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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (35 page)

BOOK: Área 7
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¡Blam!

Otro disparo resonó por encima de la tormenta de arena y el granjero cayó muerto al polvoriento suelo.

Libro II apareció al lado de Schofield, con su M9 aún humeante.

—¿Qué demonios está ocurriendo aquí? —gritó.

—Supongo que, si salimos de esta con vida, descubriremos que el tal señor Hoeg es amigo de Gunther Botha. Vamos —dijo Schofield.

Schofield corrió hacia el granero y abrió las puertas con la vana esperanza de encontrar algún tipo de transporte en su interior…

—Bueno, ya era hora de que tuviéramos un poco de suerte —dijo—. Gracias, Dios mío. Nos merecíamos un descanso.

Ante él, reluciente como un coche nuevo en un concesionario, había un vehículo habitual en las granjas de todo el mundo: un bonito biplano de color verde lima, un avión fumigador.

Tres minutos después, Schofield y Libro estaban sobrevolando los cañones serpenteantes del lago Powell.

Eran las 9.38.

Vamos a estar muy justos
, pensó Schofield.

El avión era un Tiger Moth, un biplano de la segunda guerra mundial que en el árido suroeste a menudo se empleaba para fumigar. Tenía dos alas paralelas, una encima del fuselaje y otra debajo, que se unían mediante puntales verticales y cableado entrecruzado. El tren de ruedas se extendía desde el extremo delantero, como las patas alargadas de un mosquito, y tenía un pulverizador de insecticida en la cola.

Al igual que la mayoría de los biplanos, tenía capacidad para dos personas: el piloto, que se sentaba en el asiento trasero; y el copiloto, en el delantero.

Era un avión bueno, estaba muy bien cuidado. El señor Hoeg, además de ser un maldito espía, también era un entusiasta de los aviones.

—¿Qué opina? —dijo Libro por el micro de su casco de vuelo—. ¿Vamos a los raíles en equis?

—Ahora no —respondió Schofield—. No disponemos de tiempo suficiente. Vayamos directamente al Área 7. Al conducto de la salida de emergencia.

* * *

El corazón de Dave Fairfax latía aceleradamente.

Estaba siendo un día lleno de acontecimientos.

Tras oír la valoración de Dave respecto a la situación del Área 7 y a la presencia de una unidad traidora actuando en solitario allí, el director adjunto de la agencia de Inteligencia al frente del seguimiento del transbordador espacial chino había ordenado intervenir las transmisiones de las Áreas 7 y 8 en un radio de ciento sesenta kilómetros. Así, cualquier señal que saliera de esa zona sería captada por los satélites de vigilancia de la agencia de Inteligencia.

El director adjunto, impresionado por el trabajo de Fairfax, le había dado al criptógrafo carta blanca para proseguir con la investigación del caso.

—Haga lo que tenga que hacer, joven —le había dicho—. Infórmeme a mí directamente.

Fairfax, sin embargo, seguía algo perplejo.

Quizá fuera solo la excitación del momento, pero había algo que no le cuadraba. Las piezas seguían sin encajar.

Los chinos tenían un transbordador en el espacio que se estaba comunicando con una unidad de una base de la Fuerza Aérea.

Vale.

Entonces tenía que haber algo en esa base que los chinos querían. Fairfax supuso que era la vacuna para el virus que no dejaba de mencionarse en todos los mensajes codificados.

Vale…

Y el transbordador era la mejor manera de comunicarse directamente con los hombres en tierra.

No.

Eso no cuadraba. Los chinos podían usar una docena de satélites diferentes para comunicarse con esos hombres en tierra. No era necesario un transbordador para eso.

Pero ¿y si el transbordador tenía otro propósito…?

Fairfax se volvió hacia uno de los enlaces de la Fuerza Aérea a los que Inteligencia había llamado.

—¿Qué tipo de armamento y equipos se guardan en el Área 7? El tipo de la Fuerza Aérea se encogió de hombros.

—Un par de bombarderos, un SR-71
Blackbird
, algunos AWACS. Aparte de eso, se emplea como instalación biológica.

—Entonces, ¿qué hay del otro complejo? ¿Del Área 8? El miembro de la Fuerza Aérea entrecerró los ojos. —Esa es una historia completamente distinta. —Oiga. Necesito saberlo. Créame. Necesito saberlo. El tipo vaciló unos instantes. A continuación dijo:

—El Área 8 contiene dos prototipos operativos del transbordador espacial X-38. Es un aniquilador de satélites, una versión más aerodinámica del transbordador estándar, que se lanza desde un 747 en vuelo.

—¿Un aniquilador de satélites?

—Transporta misiles AMRAAM especiales de gravedad cero en sus alas. Ha sido diseñado para lanzamientos rápidos y misiones de corto alcance: se lanza a una órbita baja para que acabe con los satélites espía o estaciones espaciales del enemigo y luego regresa a casa.

—¿Qué capacidad tiene? —preguntó Fairfax. El hombre frunció el ceño.

—Tres miembros de la tripulación. Quizá diez o doce en el compartimento de armamento, como mucho. ¿Por qué?

La mente de Fairfax estaba trabajando a toda velocidad.

—Oh, no —dijo de repente—. ¡No puede ser!

Corrió a coger una hoja.

Era la hoja con el último mensaje que había descodificado, el mismo que había empleado para revelar a los traidores de la unidad Eco. Decía:

Fairfax leyó la línea: «Nombres de los hombres que tendrán que ser extraídos».

—Extraídos… —dijo en voz alta.

—¿En qué está pensando? —le preguntó el enlace de la Fuerza Aérea.

Pero Fairfax estaba en esos momentos en su propio mundo. Y lo veía todo con total claridad.

—Si quisiera sacar una vacuna ultra secreta de una base ultra secreta de la Fuerza Aérea en medio del desierto, ¿cómo lo haría? No puede sacarla en avión, porque la distancia es demasiada. Se quedaría sin combustible antes de llegar a California. Lo mismo ocurriría con una extracción por tierra. Jamás lograría llegar a la frontera. Lo cogerían antes. ¿Por mar? El mismo problema. Pero esos cabrones de los chinos han pensado en todo.

—¿A qué se refiere?

—No logrará sacar nada de Estados Unidos yendo al norte, al sur, al este o al oeste —dijo Fairfax—. Pero sí subiendo al espacio.

* * *

Schofield miró su reloj.

9.47.

Trece minutos para llevar el balón nuclear al presidente.

Libro II y él llevaban varios minutos de vuelo y sobrevolaban el paisaje desértico en su biplano lima a una velocidad constante de más de trescientos kilómetros por hora.

En la distancia, delante de ellos, alzándose por encima de la llanura del desierto, se podía discernir la baja montaña, la pista de aterrizaje y el pequeño grupo de edificios que conformaban el Área 7.

Inmediatamente después de despegar, Schofield había aprovechado para abrir el maletín Samsonite que había encontrado en el lecho del lago.

En su interior vio doce ampollas de cristal reluciente alineadas en compartimentos de espuma. Cada ampolla contenía un extraño líquido azul. La etiqueta blanca que llevaban todas las ampollas rezaba:

AMPOLLA VACUNA I.V.

Dosis: 55 mi

Testada contra cepa SV v.9,1

Certificado: 3/7 5.24.33

Schofield abrió los ojos de par en par.

Era un kit de vacunación de campo, las dosis exactas de la vacuna que la sangre genéticamente modificada de Kevin había proporcionado, dosis que podían administrarse mediante inyección intravenosa. Y habían sido creadas esa misma mañana.

Era la obra maestra de Gunther Botha.

El antídoto contra la última cepa del sinovirus.

Schofield sacó seis de las ampollas y se las metió en el bolsillo del muslo de su uniforme del séptimo escuadrón. Llegado el momento, podrían ser de utilidad.

Le dio un golpecito a Libro en el hombro y le pasó las seis restantes.

—Por si se resfría.

Libro II, en el asiento delantero del biplano, se había pasado todo el trayecto en silencio, mirando hacia delante.

Cogió las ampollas que Schofield le ofrecía y se las metió en su uniforme del séptimo escuadrón robado. A continuación, siguió mirando hacia delante.

—¿Por qué no le caigo bien? —le preguntó de repente Schofield por el micro de su casco.

Libro II ladeó la cabeza.

Instantes después, la voz del joven sargento se oyó por el casco de Schofield.

—Hay algo que llevo mucho tiempo queriéndole preguntar, capitán. —Su voz fue fría, gélida.

—¿De qué se trata?

—Mi padre estuvo en esa misión en la Antártida con usted. Pero nunca regresó. ¿Cómo murió?

Schofield no respondió.

El padre de Libro II, Buck
Libro
Riley, había tenido una muerte horrible durante la espeluznante misión de la estación polar Wilkes. Un comandante de las SAS llamado Trevor Barnaby lo había servido como cebo en un tanque lleno de feroces oreas.

—Fue capturado por el enemigo. Y lo mataron.

—¿Cómo?

—No creo que quiera saberlo.

—¿Cómo?

Schofield cerró los ojos.

—Lo colgaron boca abajo sobre un tanque lleno de oreas y lo sumergieron en él.

—El Cuerpo de Marines nunca te dice cómo mueren —dijo con una voz apenas audible—. Te mandan una carta, diciéndote lo patriota que era tu padre e informándote de que ha muerto en acto de servicio. Capitán, ¿sabe lo que le ocurrió a mi familia después de que mi padre muriera?

Schofield se mordió el labio.

—No. No lo sé.

—Mi madre vivía en la base de Camp Lejeune, Carolina del Norte. Yo estaba recibiendo un entrenamiento básico en Parris Island. ¿Sabe lo que le ocurre a la mujer de un marine cuando su marido muere en acto de servicio, capitán?

Schofield lo sabía. Pero no dijo nada.

—Tiene que abandonar la base. Al parecer, a las mujeres de los soldados que siguen con vida no les gusta la presencia de viudas en la base. Ya sabe, podrían intentar quitarles a sus maridos…

»Así que a mi madre, tras perder a su marido, la echaron de su casa. Intentó comenzar de cero, ser fuerte, pero no funcionó. Tres meses después de que abandonara la base, la encontraron en el baño de la caja de zapatos que era su nuevo apartamento. Se había tomado un bote entero de somníferos.

Libro II se giró y miró fijamente a Schofield.

—Por eso antes le pregunté si habituaba a emprender acciones arriesgadas. Esto no es un juego, ¿sabe? Cuando alguien muere, hay consecuencias. Mi padre está muerto, y mi madre se suicidó porque no podía vivir sin él. Solo quería asegurarme de que mi padre no había muerto por culpa de una de sus arriesgadas maniobras tácticas.

Schofield permaneció en silencio.

Nunca había llegado a conocer a la madre de Libro II.

Libro padre nunca había socializado mucho con sus compañeros marines, prefería pasar su tiempo libre y sus permisos con su familia. Sí, Schofield había conocido a Paula Riley en alguna comida o cena, pero nunca había llegado a conocerla de verdad. Había oído las circunstancias de su muerte y, cuando se enteró, deseó haber hecho más por ayudarla.

—Su padre era el hombre más valiente que he conocido jamás —dijo Schofield—. Murió salvando la vida de otra persona. Una niña se cayó de un aerodeslizador y él se tiró tras ella y la protegió de la caída con su cuerpo. Por eso lo cogieron. Lo llevaron de regreso a la estación polar y lo mataron. Intenté llegar a tiempo, pero… no pude.

—Creía que nunca había perdido en una cuenta atrás.

Schofield no dijo nada.

—Hablaba sobre usted, ¿lo sabía? —dijo Libro II—. Decía que era uno de los mejores comandantes a cuyas órdenes había trabajado. Que lo quería como a un hijo, como a mí. No me disculpo por haber sido frío con usted, capitán. Tenía que cogerle la medida, formarme una opinión por mí mismo.

—¿Y cuál es su decisión?

—Todavía sigo en ello.

El avión descendió hacia el terreno del desierto.

* * *

Eran las 9.51 cuando el Tiger Moth verde lima tocó la llanura polvorienta del desierto, levantando una nube de polvo tras de sí, en medio de la feroz tormenta de arena.

Tan pronto como el biplano se detuvo, Schofield y Libro II se bajaron (Schofield con el balón nuclear y la Desert Eagle y Libro con dos M9) y echaron a correr hacia la zanja excavada en la tierra que albergaba la entrada al conducto de la salida de emergencia.

Había cuerpos por todas partes, a medio cubrir por la arena.

Nueve miembros del servicio secreto, todos de traje. Y todos muertos. Los miembros del equipo de avanzada Dos.

Había también cuatro marines muertos en el suelo. Todos con uniforme de gala. Colt Hendricks y los hombres del Nighthawk Tres, que habían acudido a comprobar la salida de emergencia.

Dios santo
, pensó Schofield mientras Libro II y él sorteaban los cadáveres y se dirigían a la entrada del conducto.

Tantas muertes… y todas tendrán consecuencias.

9.52.

Schofield y Libro II llegaron a la entrada del conducto de la salida de emergencia. Seguía abierta tras la entrada de los Recces. Accedieron a un estrecho túnel de hormigón y a la fresca sombra del complejo.

Llegaron a una escalera de travesaños que descendía en la oscuridad. Bajaron por ella durante más de treinta metros. No había luces, así que se valieron de la luz de la linterna dispuesta en el cañón del arma de Schofield. Libro II, armado con dos pistolas decorativas, no tenía ninguna.

9.53.

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