuerdo, el señorío no se improvisa, se nace o no se nace, es una de esas cosas que da la cuna, aunque bien mirado, la educación, el trato, también puede hacer milagros, que ahí tienes, sin ir más lejos, el caso de Paquito Álvarez, un artesano cabal, no vamos a decir ahora, que de chico trabucaba las palabras que era una juerga, bueno, pues le ves hoy y otro hombre, qué aplomo, qué modales, yo no sé qué maña se ha dado, pero los hombres es una suerte, como yo digo, si a los veinte años no estáis bien, no tenéis más que esperar otros veinte. Y, luego, esos ojos. Hay que reconocer que Paco siempre los tuvo ideales, de un azul verdoso, entre de gato y agua de piscina, pero ahora como ha encorpado y tiene más representación, mira de otra manera, como con más intención, no sé si me explico, y, además, como no se apura al hablar, que habla sólo lo justo y a medio tono, con ese olor a tabaco rubio, que es un olor que a mí me chifla, resulta, es uno de esos hombres que te azaran, fíjate, quién se lo iba a decir a él. Yo daría lo que fuese porque tú fumases de rubio, Mario, que te parecerá una tontería, o por lo menos emboquillado, hace otra cosa, y no ese tabaco tuyo, hijo, que ya no se ve por el mundo, nunca he podido con él, que cada vez que en una reunión te pones a liar uno, me enfermo, como lo oyes, que luego ese olor, a pajas o qué sé yo, a saber qué gusto puedes sacarle a esa bazofia, que si siquiera fuese elegante o así, vaya, pero liar un cigarro, lo que se dice liarlo, ya no se ve más que a los patanes, ni los hijos de las porteras, si me apuras, que te quemas la ropa y te pones hecho un asco, como yo digo. Claro que dirás tú que a ti la ropa qué, que ésa es otra, que nunca te dio por ahí, que me has hecho pasar unos apuros que ni te imaginas, hijo, siempre hecho un adán, que yo no sé qué arte te das que a los dos días de estrenar un traje ya está para la basura, que ni sé cómo me enamoré de ti, francamente, que el traje marrón aquel, el de las rayitas, me horrorizaba, que yo me hacía ilusiones de cambiarte, pero ya, ya, genio y figura, a esa edad ya se sabe, romanticismos, pero ni tanto ni tan calvo, Mario, calamidad, que bien poca suerte he tenido contigo en este aspecto, que me has hecho sufrir más que otro poco. Y que no es tener más o menos, que va, que yo recuerdo a Evaristo, el Viejo, quita y pon, nada más, pero eso sí, planchado y requeteplanchado, como un pincel, había que verle, y no creas que se avergonzaba de decirlo, “me subo a una silla para ponerme o quitarme los pantalones; es la única manera”, que era cuidadoso y nada más, que luego, a la noche, bien dobladitos, bajo el colchón, y una raya, Mario, que no es hablar por hablar, que no te la saca una plancha, ¡de qué! Claro que para ti tiene más valor lo que te diga don Nicolás, o el puerco ese de las barbas, que lo que te diga tu mujercita, ya lo sé, que yo no pinto nada, pero él tampoco es quien para decirme si a los sinvergüenzas se les conoce o no por la raya de los pantalones, que tú, en lugar de reírte, le debiste parar los pies, Mario, que yo no sé dónde vamos a llegar, como el otro, con que si la libertad es como una puta en manos del dinero, ya ves qué bonito, a voces, delante de mí, que no es decir que no me viese, que había saludado y todo, valiente zascandil, que es lo que yo digo, Mario, que no son formas, que si habláis en casa de esas mujeres, que no es que yo diga que esté bien, al menos deberíais andar con más cuidado, que el niño ese si quiere ser rebelde que se vaya a su casita, que lo menos que puede hacer en la ajena es guardar consideraciones a una señora. ¡Buena cosecha ha sembrado el don Nicolás ese de mis pecados! Te digo mi verdad, Mario, y no lo comentes, pero yo prefiero a Gabriel y Evaristo con todo lo sinvergüenzas que han sido toda su vida, que a esta camarilla de intelectuales o como quieras llamarles. Al fin y al cabo, Gabriel y Evaristo iban a lo suyo, y es muy humano, Dios puso en el hombre y en la mujer ese instinto y uno se explica muchas debilidades, que no es que vaya a decirte que esté bien, entiéndeme, que ya sé que al instinto hay que encauzarle y todas esas cosas, pero disculpo mejor esas extralimitaciones que las vuestras, así. Porque, en definitiva, la mujer que caiga con Gabriel y Evaristo es porque es tan sinvergüenza como ellos, que a mí bien que me llevaron a su estudio, todo lleno de cuadros con mujeres desnudas, y ya me ves, Mario, ni se me pasó por la imaginación, ya lo sabes, pues porque no, porque soy como hay que ser, ésa es la razón, que lo puedo decir muy alto, que si virgen fui al altar, fiel he seguido dentro del matrimonio, por más que tú, cariño, bien poco hayas puesto de tu parte, que a indiferente y a frío no hay quien te gane, lo mismo que para comer, ganas de esmerarse, “lo mismo da”, ni lo mirabas siquiera, la cuestión era matar el hambre, eso. No me hagas caso, me río pensando en Valen, las cosas, pero cada vez que me dice que siempre es distinto, que siempre hay algo nuevo, yo la digo que sí para que se calle, a ver, no la voy a decir que mi marido es un rutinario, que es la pura verdad, Mario, que en seguida te pasa y a una la dejas con la miel en los labios, ni disfrutar, que no es que diga que eso para mí sea fundamental, ni mucho menos, pero vamos, que en el fondo, quien más quien menos, a nadie le amarga un dulce. Sí, no digo que no, a lo mejor es frivolidad… frivolidad, ¿recuerdas?, “todo en el mundo es frivolidad o violencia”, me lo sé de memoria, qué perra cogiste, cariño, ni leer el periódico, “es que no puedo, me suben las aguas”, “tómate una digestina”, “no se trata de eso”, que yo de sobra lo sabía, “todo me da asco y miedo”, ya ves qué gracioso, en cambio a mí no me podía dar asco la fresquera de tu casa, eso era tabú que así sois los hombres. ¡Me río yo de tu enfermedad! Nervios, nervios… cuando no saben que decir los médicos todo lo arreglan con los nervios, porque tú me dirás, si no te duele nada, ni tienes fiebre, ¿de qué se va uno a quejar? Bueno, pues tú venga de llorar, que parecía que te mataban, madre, qué aspavientos, y que si no dormías y cada vez que lo intentabas se te hundía el jergón, menuda novedad, que eso me pasa a mí desde chiquitina, desde que era así, fíjate, como lo de soñar que te persiguen y no puedes correr, o que vuelas moviendo muy deprisa los brazos y cosas por el estilo. ¡Qué enfermedad ni qué niño muerto, Mario, querido! Los hombres os quejáis de vicio y la culpa es nuestra, que somos unas tontas, todo el día de Dios pendientes de vosotros, que si la comida, que si la ropa, porque si tuvierais miedo de que os la pegáramos con otro, entonces, ya te digo yo, ni os acordaríais de los nervios, lo que pasa es que si no os falta nada, algo tenéis que inventar para parecer importantes. Soberbios, unos soberbios, eso es lo que sois vosotros, que a ti te querría yo ver con uno de mis jaquecones, cariño, que eso es sufrir y lo demás son cuentos, que parece como que se me fuera a partir la cabeza en pedazos, te lo prometo, y tú “acuéstate, con un par de optalidones; mañana ya estarás bien”, qué facilito, ¿verdad?, y qué seguridad, hijo, ni que fueras médico. Pero para ti de nada valían mis recetas, venga de atiborrarte de píldoras, y las más caras, que yo no quiero pensar en el dineral que hemos gastado en botica con tus dichosos nervios. Te apuesto lo que quieras a que si me devolvieran ese dinero, peseta a peseta, mañana un Seiscientos, como te lo digo, ¡pero si parecía que si las medicinas no eran caras no te surtían efecto, borrico, que así sois de tontos los hombres! Con uno de mis jaquecones me gustaría haberte visto, no por nada, Mario, sólo una vez, por el gusto de que supieras lo que es sufrir.

XV

Encontráronme los guardias que rondan la ciudad, me golpearon, me hirieron
, pero antes de nada, quiero advertirte una cosa, cariño, aunque te enfades, que ya sé que éste no es plato de tu gusto, pero, sin que salga de entre nosotros, te diré que yo nunca me tragué que el guardia aquel te pegase que, según respirabas, ni me atreví a decírtelo entonces, pero yo estaba totalmente de acuerdo con Ramón Filgueira, ¿a santo de qué te va a pegar un guardia por atravesar el parque en bicicleta? No te excites, por favor, reflexiona, ¿no comprendes que es absurdo? Dime la verdad, tú te caíste, el guardia lo dijo y un guardia no miente por mentir, que bien mirado, un guardia a las tres de la mañana es como el Ministro de la Gobernación, te daría el alto y tú te asustaste y te caíste, lógico, por eso te salió aquel moratón en la cara. Lo que pasa es que tú tienes la debilidad de la bicicleta, de siempre, que menudos sofocones me has hecho pasar, y antes que reconocer que te habías caído, después de tanto presumir con los chicos que si el Águila de Toledo y esas bobadas, pues, a ver, te inventaste lo del puñetazo y todo aquel lío de la pistola, cuando te revolviste; cuentos chinos, mira tú, que digas que venías cansado de corregir ejercicios que eso sí debe de ser muy latoso, lo comprendo, todos iguales y así, pero ¿por qué pagarla con el pobre guardia que, al fin y al cabo, no hacía más que cumplir con su deber? Tampoco debe ser muy agradable que digamos, plantarse en una esquina a las tres de la mañana, y así toda una noche, Mario, que se dice pronto, y más con la helada que caía. Y sobre todo, querido, que ya no tienes edad de andar en bicicleta, que no eres un niño, que aunque te obstines en agarrarte a la infancia los años no pasan en balde, a ver, es ley de vida, contra eso no hay quien luche, acuérdate de mamá, que en paz descanse, “todo tiene remedio menos la muerte”, que todavía en una mujer… Si quieres que te diga la verdad no me entra en la cabeza ese tonto afán tuyo por conservarte en forma, correrte cincuenta kilómetros en bicicleta a lo bobo, sin ir a ninguna parte ni nada, que hay gustos que merecen palos, no me digas, que ese esfuerzo bien orientado, que es lo que yo digo, ¿cómo ibas a engordar? Otra cosa sería si fueses un atleta, pero físicamente tenías bien poco que perder, cariño, no valías dos reales, larguirucho, que yo recuerdo en la playa, tan blanquito, que es algo que por vueltas que le dé nunca llegaré a comprenderlo, porque, si no tenías nada, ¿qué es lo que querías conservar si me lo puedes decir? Escribir bien no sé si escribirás, que en eso no me meto, pero lo que es de deportista ni pun, las cosas claras, ni la facha, la antítesis, fíjate, a cada cual lo suyo. Y si Ramón Filgueira te recibió en su despacho como un padre, que tú mismo lo reconoces, ¿a qué ton echar los pies por alto y poner al guardia de vuelta y media, si tú nunca has sido embustero? Me duele que por la tonta vanidad de no querer admitir que te caíste de la bicicleta, mintieras de ese modo, a sangre fría, mira que eres, que es algo que me choca en ti, ya ves, que por un amor propio malentendido pusieras en dificultades a un pobre diablo, que no es tu estilo ése. Pero tú, parece que lo tienes a gala, hijo, porque si de entrada te vas derecho a Filgueira y le dices sin más, “pues tiene usted razón, me he obcecado”, todo hubiera cambiado, seguro, y ni él, ni Josechu Prados, ni Oyarzun, nos hubieran negado el piso, me juego la cabeza, lo que ocurre es que tú siempre has querido las cosas por las bravas, que confundes la educación con el servilismo. ¡Anda y que tampoco te ha dado guerra ni nada el dichoso servilismo! Servilismo y estructuras son dos palabras que no se te han caído de la boca desde que te conozco, y, lo mires por donde lo mires, es una manía como otra cualquiera, que para ti el estar amable con una autoridad, ya te parece una claudicación o algo por el estilo, ¿es verdad o no?, que oyéndote, hijo, parece que una fuese una estrambótica, que eso es lo que peor llevo, que por el mero hecho de tener sentido común ya la dejan a una en mal lugar, madre, qué aburrimiento. Pero, escucha, aún te digo más, dando por bueno que el guardia aquel te pegara un coscorrón, que lo dudo mucho, ¿no vale un coscorrón por un piso de seis habitaciones, ascensor, agua caliente central y setecientas de renta? Dejémonos de romanticismos y piensa con la cabeza, cariño, que tú tienes a gala nadar contra corriente, que vivimos una época práctica y eso es hacer el tonto por no decir otra cosa, porque no digo darle la razón, simplemente con mostrarte tolerante, sin avasallar, lo mismo con el alcalde que con Oyarzun y Josechu Prados, que al demonio se le ocurre decirle que a contar, ¿crees tú que ni uno ni otro nos niegan el voto para lo de la casa? Desengáñate, Mario, mal se puede recoger sin sembrar, que ya lo decía mamá, que en paz descanse, “en la vida vale más una buena amistad que una carrera”, que a las pruebas me remito, mira tú, y nunca me cansaré de repetírtelo, hijo, que tú has pretendido ser bueno y sólo has conseguido ser tonto, así como suena. “Con la verdad por delante se va a todas partes”, ¿qué te parece?, pero ya ves como nos ha crecido el pelo con tus teorías, que, por muchas vueltas que le des, en la vida no se puede estar a bien con todos y si te pones a favor de unos, fastidias a los otros, esto no tiene vuelta de hoja, pero si las cosas tienen que ser así porque así han sido siempre, ¿por qué no ponerte al lado de los que pueden corresponderte? Pues, no señor, dale con los desarrapados y los paletos, como si los desarrapados y los paletos fueran siquiera a agradecértelo, que te has pasado de listo, cariño, que cada vez que pienso que por culpa de un guardia, o de un acta o de una historia de ésas, seguimos en este tugurio, me descompongo créeme, que para tanto como eso no merecía la pena de vivir. Además, ¡qué perra con los pobres guardias!, la cogisteis modorra, como yo digo, que habría que ver la cara de Solórzano cuando firmasteis el papel aquel porque un guardia pegó con la porra a uno que saltó en el fútbol, ya ves tú qué cosa, que no le gustaría un pelo, eso fijo, si yo misma no podía creerlo, te lo prometo, cuando llamaron de Comisaría, que yo me hartaba de decir “si mi marido no va al fútbol”, que luego llegaste y hay que ver cómo te pusiste conmigo, que después de todo no era para tanto, me parece a mí, vamos, que a cualquiera que se lo digas, “¿quién te manda hablar a ti, di?”, bueno, hijo, ¡no te pongas así!, me preguntan y contesto, ni más ni menos, que en seguida me di cuenta, por si lo quieres saber, que detrás andaban los de siempre, el don Nicolás y la cuadrilla, a ver, una no se chupa el dedo, que el tipo ese otros defectos tendrá, pero siquiera se le ve venir, que es lo que yo digo que si a su tiempo le dan el pasaporte en vez de andar con tantos miramientos, bien de malos ratos que nos hubiéramos ahorrado. Por menos despacharon a otros, al fin y al cabo, y no me vengas con José María porque el de tu hermano es un caso de justicia, y mira que a mí qué me va ni qué me viene, que lo de no ir a la oficina era lo de menos, ya ves tú, por más que tu padre se pusiera tan pesado, que había testigos de que estuvo en la Plaza de Toros en el mitin de Azaña, y el día de la República anduvo por la Acera gritando como un energúmeno, con una bandera tricolor al hombro, que no es el caso de Elviro, que José María se pensaba que su simpatía, pero ya, ya, con las mujeres, puede, pero eso no le vale de nada con los hombres. Además, ¿qué tendrá que ver toda esta historia con los guardias? Lo vuestro de los guardias es una fobia absurda, querido, que hasta la propia Valen cada vez que ve una pareja, me aprieta el brazo, palabra, y se ríe, “si viniera Mario”, dice, ya ves, pero lo que yo digo, en el fondo lo que a vosotros os molesta es la autoridad, que os creéis que por haber salido de la escuela ya tenéis derecho a todo y eso no, Mario, aviados estaríamos, en la vida hay que obedecer y someterse a una disciplina desde que se nace, primero con los padres y, luego, la autoridad, en definitiva la misma cosa. Y más todavía, si de Pascuas a Ramos se escapa un mojicón, en lugar de sulfurarnos, debemos aceptarlo humildemente porque el que lo propina ten la seguridad de que no lo hace por gusto, sino por nuestro propio bien, para que no nos descarriemos. Tú decías que deseabas las cosas limpias y que por enderezar un mal paso ya valía la pena de vivir, orgullo puro, no nos engañemos, Mario, porque ¿puedes decirme qué has enderezado tú, para qué has vivido, di, si no has podido comprar a tu mujer ni un triste Seiscientos? Amor y comprensión, no me hagas reír, que yo soy muy clara, ya lo sabes y tú no eres más que un llevacontrarias, siempre lo fuiste, que sacabas el genio por una futesa y, luego, dejabas pasar a los coches en los cruces cebrados, o comprabas
Carlitos
a todos los vagos de Madrid, o cedías la vez en las tiendas, que si hay algo en el mundo que me enerve es eso precisamente, para que lo sepas, que el que quiera comprar pronto que madrugue, Mario, que para eso están las colas, pues no faltaba más. No hay quien te entienda, Mario, es la pura verdad, que te pones a ver y ni tú mismo te entiendes, ya ves lo del lechazo de Hernando de Miguel, se lo tiras por el hueco de la escalera, que casi lo matas, y luego te pasas la tarde mano sobre mano, “que estos conflictos entre la caridad y la corrupción no hay quien los resuelva”, vaya un problema, que no me dieran a mí más que eso, que te pones imposible, hijo de mi alma, porque una cosa es que escribas esos rollos para el que los quiera leer y otra que me los sueltes a mí, mano a mano, que me ponías la cabeza loca, te lo prometo, y si yo aprovechaba para hablarte del dinero o del Seiscientos o de cualquier cosa importante, tú, “calla”, como si no fuera contigo, que no hay cosa que más me subleve que el que hables de lo que te gusta y calles la boca cuando te conviene. Tu norma es ésa, Mario, tenértelas tiesas con los que mandan y ceder con los desarrapados, ya ves qué bonito, porque lo que yo digo, o cedes con todos o no cedes con ninguno, o sacas el genio o no lo sacas, pero querer quedar siempre de pie, unas veces llevando la contraria y otras tirándote por el suelo me parece muy requetemal, para que lo sepas. Valen se ríe, todas se ríen porque no tienen que soportarte, que me gustaría verlas en mi lugar, cariño, ni dos semanas, fíjate lo que te digo, que Valen dice que no tragas ni a las corbatas ni a los viejos, y en eso no va descaminada, las cosas como son, porque ¿a santo de qué, si no, esa manía tuya con los hombres de menos de 40 años, con que no se les deja hablar y a lo mejor se entendían? ¿Puedes decirme quién no les deja hablar, hijo de mi alma, si son los que más alborotan, que hoy día no se puede andar por la calle de las voces y las motos esas, que no hay ya respeto, ni consideración, ni nada? El espíritu de la contradicción, eso es lo que tú eres, todo a destiempo, ya ves con lo de tus padres, ni mojar la pestaña, como se suele decir, y después por un capricho, todo el día de Dios con las lágrimas colgando, madre mía, que parecías un lloraduelos. Los nervios, me río yo, que sentías angustia por el miedo de no acertar con el camino honrado, y que me envidiabas a mí, a mí, date cuenta, lo que me quedaba por oír, y a los que como yo estábamos seguros de todo. A ver, hijo, ¿pues qué te habías creído? Cuando una tiene la conciencia tranquila, déjalos que rabien, que eso es lo que debías hacer tú, zascandil, si tanta envidia te doy, mirarte en mi espejo, y dejar en paz al Aróstegui y al Moyano y a toda la camarilla, menudos ejemplares, que a veces me da por pensar que la única temporada que has estado bien fue cuando enfermaste, date cuenta, que te parecerá un chiste, que a ti lo que siempre te ha mortificado es obedecer y callar, lo mismo que a los jovencitos esos que tanto defiendes, que, te pones a ver, y son el desecho, así, la basura, aunque tú salgas con la patochada de que “víctimas sin culpa”, frases, Mario, te lo digo y te lo repito, porque puestos en este plan, ¿puede saberse qué culpa tengo yo de no tener un coche cuando todas mis amigas lo tienen? ¿Y mamá? ¿Qué culpa tenía mamá que en paz descanse?, y, sin embargo, sufrió la guerra y la guerra la costó más que a otros aunque no lo pregonase, porque lo de Julia es peor que la misma muerte, Mario, entérate de una vez, que tú siempre sacas a relucir a tus padres y a tus hermanos, que eres un egoistón y nada más que un egoistón, pero nunca se te ocurrió pensar en los míos. No le des más vueltas, cariño, obedecer es lo que te recome, obedecer y callar, al fin y al cabo, de casta le viene al galgo, mira Charo, ¿por qué crees que tu hermana se salió de monja?, pues por lo mismo, querido, ídem de lienzo, porque no sabe obedecer ni sabe callar, por alzar el gallo, porque ni tú ni ella, ni ella ni tú, os resignáis a someteros a una regla, y lo que pasa, ahora descentrada, a ver, ni dentro ni fuera, cada día más rara, que yo te aseguro que si los domingos la sigo mandando los niños es por caridad, caramba con la casita, Mario, ni un panteón, ya le oyes a Álvaro, “prefiero no comer que comer en casa de la tía Charo”, lógico, me lo explico perfectamente, que ella, tu hermana, a lo mosquita muerta, que me puede, fíjate, venga de sacar a los abuelos y a los tíos a relucir, ya ves qué ocurrencia, hablarles de muertos a los niños, que lo hago por lo que lo hago. Y Charo no es una excepción, qué va, tu vivo retrato, nunca estará a gusto en ningún sitio, igual que José María, todos cortados por el mismo patrón, por más que tú digas que tu hermana es eficiente pero eso lo dices por chincharme, ya te conozco, porque no tiene servicio, pero ha llegado un momento en que no la resisto, te lo puedo jurar, con esa sosería, si parece que se va a desmayar, y luego la cara tan lavada, que ésa es otra, que a los diecisiete años, vaya, pero a su edad no está ni medio bien, Mario, siquiera por respeto a los demás, que es hasta desagradable de mirar una piel tan terrosa y tan seca. Si lo dices por fastidiarme estás listo, Mario, por mí puedes decir misa, ya te lo advierto, que no vas a hacerme de menos por eso, pero, por si quieres saberlo, no soy una señorita inútil ni de las que vuelven la cara, que el año del hambre, cuando hizo falta, bien que me fui con el tío Eduardo por los pueblos más asquerosos a buscar garbanzos y lentejas para que mis padres comieran. Y no creas que los coches de antes eran como los coches de ahora, con gasógeno, hijo, ¿qué te habías creído?, pero no me importaba, y si volviera a hacer falta, volvería a arremangarme, porque otra cosa, no, pero a sufrida nadie me gana, ya lo sabes, que lo puedo decir muy alto.

BOOK: Cinco horas con Mario
4.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Flames of Arousal by Kerce, Ruth D.
Long Day's Journey into Night (Yale Nota Bene) by O'Neill, Eugene, Bloom, Harold
Brigand by Sabrina York
Just a Little Crush (Crush #1) by Renita Pizzitola
The Company of Wolves by Peter Steinhart
Asfixia by Chuck Palahnouk
The Tehran Initiative by Joel C. Rosenberg