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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (46 page)

BOOK: Barrayar
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—¿Cómo se encuentra Elena ahora que ha vuelto? ¿La señora Hysopi ya se ha recuperado de todo lo ocurrido?

—Están bien, señora. —Bothari inclinó la cabeza y casi sonrió—. Los visité hace cinco días, cuando el conde Piotr viajó para visitar a sus caballos. Elena ya ha empezado a gatear. Si la dejas un momento, al volver ya no la encuentras donde la habías dejado. —Frunció el ceño—. Espero que Karla Hysopi se mantenga alerta.

—Cuidó perfectamente bien a Elena durante la guerra de Vordarian. Supongo que le resultará igual de fácil vigilar sus gateos. Es una mujer valiente. Debería encontrarse en la fila para recibir una de esas medallas que están entregando.

—No creo que signifiquen mucho para ella —respondió Bothari.

—Mm. Espero que entienda que puede llamarme siempre que necesite algo. En cualquier momento.

—Sí, señora. Pero nos las arreglamos bien por ahora. —Hubo un cierto destello de orgullo en sus palabras—. En invierno Vorkosigan Surleau es un lugar muy tranquilo. Limpio. Me parece el sitio ideal para un bebé. —
No es como el lugar donde yo crecí
, casi le oyó decir Cordelia—. Yo quiero que tenga todo lo mejor. Hasta el padre.

—¿Y usted, cómo se encuentra?

—La nueva medicina es mejor. Ya no tengo la cabeza llena de bruma como antes. Y duermo toda la noche. Aparte de eso, no conozco sus efectos.

Bothari parecía relajado y sereno, casi libre del aspecto siniestro que siempre lo acompañaba. De todos modos, fue la primera persona en el salón que observó la mesa del bufet y preguntó:

—¿Se supone que todavía debe andar por ahí despierto?

Vestido con su pijama, Gregor se escurría junto a la mesa, tratando de pasar inadvertido y hurtar algunos comestibles antes de que lo descubrieran y volvieran a llevárselo. Cordelia llegó a él primero, antes de que un invitado desprevenido lo empujara o los aterrados guardaespaldas que esa noche ocupaban el lugar de Drou volvieran a capturarlo. Detrás de los guardias venía Illyan, con el rostro blanco como un papel. Afortunadamente para el corazón de Illyan, Gregor sólo había desaparecido formalmente durante unos sesenta segundos. El niño se encogió contra la falda de Cordelia cuando los agitados adultos se abalanzaron sobre él.

Drou, quien había notado que Illyan hablaba por el intercomunicador, palidecía y se ponía en marcha, se acercó de inmediato a preguntar qué ocurría.

—¿Cómo logró salir? —gruñó Illyan a los guardianes de Gregor, quienes balbucearon algo inaudible como «Creí que estaba dormido» y «No le he quitado los ojos de encima».

—Él no ha salido —intervino Cordelia con dureza—. Ésta es su casa. Al menos deberían permitirle caminar por las estancias… si no, ¿para qué tienen todos esos guardias apostados en los muros?

—Droushie, ¿no puedo venir a tu fiesta? —preguntó Gregor con tono quejumbroso, buscando desesperadamente una autoridad por encima de la de Illyan.

Drou miró a Illyan, quien pareció desaprobar la idea. Cordelia le respondió con firmeza:

—Sí, tienes mi permiso.

Por lo tanto, bajo la supervisión de Cordelia, el emperador bailó con la novia, comió tres pasteles de crema y al final dejó que lo acostaran muy satisfecho. El pobre niño sólo quería un ratito de diversión.

La fiesta continuó, muy animada.

—¿Bailamos, señora? —le preguntó Aral, esperanzado.

¿Se atrevería a intentarlo? Estaban tocando la danza del espejo… No lo haría demasiado mal. Cordelia asintió con la cabeza y después de vaciar la copa, Aral la condujo hasta la pulida pista. Paso, desliz, ademán; mientras se concentraba, hizo un descubrimiento interesante e inesperado. Cualquiera de los dos integrantes podía conducir, y si los bailarines se mantenían alerta, los espectadores no notarían la diferencia. Cordelia intentó algunas inclinaciones y deslices propios, y Aral la siguió sin problemas. Los dos continuaron bailando cada vez más absortos, hasta que al fin se quedaron sin música ni aliento.

Las últimas nieves del invierno se derretían en las calles de Vorbarr Sultana cuando el capitán Vaagen llamó del Hospital Militar preguntando por Cordelia.

—Ha llegado el momento, señora. He hecho todo lo posible por medios artificiales. La placenta ya tiene diez meses y su envejecimiento ya es evidente. Ya no puedo sobrealimentar más la máquina para compensarlo.

—¿Cuándo?

—Mañana estaría bien.

Cordelia apenas si durmió esa noche. A la mañana siguiente todos se encaminaron al Hospital Miliar Imperial: Aral, Cordelia y el conde Piotr flanqueado por Bothari. Cordelia no estaba segura de querer que Piotr se encontrase presente, pero hasta que el anciano les hiciese a todos el favor de caer muerto, debería soportarlo. Tal vez si apelara una vez más a la razón, volviendo a presentarle los hechos, con un intento más, lograrían convencerlo. El antagonismo apenaba a Aral; al menos el responsable de alimentarlo sería Piotr, y no ella.

Haz lo que quieras, viejo. Tu único futuro es a través de mí. Mi hijo encenderá tu pira funeraria
. De todos modos, se alegraba de volver a ver a Bothari.

El laboratorio nuevo de Vaagen ocupaba toda una planta en el edificio más moderno del complejo. Cordelia había hecho que se trasladase del antiguo laboratorio para que no conviviese con los fantasmas, pues un día en que fue a visitarlo lo encontró casi paralizado e incapaz de trabajar. Cada vez que entraba en la habitación, le había confesado, recordaba la muerte violenta e inútil del doctor Henri. No podía pisar el lugar donde había caído su amigo, y siempre daba un rodeo. Cualquier ruido lo sobresaltaba.

«Soy un hombre racional —le había dicho con voz ronca—. Estas supersticiones absurdas no significan nada para mí.»

Por lo tanto Cordelia le había ayudado a encender una ofrenda privada en un brasero del laboratorio, y luego había disimulado la mudanza diciendo que era una promoción.

El nuevo laboratorio era luminoso, amplio y libre de apariciones. Cuando Vaagen la hizo entrar, Cordelia se encontró con una multitud de personas que aguardaban dentro: eran investigadores a quienes había convocado para que exploraran la nueva tecnología, obstetras civiles entre los cuales estaba el doctor Ritter, el futuro pediatra de Miles, y su cirujano consultivo. Los padres de la criatura tuvieron que abrirse paso para entrar.

Vaagen iba y venía a toda prisa, sintiéndose alegremente importante. Todavía llevaba el parche en el ojo, pero le prometió a Cordelia que ahora dispondría de tiempo para someterse a una intervención con la cual recuperaría la visión. Un técnico entró con la réplica uterina en una mesa con ruedas y Vaagen se detuvo, como si tratara de determinar el modo más dramático y ceremonioso de efectuar lo que, según sabía Cordelia, era un hecho de lo más simple. Al final decidió brindar un discurso técnico para sus colegas, detallando la composición de las soluciones hormonales que inyectaba en los conductos de alimentación, interpretando las lecturas y describiendo la separación placentaria que se efectuaba dentro de la réplica, las similitudes y diferencias entre esta técnica y el parto natural. Existían varias diferencias que Vaagen pasó por alto.

Alys Vorpatril debería ver esto
, pensó Cordelia.

Vaagen alzó la vista y la miró a los ojos. Entonces se interrumpió, cohibido, y sonrió.

—Señora Vorkosigan. —Señaló los cierres que sellaban la réplica—. ¿Querría hacernos el honor?

Ella extendió la mano, vaciló, y miró a su alrededor en busca de Aral. Allí estaba, solemne y muy atento entre el gentío.

—¿Aral?

Él avanzó.

—¿Estás segura?

—Si puedes abrir una nevera campestre, podrás hacer esto.

Cogieron un cierre cada uno y los alzaron al mismo tiempo, rompiendo el precinto estéril. Entonces levantaron la tapa. El doctor Ritter se acercó con un escalpelo vibratorio, para cortar la maraña de conductos nutrientes con un movimiento tan delicado que el argénteo saco amniótico permaneció intacto. Luego liberó a Miles de sus últimas capas biológicas y le despejó la boca y la nariz de fluidos antes de que, con gran sorpresa, realizara su primera inhalación. Alrededor de Cordelia, el brazo de Aral la estrechó con tanta fuerza que le dolió. Una risita ahogada, casi inaudible, escapó de sus labios. Entonces tragó saliva y parpadeó, logrando que sus facciones llenas de regocijo y dolor volvieran a mantenerse bajo estricto control.

Feliz cumpleaños
, pensó Cordelia.
Tienes buen color

Por desgracia, eso era prácticamente lo único que estaba bien. El contraste con el pequeño Iván le resultó abrumador. A pesar de las semanas suplementarias de gestación, diez meses contra los nueve y medio de Iván, Miles apenas si tenía la mitad del tamaño del otro bebé, y estaba mucho más marchito y arrugado. La columna tenía una visible deformación, y las piernas estaban plegadas con fuerza. Definitivamente, era un heredero varón, no cabía la menor duda al respecto. Su primer llanto fue muy débil, nada comparado con el bramido furioso y hambriento de Iván. A sus espaldas, Cordelia oyó la exclamación decepcionada de Piotr.

—¿Ha estado recibiendo la nutrición suficiente? —le preguntó Cordelia a Vaagen. Resultaba difícil mantener alejado el tono acusador de su voz.

Vaagen se alzó de hombros con impotencia.

—Todo lo que pudo absorber.

El pediatra y su colega depositaron a Miles bajo una luz tibia, y comenzaron a examinarlo, flanqueados por Aral y Cordelia.

—Esta curva se enderezará sola, señora —señaló el pediatra—. Pero la parte inferior de la columna debería corregirse mediante una intervención quirúrgica lo antes posible. Tenías razón, Vaagen. El tratamiento para activar el desarrollo del cráneo también ha soldado las caderas. Por eso las piernas se encuentran plegadas en esta posición tan extraña, señor. Habrá que intervenir para romper esas uniones y corregir la postura de los huesos antes de que pueda comenzar a gatear o caminar. No recomiendo que se realice antes del primer año, sumado a la operación de columna. Dejemos que cobre fuerzas y gane peso primero…

Mientras probaba los brazos del bebé, de pronto el cirujano lanzó una maldición y cogió el visor de diagnóstico. Miles gimió. Aral apretó el puño. Cordelia sintió un nudo en el estómago.

—¡Mierda! —dijo—. Acaba de rompérsele el húmero. Tenías razón Vaagen, los huesos son extremadamente frágiles.

—Al menos tiene huesos —suspiró Vaagen—. En determinado momento prácticamente no existían.

—Hay que tener cuidado —intervino el cirujano—, sobre todo con la cabeza y la columna. Si el resto está tan mal como los huesos largos, será imprescindible proporcionarle algún tipo de refuerzo…

Piotr volvió y se dirigió a la puerta. Aral alzó la vista, frunció los labios y se disculpó para ir tras él. Cordelia se sintió desgarrada, pero en cuanto comprobó que los cuidados médicos protegerían a Miles por el momento, los dejó inclinados sobre él y siguió a Aral. En el pasillo, Piotr caminaba de un lado al otro. Aral se hallaba allí, inmóvil. Bothari era un testigo silencioso en el fondo. Piotr se volvió hacia ella.

—¡Tú! ¡Me has engañado! ¿A esto llamas resultados? ¡Bah!

—Lo son. No cabe duda de que Miles se encuentra mucho mejor que al principio. Nadie prometió la perfección.

—Has mentido. Vaagen ha mentido.

—No es verdad —le replicó Cordelia—. Desde el principio traté de compartir con usted los informes de Vaagen. Esto era lo que podíamos esperar, según ellos. Hágase revisar los oídos.

—Sé lo que intentas, pero no funcionará. Acabo de decírselo a él —agregó, señalando a Aral—. Hasta aquí he llegado. No quiero volver a ver a ese mutante. Nunca. Mientras viva, si es que vive (cosa que dudo ya que tiene un aspecto bastante enfermizo), no lo acerquéis a mi puerta. Tú no me harás pasar por tonto, mujer.

—Eso sería una redundancia —replicó Cordelia.

Piotr esbozó una mueca despectiva. Al ver que ella ignoraba sus hirientes palabras, se volvió hacia Aral.

—Y tú, muchacho sin carácter… si tu hermano mayor hubiese vivido… —Piotr cerró la boca repentinamente, pero fue demasiado tarde.

El rostro de Aral adoptó un tinte grisáceo que Cordelia le había visto en dos ocasiones antes de eso; en ambos casos había estado peligrosamente cerca de cometer un asesinato. Piotr solía bromear sobre sus famosos ataques de ira. Sólo entonces Cordelia comprendió que, a pesar de haber visto la irritación de su hijo en ocasiones, Piotr nunca lo había visto verdaderamente furioso. El anciano también pareció comprenderlo en ese momento, y miró a su hijo con inquietud.

Aral unió las manos a la espalda. Cordelia vio que le temblaban, con los nudillos blancos. Él alzó el mentón y habló en un susurro.

—Si mi hermano hubiese vivido, habría sido perfecto. Tú pensabas eso, yo pensaba eso, y el emperador Yuri pensó lo mismo. Por lo tanto, a partir de entonces has tenido que conformarte con los restos de ese sangriento banquete, con el hijo que te dejó vivo el pelotón de Yuri el Loco. Nosotros los Vorkosigan sabemos conformarnos. —Bajó aún más la voz—. Pero mi primogénito vivirá. Yo no lo defraudaré.

Sus palabras fueron un tajo casi mortal en el vientre, un corte tan limpio que Bothari hubiese podido descargarlo con la espada de Koudelka. Piotr exhaló un suspiro de incertidumbre y dolor.

La expresión de Aral se tornó introvertida.

—No
volveré
a defraudarlo —se corrigió en voz baja—. Tú nunca tuviste esa segunda oportunidad, padre. —Aflojó las manos a sus espaldas. Con un movimiento de cabeza ignoró a Piotr y a todo lo que éste pudiese replicar.

Frustrado por segunda vez y profundamente dolido por su paso en falso, Piotr miró a su alrededor buscando alguien en quien descargar su ira. Entonces posó los ojos sobre Bothari, quien lo contemplaba con rostro impasible.

—Y tú. Desde un principio has participado en esto. ¿Mi hijo te ha enviado a mi casa como espía? ¿A quién prestas tu lealtad? ¿Me obedeces a mí o a él?

En los ojos de Bothari apareció un brillo extraño. Su cabeza se movió en dirección a Cordelia.

—A ella.

Piotr se quedó tan desconcertado que tardó varios segundos en recuperar el habla.

—Bien —le espetó al fin—. Entonces quédate con ella. No quiero volver a ver tu horrible rostro. No vuelvas a la Residencia Vorkosigan. Esterhazy te enviará tus cosas antes del anochecer.

Piotr se volvió y se marchó. El anciano trató de realizar una salida grandiosa, pero el efecto perdió fuerza cuando giró la cabeza para mirarlos antes de tomar por el pasillo.

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