Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (55 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Conviene que veáis al rey Lisuarte con aquellos dones que a mí señalasteis, mas serán de otra guisa que vos lo teníais pensado, y si esto no hacéis, vuestra cabeza será partida del cuerpo.

—Yo lo haré —dijo Gandalod—, que más quiero atender la misericordia del rey que morir ahora en tal sazón.

Entonces, tomó de él fianza y fuese contra la torre, que oyó una gran revuelta y cabalgó en el caballo y Ladasín con él y hallaron que los caballeros presos se habían suelto, y salidos del aljibe se habían armado encima de la torre de armas que allí hallaron y ellos tocaron el cuerno y quedando el uno de ellos, los otros descendieran ayuso y mataban cuantos podían alcanzar. Pues llegados don Guilán y Ladasín vieron sus compañeros en somo de la puerta y un caballero con siete peones que salía de la torre huyendo y se acogían a un bosque, y los de arriba les dijeron que los matasen, especial al caballero. Ellos fueron luego y los tres se le fueron, mas el caballero fue preso y traídos a sus compañeros. Don Guilán les habló y dijo:

—Señores, yo no me puedo aquí detener, que me voy a la reina, mas quede con vos mi primo Ladasín y llevad estos caballeros al rey Lisuarte, que haga de ellos lo que por bien tuviere, haced de manera que esta fortaleza quede a mi mando.

—Así lo haremos, dijeron ellos.

Entonces don Guilán quitó su escudo, que poco valía según era cortado por muchos lugares, y tomó el de Amadís llorando de sus ojos. Aquellos caballeros, que el escudo conocieron y a él vieron llorar, fueron maravillados y preguntáronle cómo lo llevaba. Y les contó la forma que a la Fuente de la Vega lo halló con las otras armas todas, y cómo había buscado a Amadís por toda aquella comarca y nunca de él pudiera saber nuevas. Ellos hubieron muy gran pesar, creyendo que algún grande mal le había venido. Con esto se partió de ellos y sin entrevalo que le viese, llegó donde el rey era, que ya sabia cómo Amadís acabara las aventuras todas de la Ínsula Firme, y había ganado el señorío de ella, y cómo se partiera escondidamente con gran cuita, mas la causa de ello no la sabía ninguno, si no aquéllos o aquéllas que se os ha dicho.

Cuando don Guilán llegó, todos se llegaron por ver el escudo de Amadís y saber algo de él, y el rey dijo:

—Por Dios, don Guilán, decidnos lo que de Amadís sabéis.

—Señor —dijo él—, no sé ninguna cosa, que nunca oí de él, mas cómo me aconteció con el escudo os contaré delante de la reina, si os pluguiere.

Entonces, lo llevó el rey consigo, y llegando a la reina, hincó los hinojos ante ella y llorando le dijo:

—Señora, yo hallé en una que llaman la Fuente de la Vega todas las armas de Amadís, adonde este su escudo estaba desamparado, de que hube gran pesar y poniéndole en un árbol, dejándolo a guardar a unas doncellas que en mi compañía traía, anduve por todas aquellas comarcas buscando a Amadís y no fue mi ventura de lo hallar, ni nuevas de él, y yo conociendo el valor de aquel caballero, y que su deseo era de lo poner en vuestro servicio hasta la muerte, acordé, pues a él no podía traer, que sus armas os diesen testimonio de lo que a vos y a él obligado era; mandadlas poner en parte donde todos las vean así para que algunos que de muchas partes a esta vuestra corte vienen podrán algo de su dueño saber, como para ser recordadores a los que buenos ser quisieren, que sigan aquel alto prez, que su señor con ellas en su tiempo extremadamente, entre tantos caballeros ganó.

—Mucho me pesa —dijo la reina—, de la pérdida de tal hombre que tanta mengua en el mundo hará y a vos, don Guilán, agradezco yo mucho lo que hicisteis y así lo haré a todos aquéllos que armas traen, si trabajaren de buscar aquél por quien la orden de la caballería y las dueñas y doncellas tan preciadas y defendidas eran.

Mucho pesó de estas nuevas al rey y a todos los de la corte, creyendo que Amadís muerto fuese, mas sobre todos fue Oriana, que no pudiendo estar allí con su madre, se acogió a su cámara donde con muchas lágrimas maldijo su ventura por haber sido causa de tanto mal, donde ella, si la muerte no, otra cosa no atendía. Mas todos los consuelos de Mabilia y la esperanza de la venida de su doncella que le traería buenas nuevas, le daban algún consuelo. Y en cabo de cinco días llegaron allí a la corte los caballeros y las doncellas que don Guilán sacara de la prisión, que venían al rey y a la reina a les pedir merced que le agradeciesen lo que por ellos había hecho, y allí venían las doncellas que dijeron el duelo que vieron hacer a Gandalín, no porque su nombre supiesen, mas diciendo que era su escudero que preguntaba por el señor del escudo y de las armas, Luego llegaron allí los caballeros que traían preso a Gandalod y contaron al rey la batalla que don Guilán con él hubo y por cuál razón, y todas las palabras que entre ellos hubo y cómo los tenía a ellos presos y por qué guisa se soltaron. El rey le dijo:

—En este lugar maté a tu padre por la gran traición que me hizo y aquí morirás tú por la que me querías hacer.

Entonces, los mandó a entrambos despeñar de una torre, al pie de la cual fue quemado Barsinán, su padre, como la primera parte lo cuenta.

Capítulo 51

Que recuenta en qué manera, estando Beltenebros en la Peña Pobre, arribó ahí una nao en que venía Corisanda, en busca de su amante don Florestán, y de las cosas que pasaron y de lo que recontó en la corte del rey Lisuarte.

Beltenebros, estando en la Peña Pobre, como os ya contamos, el ermitaño le hizo sentar en un día cabe sí en un poyo que a la puerta de la ermita estaba y dijo:

—Hijo, ruégoos que me digáis, ¿qué es lo que os hizo dar tan grandes voces entre sueños, cuando en la Fuente de la Vega estábamos?.

—Eso os diré, buen señor, yo de grado y ruégoos, por Dios, que me digáis lo que de ello se os entendiere que sea de mi placer o de mi pesar.

Entonces, le contó el sueño, como ya oísteis, sino tanto que el nombre de las doncellas no le dijo. El hombre bueno que lo oyó estuvo una pieza mucho pensando y tornóse, contra él riendo y de buen talante y dijo:

—Beltenebros, buen hijo, mucho me habéis alegrado y dísteisme gran placer con esto que me decís, y así lo sed vos que con gran razón lo debéis ser y quiero que sepáis como lo yo entiendo. Sabed que la cámara oscura en que os veíais y no podíais de ella salir significa esta cuita en que ahora estáis y todas las doncellas que la puerta abrían, éstas son algunas vuestras amigas que hablan con aquéllas que más amáis en vuestra hacienda y en tal guisa harán que os sacarán de aquí y de esta cuita en que ahora sois, y el rayo de sol que iba ante ella es mandado que os enviarán de nuevas de alegría con que os iréis de aquí, y el fuego que veíais a vuestra amiga es significanza de gran cuita de amor en que será por vos, así como vos por ella sois y de aquel fuego que significa amor, la sacaréis vos, que será de la su cuita cuando os viere y la hermosa huerta donde la llevabais, esto muestra gran placer, en que con vuestra vista será puesta. Bien conozco que según mi hábito no debiera hablar en semejantes cosas, pero entiendo que es más servicio de Dios deciros la verdad con que seáis consolado que callando la vuestra vida en condición esté con muerte desesperada.

Beltenebros hincó los hinojos ante él y besábale las manos agradeciendo a Dios que en tan gran cuita y dolor le diera persona que así aconsejarlo supiese y rogándole con lágrimas que por la su piedad hiciese verdaderas las palabras de aquel santo hombre, su siervo. Entonces, le rogó que le dijese qué significaba el sueño que la noche antes que Durín le diera la carta soñara, estando en la Ínsula Firme. El hombre bueno le dijo:

—Eso muy claro se os muestra, que ya por todo ello pasasteis; dígoos que aquel otero cubierto de árboles en que os veíais y la mucha gente que haciendo alegría alrededor de vos estaban, esto muestra aquella Ínsula Firme que entonces ganasteis, en que metisteis en muy gran placer a todos los moradores de ella y el hombre que a vos venía con la bujeta del letuario amargo, es el mensajero de vuestra amiga que os dio la carta; que el grande amargor de sus palabras, vos, mejor que ninguno, que lo probasteis, lo sabéis y la tristeza en que veíais a las gentes que alegres estaban, son los mismos de la Ínsula que por causa vuestra son gran cuita y soledad y los paños que os desnudabais son las armas que os dejasteis, y aquel lugar pedregoso donde os escondisteis en medio del agua, esta peña en que estáis lo muestra y el hombre de orden que os hablaba en lenguaje que no entendíais. yo soy, que os dije las palabras santas de Dios, las cuales antes no sabíais ni en ellas pensabais.

—Ciertamente —dijo Beltenebros—, muy gran verdad me decís en este sueño, que todo así me acaeció, en lo cual mucha esperanza tomó en lo por venir, mas no fue tan cierta ni tan grande que le quitase aquellas angustias en que la desesperanza de su señora tenía le habían puesto y miraba mucho a menudo contra la tierra acordándosele los vicios y grandes honras que en ella hubiera, y viéndolo todo con tanta crudeza, al contrario tomando muchas veces llegaba a tal estrecho, que si no por los consejos de aquel hombre bueno, su vida fuera en gran peligro, el cual por le apartar algo de sus muy grandes pensamientos y congojas hacíale muchas veces en compañía de dos mozuelos, sus sobrinos, de aquel hombre bueno que consigo tenía ir a pescar a una ribera que ahí cerca estaba, con varas, dónde tomaban pescado asaz.

Así como oís estaba Beltenebros haciendo su penitencia con mucho dolor y grandes pensamientos que de continuo tenía, creyendo que si Dios por su piedad no le acorriese con la merced de su señora, que la muerte tenía muy cerca, más que la vida y todas las más noches albergaba debajo de unos muy espesos árboles que en una huerta eran allí cerca de la ermita, por hacer su duelo y llorar sin que el ermitaño ni los mozos lo sintiesen. Y acordándosele la lealtad que siempre con su señora Oriana tuviera y las grandes cosas que por la servir había hecho y sin causa ni merecimiento suyo haberle dado tan mal galardón, hizo esta canción, con gran saña que tenía, la cual decía así:

Pues se me niega victoria

do justo me era debida,

allí do muere la gloria

es gloria morir la vida.

Y con esta muerte mía

morirán todos mis daños,

mi esperanza y mi porfía,

el amor y sus engaños,

mas quedará en mi memoria

lástima nunca perdida

que por me matar la gloria

me mataron gloria y vida.

Pues habiendo hecho esta canción que oís, le avino que estando una noche debajo de aquellos árboles, como solía, haciendo gran duelo, llorando muy fieramente, pasada ya gran parte de la noche oyó tañer unos instrumentos allí cerca muy dulcemente, así que él había gran sabor de lo oír y maravillóse de ello, que bien pensaba él que en aquel lugar no había más compañía que el ermitaño y él y los mozos, y levantándose de donde estaba se fue encubierto por saber qué sería, y vio dos doncellas sobre la fuente, que los instrumentos tenían en sus manos y oyólas tañer y cantar muy sabrosamente, y a cabo de una pieza que las estuvo escuchando, díjoles:

—Buenas doncellas, a Dios quedéis, que con vuestro muy dulce tañer me hicisteis perder los maitines, y ellas se maravillaron qué hombre sería y dijéronle:

—Amigo, decidnos por cortesía ¿qué lugar es éste donde arribado habemos, y qué hombre sois que nos habláis?.

—Señoras —dijo él—, a este lugar llaman la Peña del Ermitaño, por una ermita y un ermitaño que aquí hay y yo soy un hombre muy pobre que con él moro y vivo, haciendo grande y muy áspera penitencia de mis grandes males y pecados.

Entonces dijeron ellas:

—Amigo, ¿podríamos haber aquí alguna casa en que albergase una dueña muy doliente que aquí traemos, que es de alta guisa y muy rica, que anda muy maltrecha de amor, para en que dos o tres días holgase?.

Cuando Beltenebros esto oyó dijo:

—Aquí hay una casa muy pequeña en que yo albergo y si el ermitaño os la da, yo dormiré en el campo, como muchas noches me acaece, por os hacer placer.

Las doncellas le dieron muchas gracias por lo que había dicho y se lo tuvieron en gran merced.

Ellos en esto estando, venía ya el alba y vio Beltenebros debajo de los otros árboles en una hermosa y muy rica cama la dueña que le dijeran y cuatro caballeros armados en la ribera de la mar, que aguardándole estaban y dormían y cinco hombres que yacían cabe ellos, los cuales armas no tenían, y vio una nao en la mar y muy apuesta de lo que menester había, y estaba sobre una áncora, y la dueña le pareció asaz moza y muy hermosa, que él tuvo placer de la mirar.

Entonces, se fue al ermitaño que se vestía para decir misa y díjole:

—Padre, gente extraña habemos, bien será que con la misa los atendáis.

—Así lo haré, dijo el hombre bueno. Entonces, se fueron entrambos saliendo de la ermita, y Beltenebros le mostró la nao y vieron cómo los caballeros y los otros hombres subían la dueña doliente donde ellos estaban y las sus doncellas con ella.

Y dijeron al ermitaño si habría allí alguna casa donde la pusiesen. Él dijo:

—Allí hay dos casas: en la una, moro yo, y por mi voluntad nunca en ella mujer entrará; en la otra, alberga este hombre bueno pobre, que aquí su penitencia hace y no se la quitaría yo sin su grado.

Beltenebros dijo:

—Padre, bien se la podéis dar, que yo albergaré so los árboles, como muchas veces lo acostumbro.

Con esto entraron todos en la capilla a oír misa y Beltenebros, que miraba las doncellas y los caballeros y se le acordó de sí y de su señora y de la vida pasada y comenzó a llorar muy reciamente, e hincando los hinojos delante del altar rogaba a la Virgen María que le socorriese en aquella gran cuita en que estaba, y las doncellas y los caballeros que así lo veían llorar tan de corazón, pensaban que era hombre de buena vida y maravillándose de su edad y hermosura cómo en tal parte la quería emplear por ningún pecado que grave fuese, según en todas partes la misericordia de Dios alcanza, habiendo los hombres verdadero arrepentimiento.

Desde que la misa fue dicha, llevaron la dueña a la cámara y echáronla en un lecho asaz rico que le hicieran, y ella lloraba y apretaba las manos, una con otra, con gran cuita que le aquejaba. Beltenebros, que así la vio, preguntó a las doncellas que ya tomaban sus instrumentos para le hacer solaz, qué había, o por qué mostraba tan gran congoja. Ellas le dijeron:

—Amigo, esta dueña es muy rica y de gran guisa y hermosa, aunque su mal ahora se lo menoscaba y la cuita aunque a otros no se dijese decirse, ha a vos que lo guardéis. Sabed que es de muy gran amor que la atormenta y va a buscar aquél a quien ama a casa del rey Lisuarte, y quiera Dios que allí lo halle, porque algo de su pasión amansada sea.

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