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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (39 page)

BOOK: Barrayar
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—Sería para defensa, en los viejos tiempos —susurró Koudelka, y Droushnakovi asintió con un gesto. Aunque esa noche no los aguardaban con flechas o con aceite hirviendo. Un hombre tan alto como Bothari pero más grueso cerró la puerta a sus espaldas.

Desembocaron en una gran habitación oscura que había sido convertida en una especie de comedor. En ella sólo había dos mujeres de aspecto decaído, vestidas con batas, y un hombre que roncaba con la cabeza sobre la mesa. Como de costumbre, una extravagante chimenea quemaba trozos de madera.

Tenían una guía, o anfitriona. Una mujer alta los condujo en silencio hacia la escalera. Quince o incluso diez años atrás, podía haber resultado atractiva, con esas piernas largas y el rostro aguileno; ahora sólo era huesuda y marchita, enfundada en una bata chillona color magenta con unos frunces caídos que parecían combinar con su inherente tristeza. Bothari alzó a Alys Vorpatril y la llevó por la empinada escalera. Koudelka miró a su alrededor y pareció animarse un poco al reconocer a alguien.

La mujer los condujo a una habitación del piso superior.

—Cambia las sábanas —murmuró Bothari, y después de asentir con la cabeza, la mujer desapareció. El sargento no bajó a la agotada Alys Vorpatril. La mujer regresó al cabo de unos minutos y cambió las sábanas arrugadas de la cama por otras limpias. Bothari depositó a Alys sobre el colchón y retrocedió. Cordelia acomodó mejor al pequeño que dormía entre sus brazos.

La… casera, tal como decidió llamarla Cordelia, observó al bebé con un destello de interés.

—Éste es nuevecito. Niño grande, ¿eh? —Su voz intentó un arrullo.

—Tiene dos semanas —dijo Bothari con frialdad.

La mujer emitió un bufido, con las manos sobre las caderas.

—He asistido algunos partos, Bothari. Más bien diría que tiene dos horas.

Bothari se volvió hacia Cordelia con una mirada algo alarmada. La mujer alzó una mano.

—Lo que tú digas.

—Deberíamos dejarla dormir —señaló Bothari—. Hasta que estemos seguros de que no sangrará.

—Sí, pero que no se quede sola —dijo Cordelia—. Por si despierta desorientada al encontrarse en un lugar desconocido. —Alys era una Vor, y un lugar semejante le resultaría completamente ajeno.

—Yo permaneceré un rato con ella —se ofreció Droushnakovi. Miró con desconfianza a la casera, quien se inclinaba demasiado hacia el bebé para su gusto. Cordelia suponía que Drou no había creído la versión de Koudelka de que se hallaban en una especie de museo. Y Alys Vorpatril tampoco lo haría, en cuanto descansara lo suficiente para recuperar la lucidez.

Droushnakovi se dejó caer en un viejo sillón desvencijado, frunciendo la nariz ante el olor húmedo que surgió de los cojines. Los demás se retiraron de la habitación. Koudelka fue a buscar un lavabo en ese viejo edificio, y luego se marchó a comprar algo para comer. Un olorcillo que flotaba en el aire indicó a Cordelia que el caravasar no estaba enganchado al sistema municipal de cloacas. Tampoco había calefacción central. Ante la expresión hostil de Bothari, la casera desapareció. En un extremo del salón había un sofá, un par de sillones y una mesa baja, iluminados por una lámpara a batería cubierta con una tela roja. Bothari y Cordelia fueron a sentarse allí. Ahora que la tensión había mermado, el sargento parecía agotado. Cordelia no sabía cuál era su propio aspecto, pero suponía que dejaba bastante que desear.

—¿Hay prostitutas en Colonia Beta? —le preguntó Bothari de pronto.

Cordelia hizo un esfuerzo para despejar su mente. La voz del sargento era tan fatigada que la pregunta había sonado casual… pero Bothari nunca decía nada sólo por conversar. ¿Hasta qué punto se había perturbado su delicado equilibrio con la violencia de esa noche?

—Bueno… tenemos a los T.S.P. —respondió con cautela—. Supongo que cumplen con la misma función social.

—¿Qué es eso?

—Terapeutas de Sexualidad Práctica. El Estado concede las licencias. Hay que contar con un título de psicoterapeuta. La diferencia es que los tres sexos pueden practicar la profesión. Los hermafroditas son quienes ganan más dinero; tienen muy buena acogida entre los turistas. No es… no es un puesto de alto status social, pero tampoco son la escoria. Creo que no tenemos escoria social en Colonia Beta; nos detenemos en la clase media baja. Es como… —Se detuvo unos momentos, buscando una buena comparación—. Es como ser una peluquera en Barrayar. Se ofrece un servicio personal en determinada profesión, con cierta habilidad y pericia.

Por primera vez, había logrado dejar perplejo a Bothari, quien frunció el ceño.

—Sólo los betaneses pueden pensar que se necesita un maldito título universitario… ¿Las mujeres utilizan sus servicios?

—Claro. Y las parejas también. Aunque en esos casos se concede prioridad a la cuestión educativa.

Él sacudió la cabeza y vaciló. Le dirigió una mirada de soslayo.

—Mi madre era una prostituta. —Su tono fue curiosamente distante. Bothari aguardó.

—Yo… lo había imaginado.

—No sé por qué no me abortó. Sabía practicarlos, al igual que los partos. Tal vez estaba preocupada por su vejez. Solía venderme a sus clientes.

Cordelia se atragantó.

—Bu… bueno. En Colonia Beta no se permitiría eso.

—No recuerdo gran cosa de esa época. Escapé a los doce años, cuando fui lo bastante mayor para golpear a sus malditos clientes. Anduve con pandillas hasta los dieciséis, fingí tener dieciocho y logré ingresar en el Servicio. Entonces pude salir de aquí. —Bothari se frotó las palmas.

—Comparado con su vida anterior, el Servicio debió de ser el paraíso.

—Hasta que conocí a Vorrutyer. —Miró a su alrededor con expresión vaga—. En esa época había más gente aquí. Ahora está casi desierto. —Su voz se tornó reflexiva—. Hay una gran parte de mi vida que no logro recordar bien. Es como si estuviera hecho de remiendos. Sin embargo, hay cosas que quisiera olvidar y no puedo.

Cordelia no se atrevió a preguntarle «¿cuáles?», pero emitió un pequeño sonido para indicar que lo escuchaba con atención.

—No sé quién fue mi padre. Aquí ser un bastardo es casi tan malo como ser un mutante.

—En el contexto betanés, la palabra «bastardo» se utiliza como descripción negativa de una personalidad, pero en realidad no tiene ningún significado objetivo. No se pueden comparar con los niños concebidos de forma ilegal, y éstos son tan raros que cada caso se trata de forma individual. —
¿Por qué me está contando todo esto? ¿Qué quiere de mí? Cuando empezó parecía, casi asustado; ahora se le ve casi satisfecho. ¿Qué le he dicho para animarlo?
Cordelia suspiró.

Para su alivio, en ese momento regresó Koudelka con unos bocadillos de queso y unas botellas de cerveza. Cordelia se alegró al ver la bebida, ya que sospechaba del agua en ese lugar. Engulló su primer mordisco con satisfacción y dijo:

—Kou, debemos trazar una nueva estrategia.

Él se sentó a su lado con dificultad, escuchando atentamente.

—¿Sí?

—Es evidente que no podemos llevarnos con nosotros a Alys Vorpatril y al bebé. Tampoco podemos dejarla aquí. Los hombres de Vordarian se han encontrado con cinco cadáveres y un coche incendiado. Pronto comenzarán a registrar la zona. De todas formas, durante un tiempo buscarán a una mujer embarazada y eso nos concede una pequeña ventaja. Tenemos que separarnos.

Él tragó un bocado de su bocadillo.

—¿Entonces irá con ella, señora?

Cordelia sacudió la cabeza.

—Debo ir con los que entren en la Residencia. Aunque sólo sea porque soy la única capaz de decir: «Esto es imposible. Es hora de marcharnos.» Drou es absolutamente imprescindible, y necesito a Bothari. —
Y de alguna extraña manera, Bothari me necesita a mí
—. Eso lo deja a usted.

Koudelka apretó los labios.

—Al menos no los obligaré a ir más despacio.

—Usted no está con nosotros a falta de algo mejor —replicó ella con dureza—. Su ingenio hizo que lográramos entrar en Vorbarr Sultana. También lo considero capaz de sacar a Alys Vorpatril. Usted es su única posibilidad.

—Pero se diría que yo escapo mientras usted se enfrenta a una situación peligrosa.

—Sólo lo parece, Kou, piénselo. Si Vordarian vuelve a atrapar a Alys, no mostrará ninguna misericordia con ella, ni tampoco con el bebé. Ustedes no estarán más seguros que nosotros. Todos tendremos que cuidar nuestras cabezas utilizando la lógica.

Él suspiró.

—Lo intentaré, señora.

—Con intentarlo no basta. Padma Vorpatril lo «intentó». Usted debe
lograrlo
, Kou.

Él asintió lentamente con la cabeza.

—Sí, señora.

Bothari se marchó en busca de algunas ropas para disfrazar a Kou de «pobre joven padre y esposo».

—Los clientes siempre dejan cosas aquí. —Cordelia se preguntó qué lograría encontrar allí para lady Vorpatril. Kou llevó los alimentos a Alys y a Drou. Regresó con una expresión sombría en el rostro, y volvió a sentarse junto a Cordelia.

Después de un rato dijo:

—Creo que ahora entiendo por qué a Drou le preocupaba tanto la posibilidad de que estuviese embarazada.

—¿Ah, sí? —preguntó Cordelia.

—Los sufrimientos por los que pasó lady Vorpatril dejan pequeños a los míos. Dios, eso debe de ser terriblemente doloroso.

—Hum. Pero el dolor sólo dura un día. —Cordelia se frotó la cicatriz—. O unas semanas. Creo que no se trata de eso.

—¿Y entonces qué?

—Es… es un acto trascendental. Dar la vida. Solía pensar en eso cuando estaba embarazada de Miles. «Por medio de este acto, doy vida a una muerte.» Un nacimiento, una muerte… y entre ambos, todos los sufrimientos y actos de la voluntad. Yo no comprendía ciertos símbolos místicos orientales como Kali, la madre Muerte, hasta que comprendí que en ello no había nada de místico. Se trata de un simple hecho. Un «accidente» sexual al estilo barrayarés puede iniciar una cadena de causalidades que no se detiene hasta el fin de los tiempos. Nuestros hijos nos hacen cambiar… aunque mueran. Incluso aunque su hijo resultara ser una simple posibilidad en esta ocasión, Drou cambió. ¿Usted no?

Él sacudió la cabeza con desconcierto.

—Ni siquiera se me ocurrió todo esto. Sólo quería ser normal, como los otros hombres.

—Creo que no ocurre nada malo con sus instintos. Es sólo que no le bastan. ¿Y si para variar intentara que sus instintos trabajaran junto con su intelecto, en lugar de hacerlo con objetivos opuestos?

Él emitió un bufido.

—No lo sé. No sé… cómo acercarme a ella ahora. Ya dije que lo sentía.

—Las cosas no andan bien entre los dos, ¿verdad?

—No.

—¿Sabe qué fue lo que más me molestó de este viaje? —preguntó Cordelia.

—No…

—No pude despedirme de Aral. Si… si algo me ocurriera, o si algo le ocurriera a él, quedaría algo pendiente, algo sin resolver entre nosotros. Y ya no habría forma de aclararlo.

—Hum. —Él se sumió un poco más en sí mismo, hundido en el sillón.

Cordelia meditó unos instantes.

—¿Qué más ha intentado aparte de «lo siento»? ¿Por qué no le pregunta cómo está, si se encuentra bien, si puede ayudarla? O dígale «te quiero», eso no falla. Palabras breves, en su mayor parte preguntas, ahora que lo pienso. Demuestran que uno está interesado en iniciar una conversación.

Él esbozó una sonrisa triste.

—No creo que ella quiera hablar conmigo.

—Supongamos… —Cordelia echó la cabeza hacia atrás y fijó la vista en el otro extremo de la habitación—. Supongamos que las cosas no hubiesen tomado un giro tan equivocado aquella noche. Supongamos que usted no se hubiera aterrorizado. Supongamos que ese idiota de Evon Vorhalas no los hubiera interrumpido con su pequeño espectáculo de horror. —Vaya un pensamiento. Dolía mucho pensar en lo que podía haber sido—. Regresemos al punto de partida. Cuando se acariciaban felices. Se separan como amigos, y a la mañana siguiente despiertan, eh… perturbados por el amor. ¿Qué ocurriría luego, en Barrayar?

—Un intermediario.

—¿Eh?

—Sus padres o los míos contratarían a un intermediario y luego, bueno, arreglarían las cosas.

—¿Y ustedes qué harían?

Él se encogió de hombros.

—Presentarnos a tiempo para la boda y pagar las facturas, supongo. En realidad son los padres quienes pagan las facturas.

Con razón el hombre estaba tan desorientado.

—¿Usted quería casarse? ¿No sólo acostarse?

—¡Sí! Pero… señora, yo sólo soy medio hombre, y eso en un buen día. Su familia se reiría de mí.

—¿Alguna vez ha visto a su familia? ¿Ellos ya lo conocen a usted?

—No…

—Kou, ¿se da cuenta de lo que está diciendo?

Él pareció algo avergonzado.

—Bueno…

—Un intermediario. Bah. —Se levantó.

—¿Adonde va? —preguntó Kou con nerviosismo.

—A intermediar —dijo ella con firmeza y avanzó por el pasillo hasta la habitación. Droushnakovi estaba sentada observando a la mujer dormida. Las dos cervezas y los bocadillos estaban intactos en una mesita.

Cordelia cerró la puerta con suavidad.

—Sabes —murmuró—, los buenos soldados nunca pierden una ocasión para comer o dormir, porque no saben cuánto tiempo pasará antes de que se presente otra posibilidad.

—No tengo hambre. —Drou tenía una expresión introvertida, como atrapada dentro de sí misma.

—¿Quieres hablar de ello?

Drou esbozó una mueca indecisa y se apartó de la cama para sentarse en un sofá al otro extremo de la habitación. Cordelia se sentó a su lado.

—Esta noche —dijo en voz baja—, he participado en mi primera pelea de verdad.

—Lo hiciste muy bien. Encontraste tu posición y reaccionaste…

—No. —Droushnakovi agitó una mano—. No es verdad.

—¿Oh? A mí me pareció bien.

—Corrí por detrás del edificio… derribé a los dos hombres de seguridad que aguardaban en la puerta usando el aturdidor. Ellos no alcanzaron a verme. Llegué a mi posición en la esquina del edificio. Vi cómo esos dos hombres atormentaban a lady Vorpatril en la calle. La insultaban, la miraban, la empujaban… me enfadé tanto que cogí el disruptor nervioso. Quería matarlos. Entonces comenzaron los disparos. Y… y yo vacilé. Por eso murió lord Vorpatril, por mi culpa.

—¡Vaya niña! El sujeto que mató a Padma Vorpatril no era el único que le apuntaba. Padma estaba tan aturdido por la droga que ni siquiera trataba de cubrirse. Debieron de inyectarle una dosis doble para obligarle a descubrir el escondite de Alys. También pudo haber muerto por otro disparo, o interponerse a nuestro propio fuego cruzado.

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